Estudio Sobre la Cristología
Estudio 4
LA OBRA REDENTORA DE CRISTO (1ª parte)
(Vea Parte 3B)
Fuente: http://www.iglesiaevangelicadecolmenar.org/
Por: SAMUEL PÉREZ MILLOS
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Mayo – Agosto 1999. Nº 189. Época VIII. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)
Introducción
Un estudio sobre la “obra redentora de Cristo” debe partir de la realidad y universalidad del pecado para proseguir con la Persona y la obra del Salvador. El hombre debe ser salvado siempre que esté perdido. La realidad del pecado en el hombre está plenamente atestiguada por la Escritura (cf. Sl.14:1-3; Is.55:1-3, 6-7). La Biblia enseña claramente la universalidad del pecado (Sl.53:1-3; Ro.3:9-20, 23), al tiempo que señala la situación del pecador como enemigo de Dios (Ro.8:7-8), muerto en transgresiones y pecados (Ef.2:1), objeto de la ira divina por su pecado (Ef.2:3) y condenado a muerte (Ro.6:23). Por tanto, necesita ser salvado de esa situación y, como consecuencia, necesita un Salvador. Establecida la universalidad del pecado, debe proseguirse el estudio con la Persona del Salvador, vital para comprender la dimensión y alcance de Su obra salvífica. La condición Divino-humana del Salvador, el Verbo eterno de Dios encarnado (Jn.14:1) determina el alcance de esa obra.
I. LA PERSONA DEL REDENTOR
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a) La impecabilidad de Jesucristo
En los artículos anteriores se han tratado extensamente los aspectos divino-humanos del Redentor. Tan sólo será necesario enfatizar brevemente la absoluta santidad e impecabilidad de Jesucristo, que le capacitan para ser el Redentor en relación con la solución del problema del pecado del hombre. La Biblia afirma la impecabilidad de Jesús (cf. Is.53:9; He.4:15; 1 P.2:22). Las opciones del hombre en relación con el pecado están plenamente definidas: a) Poder pecar, o no. Esto ocurrió sólo en el huerto de Edén, en donde el hombre ejerció su libre albedrío y cayó. b) No poder dejar de pecar. Es la situación actual de todo hombre como pecador. c) No poder pecar. Ocurre sólo con Jesucristo, el “Hombre impecable”.
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La razón de la impecabilidad de Jesús radica en su condición divino-humana, que hace que el “sujeto de atribución” de todas sus acciones sea la Persona Divina del Hijo de Dios, en quien subsisten las dos naturalezas divina y humana. Es evidente que Jesús no solo no pecó, sino tampoco hubiera podido hacerlo, ya que en ello estaría involucrada la deidad, lo que equivaldría a la posibilidad de que Dios hubiera podido pecar. Jesucristo no heredó el pecado del hombre. La Biblia enfatiza la absoluta santidad del que nació en Belén al decir textualmente, en el relato de la anunciación, que lo “engendrado santo será llamado Hijo de Dios” (griego, “gennömenon hagion klëthësetai huios theou”) (Lc.1:35). La Persona Divina del Hijo de Dios es la que se encarna, por tanto está presente desde el instante de la concepción de la humanidad de Cristo, santificando absolutamente la naturaleza humana y haciendo imposible con Su presencia que el pecado le fuese transmitido.
b) El siervo sufriente
Un segundo aspecto necesario en el estudio de la obra redentora de Cristo está relacionado con el estado de humillación del Verbo de Dios, que la hace posible. Según se vio ya en el estudio acerca de la humanidad de Cristo, esencialmente ese estado comprende “vaciamiento” o la “anonadación” que el Hijo de Dios hizo de sí mismo para tomar “la forma de siervo”(Fil.2:7) y que se expresa en los pasos de su descenso desde la gloria hasta la cruz, que le permite “gustar la muerte por todos” (He.2:9). Un complemento en la enseñanza del anonadamiento del Hijo de Dios está en la epístola a los Hebreos, 10:5-7. El escritor transcribe casi literalmente del Salmo 40:6-7, según la LXX, en donde el salmista, en lugar de “me apropiaste cuerpo”, dice: “has abierto mis oídos”, que según el simbolismo de Ex.21:5-7, denota cómo Jesucristo se sometió a tomar la “forma de siervo” para hacer la voluntad de Dios en el plan de redención. Así se comprende mejor Is.50:5-7. La humillación del Hijo de Dios, no consistió en “hacerse hombre”, sino en tomar la “forma de siervo”. La humanidad asumida es el vehículo para llegar a la “forma de siervo”.
II. EL SACRIFICIO REDENTOR Y ALGUNOS DE SUS BENEFICIOS
La infinitud de la Persona de Jesucristo hace inalcanzable para la mente del hombre la plena dimensión de aspectos relativos a Su obra redentora. Ocurren especialmente con los sufrimientos del Salvador, que trascienden en todo el plano del entendimiento humano e introducen al estudioso de la “Soteriología” en profundidades tales que resultan del todo insondables. Como escribía L. S. Chafer, “Así como, en presencia de la zarza encendida, tuvo Moisés que quitarse el calzado de sus pies, porque el lugar que estaba pisando era tierra santa, así también deberíamos acercarnos con un santo pavor y respeto, tan grandes como sea posible a quienes están sujetos a limitaciones humanas, a la misteriosa, sublime y solemne revelación concerniente a los sufrimientos y muerte del Salvador.” (L. S. Chafer, o.c. Vol. I. pág. 846)
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La salvación se hace posible en razón de la obra sustitutoria del Hijo de Dios en la Cruz, pero, no es menos cierto que esa obra está rodeada de sufrimientos y que se manifiestan en la hora de la cruz. La Escritura hace una extensa y clara revelación de los sufrimientos del Salvador, por lo que éstos deben ser investigados y estudiados como parte esencial de la obra de salvación. Sus padecimientos permiten al Hijo de Dios la experiencia del costo de la obediencia (Fil.2:8; He.5:8). Pero, al mismo tiempo, habiendo sido probado en esa dimensión, es un Salvador poderoso para socorrer a quienes son también probados (He.2:18). El estudio de los sufrimientos del Señor tiene que ser considerado en razón de la Persona que los soporta.
El Salvador es la Persona teándrica, el Verbo de Dios manifestado en carne (Jn.1:4). Por tanto el que experimenta el sufrimiento y vierte su sangre, es Dios, ya que Jesús es Dios (Hch.20:28). Las gentes no fueron instrumentos para la muerte de un hombre cualquiera, sino de Emanuel, “Dios con nosotros”, matando al “Autor-editor de la vida” (“archëgon tës zöës”) (Hch.3:15). Los sufrimientos reales son el antitipo de los anunciados tipológicamente en el Antiguo Testamento. Desconocer el significado tipológico del Antiguo Testamento impide apreciar la dimensión de muchas de las doctrinas del Nuevo Testamento, ya que como dice Anderson, “la tipología del Antiguo Testamento es el alfabeto del lenguaje en que están escritas las doctrinas del Nuevo Testamento.”
a) Los sufrimientos generales del Salvador
El Señor fue presentado proféticamente como “Siervo de Jehová” (Is.52:13). Algunos aspectos de esta verdad fueron considerados antes. La obra de salvación está marcada por “la aflicción de su alma” (Is.53:11; comp. He.12:2), siendo una obra hecha desde la condición de “siervo”. La iniciativa de la obra de salvación que incluye la crucifixión, procede del Padre (Hch.2:23; 4:27-28). El Hijo, en su “forma de siervo”, acepta el sacrificio para salvación pronunciando un “si” salvador (Lc.22:42). Por ese acto voluntario el creyente es santificado (He.10:10).
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Los sufrimientos en la vida del Salvador fueron evidentes y están recogidos en la Escritura. Incluyen los sufrimientos en la experiencia de la tentación (cf. He.2:7ss; 4:14; 5:7 ss.). Cristo fue tentado para que fuera el sacerdote apropiado para socorrer a todos los que son tentados (He.4:15).
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Otra fuente de padecimientos son los que se producen a causa de la santidad de su carácter. El pecado no afectó a Cristo, sin embargo “fue hecho pecado” (2 Co.5:21). La realidad del pecado, sus manifestaciones y consecuencias, tuvieron que producir un profundo sufrimiento a causa de su santidad absoluta. Un tercer nivel de sufrimientos en vida se producen a causa de “su compasión”. Cristo es la suprema expresión del Padre (Jn.1:18). La compasión forma parte del amor y de la gracia de Dios (Sal.103:13). Los milagros de sanidad y restauración eran expresión de Su compasión (Mt.8:16-17). Acorde con la profecía: “ciertamente llevó Él nuestras enfermedades” (Is.53:4a). Una cuarta razón de sufrimientos en vida es “su propia presciencia”. La cruz era de anticipado conocimiento del Señor. Continuamente predijo aspectos generales y particulares de su muerte (Mt.16:21; 17:12, 23; Mr.9:30, 32; Lc.9:31, 44).
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Sin embargo los sufrimientos más notorios son los de la pasión. Comenzando por la agonía de Getsemaní. Tales sufrimientos deben medirse en razón de la Persona que agoniza. Quien accedió al huerto es Dios mismo en carne humana (Jn.1:14), el Creador de todas las cosas (Col.1:15-17). Pero, al mismo tiempo es también el hombre perfecto, quien desde esa condición, en una naturaleza revestida de debilidad, su alma humana siente la angustia de la tristeza y manifiesta la necesidad de compañía (Mt.26:36-37).
El que agoniza es una persona Divino-humana. Sus dos naturalezas que están siempre presentes en su Persona Divina, no se separan en el huerto. El que está postrado es tanto Dios como hombre. Quien lloró y gimió, quien agonizó es Emanuel, Dios con nosotros, el Hijo de Dios.
No se puede decir que Dios agoniza, pero debe afirmarse que quien agonizaba en Getsemaní era Dios. Junto con la grandeza de la Persona, está también la grandeza de su santidad. Dios es proclamado y adorado por su santidad (Is.6:1-3). La angustia de Getsemaní tiene estrecha relación con el pecado del hombre (Is.53:10). Cuando accede a la cruz lo hace cargado con el pecado del mundo (1 P.2:24). La dimensión de la agonía queda patente en la carta a los Hebreos (He.5:7). La agonía no era un sufrimiento externo, sino interno (Mt.26:28). La postura en la oración expresa el enorme pesar que gravitaba sobre su alma (Mt.26:39). La lucha agónica ocurre en completa soledad, ya que aunque había encargado a sus discípulos que velaran con Él (Mt.26:28), se durmieron pronto (Mt.26:40).
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Al sufrimiento de la agonía en el huerto sigue el de la casa del sumo sacerdote, donde Cristo fue mofado y golpeado (Mt.14:65; Lc.22:63-65). Unidos a estos tormentos en el pretorio, como el de la flagelación (Jn.19:1-5). Los condenados eran “examinados” por medio de azotes, que resultaban en una impresionante paliza mediante látigos, cuyas cuerdas estaban rematadas por elementos metálicos o porciones de huesos. Únase en el mismo espacio de tiempo la coronación de espinas (Jn.19:2). Sobre la cabeza del Señor fue colocado un capacete formado por tiras de plantas espinosas entrelazadas que se le hincaban por medio de golpes, haciéndole manar sangre, hasta cubrir todo el rostro con ella. Debía ser tal el estado de Jesús, que Pilato dijo a la muchedumbre: “¡Mirad al hombre!” (Jn.19:5), en una expresión que equivale a: “Mirad, no tiene ni figura de hombre.”
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Por último el tormento de la crucifixión. Los testimonios históricos lo colocan como uno de los más tremendos modos de muerte imaginados por el hombre. La agonía de la cruz se extendía a lo largo de muchas horas. La posición del crucificado apoyado sobre un pequeño saliente de madera proyectaba el cuerpo hacia fuera, produciendo tensiones musculares y desgarros. Los clavos debieron haber sido hincados en las muñecas y en el arranque del pie.
Los crucificados solían morir por asfixia cuando la posición y el cansancio les impedían respirar. Uno de los mayores tormentos era la sed que invadía plenamente al crucificado poco tiempo después de la crucifixión. En ocasiones excepcionales, adelantaban la muerte del reo quebrándole los huesos de las piernas para que no pudiera hacer fuerza sobre los pies y al quedarse colgado de los brazos le producía incapacidad de respirar y ocurría la muerte por asfixia.
b) El concepto general de redención
La obra de salvación, como cumplimiento en el tiempo histórico de los hombres del eterno “Plan de Redención”, comprende aspectos diferentes y todos ellos complementarios que expresan una misma y única operación salvífica. Algunos de ellos adquieren un contraste tan profundo con la lógica del pensamiento humano, que desde la dimensión de los hombres serían de todo punto imposibles. Tal es la realidad de la “muerte” del Hijo de Dios como sustituto por los pecadores. Esa experiencia le llevó a “gustar” la muerte en toda la dimensión de su alcance, ya que Jesucristo no sólo fue sustituto de los pecadores en la muerte física, que es consecuencia de la muerte espiritual, sino en ella misma. Es Dios quien pone Su vida en propiciación por los pecados. La misma condición santísima del Salvador, hace ininteligible a la mente humana la grandeza de una sustitución tal que el santo Dios-hombre, es “hecho pecado”, para que los pecadores lleguen a ser en Él, “Justicia de Dios”.
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Por otro lado la muerte del Salvador tiene alcance cósmico, alcanzando dimensiones que exceden al ámbito de la tierra y sus moradores, entrando incluso en la dimensión del mundo de los espíritus y de la creación entera, tanto animada como inanimada. La obra de la cruz provee de medio para que el pecado sea juzgado y desterrado definitivamente, abriendo la perspectiva de un futuro eterno libre de los efectos que produjo en todo el ámbito de la actual creación.
Lo que Cristo llevó a cabo con su muerte, se puede agrupar en catorce aspectos:
1) una sustitución por los pecadores,
2) el término de la Ley para los salvos,
3) un rescate del pecado,
4) una reconciliación para los hombres,
5) una propiciación hecha a Dios,
6) el juicio del pecado,
7) la base del perdón y de la purificación del creyente,
8) la base de la dilación de los justos juicios divinos,
9) la desaparición de los pecados cometidos antes del Calvario, una vez que quedaron cubiertos por el sacrificio,
10) la salvación nacional de Israel,
11) las bendiciones sobre los gentiles en el milenio y por toda la eternidad,
12) el despojo de principados y potestades,
13) la base de la paz,
14) la purificación de las cosas que están en los cielos.
No es posible considerar cada uno de los aspectos mencionados, sino una aproximación a alguno de ellos.
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Es preciso considerar que la obra de redención es una operación de la gracia destinada a la salvación de los perdidos, haciendo reversible la perdición a causa del pecado. Jesús vino para deshacer la obra del pecado, sus consecuencias y manifestaciones.
El pecado afecta cuatro aspectos de la relación con Dios:
1) es un acto de rebeldía y menosprecio a la santidad de Dios, quebrantando su Ley;
2) es una mancha que contamina al ser humano;
3) es la causa que convierte al hombre en enemigo de Dios;
4) es un estado esclavizante, que convierte al hombre en un ser bajo control del pecado y del demonio.
- La solución del primer aspecto exige un acto propiciatorio.
- El segundo exige la limpieza mediante la sangre (Ap.7:14; 22:14), lo que implica un acto de expiación.
- El tercero demanda la reconciliación.
- Finalmente el cuarto precisa una obra de redención o de rescate.
Los cuatro aspectos: “Propiciación, expiación, reconciliación y rescate”, deben ser considerados en el estudio de la salvación, aunque tendremos que limitarnos al aspecto general de redención, dejando otros al estudio personal de los lectores.
c) Concepto bíblico de redención
La situación general del hombre es de esclavitud espiritual a causa del pecado (Ro.6:17), bajo el poder y control de Satanás (1 Juan 5:19), sin posibilidad alguna para conseguir la liberación espiritual por carecer de deseo y fuerzas propias para llevarlo a cabo. Sólo puede alcanzar la libertad mediante la acción que otro realice a su favor. La obra de la Cruz hace esa provisión para todo aquel que cree (Ro.6:18) cambiando la situación de esclavitud por una nueva experiencia de libertad en el reino de Dios (Col.1:13).
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En este momento deben considerarse los principales términos que aparecen en el N.T. para referirse a la acción liberadora del pecado. Establecidos en tres grupos de vocablos.
El primero tiene que ver con la acción de “desatar” o “liberar”, aparece unas 42 veces en el N.T. “Luö”, que significa “desatar” o “liberar”. “Kataluö” que equivale a “desatar” o “romper”. “Ekluö” que significa “debilitarse”. “Apoluö” que tiene que ver con “soltar” o “dejar en libertad”. “Lutron” y “antilutron” que quiere decir rescate. “Lutroö”, “redimir”, “rescatar”, “liberar”. “Lutrösis” y “apolutrösis”, que significa “redención”, “liberación”. “Lutrötes”, que quiere decir “redentor”, “liberador”.
El segundo grupo tiene que ver con la acción de salvar de un peligro que amenaza la vida, más utilizado que el primero, aparece unas 106 veces en el N.T. y cuyas principales voces son: “Sözö” que equivale a “salvar”, “redimir”, “ayudar”. “Sotería”, que significa “salvación”, “salud”, “ayuda”. De ahí “sotër” que significa “salvador” o “redentor”.
El tercer grupo enfatiza la acción de defender o proteger de un peligro que amenaza la vida, aparece en 16 ocasiones en el N.T. “Ruomai” que significa “proteger”, “defender”, “salvar”.
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En cuanto a los significados del primer grupo, el vocablo “lutron”, sólo aparece una vez en el N.T. (Mr.10:45; Mt.20:28). Cristo anuncia que había venido para dar su vida en rescate por todos. El rescate de Cristo no tiene únicamente un carácter propiciatorio, sino también liberador.
La liberación no es solamente de la culpa del pecado, sino también de sus consecuencias: Corrupción, muerte y juicio. La voz “antilutron”, en el sentido de rescate, aparece también una sola vez en el N.T. (1 Ti.2:6), en el sentido de que el hombre Jesucristo, se entregó a sí mismo como precio de la libertad de todos.
El término “lutroö”, en el sentido de “redimir” aparece tres veces en el N.T. Cristo era esperado como el liberador de su pueblo Israel (Lc.24:21). La obra de la cruz fue necesaria para poder libertar a los creyentes del poder esclavizante del pecado que lleva al hombre a cometer toda clase de iniquidad (Tit.2:14).
Pedro enseña que la liberación del poder del pecado, heredado desde los primeros padres, se produce en razón de una obra que se substancia con la muerte del liberador, como Cordero de Dios predestinado (1 P.1:18). Vinculado estrechamente con el anterior, “lutrösis” como “redención”, aparece otras tres veces. En el cántico de Zacarías en que se habla de la redención que Dios aportaría a Su pueblo por medio del Mesías (Lc.1:68).
El Cristo que había de venir era esperado por algunos, como el libertador que Dios enviaría, conforme a Su promesa (Lc.2:38). El Redentor ofreció un sacrificio de valor eterno que hace posible la liberación del pecador (He.9:12).
Por otro lado “apolutrösis”, en el sentido de “redención”, aparece diez veces en el N.T. Relacionada tanto con la remisión de las rebeliones (He.9:15), como con la misma esperanza escatológica cuando Dios recoja la “posesión adquirida” /Ef.1:14). Cada uno de los textos donde aparece merece un examen detenido (Lc.21:28; Ro.3:24; 8:23; 1 Co.1:30; Ef.1:7, 14; 4:30; Col.1:14; He.9:15; 11:35).
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Términos del segundo grupo. El verbo “salvar” (“sözö”), se encuentra 106 veces en el N.T., implicando salvar a alguien de un estado peligroso. La idea de salvar de un inminente peligro de muerte aparece muy poco. En el caso de Pedro caminando sobre las aguas (Mt.14:30), con motivo del apaciguamiento de la tempestad (Mt.8:25) y en relación con el naufragio de Pablo (Hch.27:20, 31, 34).
En la proclamación del “kerigma” la iglesia primitiva hacía énfasis en los términos “salvar” y “salvación” aplicados a la centralidad de Cristo en el mensaje del evangelio. El mensaje del evangelio excluye cualquier otra vía de salvación (Hch.4:12; 13:38; 15:10ss). Pablo utilizó los mismos términos para expresar la acción salvífica de Dios. El evangelio opera salvación (Ef.1:13) y es el poder de Dios para salvar de la ruina a todo aquel que cree (Ro.1:16; cf. 1 Co.1:21).
La doctrina de la cruz expresa ese poder para los que se salvan (1 Co.1:18). Pablo expresa el proceso de salvación (Ef.1:13). En contraste con los que se salvan por gracia mediante la fe (Ef.2:8-9), están los que se pierden (1 Co.1:18; 2 Co.2:15). El apóstol vincula estrechamente la salvación presente con la esperanza futura, que es también un nivel de salvación (Ro.8:24). Los creyentes caminan hacia esa salvación futura que ya está cerca (Ro.13:11). La salvación exige un perseverar continuo en la vida de santificación (Fil.2:12), que evidencie la realidad liberadora de la obra de Cristo.
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Idéntico concepto en la teología de Pedro. Los creyentes son guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para la salvación que está preparada y que se manifestará al fin de los tiempos (1 P.1:5). Los cristianos crecen para salvación mediante el alimento espiritual de la predicación e instrucción (1 P.2:20). Éstos alcanzan finalmente el objetivo último de la fe, salvación de las almas (“sötëria phuchön”), que equivale a glorificación (1 P.1:9). El verbo salvar aparece dos veces en relación con la salvación (1 P.3:21; 4:18).
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Esas dos mismas voces se usan también en Hebreos, en donde Cristo se presenta como el precursor, autor y mediador de la salvación (“söteria”) (He.2:10; 5:9; 7:25). Es el Salvador que salva perpetuamente a quienes por Él se acercan a Dios (He.7:25). La salvación de Dios en Cristo es definitiva (He.5:9). Las mejores cosas son las que pertenecen a la salvación (“echomena sötëria”) (He.6:9).
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En los escritos de Juan las voces de este grupo se encuentran muy poco. El concepto de salvación que Juan utiliza más habitualmente es el de la recepción de “vida eterna” (“zöën aiönion”). El término “salvación” (“söteria”) aparece una sola vez en el evangelio (Jn.4:22), y “salvar” (“sözö), en el sentido de la operación salvadora aparece cuatro veces (Jn.3:17; 5:34; 10:9; 12:47).
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Jesús fue presentado como el Salvador (“Sotër”) en la anunciación de su nacimiento (Lc.2:10 s). Pablo usa el término en dos ocasiones al margen de las pastorales (Ef.5:23; Fil.3:20). En Filipenses tiene carácter escatológico, como la expectativa de los cristianos. En cambio, en las pastorales el término aparece con mucha frecuencia, aplicado 6 veces a Dios y 4 a Cristo.
Las referencias a Dios como Salvador enfatizan la universalidad de la oferta de salvación (1 Ti.4:12). El mensaje de salvación debe ser proclamado a todos para que crean (Tit.1:3). Dios es Salvador personal de los cristianos: “nuestro Salvador” (1 Ti.4:10; cf. Tit.1:3). Los cristianos deben vivir vidas que honren al Salvador (Tit.2:10). En el exordio de 1 Timoteo, se aplica el término tanto a Dios como a Cristo (1 Ti.1:1). Los pasajes que hacen referencia a Jesús como Salvador, aparecen todos, salvo uno (2 Ti.1:10), en la carta a Tito.
Dios anunció su plan de salvación por la aparición de Jesucristo (2 Ti.1:10). El Salvador hizo visible la bondad de Dios hacia los hombres (Ti.3:4). El Espíritu Santo ha sido derramado por nuestro Salvador, Jesucristo (Ti.3:5 ss.). Los cristianos aguardan la consumación de la salvación en el día de la aparición del gran Dios y salvador, Jesucristo (Tit.2:13). Por su parte Juan llama a Cristo Salvador del mundo (Jn.4:42; 1 Jn.4:14). Las dos veces forman parte de una confesión personal. Pedro también llama Salvador a Cristo varias veces. Casi siempre el título de Salvador, va ligado al de Señor (2 P.1:2, 11; 2:20; 3:2, 18).
Sigue el Estudio Sobre la Cristología, Estudio 4B
Fuente: http://www.iglesiaevangelicadecolmenar.org/
Por: SAMUEL PÉREZ MILLOS
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Mayo – Agosto 1999. Nº 189. Época VIII. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)
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