Revista Iglesia y Misión N°74 Nota 2
Declaración Evangélica de Bogotá
Noviembre 1969
Los aquí reunidos, creyentes en Cristo, miembros de las diferentes comunidades denominacionales que trabajan en nuestro continente entre el pueblo latinoamericano, nos hemos congregado en este Primer Congreso Latinoamericano de Evangelización en el nombre de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Creemos que el Espíritu Santo mismo nos ha guiado a este encuentro, con la finalidad de examinar de nuevo nuestra misión evangelizadora a la luz de la enseñanza bíblica y de la actual situación latinoamericana. Nuestra presencia en este congreso ha sido manifestación de nuestra unidad en Cristo, cuya naturaleza espiritual y no organizacional hunde sus raíces en nuestra común herencia evangélica, fundamentada en las verdades de la Biblia, cuya autoridad como Palabra de Dios iluminada por el Espíritu Santo afirmamos categóricamente.
Como consecuencia esta declaración que presentamos al pueblo evangélico latinoamericano es expresión de un consenso en el cual hay acuerdo en lo fundamental; pero hay también lugar para la diversidad que proviene de la multiforme gracia de Dios al dar sus dones a su pueblo:
diversidad dentro de la unidad.
Esta declaración quiere también reflejar la toma de conciencia que en estos días el Señor Jesucristo ha querido darnos, haciéndonos sentir lo agudo de la crisis múltiple por la que atraviesan nuestros pueblos, y el carácter imperativo de su mandato a evangelizar. Juntos hemos reconocido la necesidad de vivir plenamente el evangelio, proclamándolo en su totalidad al hombre latinoamericano en el contexto de sus múltiples necesidades.
Compartimos con un sentido de urgencia lo que el Señor nos ha mostrado pero sin intentar legislar en la vida de las iglesias latinoamericanas. Invitamos más bien al pueblo latinoamericano a considerar y estudiar estas declaraciones que expresan las convicciones a que el Señor Jesucristo nos llevó durante el Congreso.
Así declaramos:
- La presencia evangélica en Latinoamérica es fruto de la acción de Dios por medio de un inmenso caudal de amor cristiano, visión misionera, espíritu de sacrificio, trabajo, esfuerzo, tiempo y dinero invertido aquí por las misiones extranjeras que han venido trabajando desde hace más de un siglo, incluso la obra de las Sociedades Bíblicas. Esta mirada a nuestra historia no puede menos que despertar en nosotros un espíritu de gratitud por la obra misionera cuya dimensión reconocemos. Al mismo tiempo, al mirar hacia el futuro, estamos conscientes de las nuevas responsabilidades, nuevas tareas y nuevas estructuras que son un verdadero desafío a los creyentes latinoamericanos y al liderato autóctono en todas las dimensiones del
- La comisión de anunciar el evangelio a toda criatura es un imperativo claramente expresado en la Palabra de Dios. La evangelización no es algo optativo: es la esencia misma del ser de la iglesia, su tarea suprema. La dinámica de la tarea evangelizadora es la acción del Espíritu Santo. Es él quien da los dones a la iglesia, capacita al evangelizador, da testimonio de Cristo al oyente, lo ilumina, convence de pecado, de justicia y de juicio y de eterna perdición; lo convierte en nueva criatura, y lo hace parte de la iglesia y colaborador con Dios en la evangelización. Cuando no se reconoce esta iniciativa del Espíritu Santo, la evangelización se torna mera empresa
- Nuestra teología sobre el evangelismo determina nuestra acción evangelizadora, o la ausencia de ella. La sencillez del evangelio no está reñida con su dimensión teológica. Su naturaleza es la autorevelación de Dios en Cristo Jesús. Reafirmamos la historicidad de Jesucristo según el testimonio de las Escrituras: su encarnación, su crucifixión y su resurrección. Reafirmamos el carácter único de su obra mediadora, gracias a la cual el pecador encuentra el perdón de los pecados, y la justificación por la sola fe, sin reiteración de aquel sacrificio. Reafirmamos asimismo que Cristo es el Señor y la Cabeza de la iglesia, y que la manifestación final de su señorío sobre el mundo será evidente en su segunda venida, la cual es la esperanza de los redimidos. Estas son las buenas noticias cuya proclamación y aceptación transforman radicalmente al hombre.
- Los campos de la América Latina están blancos y listos para la siega. Grandes sectores de la población manifiestan receptividad al evangelio, pero esta hora de oportunidad demanda una estrategia adecuada. Debemos evaluar los actuales métodos de evangelización a la luz de los resultados visibles en el crecimiento asombroso de ciertas denominaciones. Dicha evaluación, unida a una consideración cuidadosa de la vida de la iglesia neotestamentaria, demostrará en primer lugar la importancia de una movilización total de la iglesia para la tarea evangelizadora. Afirmamos, para ser fieles a la Biblia, que esta movilización ha de ser obra del Espíritu Santo, que usará los medios que la iglesia proporcione con inteligencia e inventiva, comenzando a nivel de la congregación local.
- En nuestro siglo somos testigos del progreso asombroso de los medios de comunicación que, por su eficiencia y por la falta de ética de quienes la manejan, contribuyen a crear un caos de voces que confunden al latinoamericano. En medio de tal confusión la voz clara, distintiva, sencilla y poderosa del mensaje de Cristo debe encontrar su camino hasta el oyente. El mensajero de Jesucristo tiene la urgente responsabilidad de comprender y utilizar las técnicas modernas de comunicación a fin de captar la atención del hombre latinoamericano, dialogar con él y comunicarle el evangelio en forma inteligible y pertinente a su situación
- El progreso de la evangelización se da en situaciones humanas concretas. Las estructuras sociales influyen sobre la iglesia y sobre los receptores del evangelio. Si se desconoce esta realidad se desfigura el evangelio y se empobrece la vida cristiana. Ha llegado la hora de que los evangélicos tomemos conciencia de nuestras responsabilidades sociales. Para cumplir con ellas, el fundamento bíblico es la doctrina evangélica y el ejemplo de Jesucristo llevado hasta sus últimas consecuencias. Ese ejemplo debe encarnarse en la crítica realidad latinoamericana de subdesarrollo, injusticia, hambre, violencia y desesperación. Los hombres no podrán construir el reino de Dios sobre la tierra, pero la acción social evangélica contribuirá a crear un mundo mejor como anticipo de aquél por cuya venida oran diaramente.
- La explosión demográfica nos presenta el desafío de una población juvenil que aumenta vertiginosamente en el preciso momento en que la iglesia comprueba por su parte un éxodo de sujuventud y una crisis del ministerio frente a las nuevas generaciones. El empuje de la iglesia debe renovarse de acuerdo con una estrategia orgánica que comprenda el diagnóstico realista de la crisis juvenil y la reformulación de las demandas de Cristo. El reto del Señor ha de enunciarse de manera que capte la imaginación y la energía de la juventud, lanzándola precisamente a la conquista de Latinoamérica para Cristo. El entusiasmo, el vigor, el espíritu de servicio y aventura de la juventud que haga de Cristo su señor y líder podrá convertir en realidad las profundas transformaciones que nuestros pueblos esperan.
- La tarea de la evangelización no termina con la proclamación y la conversión. Se hace necesario un ministerio de consolidación de los creyentes nuevos que les brinde capacitación doctrinal y práctica para vivir la vida cristiana dentro del ambiente en que se mueven, para expresar fidelidad a Cristo en el contexto sociocultural donde Dios los ha puesto. El proceso de planificación de la tarea evangelizadora también debe proveer las bases teológicas y los métodos prácticos para realizar esta tarea de consolidación.
- En un continente de mayoría nominalmente católica no podemos cerrar los ojos a las inquietudes de renovación que se advierten en la iglesia de Roma. El «aggiornamento» nos presenta por igual riesgo y oportunidad: los cambios en materia de liturgia, eclesiología, política y estrategia, dejan sin embargo incólumes los dogmas que hacen división entre evangélicos y Roma. Pero nuestra confianza en la Palabra de Dios, cuya difusión y lectura se va acelerando dentro del catolicismo, nos hace esperar frutos de renovación y nos proporciona oportunidad para el diálogo a un nivel personal. Este diálogo ha de ser inteligente, y exige en nuestras iglesias una enseñanza más profunda y consecuente con la herencia evangélica, a fin de evitar los riesgos de un ecumenismo ingenuo y mal entendido.
- En actitud de agradecimiento al Señor Jesucristo por la forma en que nos ha permitido la expansión del evangelio en estas tierras, confesamos al mismo tiempo nuestra incapacidad y nuestras fallas en el cumplimiento de su mandato en esta hora crítica. Pero afirmamos nuestra fe en los recursos de su gracia, que capacitan a los suyos a la medida de las tareas que él les manda, y en la ayuda y el poder del Espíritu Santo prometido a la iglesia «hasta el fin del mundo». Al Señor y Salvador al cual damos la gloria ahora y por los siglos, nos encomendamos. Amén.
Fragmento Tomado de: Modelo Supremo de Misión, Dr. Peter Larson, M6: EL ESPÍRITU SANTO: El Poder y La Guía en la obra misionera.