TRES ASPECTOS EN EL NACIMIENTO DE CRISTO
- DIOS CUMPLE SU PROMESA DE ENVÍO
Nos acordamos muy bien de las promesas de Dios en cuanto al envío de su Mesías. Las cuatro siguientes porciones nos hablan de ese fiel cumplimiento por parte de Dios en el envío del Mesías. Citamos solo una porción de los textos.
Isaías 9: 1 al 7
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro, y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.”(6)
Miqueas 5:1 – 5
“y él estará y apacentará con poder de Jehová, con grandeza del nombre de Jehová su Dios; morarán seguros porque será engrandecido hasta los fines de la tierra. Y éste será nuestra paz.” (4-5ª)
Lucas 2:32
“Ahora Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra:
Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
Gálatas 4:4
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envío a sus Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.
Las citas del Antiguo Testamento miraban al día futuro, mientras las dos citas del Nuevo Testamento nos comenta del hecho de cumplimiento. El Dios Alto y Sublime, Jehová quien es siempre fiel a su pacto, cumplió en el envío de su Hijo. La iniciativa, el impulso, y el poder fue de Dios. Dios descendió en ese cumplimiento.
La pregunta para nuestra misión – ¿Es el Dios fiel en su cumplimiento, también fiel para nosotros al ser enviados? En toda la Escritura, y también a través de la historia misionera, el testimonio sigue siendo que Dios es fiel a su promesa. El cumple. El cumple en los pequeños detalles. El cumple en las grandes cosas. El abre y cierra las puertas. El impulsa y detiene a los suyos, pero en medio de los altibajos de experiencia en ser enviado, Dios siendo rey, siendo el soberano, cumple con sus promesas. No son huecas palabras, sino hechos efectivos que cumple su hermoso propósito.
- EL QUE FUE ENVIADO
Un niño, pero ¡qué niño!! La entrada de este niño vino a romper con el pesado yugo, la vara y el cetro de opresión. El calzado que lleva el guerrero con su manto toda manchada de sangre ha de ser quemado como pasto de fuego. Estas figuras de violencia, de guerra, de milicia se contrastan drásticamente con el personaje enviado. Es un niño, un hijo que es dado, entregado y que lleva tan hermoso nombre. Tomemos los títulos del Mesías que el profeta Isaías nos dio en su profecía para contemplar el carácter de Cristo:
Él es el admirable consejero, aquel que nos da pautas, entendimiento, consuelo y aliento. Su consejo es acertado no solo algunas veces sino siempre. Decimos que él es admirable de todo punto de vista.
El es Dios fuerte con el verdadero poder. Poder que transforma, poder que cambia el panorama y poder que da autoridad.
En su persona él nos liga con el eterno Padre. ¿Cómo entramos y cómo podremos ser unido al eterno Dios? Claro, por la maravilla de aquel Mesías enviado por el Padre.
El sigue siendo el Príncipe de paz, el Príncipe del shalom de Dios. Paz tan tremenda, tan amplia, tanto vertical como horizontal. La paz con sus facetas espirituales igual como los sociales y materiales.
Nosotros, tomando de este ejemplo, quizás sentimos muy distantes de semejante descripción de aquel gran ENVIADO de Dios. Pero, tomemos de estos nombres en nuestro envío, no por ser por naturaleza con las cualidades de estos grandes títulos, sino por ser representantes de nuestro gran Señor. Al representar a Dios en el envío misionero, la paz de él llevamos por medio de su poder en nosotros. Esa paz de Dios en el mundo tan conflictivo. Al ser ligados estrechamente por su Santo Espíritu a lo eterno de Dios, podemos afirmar que el reino eterno está presente por el Espíritu. Dios mismo está presente y está cercano. Hablaremos no en nuestro propio conocimiento o en nuestro propio entusiasmo, sino por medio de la unción Espíritu
- LA MANERA DE SU ENTRADA AL MUNDO.
En un pueblo pequeño, como parte de una familia sencilla, con una pobreza y la humildad que le rodeaba, nació el bebé de María. La madre, lejos de su propia casa estaba en medio de un viaje forzado por la orden del imperador. José su marido no encontraba un lugar más adecuado, pero entró ese lugar sencillo precisamente en el momento oportuno. Después de su viaje desde Nazaret a Belén, (supuestamente de 3 días cubriendo los 90 kilómetros y quizás en parte caminando y parte cabalgando en un animal de carga) María llegó a ese lugar tan sencillo cumpliendo la profecía de Miqueas hecha años antes.
Llegó el cumplimiento de su tiempo para el nacimiento de su niño. El fue llamado Jesús porque salvará a su pueblo de sus pecados. El era también llamado Emmanuel, Dios con nosotros.
El contexto del pasaje lo ubica en una tierra de gran necesidad, donde las tinieblas moraban, la violencia asechaba y la muerte reinaba. En medio de esa escena penumbrosa, el resplandor divino llegó con su gloria. No era una zona conocida por su importancia o un centro religioso o político, sino este niño se criaba al lado del Jordán, en Galilea de los gentiles.
En este cumplimiento de la promesa miramos el patio del templo, cuarenta días después de su nacimiento. José con su madre María lo ha llevado con su ofrenda de dos pichones de paloma. El viejo hombre, Simeón, estaba presente. Él esperaba la liberación de Israel. Este hombre piadoso, adorador del Alto Dios, se conmovió al tomar en sus brazos al pequeño niño. El Espíritu de Dios le había indicado, que no vería la muerte antes de que viese al Ungido del Señor. Al tomar a Jesús en sus brazos, se prorrumpió en bendición:
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,
Conforme a tu palabra:
Porque han visto mis ojos tu salvación,
La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel. (Lucas 2:32)
María y José se quedaron maravillados con estas palabras. La identificación de Jesús como el Ungido de Dios, su identificación con la salvación divina, la identificación como Luz no solamente para el pueblo de Israel sino también Luz para los gentiles era más allá seguramente de su comprensión. Simeón siguió con una palabra de solemne advertencia:
“Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levantan. El será una señal que muchos rechazarán, a fin de que los corazones queden al descubierto. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma.” (Lucas 2:34b-35VP)
Si el entorno del nacimiento de Jesús era al impulso divino, con su fragancia tan especial de lo eterno, ¿qué podemos aplicar de este evento de la encarnación en nuestra propia vida misionera?
- El contexto de “entrada” nuestra a otra cultura como misionero muchas veces se asemeja al contexto del tiempo de Jesús con las tinieblas, las violencias, la muerte y la desesperación de la gente que nos rodea.
- El llegar al grupo marginado, en vez del grupo del centro, puede ser también a imitación a Cristo. Su llegada a Galilea de los Gentiles nos habla de esa entrada. Belén, como “pequeño entre las familias” también nos indica una entrada con los marginados.
- Nuestra entrada debe de ser como “niño” indefenso y sin apelar a los derechos, linaje, riqueza o poder político. Entendemos que lo ideal es llegar a ser aculturado y sumergido en la cultura como niño, aprendiendo las costumbres y el idioma para relacionarnos apropiadamente dentro de la cultura. En el caso de Jesús, él llegó sin la ropa de gloria, como bebé. ¡No llevó los bultos o el bagaje! Nosotros como misioneros llegamos ya en la edad adulta. Llevamos nuestra propia cultura e idioma con la conducta correcta de nuestra propia cultura. Esto nos presenta un choque porque tenemos que hacernos niños otra vez ¿No será esta entrada un desafío de humillación? ¿Estamos dispuestos a seguir a nuestro Señor en esa entrada? ¿O, vamos a estar llorando y pataleando como el niño que no quiere sujetarse?
- La llegada del Mesías y nuestro Rey en medio de pobreza y posición social humilde nos llama fuertemente la atención. Fue parte de despojarse y de tomar forma de hombre. Nació en un ambiente provincial. Sin embargo, los animales, la agricultura de cerca, la vida no agitada por la tecnología todavía forma parte de la población en nuestro mundo muy grande. (Reconocemos la posibilidad de la idealización de la vida campestre no realista, igual como la idealización de la pobreza que no encara su cruda realidad.)
- La entrada y el nacimiento del Mesías fue un milagro de nuestro Dios quien envía. En todo ello está un evento escatológico de suma importancia. Toda la escena estaba llena de lo milagroso de Dios. La intervención del ángel Gabriel, la obra en la pareja de Zacarías y Elizabet para poder tener al niño Juan, la estrella de guía de los hombres del este, la dirección en sueños para José en la protección de Jesús de la amenaza de muerte de Herodes, y sobretodo la obra del Espíritu Santo en la concepción de María como virgen nos hablan de la intervención divina y del poder sobrenatural. Se respira toda la historia de lo magnífico que es Dios en su poder redentor para la humanidad. La obra misionera no puede descartar los milagros de Dios y su intervención en nuestro momento histórico. Él que nos envía es el Dios de poder y de milagro. ¿Será el envío en nuestros días, también envío acompañado de milagros? ¿Qué de los milagros de la vida transformada de los misioneros? ¿Qué de los casos de una apertura cuando todas las puertas, humanamente hablando están cerradas?
- En la narración de los acontecimientos relacionados al nacimiento de Jesús, nos interesa la envergadura de su reino. La voz profética de Isaías y de Miqueas nos ha señalado la extensión del reino, no sólo para Israel sino para los Gentiles y hasta los fines de la tierra. El Mesías era particularmente para el pueblo de Israel, pero su influencia todavía incluye las gentes en todas partes del mundo – “hasta los fines de la tierra”. Era la voz de Simeón que se levantó con una hermosa claridad de lo inclusivo que es el reino. Esta salvación y luz estaba preparada “en presencia de todos los pueblos;… revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.”(Lc. 2:31,32).
- La calidad del reino florece en estas palabras describiendo el reino del Mesías. Señorío, justicia, derecho y paz son posibles porque Dios ama ardientemente y con celo. Al morar con el Rey, hay seguridad de vida y sostenimiento La justicia se interpreta por relaciones justas, tanto entre las personas y su Alto Dios como también entre las personas del pueblo. La presencia del Rey gobierna y dirige en un ambiente de amor. Sí, en el reino de Dios hay una hermosa calidad de vida.
Nosotros en nuestra entrada seguimos a Aquel que lleva tan hermoso nombre. Sólo podemos decir que le seguimos, y que no pretendemos ser Salvador, Señor, el Ungido de Dios, Emmanuel, Hijo de Dios, Dios fuerte, Padre eterno o Príncipe de paz. Pero, igual al apóstol Pablo, anhelamos imitarle a Jesús en su ejemplo. La santidad le siguió a Jesús. ¿No debemos seguirle a él en esa misma calidad de vida? La justicia y derecho de su carácter también le marcaron. ¿No nos debe marcar también? Y, ¿qué de la paz, esa paz en su amplio sentido? ¿No debe de caracterizarnos a nosotros esa calidad de nuestro Maestro? Existió tremendo poder en Cristo en su mansedumbre y humildad. Toda la expresión de su vida de entrada habla de la gloria de Dios y el honor que Dios merece. Este carácter de Jesús en su “entrada” nos desafía en grande.
Fragmento Tomado de: Modelo Supremo de Misión, Dr. Peter Larson, M3. Nacimiento y Ministerio