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Capítulo Tres
JESUCRISTO: FUNDAMENTO Y PIEDRA DE ÁNGULO
Dr. Pedro Larson
La Clave Central
Al observar la obra de plantar una iglesia, necesariamente nuestra mirada se concentra en Jesucristo. Sin él no existe iglesia. Sin él no hay salvación y sin él no tenemos esperanza. Como la base principal, encontramos tres aspectos de su vida, a saber. . . su persona, su obra salvífica y su modelo de ministerio. Los tres están interrelacionados. No podemos desligar su persona de su obra de salvación o de su ministerio.
Persona y Presencia
Jesús dijo a sus discípulos: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt. 18:20). La idea de congregarse en grupo, aunque sea pequeño de dos o tres, y lo enfático de esta declaración: “allí estoy yo” (usando el pronombre para hacerlo más enfático aún), nos habla de Persona y Presencia de Cristo. Jesús les aseguró a sus discípulos esta idea:
“he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20).
Con la venida del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo está hasta el fin del mundo. El tema bíblico de que Dios está presente, Dios está cerca, Dios está actuando en nuestro medio, y Dios no ha dejado a este mundo enfatiza el plantar nuevas congregaciones en su nombre.
Nombre se asocia íntimamente con la idea de persona. Para el pueblo hebreo, la idea de nombre traía una larga historia de revelación divina. Con sus nombres Dios se revelaba. De igual manera, Jesús, en la plenitud de su persona se revela a través de los nombres y títulos que se le daban. Poco tiempo después de Pentecostés, Pedro estaba en una defensa ante la autoridad religiosa. La Palabra dice que él, “lleno del Espíritu Santo”, les comunicó que la sanidad del hombre enfermo fue hecha en el nombre de Jesucristo de Nazaret. Pedro seguía explicando:
“Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:11, 12).
Con ese lenguaje, los oyentes no podían equivocar la intención de Pedro. Él afirmaba que exclusivamente la persona de Jesús era la base y el fundamento de la fe.
La centralidad de Jesús en la iglesia aflora en varios de los títulos. Pablo le llamó “la Cabeza de la Iglesia”. El autor de Hebreos le dijo: “al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión”. Para Pedro, Jesucristo era el Pastor y Obispo de nuestras almas y el Príncipe de los pastores. Y, ¡qué tremendo ‑‑todo aquello de la visión apocalíptica de Juan! Es el Verbo de vida, el Cordero inmoldado de Dios, el Testigo Fiel, el Primogénito de los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra. Juan nos comenta de Jesús:
“Al que nos amó (¡y cuán grande fue su amor!) y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, (¡qué preciosa sangre carmesí!) y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre (¡qué privilegio y entrada nos da!); A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap. 1:5, 6).
Amor sin límites, sacrificio perfecto y suficiente, limpieza adecuada, propósito y ministerio en su nombre con una meta eterna. . . ¡la glorificación de nuestro Dios! Juan le escuchó decir: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin. . . el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Gran poder, el que resume todo, el que inicia y termina, el que cumple, el eterno Dios. ¡Qué tremendo!
Años antes, Juan caminaba con Jesús. Atendió a su llamado. Cuantas veces sentía la voz de Jesús en su enseñanza. Juan sabía que cuando Jesús hizo referencia a su propia persona, en la mayoría de las ocasiones, se llamó Hijo de Hombre. Era el título de su preferencia personal. Este título no sólo hablaba de una identificación plena con el hombre, sino la intervención divina de Dios en los asuntos humanos. Hijo del Hombre nos comunica algo escatológico de ese personaje de arriba que desciende del cielo para tomar el poder de los reinos de este mundo. Anunciaba con este nombre la profundidad de sufrimientos como también la victoria final de su venida.
En pocas ocasiones Juan, con los otros discípulos, escuchó el título asombroso, Hijo de Dios, pronunciado referente a Jesús de Nazaret. Fue refutado por los fariseos, escribas y otros religiosos. Jesús, sin embargo, no lo negaba. Entraba, más bien, en polémica fuerte al afirmar asombrosas declaraciones como “yo y mi Padre, uno somos”, o “antes que Abraham fuese, yo soy”. En la mente de muchos estaba la idea, “éste está completamente loco”, o aún peor, “está poseído del demonio”. ¡Qué contraste entre unos y otros! “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” por un lado y por el otro, “Demonio tiene, y está fuera de sí”.
En medio de ese conflicto Juan escuchaba las grandes afirmaciones, “Yo soy”, de los labios de Jesús. Frases maravillosas para todo aquel que cree en su nombre y para todo aquel que intenta plantar iglesias. Jesús pretendía mucho. ¡Es mucho y es todo! “Yo soy”, dijo Jesús, “el Pan de Vida”, “la Luz del Mundo”, “el que doy testimonio”, “la Puerta de las ovejas”, “el Buen Pastor”, la Resurrección y la Vida”, “el Camino”, “la Verdad”, “la Vida” y “la Vid Verdadera”.
No es difícil entender el por qué decir que todo gira alrededor de Jesús. Lo central de su persona de toda la historia es afirmado en las Escrituras. Como el teólogo Brengt Sundkler ha enseñado, existe un profundo reduccionismo con su enfoque Cristocéntrico (ver Scott:74,75). La historia de salvación se reduce a una sola palabra ‑‑un solo nombre‑‑ Jesucristo.
El Reduccionismo Progresivo de Salvación
Diagrama 3
Fuente: Sundkler
De los muchos había uno solo. Y de uno solo, Jesús el Señor, existe y habrá para los muchos. Jesús es central para la iglesia. Pablo lo conceptualiza usando palabras referentes a la construcción de edificios materiales como “fundamento” y “la principal piedra del ángulo”.
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11).
“Fundamento” habla de estabilidad, de base, de fuerza y algo totalmente durable. Lo central de Cristo en cuanto a la edificación de la iglesia tenemos en Efesios. Aun cuando seamos extranjeros o advenedizos somos hechos en Cristo como una parte de la familia de Dios.
“Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20).
La principal piedra del ángulo es parte intrínseca de una estructura sólida y firme. Habla de la piedra final que une a todo lo demás. Es la parte final del edificio. Como Cristo es el fundamento y piedra del ángulo, Dios nos habla en términos absolutos tanto de los comienzos como de la terminación. ¡Qué hermoso concepto de nuestro Señor!
El apóstol Pedro también utiliza esta metáfora de piedra del ángulo para la persona de Jesús. Él cita al profeta Isaías.
“He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado” (1 P. 2:6).
Jesús, escogido y precioso está puesto en Sion. Él, siendo lo fundamental, está presente. Pero, ¡qué tragedia para los que no creen!
“La piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo;
y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer,” (1 P. 2:7,8).
Todo esto nos habla de la presencia esencial de nuestro Cristo. Al hablar de la iglesia, hablamos de su presencia. Al hablar de una comunidad de fe, enfocamos a su persona. Él es el objeto de fe. Él es el supremo bien. A él le adoramos y a él le seguimos.
La Centralidad de Su Obra
Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Respondieron, “unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”.
Volvió a preguntarles: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Vino la respuesta de Simón Pedro. Jesús dijo que sólo por la revelación divina pudiera haberlo dicho. Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Sí, Jesús es todo lo que implica esa frase. El Mesías, el Ungido de Dios, el Enviado, Dios mismo como Hijo, es el Dios Vivo.
Luego, Jesús afirmó a su discípulo que “sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Tenemos a Jesús edificando, Jesús asegurando victoria sobre el enemigo de la muerte, y Jesús reconociendo la participación de Pedro su discípulo en esa edificación. Reconocemos la diferencia de opinión sobre lo que Jesús quiso decir con “sobre esta roca”. Llamar a uno “roca” para los judíos es la mayor de alabanzas. “Ningún judío conociendo al Antiguo Testamento podría emplear la frase sin que su mente se volviera hacia Dios, quien era la única roca auténtica que lo defendería y que le procuraría la salvación”(Barclay 148).
La roca eterna, firme y estable es Jesucristo. A través de su propia persona y obra, Jesús edifica la iglesia. Pero al afirmar la base y fundamento de Jesús, no negamos la participación de Pedro. La iglesia se compone de personas iguales como Pedro que depositan en fe su confesión a Cristo. “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Francisco La Cueva, como el Dr. Broadus, hace una combinación en el sentido de que la roca fundamental es Jesucristo mismo, pero también se constituye en roca la confesión de Pedro. Lo llaman “roca‑confesante”(60-61).
Sí, Jesús como Persona, el Divino Hijo, Dios/Hombre es la roca. Además, es la roca por todo lo que efectuaba por nosotros. Los eventos de la vida de Jesús son hechos grandes de salvación. Tomados juntos tenemos a favor nuestro una salvación gloriosa y perfecta. La salvación, si bien existía en la mente y corazón del Padre desde antes de la fundación del mundo, se efectuó en Cristo a través de su encarnación. Observamos el siguiente diagrama. Hechos Salvíficos
La encarnación, Juan comenta, tiene trascendencia para nosotros.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14).
El ministerio de Jesús era una confrontación de la potestad de la luz con los poderes de las tinieblas. ¡Qué enseñanza! ¡Qué belleza de su persona! ¡Qué palabras! En medio de mucho conflicto, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” La respuesta fue: ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. La
gente se admiraba de su enseñanza “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.
“La cruz excelsa al contemplar, Do Cristo allí por mí murió. Nada se puede comparar a las riquezas de su amor” (Watts 1707:109).
Por la cruz de Jesús somos reconciliados con Dios. La paz se efectuó mediante este sacrificio tan perfecto de sangre. Él murió una sola vez por nuestros pecados. Toda nuestra iniquidad, transgresión, rebeldía y yerros fueron clavados aquel día y una redención, limpieza y regeneración se hicieron posible.
La resurrección de Jesús demuestra la eficacia de su cruz y ya una obra de salvación consumada. En poder Jesús se levantó de los muertos. Es primicia de muchos. La derrota es sellada tanto para Satanás como para la muerte. En Cristo tenemos la vida de resurrección.
En su ascensión Jesús es entronizado, glorificado y bendito. Dios Padre le exaltó hasta lo sumo,
“para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10, 11).
Pentecostés ‑ ¡qué día tan hermoso! Dios Padre y Dios Hijo envían al Dios, Espíritu Santo a morar con los discípulos. Por él, nosotros que creemos en Cristo, somos ligados a todos los eventos salvíficos tan excelentes. Ya la encarnación, el ministerio, la cruz, la resurrección, y la ascensión de Jesús tienen vigencia en nuestras vidas. Por el Espíritu nos movemos en Cristo. Por el Espíritu de Cristo tenemos la dicha del agua de vida o el pan del cielo. Vida eterna, paz para con Dios, santidad, justicia, santificación, y mucho más tenemos por lo que hizo nuestra Roca, nuestro Fundamento. ¡Qué obra tan excelsa!
Por todo ello, con profunda gratitud, echamos mano a una base para una nueva iglesia ‑ esa base siendo la persona y obra de Jesucristo.
En una nueva iglesia, en base de esa obra perfecta de Jesús, ¿no podremos contar con la plenitud de la obra de salvación implícita en los eventos? Nuestra respuesta es “sí, sí Señor”. Su presencia, su enseñanza, su sangre aplicada, su poder de resurrección que rompe y transforma, su glorificación y la llenura de su Espíritu son los fundamentos de una nueva iglesia. ¡Gloria a su nombre!
Modelo de Ministerio
Persona, Obra y Ministerio forman el fundamento de Jesucristo para la iglesia. ¿A quién más tenemos por ejemplo que nuestro Señor? ¡Él es el gran maestro!
Era un momento solemne y hermoso. Jesús estaba en medio de sus discípulos. Se había ceñido de una toalla. Fue con cada uno a lavarles los pies. Tomando su manto otra vez, volvió a la mesa y les preguntó:
“¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn. 13:12b‑15).
El ejemplo de servicio, de mansedumbre y de humildad él nos lo dio así como el ejemplo de entrega ‑‑entrega de un servicio y ministerio, pero también una entrega de vida.
Años después el apóstol Pedro escribió que nuestro ministerio y llamamiento debería de ser de la misma manera de Jesús. Pedro comentó:
“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;” (1 P. 2:21).
El Rey como Siervo de Jehová
Una de las paradojas de la vida de Jesucristo era precisamente el hecho de ser a la vez rey y siervo. Nos parece esto algo incomprensible o irreconciliable. El Rey expresa dominio, señorío y cumplimiento de su propia voluntad divina y real. A él pertenece la honra, la gloria y la victoria. Pero Jesús, en su ministerio terrenal en la gran mayoría de las ocasiones no apelaba a ser rey. Con toda autoridad y perfección nos mostró ser siervo. Además, enseñaba a sus discípulos a ser de la misma manera siervos del reino. En medio del contexto del reino donde él les habló diciendo: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí”, él les estaba enseñando de ese ejemplo de siervo.
“Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve (Lc. 22:27).
Esta palabra de Jesús, “yo estoy entre vosotros como el que sirve”, da una pauta fundamental en cuanto a su ministerio. Nos hace recordar los pasajes proféticos de Isaías que se cumplían en Jesús de Nazaret como gran Siervo de Jehová.(Is. 42:1-9; 49:1-7; 50:4-11; 52:13-53:12 y 61:1-5). La singularidad de su persona y obra contemplamos.
He aquí, el modelo dinámico de Jesús: el Rey como Siervo. Con ello él mismo nos ejemplifica lo que debería de ser nuestro discipulado. Al describir para su propia gente la clase de ministerio y el propósito de su vida, aquel día en la sinagoga de Nazaret él abrió Isaías y leyó:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos;
A predicar el año agradable del Señor (Lc. 4:18, 19).
Con el trasfondo de los pasajes profét
icos de Isaías que tenían su cumplimiento tan hermoso en Cristo, notamos estas facetas en el modelo de Siervo de Jehová.
- 1. ¡Qué tremendo contexto de crisis, lucha, necesidades y violencias!
¿Será diferente para aquel que le sigue a su Señor en el extendimiento del reino? ¡Pienso que no! En esta porción que Lucas narra de los labios de Jesús, vemos algo de ese contexto de ministerio. Pobreza con su dolor y aflicción, el quebranto de corazón, la cautividad y esclavitud, la tragedia de la ceguera y el gemir de la opresión son parte de este contexto de ministerio. Y, ¿qué podremos decir de la violencia, el odio y la intención para matar que vemos en aquellos nazarenos, queriendo después despeñarle? La hostilidad y la controversia eran parte de ese contexto. Si usamos algunas palabras de Isaías agregamos las densas “tinieblas”, “la lejanía”, la frustración de la tiranía, el lugar de ceniza, de luto, las ruinas antiguas o el desastre de la idolatría que conduce a la perdición.
Sin embargo, reflejado en la vida del Siervo en medio de ese contexto, había la estampa de victoria. La gente no podía menos que admirarse de él. Con esa nota de victoria Isaías inicia la porción de Is. 52:13 ‑ 53:12 sobre el sufrimiento del Siervo con:
“He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (Is. 52:13).
Hostilidad, violencia, y aun la muerte, pero todavía victoria. ¡Qué tremenda faceta en este modelo de ministerio.
- Tuvo que sufrir. Tuvo que soportar las pruebas. Tuvo que morir. Aquí opera el principio de la Expiación.
Sólo Cristo pudo hacer una perfecta expiación por nuestros pecados. Él llevó nuestras enfermedades. Él sufrió en nuestro lugar. Él fue herido por nuestras rebeliones. El justo por los injustos. Él cargó nuestro pecado tan perfectamente que la justicia divina quedó satisfecha con su sacrificio.
Sólo Jesucristo pagó la cuenta. Pero, ¡qué faceta tan poderosa de ministerio como siervo! Y ¿qué de nosotros? ¿No será que nos toca tomar parte en sus sufrimientos? (Fil. 3:10). Corresponde al siervo muchas veces soportar las inclemencias del contexto. El Rey sufría como siervo sobresaliente. Atormentado, castigado, desfigurado, dolorido, humillado, molido, azotado y despreciado son unas de las palabras gráficas que describieron aquel sufrimiento. Brota de nuestra vida una expresión asombrosa de gratitud.
Te veo, Señor. . .
atormentado
castigado
desfigurado
dolorido
humillado
maltratado
Y me veo yo. . .
arrancándote
azotándote
despreciándote
enterrándote
sepultándote
Mas tú. . .
te callas
te sometes
te entregas
soportas
sufres
Y yo. . .
te cargo con
mi dolor
mi maldad
mi pecado
mi pena
mi transgresión
mi vergüenza
mi violencia
Sin embargo . . .
tú has sido puesto muy en alto,
asombraste a las naciones,
tuviste éxito.
Y por mí. . .
intercediste,
llevaste mi pecado,
me libraste.
¡Aleluya! ¡Gloria a tí, Justo Siervo de Dios!
La identificación con Cristo es crucial. ¿No será nuestro el desafío de entrar plenamente con él, venga lo que venga de nuestro contexto? La enseñanza solemne queda cuando Jesús nos dice personalmente referente a nuestro discipulado:
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; (Jn. 12:24‑26a).
- Su profunda relación con y en el Espíritu Santo.
Sobre aquel que es Rey vino la unción del Espíritu Santo. Jesús inició su lectura con esa palabra: “El Espíritu del Señor está sobre mi, por cuanto me ha ungido…” (Lc. 4:18). En el mismo capítulo de Lucas el evangelista señalaba esa estrecha relación de Jesús con el Espíritu Santo. “Jesús, lleno del Espíritu Santo,” (4:1), y “Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea;” (4:14). Si bien desde su nacimiento Jesús tuvo una relación estrecha en y con el Espíritu Santo, fue en su bautismo que la manifestación del Espíritu estuvo más patente. Lucas comenta:
“y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (3:22).
En esta relación con el Espíritu de Dios, el Siervo recibe el apoyo y el sustento de su Dios. Esa frase, “yo le sostendré” (Is. 42:1), habla de una ayuda divina de profundo aprecio y afecto. El Espíritu Santo de Dios, su persona, su llenura, su participación con el Siervo es también para nosotros un reto grande.
- 4. El ser escogido, llamado y enviado es un resultado tremendo en la vida del Siervo.
Junto con la presencia y la unción del Espíritu, esa selección divina, llamamiento y la fuerza de ser enviado forman la base de su ministerio. La selección divina no es al azar, sino el “desde el vientre para ser su siervo” (Is. 49:5). Es una demostración de fidelidad divina, porque “fiel es el Santo de Israel, el cual te escogió” (Is. 49:7).
Brota del corazón de Dios, en virtud de su santa selección, un llamado fuerte. “Yo, Jehová te he llamado en justicia,” (Is. 42:6). “Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria” (Is. 49:1). Este llamamiento se vincula en su base con la justicia. Resulta en la dinámica de Dios de enviar porque el Siervo es enviado con una misión de traer justicia a las naciones. Él impulsa, la iniciativa y el poder en ese “enviar” se desprende de Dios mismo, de su Espíritu. Otra vez, ¡qué desafío nuestro al contemplar esto en la vida de nuestro gran ejemplo y nuestro gran Maestro!
- El propósito de vida del Siervo es el cumplimiento de la voluntad divina.
Ese sometimiento a la voluntad de Dios en perfecta obediencia trae contentamiento, satisfacción y agrado. No sólo nos habla de un precioso comienzo, sino un hermoso cumplimiento. El Siervo cumple en fidelidad, lealtad y amor. ¡No se entrega a medias, sino con todo! ¡Qué gran palabra de agrado, cuando Dios dice del Siervo: “en quien mi alma tiene contentamiento”! Esta es la palabra que habla de deleite y de sumo placer. Seguramente, como el Dr. Young comentaba, este deleite tiene que ver con la llenura de su Persona y con la continuidad de ministerio que el Siervo ejercía (1972:110).
Las frases de Isaías en relación a este agrado son desafiantes para nuestra vida de discípulo.
“porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza;” (Is. 49:5).
“Ver el fruto de la aflicción de su alma, y quedar satisfecho;” (Is. 53:11).
¡Estimado y satisfecho! ¡Dos palabras de agrado!
La idea de sometimiento por parte del Siervo (quien es Rey también) es notable. Isaías usa estas palabras:
“Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fuí rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos. . .por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado” (50:5‑7).
Miramos al Siervo y decimos: ¡qué clase de entrega y qué clase de sometimiento! Pero, ¿no somos también escogidos y llamados a esa clase de entrega?
- La misión del Siervo tiene muchos matices y es integral.
Aunque la misión del Siervo tiene diferentes facetas, existe una completa unidad. Las palabras textuales que Jesús leía ese día entre los de Nazaret, hablaban de esa naturaleza. “Dar buenas nuevas”, “a sanar”, “a pregonar libertad”, “y vista”, “a poner en libertad” y “a predicar” son esas expresiones que engloban una misión tanto material como profundamente espiritual. Es una misión de palabra, de anuncio, de proclamación, como también una misión de hechos, hechos concretos de servicio. Implícito en esa misión está la misericordia y el amplio amor de Dios.
Contemplando la misión del Siervo anunciada en Isaías, sabemos que es una misión de justicia. “Él traerá justicia a las naciones” y “por medio de la verdad traerá justicia”. (Is. 42:1b, 3b). La palabra “justicia” viene de la palabra “juzgar”. De acuerdo con una norma, el juez decide el asunto y dictamina un fallo. Estas decisiones, en este caso, son las que Dios mismo determina en relación a la conducta de los hombres para condenar o justificar. Esa clase de juicio perfecto es la que Cristo trae a los gentiles y a las naciones (Young:111).
Una parte precisamente de aquel que gobierna es juzgar. No es una acción negativa porque en este caso el Siervo extiende los medios de salvación hacia las naciones. Su misericordia se extiende para los oprimidos. Él está puesto como “pacto al pueblo, por luz de las naciones”. Su ayuda y su salvación les alcanza. Los oprimidos y pobres reciben la vindicación del Juez Justo, acoplando a la disposición de Dios para extender la misericordia. Toda la envergadura notamos en la frase, “para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Is. 49:6b).
La Misión de Jesús
Fuente: Waldron Scott
Diagrama 5
El diagrama de Waldron Scott enfatiza la misión del Siervo en el mundo
Relacionando el discipulado con la dinámica de traer justicia a las naciones. En esto existe una dimensión vertical; el hombre con Dios y también una relación horizontal con los hombres. Misión tiene que ver con discipulado, pero también tiene que ver con el establecimiento de la justicia entre los hombres (1980:viii y xv).
- Las actitudes y maneras del Siervo en su ministerio.
Parece ser que el Siervo tiene una opción especial en su ministerio hacia los pobres, enfermos, quebrantados, cautivos, ciegos y oprimidos. Con el enfoque hacia los necesitados y hacia las naciones existe una demostración divina de una actitud misionera.
Esta actitud y manera de ser del Siervo se ve reflejada en la frase: “No gritar, ni alzar su voz, ni la hará oir en las calles” (Is. 42:2).
Esta manera de comportarse se contrasta con aquel conquistador de este mundo quien proclama a todo el mundo sus hechos y hazañas. Al contrario, el Siervo no forza sus ideas en tono de propaganda. Esto demuestra la confianza que tiene en el triunfo de la verdad. Las palabras del Siervo no son palabras de contienda, sino con calma y con quietud plantea su mensaje.
La actitud del Siervo hacia nuestra debilidad sugiere en aquella palabra: “No quebrará la caña cascada, ni apagar el pábilo que humeare; (Is. 42:3).
Su misión no es para aplastar ni destruir, sino bendecir, levantar y restaurar. La caña cascada representa aquel hombre débil, abofeteado en medio del viento de la opresión que ha caído en medio de la tormenta. En vez de destruir o descartarlos, el Siervo los estima y los bendice.
Sigue el profeta Isaías describiendo la actitud y manera del Siervo. “No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; (Is. 42:4).
¡Qué hermoso en el sentido de firmeza, de continuidad y de cumplimiento! La idea del cierre está presente. El desmayo tan frecuente en nosotros se ausenta en el Siervo, y en vez del desánimo y desaliento está la esperanza.
Otra actitud hermosa en el Siervo es de no defenderse. “No abrió su boca . . . ni hubo engaño en su boca” (Is. 53:7a, 9b). ¡Qué presencia y qué autocontrol!
La bendición florece en el ministerio del Siervo. No se le conceptualiza como fracaso, aun cuando tenga que sufrir agonía aguda, sino vemos lo contrario. La esperanza y la victoria son suyas. Además, por otros resultados comentado por Isaías, vemos una actitud de consolación, gloria, gozo y alegría. El profeta comenta:
“. . . a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; (Is. 61:2b, 3a).
Ministerio Relacional del Reino
El modelo de ministerio que el Nuevo Testamento presenta de Jesús es relacional. No ministra en un vacío, sino con personas reales. Tanto con su Padre como con los hombres el ministerio tiene una profunda relación. El Rey/Siervo también es sacerdote. Sí, es sacerdote delante de Dios, quien ministra a favor de todo ser humano. Ministra además por parte del Padre ante nuestro mundo.
¡Qué belleza de vida llevaba Jesús en cuanto a una comunión estrecha de oración con su Padre! Fue tal, que los discípulos le pidieron, “enseñanos a orar”. El escritor de Hebreos, comentando de este aspecto sacerdotal de Jesucristo, dijo de Jesús que “permanece para siempre”, y “tiene un sacerdocio inmutable”. Por todo lo que él hizo, “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25).
¡Gracias a Dios por este ministerio que sigue a favor nuestro de intercesión divina! Si él presenta tal clase de ministerio, ¿qué de nosotros si no le seguimos en esa dimensión tan importante?
Vemos al Señor Jesús en el modelo relacional de ministerio en este texto de Mateo 4:23. Está en medio de su gente, recorriendo toda Galilea, “enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.”
Con referencia a este modelo de Jesús, alguien dijo: “A veces fue sanador, de vez en cuando hizo milagros como señales, frecuentemente fue predicador, pero siempre fue maestro”. En 54 ocasiones fue llamado Maestro en los evangelios mientras lo mencionan como predicador en 12 ocasiones (Fitts:39).
Maestro: Modelo de Enseñanza
La palabra “enseñando”, usada por Mateo, se traduce por “enseñar”. Tiene que ver con dar instrucción e información para que una persona no ilustrada, no iluminada reciba luz y entendimiento. También, la palabra enseñar no sólo enfoca esa transmisión de información, sino también la respuesta de aquel que aprende. En este sentido, la palabra DIDASKO se cumple únicamente cuando haya un aprendizaje real. Si no hay aprendizaje, no hubo enseñanza. Adiestramiento, entendimiento, instrucción e intercambio de información tienen que ver con cambios. Cambios tanto de actitud y de creencias como cambios de conducta.
Si bien Jesús enseñaba en la forma de un rabí, no era como los otros maestros judíos. Si su idioma, su enseñanza del Antiguo Testamento, gestos y posturas eran como las de otros maestros, algo era muy diferente. Mateo comenta de esa diferencia en esta manera:
“. . . la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (7:28b, 29).
Seguramente este algo diferente responde a que Jesús era Alguien diferente . . . Dios/Hombre en medio de la humanidad y con la verdad muy especial. “Yo soy . . . la verdad” afirma que él era diferente a todos los demás hombres. El Dr. Fitts comenta:
“La ley fue interpretada con nuevo sentido por Jesús. (Mt. 5:38‑48). El enfoque de la enseñanza pasó de la ley y los mandamientos al ser humano. (Mt. 12:1‑8). La condición para la salvación del hombre pecador se concentraba en la gracia de Dios en contraste con el cumplimiento de la ley . . .”(39).
No vemos a Jesús con enseñanza estéril o descontextualizada. Apuntaba correctamente, asertando exactamente, su palabra era verdadera palabra.
No enseñaba con la finalidad de otros rabís para reclutar adeptos en la instrucción de la Torah, sino extendió un llamamiento más profundo de seguimiento. Era un seguir de un discipulado radical. Ese discipulado radical se expresó con los doce en esta forma:
“. . . y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, . . . para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: (Mr. 3:13‑15).
Decimos que Jesús enseñaba para un discipulado radical porque él contaba con una obediencia plena con una misión a cumplir por sus discípulos y con una confrontación de poder con las fuerzas satánicas. Transformación de vida, conversiones, sanidades físicas y señales eran resultados de este ministerio de enseñanza de Jesús. Cuando Jesús les preguntó a los doce si ellos también le iban a abandonar, Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:67, 68).
Predicación
Esta enseñanza se combinaba con la predicación. La predicación de Jesús era parte de esa confrontación con el poder de las tinieblas. La palabra ________________, usada por Mateo a hablar de este modelo ministerial de Jesús, también le relacionaba con la gente. La significación de predicar en este sentido es de proclamar, publicar y declarar las buenas noticias del reino. El hecho de predicar era un evento dinámico. No significa una elocuencia estudiada y aprendida con palabras rebuscadas. Era una declaración, como hace un heraldo, de un evento. Fue como una voz levantada señalando la llegada de un personaje importante.
En este caso, el evento es la llegada del Rey con el mensaje de su reino. El reino de Dios llega en la proclamación del evangelio. Marcos nos narra del contenido de esta predicación diciendo:
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:15).
Vemos el acontecimiento y el evento de la proclamación. “El tiempo se ha cumplido.” “El reino de Dios se ha acercado.” No está todavía a llegar ‑ ¡ya llegó! ¡No está lejos, sino se ha acercado! ¡Qué temendo acontecimiento! Y este modelo de predicación fue encomendado a los discípulos cuando Jesús mismo enviaba a los 12 y posteriormente a los 70. Tenía la misma intención de anuncio y de declaración del evangelio del reino enfatizando que “se ha acercado a vosotros el reino de Dios”. (Lc. 9:2 y 10:9).
La predicación enfatiza confrontación. Directamente, en virtud de ser rey, Jesús dijo: “arrepentíos y creed”. La demanda de una invitación potente señaló este acontecimiento del reino. Sabemos que unos le recibían y le aceptaban mientras habían muchos que lo rechazaban. Jesús apelaba a una decisión voluntaria. Era un llamado a un discipulado radical. Obediencia, arrepentimiento y fe.
La predicación como evento de Dios incluye los acontecimientos claves de salvación, el testimonio de buenas noticias, las afirmaciones de persuación de la verdad, las promesas divinas como el perdón de los pecados, el don del Espíritu Santo y la vida nueva en Cristo, y las demandas o exigencias del evangelio (Stott 1977:56-71). Con una sola palabra, la palabra “Cristo”, se resume el KERIGMA, la predicación del evangelio del reino.
Sanidad
La tercera palabra descriptiva del ministerio de Jesús en este versículo de Mateo es “sanando”. Mateo nos narra que Jesús en ese corrido sanaba “toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Era parte de su ministerio integral en que él no pasaba por alto la necesidad material de las personas.
A pesar de los problemas que la atención material y el servicio de milagros le causara a Jesús (ej. Jn. 6:15, 26), no cabe duda del impacto y la ayuda que tenía esa parte del ministerio. Mateo amplifica el resultado diciendo que no sólo en Galilea, sino “por toda Siria” se difundió su fama, mayormente por las sanidades. Notamos la amplitud de esta parte de su ministerio en las diversas palabras describiendo situaciones de necesidad.
“y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó” (Mt. 4:24).
Tampoco fueron casos de sanidades muy aislados, sino en muchas ocasiones de su ministerio vemos a Jesús tocando, ministrando y sirviendo de esta manera. Además de mencionar el exorcismo de espíritus malignos, o la resurrección corporal de personas, por lo menos en veinte ocasiones nos encontramos con casos de sanidad (Vila y Santa María:757). La fiebre, el flujo de sangre, la lepra, la parálisis, la ceguera, el sordomudo, la joroba de espalda y la epilepsia eran algunas enfermedades que se vieron sometidas al señorío de Jesús. ¡No había debilidad o enfermedad que Jesús no pudiera dominar!
¡Y qué hermosa atención de Aquel que es el Gran Médico! Con compasión, con amor profundo y con una relación totalmente adecuada ministraba a las personas. Parecía que estas personas sumamente hundidas en las necesidades (normales) de la vida, eran a su vez sumamente valoradas por el Señor. En la misma palabra “sanar” tenemos el énfasis personal entre aquel que servía y aquel que recibía. Esta clase de servicio era siempre buena y de utilidad.
El valor de la palabra “sanar”, TERAPEUW, en su uso fuera del Nuevo Testamento tenía la idea de servir o de rendir un servicio como culto inclusive a los ídolos. En el Nuevo Testamento la palabra no es un servicio a los ídolos, sino más bien el hecho de rendir un servicio a la persona por medio de una sanidad. No se refiere
a un tratamiento de medicina, el cual quizás fracase, sino una intervención divina para traer una sanidad real. Las sanidades que Jesús hacía muchas veces acompañaban a su ministerio de enseñanza y predicación.
En los tres aspectos de su ministerio ‑‑enseñanza, predicación y sanidad‑‑ Jesucristo, el Mesías, demuestra que él mismo es poder de Dios. (1 Co. 1:24). El poder DUNAMIS “que estaba obrando en Jesús, el cual le hace Señor sobre todo espíritu, da surgimiento a los nuevos hechos de poder” en la vida de las personas (Beyer:130). Estamos de acuerdo con el Dr. Beyer con su énfasis en que las sanidades, exorcismos y las resurrecciones en el ministerio de Jesús son para demostrar que Jesús tiene poder sobre todas las fuerzas de las tinieblas y de Satanás en el mundo. Lo que se hacía patente era que el reino de Dios había intervenido en el mundo de sufrimiento. El milagro grande es la victoria de Jesucristo, por su cruz y en su resurrección, sobre las potestades y principados que han querido señorear sobre el cosmos (130-131).
¿Y nosotros personalmente como siervos del reino, o colectivamente como iglesias locales, no debemos reflejar este modelo de Jesús enseñando, predicando y sanando? Reconozcamos los riesgos de la enseñanza falsa, de la predicación impotente o desviada, y de buscar lo sensacional entre las sanidades. Sin embargo, no se puede tirar el modelo ‑ es modelo de Jesús, nuestro Señor. Y, ¿no seremos fieles discípulos al cumplir su voluntad a través de actuar correctamente al enseñar, predicar y sanar?
Jesucristo: Forjador de Discípulos
Jesús era forjador de discípulos. Al entregar a sus hombres la gran comisión de hacer discípulos había demostrado cómo hacerlo. Él mismo los había formado y amoldado. Sí, seguramente todavía estaban “en proceso” como lo vemos en el libro de Hechos. Pero, estos discípulos tenían las bases del discipulado ‑‑eran bases entregadas por el Gran Forjador de discípulos‑‑ Jesucristo mismo.
Aquellos primeros discípulos eran hombres comunes, no sumamente ilustrados secularmente, pero hombres del pueblo. Eran parte de un pueblo hebreo que tenían ciertas nociones del discipulado a través de ejemplos como Josué, seguidor de Moisés; el dirigente Salomón, seguidor de su padre, el rey David; Eliseo, seguidor del profeta Elías.
Posiblemente estos hombres se incluyeron al contemplar la palabra de Dios dada a Jeremías cuando el profeta hablaba del trato de Jehová con su pueblo en términos del alfarero con el barro. Con todo esmero y trabajo, el alfarero tomaba el barro. Con su habilidad y esfuerzo trabajando sobre la rueda, amoldaba el barro, pero “se echó a perder en su mano”. Con paciencia, con tesón trabajaba de nuevo para amoldar a su parecer otra vasija que podría ser de utilidad. Esa ilustración formaba parte del trasfondo del Antiguo Testamento para estos discípulos. No podrían haber reflexionado sobre el hecho de que Cristo estuviera amoldando sus vidas como el alfarero. Las lecciones de esa palabra profética ‑‑el fracaso de la gente entregada a la idolatría, la iniciativa del soberano Dios quien toma de nuevo el barro para amoldar algo útil, la paciencia y energía divina necesaria‑‑ eran no sólo parte de su trasfondo conceptual, sino habiendo estado con Jesús, una parte real de su propia experiencia. Jesús los amoldaba. Era un gran forjador de discípulos.
Jesús no buscaba simplemente oyentes o personas ligeramente interesadas en su plática, sino personas que pudieran ser verdaderamente sus seguidores. La palabra “seguidor” tenía estos matices: (Stam).
‑ La palabra común para el soldado que seguía a su comandante. Jesús, el Capitán.
‑ La palabra común para los esclavos que servían a sus amos. Jesús el Señor, el Dueño y el Amo.
‑ La palabra común de obediencia a su opinión o consejo. Jesús como Padre o Hermano Mayor.
‑ La palabra usada para aquel que guarda las leyes de la comunidad y lleva un estilo de vida como buen ciudadano. Jesús el Rey.
‑ La palabra de aquel que sigue el hilo de la conversación y capta el argumento del discurso. Es un buen estudiante. Jesús el Maestro.
– La palabra de seguimiento a una persona hasta que el necesitado reciba todo lo necesario. Jesús el Poder de Dios.
Como forjador de discípulos, Jesús presenta tanto un discípulo que es amoldado para su ser interior como también en el hacer de ciertas tareas. Las palabras soldado, esclavo, hijo, ciudadano, estudiante, y necesitado expresan esa clase de seguimiento.
Como forjador de discípulos, Jesús miraba al desarrollo del hombre entero. En su enseñanza impartía conocimiento. En su adiestramiento compartía actitudes imprescindibles para el buen logro del oficio. En la edificación y exhortación Jesús impartía el carácter de su propia persona. Tenía Jesús en su visión al hombre entero (Henrichsen 116-132).
No sólo fue el hombre entero e integral como enfoque de Jesús, sino el enfoque del discipulado que se desarrolla en relación con la revelación de Dios con otros discípulos y en el contexto de este mundo. El Dr. Samuel Schutz presenta los siguientes diagramas que enfatizan ciertos enfoques de Jesús con sus discípulos. Todos están en relación con la revelación de Dios, por su Palabra escrita y por su Palabra encarnada en la persona de Jesús (1987-1988:1-14).
Diagrama 6 Fuente: (Schutz:5)
La visión que Jesús tenía para sus discípulos era que podrían ser aprendices y mayordomos en relación con su enseñanza. Podrían, además, ser personas estrechamente relacionadas con su propia persona a través del amor reverente y una entrega como siervo. Los elementos de oración, estudio de la Palabra, servicio de amor y administración de vida (tiempo, bienes, talentos), se
conjugan en este modelo.
El siguiente diagrama pone este modelo en el contexto de la comunidad de fe, la iglesia local, y el contexto del reino de Dios más allá de la iglesia local. De esta manera, en medio de la sociedad o la cultura y el mundo en el cual vive, el discípulo da testimonio de la gracia de Dios. Este testimonio no es sólo lo que hace, sino lo que es através de su relación con Dios.
Diagrama 7 Fuente: (Schutz:8)
Lo que predomina en el modelo del discipulado es la idea de ser siervo. Siervo que expresa amor, amor a Dios y amor al prójimo. Siervo que expresa obediencia, fidelidad y lealtad en relación a su Señor. Sí, es de su Señor la iniciativa de esa relación. Es una relación donde Dios llama, limpia, comisiona y da poder. “Dios continua en la reafirmación de estas acciones y añade para con ellos la preservación y su guía en este servicio”(Elliston 1988:47). La respuesta del discípulo es de una actitud humilde de entrega ‑ entrega de fe y obediencia.
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