Uno de los problemas que encontramos en las Iglesias, con respecto a la configuración de una ética solidaria tal y como demanda la Biblia, es el hecho de que, en la mayoría de los casos, hablamos de los problemas ético-sociales desde posicionamientos teóricos y abstractos. Por ejemplo: nadie puede dudar de que en las Iglesias se habla de Mateo 25, en donde no solamente se propone una ética solidaria con los pobres en sus aspectos más básicos: dar de comer, vestir, visitar a los presos…, sino que se nos expone el hecho de que lo hacemos por el Señor, y la constatación de que es una cuestión tan importante que, en ella, nos jugamos la salvación o la condenación. No porque pensemos que somos salvos por los actos que deben emanar de una ética social solidaria, sino porque la Biblia afirma que, cuando no se dan estos actos, es que nuestra fe está muerta.
El problema es que no se pasa a la acción en la medida que estos textos lo demandan, porque los dejamos un tanto idealizados. Por eso, leemos estos textos y seguimos conviviendo con una sociedad insolidaria, de espaldas a los que sufren pobreza y marginación, metidos dentro de la competitividad económica de la sociedad de consumo y nos hacemos individualistas e insolidarios ante las carencias de tantos hombres reducidos a la marginación, despojados y excluidos. Yo creo que deberíamos vivir el cristianismo desde formas más prácticas, más realistas y más comprometidas con la historia y con la realidad socioeconómica del momento. En última instancia, no ver al hombre como un alma desencarnada que ha tenido la circunstancia de caer en pobreza, sino que hay que analizar la lógica interna de las causas de la pobreza en una sociedad en donde puede haber recursos suficientes para todos.
Esta lógica interna de la pobreza, nos va a ir mostrando las insolidaridades humanas y las nuestras propias, los posibles despojos e injusticias, y falta de denuncia de la propia iglesia. Nos irá mostrando que no estamos practicando una solidaridad vivida y practicada en el seno de la sociedad, sino que como iglesias y como cristianos estamos pasando de largo como malos prójimos. Así, reducimos nuestra acción social, en el mejor de los casos, a la atención de algunos casos concretos y olvidamos nuestra responsabilidad ante tantas problemáticas sociales a las que la Iglesia no puede dar la espalda… y acallamos nuestra voz de denuncia.
Quizás un problema para los que vivimos en el mundo rico, sea que consideramos normal codearse con el dios Mamón, pero si en nuestras mentes pudiéramos captar las situaciones de pobreza y marginación del mundo, tal como se puede ver en África, en Asia o en varios lugares de Latinoamérica, la concienciación sobre la necesidad de una ética social vivida en compromiso sería más fácil.
La Biblia nos pide que enfoquemos al hombre en su realidad concreta. Así lo hizo Jesús, quien puso en el punto de mira a ricos, acumuladores, a los hipócritas y a los que despreciaban a los pobres. Pero aquí se mueven dos conceptos: el de hombre y el de realidad concreta. Y es que ambas cosas van indisolublemente unidas. Hay que centrarse en el ser humano concreto que acude a nuestras puertas o que está en medio de una sociedad que le margina, pero hay que mirar también a esa sociedad concreta con sus problemáticas. Hay que hacer análisis críticos de la sociedad y de sus estructuras marginantes, hay que hacer un análisis crítico de las dinámicas de la globalización, debemos replantearnos nuestras solidaridades como Iglesias y como cristianos y seguir las líneas proféticas en cuanto al uso de nuestra voz de denuncia.
En el fondo, el motivo último que nos mueve a todos a la acción solidaria, como en el caso de la Parábola del Buen Samaritano, es el “sentirnos movidos a misericordia”. Este es el motor genuino que mueve toda la acción diacónica de la Iglesia, lo que marca la lógica interna de la solidaridad, una lógica que, según el texto bíblico, une a la misericordia el amor y la búsqueda de la justicia, así como el estar atentos a las dinámicas sociales que impiden el desarrollo de estas solidaridades y la búsqueda de la justicia social. Y ya no estaremos idealizando ni moviéndonos en el plano simplemente teórico, sino que estaremos contactando con la realidad en compromiso de acción. Si es así, la configuración de una ética social nos va a resultar fácil. Va a emanar de nuestra propia fe. En el fondo, estaremos trabajando en el acercamiento del Reino de Dios a los pobres, que es lo que va a inspirar todo el tejido social que debe emanar de la Iglesia misma que irá creando sus organizaciones, formando su voluntariado, estructurando sus movimientos sociales y reivindicando los derechos y la dignidad humana de los más pobres. Así, todo este tejido social que se centra en la ayuda al ser humano concreto en nuestro aquí y nuestro ahora social e histórico, irá elevándose a categorías teológicas. Porque en el fondo de todo movimiento social de la Iglesia en búsqueda de la justicia, está Dios mismo, la voz de Jesús confirmando: “Por mí lo hicisteis”. El pobre, así, se convierte en el lugar teológico por excelencia.
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