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Capítulo Cuatro
EL ESPÍRITU SANTO EN PLANTAR IGLESIAS
Dr. Pedro Larson.
Sin Dios nada somos en el mundo,
Sin Dios nada podemos hacer,
Ni las hojas de los árboles se mueven,
Si no es por su poder (ADOREMOS CANTANDO, 356).
¿Cómo podemos expresar nuestra dependencia del Señor? Como en este cántico, sentimos profundamente que sin él nada podemos hacer. El establecimiento de una iglesia local, fiel a la Palabra, como un reflejo del reino de Dios en medio de una determinada localidad, con raíces autóctonas, con un mensaje contextualizado, con un servicio y demostración del amor de Dios en su propia sociedad y una misión profunda que traspase las barreras culturales, no es obra netamente humana. Es obra divina. La transformación espiritual, la morada del eterno Dios, el cambio de actitud y conducta no es engendrada por voluntad humana. Dios obra en medio. Es del Espíritu Santo de Dios.
La Escritura destaca la obra del Espíritu de muchas maneras. Su obra va más allá de una iglesia local. Él se mueve en toda la creación, normando la actividad de la naturaleza física. También su obra con el discípulo particular es muy extensa. Es desde aun antes de la conversión a Cristo que él obra. Reconocemos su parte en la transformación de redención y en la santificación. Sin él, nada podemos hacer personalmente. Nuestra intención en el presente trabajo es explorar su obra específicamente en la fundación de iglesias. Reconocemos al comenzar este estudio que él magnifica a Jesucristo, la Cabeza de la Iglesia. Él inspira, impulsa, dirige, proteje, aviva e ilumina el camino de los obreros que sirven a Dios en abrir obra nueva. Él abre el corazón de los receptivos, invade sus conciencias, cambia y transforma la vida. Él autoriza, da poder, capacita con dones espirituales, intercede por nuestro mundo, llena y fortalece. Mucho y mucho más hace nuestro Señor. Habita con el pueblo de Dios. ¡Está en medio!
Por lo tanto, al reflexionar sobre ejemplos bíblicos de plantar iglesias, nos convendría averiguar la amplitud de su obra en torno de frases claves referentes a la venida del Espíritu. Las palabras como “envío”, “bautismo”, “promesa”, “don”, “investidura”, “derramamiento” y “recepción” hablan de la amplitud de esa obra. Son facetas de una sola obra del Espíritu. Podemos afirmar que históricamente se cumplieron ya. Pero, son actualmente vigentes. Las acciones del Espíritu siguen. Sin la obra dinámica, real y presente del Espíritu, ninguna nueva iglesia podría constituirse, ni tampoco ninguna congregación podría organizarse espiritualmente. Las frases que estudiaremos tienen importancia para el inicio de la obra. Otros conceptos de la obra del Espíritu como “llenura”, “plenitud”, “dirección”, y “adiestramiento” tienen relación tanto en el comienzo de una iglesia nueva como en la continuidad de esa congregación.
Para los primeros discípulos, los días entre la cruz y Pentecostés eran días de una transición profunda. La muerte, resurrección y ascensión proveían una base segura para la venida del Espíritu. La perplejidad, la duda, la tristeza, el conflicto interno y el temor fueron superados con la venida del Espíritu Santo. Hubo cumplimiento de parte del Trino Dios. Hubo la manifestación de su amor.
El Envío del Consolador ‑ El Paracleto
El envío y por lo consecuente la venida del Espíritu Santo fue una promesa prominente de Jesús pocas horas antes de la cruz.
Entre las promesas de Jesús mencionamos:
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:” (Jn. 14:16).
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas. . .” (Jn. 14:26).
“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga. . .” (Jn. 16:7, 8a).
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;” (Jn. 16:13).
La promesa del Consolador figura con prominencia en esta parte de la enseñanza de Jesús. El Paracleto es el que pide, exhorta, consuela, anima, aboga e intercede por los suyos. Jesús estaba con los suyos enseñando, guiando, protegiendo y defendiéndolos. Para continuar ese ministerio tan hermoso del Señor, Jesús prometió el envío de su Santo Espíritu, el mismo Espíritu de Cristo. Es el otro Consolador, el otro Paracleto, el Espíritu de verdad, él que procede del Padre, él que el mundo no puede recibir porque no le ve, ni le conoce.
En estas promesas de su envío, Jesús especificó que él rogaría al Padre (en este caso a favor nuestro en esa estrecha comunión y voluntad unida) con la finalidad que el Paracleto estuviera con nosotros para siempre. Esa misma finalidad duradera implicaba su presencia amplia con nosotros. Como en otras actividades de su reino, Dios mismo, Jesús el Señor, el Espíritu de poder está con nosotros. No estaremos solos, ni con una idea de que el Señor nos ha dejado. No nos sentiríamos como huerfanos. La finalidad de su presencia es tal que no nos acompaña como una persona externa, sino mora con nosotros y está en nosotros. ¡Qué bendición ‑ el envío/la llegada/la presencia del Espíritu Consolador!
La lista es larga y hermosa en cuanto a lo que el Paracleto hace con nosotros. Entre esas acciones:
‑ nos enseña todas las cosas. (14:26).
‑ nos hace recordar lo dicho por Jesús. (14:26).
‑
nos vincula con la paz de Jesús. (14:27).
‑ da testimonio de la excelencia de la persona de Jesús. (15:26).
‑ nos guía a toda la verdad. (16:13).
‑ nos hace saber las cosas que habrán de venir. (16:13).
‑ glorifica a Jesucristo. (16:14).
‑ toma de Jesús y nos lo hace saber. (16:15).
Esta obra del Espíritu, además de ser particular en cada uno de nosotros, es colectiva. Es notable lo plural en las frases de la enseñanza de Jesús. No podemos desmentir la importancia de los otros hermanos y de la comunidad de fe.
Esta obra del Espíritu hace su obra estando en nosotros. Es obra de instrucción, de revelación, de paz y de dirección particular a que efectuemos la voluntad de Dios y que glorifiquemos a Cristo. El Paracleto se esconde para exaltar a Jesucristo. ¡Qué precioso es que en ese clima tan hostil de persecución y sufrimiento, Cristo haya dado la enseñanza del envío de su Espíritu, el cual nos provee tanta seguridad y bendición!
Pero la obra del Paracleto no es únicamente con los discípulos, sino Juan comenta:
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8).
Todos los que creemos, damos gracias por esa obra en nuestras vidas antes de nuestra conversión, y también la obra de convicción de pecado, de justicia y de juicio después de creer en Cristo. La palabra convencer también se traduce por redargüir o mostrar claramente. El Espíritu nos muestra claramente nuestra situación. Nos hace posible el entendimiento espiritual. Él reajusta el enfoque que tenemos en cuanto a la persona de Jesús y nuestra verdadera necesidad de él.
El convencimiento del Espíritu tiene que ver con:
Pecado – nuestra situación de errar el blanco que se expresa poderosamente en la incredulidad.
Justicia ‑la recta relación que Cristo nos puede proveer entre nuestra alma y su Creador y entre nuestra vida y el prójimo. Jesús iba a su Padre. El camino estaba hecho por su cruz. La participación de vida es otorgada en su resurrección. ¡Qué hermosa es la victoria que el Espíritu promueve!
Juicio ‑ “Por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn. 16:11). El adversario de nuestras almas ya ha sido condenado, juzgado y sujetado para un futuro de fracaso. Esta obra del Espíritu nos habla de la derrota de Satanás. En este sentido el Espíritu nos convence de necesidad y de la victoria en Cristo.
Una palabra sobre el hecho de “enviar”. Jesús usaba la palabra PEMPO para el envío del Espíritu. (Jn. 14:26; 16:7). Este verbo denota la relación íntima e inmediata entre aquel que envía y el que es enviado. No es como la otra palabra APOSTELLO que además tiene la idea de una comisión especial y una autoridad delegada (Wescott:298). ¿No será, con el uso de PEMPO, que Jesús estaba enfatizando con el envío de su Espíritu su propia intimidad continuada con sus discípulos? ¡Otra bendición!
El Bautismo con el Espíritu Santo
La venida del Espíritu significa un bautismo, una inmersión y el hecho de ser sumergido en Dios mismo. Jesús habló con sus discípulos con una seguridad y certeza en cuanto a esta promesa. Esta certeza aflora cuando él dijo: “Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:5). Fueron palabras proféticas, llenas de confianza. Aquí está el concepto de ser bautizado con la misma persona de Dios, sumergido con él y en su persona completamente inmerso. Estar en el Espíritu de completa santidad.
El que bautiza se entiende por el mismo Señor Jesús. (Jn. 1:33; Lc. 3:16). El Dr. Marshall comenta sobre esta palabra “bautismo”: “Cuando el término es aplicado al Espíritu, parece que se refiere al derramar de lo alto por Dios y se asocia con el perdón de pecados. Pero la metáfora de derramar un líquido es finalmente inadecuada para describir el don del Espíritu quien viene al pueblo de Dios trayendo poder, sabiduría y gozo. Como resultado, la palabra bautismo es ampliada considerablemente en su uso de metáfora porque un sinónimo solo no puede hacer justicia a la amplitud de la significación de la recepción del Espíritu” (58).
El concepto de bautismo para estos hombres judíos hablaba de la limpieza y la santificación. Hablaba de una identificación con el mensaje de Juan el Bautista en cuanto al arrepentimiento y fe en la persona prometida. Hablaba de identificarse con preparar el camino del Mesías mismo. Además, el bautismo se asocia con la idea de pertenecer al Señor. El bautismo enfatiza perseverancia en Cristo.
Sabemos que no todos los creyentes están de acuerdo con la idea de que el bautismo del Espíritu es efectuado en la persona al iniciar con Cristo, sin embargo, consideramos correcta la interpretación del Dr. Harrison cuando él dijo:
“Como el bautismo en agua es una vez para siempre, también es el bautismo con el Espíritu. Por razón de una posición histórica peculiar de los once, ellos eran creyentes por un tiempo antes de ser bautizados con el Espíritu; pero esto no es la norma para esta época (la nuestra)” (38,39).
En su estudio, Sed Llenos del Espíritu Santo, el Dr. Stott está de acuerdo en que el bautismo con el Espíritu Santo es una bendición distintiva de una nueva era en la obra de Dios con su pueblo. Esto está en virtud de lo que Cristo efectuó sobre la cruz, por la resurrección y en su ascensión. Además, según el Dr. Stott, el bautismo con el Espíritu Santo es una bendición universal “en cuanto ahora es de todos los hijos de Dios por derecho de nacimiento”. Él continúa diciendo: “Esto cae de maduro pues es parte de la salvación que Dios nos da por Cristo” (1977a:24).
Esta interpretación de Stott, como parte integral de la salvación para todos los creyentes, es basada en la profecía de Joel diciendo que el Espíritu Santo es derramado sobre “toda carne”. Todos los que creemos en Jesucristo somos incluidos. Además
, en base a las promesas de Dios, somos ahora morada del Espíritu Santo como jamás los creyentes del Antiguo Testamento pudieran ser. Ya vino el Espíritu de Dios. La obra de Cristo ya se efectúa en el creyente (1977a:25).
Damos gracias al Señor que desde el inicio de una vida nueva el Espíritu Santo es operante en nosotros. Esa operación, ese inicio, esa identificación con Cristo, ese comienzo de salvación para vida eterna se llama el bautismo con el Espíritu Santo. A través de su obra formamos parte del cuerpo de Cristo. Tomamos vida de su Persona que mora con nosotros.
¡Qué hermoso es saber que la plantación de una nueva comunidad de fe se liga íntimamente con aquel bautismo pentecostal del Espíritu Santo!
La Promesa del Padre
La promesa de la venida del Espíritu tenía mucha importancia para los discípulos en la enseñanza pos resurrección de Jesús. Los textos claves, aparte de Hechos 1:8, son:
“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mi. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:4, 5).
Jesús especificó el lugar, “Jerusalén”; la necesidad de la espera, “no muchos días”; que esta promesa es “promesa del Padre” y que lo habían oído anteriormente del mismo Jesús. El énfasis no era de hacer un esfuerzo muy grande en el esperar, sino de esperar en Jesús.
Literalmente, la promesa del Padre se traduce por la cosa prometida por el Padre. Esto forzosamente tiene que ser el mismo Espíritu de Dios quien es dado por el Padre. (Hch. 2:33, 38; Gá. 3:14 y Ef. 1:13). La promesa del Padre en cuanto al Espíritu la tenemos desde el Antiguo Testamento en Is. 32:15: “hasta que sobre nosotros sea derramado el Espíritu de lo alto . . .”, y Joel 2:28‑32.
Anteriormente, Jesús indicó a sus discípulos en Lucas 24:49: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros”. El envío del Espíritu Santo tiene el objeto de que él llegue a la meta, que él llegue a los discípulos. Seguramente, en los oídos de estos discípulos, la promesa del Espíritu no era del todo entendida. Posteriormente se gozaban al acordar de la enseñanza de Juan 14‑16, y de la seguridad de proveerles palabras adecuadas en tiempos de persecución. (Mt. 10:20; Lc. 12:12).
¡Qué hermosa palabra ‑ promesa! Se deriva de la idea de una declaración y una afirmación de una oferta que ha de cumplirse. Hay seguridad de ese cumplimiento. Promesa es la palabra específica para una revelación divina en la historia de la salvación. Implica un hecho concreto en un contexto histórico particular con el cumplimiento de la promesa hecha de antemano. Dios/Jesús es el que da la promesa del Espíritu y su cumplimiento.
En este caso, la promesa es de Dios/Espíritu que llega concretamente como cumplimiento el día Pentecostés. Sí, hubo anticipación y espera por los discípulos. Hubo también en su experiencia el cumplimiento perfecto de la promesa con la venida del Espíritu de Dios el día de Pentecostés (Schniewind y Friedrich:582).
Una palabra más en cuanto a la promesa es el sentido colectivo. Jesús estaba hablando con el grupo de los discípulos y “les” mandó que “no se fueran” sino “esperasen”. No hay ninguna indicación que esta promesa sería para unos y no para otros. era inclusivo para todos los que estaban escuchando su voz.
Pedro, concluyendo el sermón de Pentecostés afirmaba para los arrepentidos, para los creyentes:
“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:39).
Así que, con la confianza en la promesa y el cumplimiento de Dios vamos a sembrar la Palabra en obra nueva. Confiamos que para todos los que el Señor nuestro Dios llamare se cumplirá la promesa de la persona del Espíritu en sus vidas. ¡Esto nos alienta! ¡Esto nos impulsa!
El Don del Espíritu Santo
Esta frase descriptiva de la obra del Espíritu Santo amplifica el evento de Pentecostés. Es comentada por Pedro finalizando su sermón pentecostal.
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa . . .” (Hch. 2:38, 39).
Lucas, más adelante en el libro, nos narra de la recepción del Espíritu en Hechos 10.
“Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo” (10:45).
Pedro se refirió a este don cuando interpretaba los eventos en la casa de Cornelio con la iglesia de Jerusalén.
“Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? (Hch. 11:16, 17).
En estos textos el don del Espíritu Santo es ligado al arrepentimiento, al bautismo en el nombre de Jesucristo, al perdón de pecados, a la promesa para aquellos que Dios llamare, al derramamiento del Espíritu, a la recepción del Espíritu Santo y al bautismo con el Espíritu. Lucas comenta que soberanamente el Espíritu Santo cayó sobre los que estaban escuchando el mensaje de Jesús que Pedro entregaba. Los fieles de la circuncisión se quedaron atónitos al ver y al oir. Hablaban en lenguas y magnificaron a Dios.
Esta palabra, don ‑ DOREA, es la misma palabra que Jesús usó con la mujer samaritana. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Jn. 4:10). El don de Dios es ligado a agua viva. Pablo también usa esta palabra en estrecha relación con la gracia, la justicia y Cristo mismo. Jesús es el don inefable. En el Nuevo Testamen
to siempre es usada la palabra don en referencia a lo que Dios da a los hombres. Implica su gracia y no algo que el hombre recibe por sus esfuerzos (Buchsel:167).
Para los obreros y participantes en obra nueva, ¡qué ánimo puede vivirse al tomar conciencia de la maravillosa gracia de Dios! Él provee por puro regalo una salvación. El costo fue enorme en la cruz, pero el don gratuito de Dios es precioso en su Espíritu.
La Investidura de Poder
Lucas en su evangelio se refirió a la venida del Espíritu Santo con otra frase de mucha bendición. Jesús dijo: “. . . pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lc. 24:49).
También en Hechos 1:8 tenemos las palabras:
“pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos . . .”
Según el estudio del Dr. A.T. Robertson, estas dos porciones son pasajes paralelos en la penúltima aparición de Jesús con sus discípulos (1922:250). Jesús se refería a un lugar específico en cuanto a la recepción de poder. Para los discípulos habría una espera. Hubo además el sentido colectivo con la idea inherente que todos sus oyentes iban a recibir ese poder. En los dos textos la palabra poder, DUNAMIN, es la clase de poder explosivo que efectúa cambios y transformación. Capacita para la entrega del testimonio, y de hecho esa entrega implica entrega de vida.
En la porción del Evangelio tenemos la idea que este poder sería como una investidura: “hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Es una metáfora como el ponerse una prenda de ropa. Dios mismo, en la venida de su Espíritu, será esta investidura. Como Isaías comentó en su profecía que esto “es desde lo alto”. Es interesante notar que la idea de una vestidura especial por parte de Dios es como una armadura (Ef. 6), o como la persona misma de Jesús en la cual somos revestidos. (Ro. 13:14; Gá. 3:27).
La forma gramatical que Lucas utiliza expresa lo definido y no lo especulativo en cuanto a la venida del Espíritu. ¡No es algo que ojalá sucediera! Sino más bien algún acontecimiento seguro y firme (A.B. Bruce:651). La idea de investidura de poder es expresada no en forma de sustantivo, sino a través de una palabra de acción, un verbo. La voz media de ese verbo denota que es un regalo, un don de Aquel que viste a los discípulos. Sí, es Dios quien los viste. De él proviene, en su propia persona, el don que “colmará a los discípulos con el poder. Es pleno y completamente adecuado para llevar su tarea en Jerusalén y en las naciones” (Lenski:1050).
¿No será esta promesa de Jesús el patrimonio de todo aquel que testifique de su gracia? ¿No será este poder de lo alto lo básico para poder plantar iglesias, según la voluntad divina, hasta lo último de la tierra? Damos gracias a Dios por el poder de lo alto en el cual participamos como obreros.
El Derramamiento del Espíritu Santo
La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés es interpretada por el apóstol Pedro en su mensaje como el cumplimiento de la profecía de Joel. Pedro cita al profeta cuando él estaba predicando ese gran sermón.
“Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu Santo sobre toda carne,
Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños;
Y de cierto sobre mis siervos y sobre
mis siervas en aquellos días
Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.”
(Hch. 2:17, 18)
Pedro utiliza esta porción al iniciar su mensaje. Él contesta a la pregunta, “¿Qué quería decir esto?” Contesta también a la burla de algunos que aseveraron que los apóstoles estaban llenos de mosto. Pedro desmintió la posibilidad de la ebriedad y dijo: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel”. Esto tenía que ver con el estruendo como un viento recio, las lenguas de fuego repartidas que se asentaron sobre cada uno en aquella casa, y el hablar en lenguas por los apóstoles. Los partos, medos, elamitas y otros escucharon hablar en sus lenguas “las maravillas de Dios”.
Notamos de la profecía de Joel, en la forma que Pedro lo citaba, los siguientes elementos pertinentes a la venida del Espíritu.
- Dios ubica la venida “en los postreros días”. Aunque estas palabras no son textuales de la profecía en Joel 2:28, sin lugar a duda expresan el “después” o el tiempo profético de Isaías 2:2 o Miqueas 4:1. El Dr. F.F. Bruce comenta:
“Los ‘días postreros’ comienzan con el advenimiento de Cristo, y finalizarán con su segunda venida. Son días durante los cuales la época venidera invade la época presente” (1954:68).
La venida del Espíritu es de nuestro tiempo porque vivimos entre el primer y el segundo advenimiento de Jesús.
- El Espíritu de Dios mismo, “mi Espíritu”, es derramado. La acción de derramar es gráfica. Cae. Se echa, fluye con fuerza. Sale con ímpetu y hasta violencia. Desciende de lo alto, no en el sentido mezquino, sino con abundancia. Proviene de Dios. La violencia de derramar aquí se asocia con el estruendo y el viento. En otras ocasiones la violencia de derramar es asociada en el derramar sangre. Jesús derramó sangre por nosotros.
La idea de derramar abarca dos situaciones. La primera habla del momento de tiempo. Se derrama poder en un momento preciso, un momento determinado. Antes de ese momento hubo una detención o retención de poder. Pero ya se le soltó, y el Espíritu es derramado. Inunda todo
lo que está a su paso. Por lo tanto, el derramamiento del Espíritu Santo nos enseña de una llenura sobrenatural.Además de la inundación de su persona sobre los discípulos, el derramamiento es algo que impacta lo profundo, lo interior de los discípulos. Tenemos la idea de una profunda renovación espiritual (Behm:467-468).
- El derramamiento es sobre “toda carne”. La expresión habla del contraste entre la toda poderosa labor del Espíritu y la imperfección o la debilidad humana. Seguramente en la mente de los hebreos la expresión “toda carne” se refería más a su propio pueblo. Sin embargo, con el tiempo y la revelación progresiva, esta “toda carne” se ve en su cumplimiento con los gentiles. Les costaba mucho a los apóstoles entenderlo de esta forma, como vemos en los capítulos siguientes de los Hechos.
“Toda carne” tiene su implicación para grupos culturales y geográficamente diversos. Los que estaban escuchando el mensaje de Pedro eran de más de quince lugares diferentes. Pero, ¡qué bendición de oir en su propia lengua las maravillas de Dios! También, “toda carne” se relaciona en el contexto del mensaje con los hijos, las hijas, los jóvenes, los ancianos, los siervos y las siervas. No estarán marginadas personas por su edad, sexo o relación social. Este derramamiento del Espíritu rompe barreras hechas por los hombres. No podemos considerar solamente ciertos sectores dignos de tal recibimiento. La venida del Espíritu y los beneficios de su presencia son para toda carne.
- Los beneficios o resultados de este derramamiento eran el don de profecía y las experiencias de visiones y sueños inspirados por el Espíritu de Dios. Profecía, en este contexto, no se enfoca tanto con el predecir las cosas futuras, sino con el hecho de proclamar el consejo y la palabra de Dios. Visiones y sueños eran maneras comunes en el Antiguo Testamento para la comunicación de revelación y en los siguientes capítulos de Hechos tenemos algunos casos de su uso por el Señor. (Hechos 9, 10; 10:3, 17; 16:9; 18:9 y 23:11). (Harrison:58).
Los otros resultados eran cósmicos y producto de la naturaleza. Prodigios y señales son mencionados en la profecía de Joel de “arriba en el cielo” y “abajo en la tierra”. Dios es el Señor del universo. Los fenómenos están en sus manos.
- Se relaciona la invitación a salvación con este derramamiento del Espíritu. Joel, citado por Pedro, profetizó: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. El enfoque en el nombre del Señor proviene del Antiguo Testamento y se concentra en la persona de Jehová Dios. Ahora, por el contexto directamente que sigue, Pedro indica que este mismo enfoque a Jehová Dios está en la persona de Jesús. La invocación del nombre de Jesucristo para personas en cualquier lugar es una tremenda bendición de este derramamiento. Mas tarde Pablo escribía:
“A la iglesia de Dios que está en Corinto, llamados a ser santos con todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2).
La palabra salvación significó para los judíos la seguridad en el reino mesiánico y una liberación del castigo y condenación del Mesías. Además, el Dr. Knowling comenta:
“para los cristianos habrá un cumplimiento parcial en la huida de creyentes a Pella para seguridad cuando el Hijo del Hombre vino en la destrucción de Jerusalén: pero la palabra (salvación) nos lleva en pensamiento más allá del cumplimiento parcial/material, a una plenitud de bendición para cuerpo y alma expresada por los labios de Jesús” (81).
Siguiendo el trabajo del Dr. Stott, salvación abarca una libertad individual del pecado en todas sus manifestaciones; liberación del juicio venidero para adquirir la calidad de hijo, liberación de sí mismo para servir a Dios y a su prójimo y finalmente la liberación de la corrupción para una gloria venidera (1977b:134-144).
“Todo aquel” llegaría a significar tanto gentiles como hebreos, mujeres como hombres, pobres como ricos, africanos, asiáticos, europeos y de los continentes americanos. ¡Gracias a Dios por la envergadura, la extensión, la proyección hacia el mundo entero!
En el mensaje de Pentecostés, Pedro hizo otra referencia al derramamiento del Espíritu Santo. Afirmando la gloria de la resurrección de Jesús, dijo:
“Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch. 2:33).
La acción de derramar es atribuida a Jesús resucitado. Él, siendo exaltado por la diestra de Dios, y recibiendo del mismo Padre la promesa del Espíritu Santo, lo derrama. El enfoque del mensaje de Pedro es Jesucristo. ¡Qué interesante que su actuación se centra en el derramamiento del Espíritu! ¡En realidad, que importante es el hecho de la actividad tan coordinada, tan bien orquestada a perfección entre el Dios Trino! Dios el Padre actuando. El Hijo recibiendo y a su vez actuando. El Espíritu es derramado y actúa en la vida de los discípulos. Resucitando a Jesús, exaltándole a su diestra, el Padre siendo el dador le entrega al Hijo Jesucristo la promesa del Espíritu Santo. Jesús es recipiente de esta acción del Padre, pero al estar en una perfecta ubicación, toma del Padre y derrama sobre los suyos la promesa del Espíritu. El Dr. F.F. Bruce comenta:
“El quien había recibido el Espíritu para el desempeño público de su propio ministerio mesiánico ahora había recibido del mismo Espíritu para impartir a sus representativos sobre la tierra para que ellos continuaran el ministerio que él comenzó” (1954:72).
El derramar del Espíritu es ligado a la promesa del Espíritu. Nos habla de cumplimiento, pero cumplimiento abundante. Dios no es mezquino, sino da abundantemente. En base a esa abundancia, la invitación a salvación se extiende a todos. Rompe barreras. Llega en el momento preciso e impacta profundamente. En base a este derramamiento tenemos confianza en el trabajo de plantar iglesias.
La Recepción del Espíritu Santo
La idea de la recepción del Espíritu Santo en cuanto al día de Pentecostés viene de las palabras de Jesús en Juan 20:22:”Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.”
El contexto estaba en la aparición
de Jesús con los discípulos aquella misma noche que resucitó. Hubo palabras de paz por parte del Señor para los discípulos temerosos y dudosos. Esta fue la ocasión cuando Jesús les comisionó con las palabras encarnacionales: “Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Seguramente, ligado tanto a esa comisión, como a la paz que Jesús les impartía, Jesús dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Les mostraba sus manos con las marcas de los clavos.
La forma del imperativo está en el plural. En virtud de esta comisión dada a todos los discípulos, también es dado el Espíritu a todos. El Señor usó el soplar. Es interesante en relación a la creación y ahora con los discípulos. El soplo habla de una recreación de vivificación. Jesús demuestra que el Espíritu no sólo es de su Padre, sino es el Espíritu suyo que es dado a los discípulos. La forma del verbo “sopló” favorece la idea de que el dar de este don del Espíritu fue una sola vez para siempre para la totalidad del grupo. Los vivificó para la recepción plena de su Espíritu el día de Pentecostés (Wescott:293-294).
La palabra “recibid” denota la acción personal del hombre de tomar o recibir el don ofrecido. El Dr. Wescott comenta que el hombre no es totalmente pasivo en relación a este don. De la misma manera que el creyente recibe, o toma la vida en Cristo o las palabras de él, también toma el Espíritu Santo (Brown:1353-1356).
Reconocemos que ha existido mucho debate en la historia del cristianismo sobre la significación de este soplo de Jesús y el mandato de recibir el Espíritu. Muchos se han sentido incómodos ante el problema de reconciliar o armonizar lo que sucede en Juan con lo que sucede en Hechos.
Los discípulos estaban viviendo momentos de gran transición. Seguramente el anticipo del Espíritu históricamente aquí en Juan resulta en cumplimiento pleno el día de Pentecostés. La idea de Wescott y Godet nos intriga. Jesús envía su Espíritu tanto para la vivificación como para la investidura de poder. Wescott comenta:
“La relación de la Pascua al don Pentecostal es la relación de vivificar a la investidura. El primero responde al poder de la resurrección y el otro al poder de la Ascensión: el primero a victoria y el otro a la soberanía” (295).
Sin embargo, nosotros mirando de este lado de Pentecostés, no podemos dividir la vivificación del Espíritu en los discípulos de la investidura de poder. No podemos experimentar la victoria de la resurrección en una forma separada de la soberanía de la Ascensión. No dividimos aquí la idea de la recepción del Espíritu que Juan comenta de lo que sucede el día de Pentecostés.
Tomamos la interpretación de estos eventos que apunta no hacia un don ocasional, sino el don del Espíritu dado una vez para siempre en la vida de la comunidad de fe. Reconocemos algo único, un momento histórico muy particular en la vida de los apóstoles y para nuestra propia vida. Ellos eran instrumentos en la mano de Dios para la difusión de su santo evangelio. Recipientes y vasos sí. Vasos a ser derramados en beneficio de personas cada vez más numerosas. Es a través de ellos que el Espíritu es enviado a un grupo cada vez más amplio de familias y pueblos. La salvación y liberación de pecado se extiende y beneficia a todo aquel que cree en Jesucristo. Recibimos de su Santo Espíritu para poder efectuar la comisión entregada y para avanzar su reino.
Entendemos que tenemos salvación, vida eterna, vida de ministerio y servicio y una misión integral a cumplirse. Todo ello es posible a través de la cruz, resurrección, ascensión y venida del Espíritu.
Salgamos en su nombre. El avance de su misión resulta en transformación, en comunidades nuevas de fe y en los beneficios de su reino en medio de los hombres. No se puede pretender que el esfuerzo humano es suficiente para plantar iglesias. No vemos que es un acontecimiento meramente material, social o político. Depende de la dinámica del Espíritu.
Gracias Señor porque tú has venido, tú que eres el Paracleto de Dios.
Gracias por el cumplimiento de la promesa para todos los que son llamados.
Gracias por el don de tu Persona, por tu gracia en ser dado.
Gracias por la investidura de poder transformada y por los cambios que tú efectúas.
Gracias porque tú, Espíritu de Cristo, has sido derramado en abundancia a toda carne, a todo el que invocare el nombre del Señor.
Y gracias porque te hemos recibido, porque tú moras e impulsas nuestras vidas.
Tú que diriges, guías, inspiras, iluminas y fortaleces, Gracias.
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