Dios, Hawking y la Gravedad
Un artículo del escritor y Doctor en Biología Antonio Cruz, como respuesta a la anunciada obra de Stephen Hawking “El gran diseño” (The Grand Design).
La fascinación que ha ejercido siempre el universo sobre el ser humano se remonta a las civilizaciones más antiguas como la sumeria o la egipcia. En todas las edades los hombres han percibido el misterio y la grandeza del firmamento como un signo inequívoco de la majestad divina. Este es también el sentido de las palabras del salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos (Sal. 19:1). Sin embargo, al llegar el siglo XX y desarrollarse el naturalismo positivista, muchos dejaron de escuchar este anuncio del firmamento y cambiaron su fe en un Dios creador por otro tipo de fe en las leyes de la naturaleza, que por azar se habrían hecho a sí mismas y a todo el cosmos existente, incluido el propio ser humano.
Dios ya no resultaba necesario para el materialismo cientificista. Esto es precisamente lo que vuelve a afirmar el mediático físico inglés, Stephen Hawking, en su última obra The Grand Design.
La idea que el hombre posee acerca del origen del universo es tan importante que determina toda su filosofía de vida. Si el cosmos se formó a sí mismo de manera casual sin ninguna intervención sobrenatural, entonces nada tiene sentido. Ni el universo, ni la vida, ni la existencia del propio ser humano. Solamente seríamos polvo de estrellas sin propósito ni destino.
No obstante, mediante la aparición de la cosmología contemporánea parecía que se ponía de manifiesto que la unidad y precisión del cosmos apuntaban a la existencia de un Dios sabio y bueno. Un creador que lo habría hecho todo con exquisita perfección y además habría puesto en el ser humano la capacidad intelectual para conocer el mundo y reconocerle a él. La cosmología dejaba así de ser una disciplina fría y distante para adquirir profundas implicaciones teológicas y filosóficas.
Por el contrario, quienes intentaban por todos los medios expulsar al creador del universo, como procuraba el profesor Stephen Hawking en sus libros de divulgación, se veían obligados a hacerlo desde su filosofía personal ya que los planteamientos de la verdadera ciencia no le ayudaban en nada a ello.
Es curioso cómo en nuestra cultura occidental se le hace tanto caso a los científicos que hablan de temas que no son de su especialidad, como filosofía o teología. Toda la obra de este famoso catedrático de física teórica de Cambridge ha perseguido siempre el mismo fin, confeccionar un modelo matemático de universo que haga innecesario a Dios. Para ello ha buscado desacreditar la teoría del Big Bang que requiere un acto creador inicial. Sin embargo, sus propuestas suelen presentar varias deficiencias fundamentales: pecan de cientifismo, no hacen buena filosofía, carecen de la suficiente información teológica y, por último, se basan en una falacia.
En efecto, Hawking se refiere en su antigua obra, Historia del tiempo, a la ciencia físico-matemática como si ésta poseyera el monopolio de toda la verdad. Y poco después, subraya lo contrario al decir que “cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido de que es sólo una hipótesis: nunca se puede probar. A pesar de que los resultados de los experimentos concuerden muchas veces con la teoría, nunca podremos estar seguros de que la próxima vez el resultado no vaya a contradecirla” (Hawking, 1988: 28.) Así pues, ¿en qué quedamos? Si nunca se pueden probar sus teorías cosmogónicas, ¿por qué prestarles tanta atención y divulgarlas con tanta vehemencia y seguridad?
En sus escritos se mezclan continuamente los niveles físico y metafísico sin aclarar nunca de cuál de los dos se está hablando. Por ejemplo, a las preguntas de carácter metafísico como, ¿por qué existe algo en vez de nada? ¿Cómo es que el orden puede salir del desorden? ¿Es científica la cuestión de creación a partir de la nada absoluta, no de la nada de los físicos? ¿Cómo a partir de seres inconscientes sin inteligencia pueden salir seres humanos conscientes e inteligentes? ¿Tiene sentido creer que del azar y la necesidad pudiera haber salido la libertad? A tales cuestiones, que no son físicas, se responde más bien con constataciones de hecho que con razones reales. Pero describir un fenómeno no es explicarlo adecuadamente.
Cuando se dice que en experimentos de mecánica cuántica ciertas partículas parecen salir de la nada, ¿qué se entiende por nada? ¿Es esta nada la misma nada original? Es evidente que aquí se está mezclando deliberadamente la nada cuántica de las partículas elementales de la física con la nada primigenia metafísica a partir de la cual Dios creó el cosmos. Sin embargo, el vacío cuántico a que se refiere la física nunca será la nada ontológica de la metafísica y la teología. He aquí una mezcla confusa de términos pertenecientes a dos disciplinas diferentes. A las preguntas de la física no se puede responder mediante soluciones metafísicas y viceversa.
Aunque a primera vista las palabras comprensión y descripción pudieran parecer equivalentes, lo cierto es que no significan lo mismo. El error de intercambiarlas entre sí es con frecuencia cometido por varios divulgadores científicos. No obstante, describir cómo funciona un organismo o una máquina no es lo mismo que comprender cómo o por qué llegó a existir. Detallar una por una las funciones de los cuerpos celestes y explicar cómo se comportan en la actualidad, no tiene absolutamente nada que ver con su creación original o con el proceso por el que pasaron para llegar a ser lo que son.
Hawking habla de Dios con una ingenuidad que raya en lo infantil. Lo concibe como alguien incapaz de actuar fuera de las leyes de la naturaleza y que sólo existe desde el origen de la creación. Se pregunta, tal como hacen los niños, acerca de quién creó a Dios, sin darse cuenta que al formular dicha pregunta está negando lo que pretende afirmar. Mencionar la palabra Dios implica referirse a una causa no creada. Pues si tuvo un creador anterior ya no sería Dios. Se puede creer o no en la existencia de Dios, pero quien acepta tal hipótesis no puede preguntarse por su origen sin caer en contradicción.
Cuando Hawking habla de Dios, siempre se está refiriendo a una especie de mecanismo físico que habría puesto en marcha el universo. No aparece nunca en su obra el concepto cristiano de un Dios personal. Y esto, en teología, es fundamental para entenderlo todo. Si Dios no es una realidad personal, inteligente y libre, entonces el mundo es naturaleza en vez de creación. Una naturaleza que se habría originado, según afirman el panteísmo y el dualismo, como una emanación de la totalidad de lo real y que estaría sometida al imperio de la necesidad. Ésta parece ser la idea
de Dios que tiene Hawking. Sin embargo, la imagen bíblica del Creador es muy distinta. El Dios personal de la Escritura hace un mundo que es creación y no naturaleza, en el que la necesidad es sustituida por la libertad. Dios ama a sus criaturas, por eso las crea, y se comporta con ellas como un padre que desea comunicarse.
No es nada serio preguntarse por Dios desde la ciencia física y pretender responderse desde esa misma especialidad. La física sólo puede dar respuestas físicas, nunca teológicas o metafísicas. Sería como analizar el David de Miguel Angel desde la geología, llenando una pizarra con las fórmulas químicas de las variedades del mármol. Las cuestiones de arte debe responderlas el arte, no la geología. Pues bien, este inconveniente es el que se detecta también en la obra de Stephen Hawking.
Finalmente, la pregunta que deja en suspense acerca de si el universo se ha creado a sí mismo sin necesidad de Dios, encierra una falacia. En primer lugar se basa en la aplicación de la teoría cuántica. Pero no está claro que esta teoría se pueda aplicar a la totalidad del universo, ya que fue desarrollada sólo para partículas ultramicroscópicas y esto generaría serias dificultades matemáticas. Aparte de esto, la idea de un cosmos autocreado no tiene base científica sólida pues, hoy por hoy, no existe una teoría cuántica de la gravedad, imprescindible para desarrollar una hipótesis como la que propone Hawking. Sus planteamientos son por tanto provisionales. Veamos en qué consiste su principal falsedad. En su libro, Historia del tiempo dice: “Si el universo tiene un principio, podemos suponer que tiene un creador. Pero si fuese completamente autocontenido, no tendría principio ni fin: simplemente sería. ¿Para qué, pues, un creador?” (Hawking, 1988: 187.)
Ahora bien, el universo no solamente está formado por objetos materiales como estrellas, planetas, animales o átomos, sino también por leyes físicas que rigen sobre todas estas cosas, como la gravedad, el electromagnetismo o las leyes de la teoría cuántica. Si toda la materia del cosmos hubiera surgido de una fluctuación natural de la ley gravitacional sin necesidad de Dios, lo habría hecho siguiendo ciertas leyes que por definición serían anteriores a la materia. ¿De dónde habrían surgido esas leyes tan perfectas? ¿Quién las habría diseñado? La falacia del argumento de Hawking está en suponer que las leyes de la física son tan perfectas que precisamente por esa perfección deben existir. Pero necesidad lógica no implica necesidad real o física. Se trata del mismo antiguo argumento de San Anselmo acerca de la existencia de Dios. Como Dios es tan perfecto debe existir. No obstante, ambos argumentos fallan por la misma razón. Por muy perfecta que sea la idea de algo, eso no le da necesariamente la existencia. La hipótesis de Hawking acerca del universo completamente autocontenido que se crea a sí mismo es una entelequia que sólo existe en su imaginación.
La existencia de Dios, sin embargo, es un hecho abierto al sentido común del ser humano, sea éste creyente o no. La admiración y el asombro que produce el universo creado sigue siendo un punto de apoyo importante para concluir que Dios existe.
La verdadera ciencia actual, libre de prejuicios cientificistas y de filosofías parasitarias, contribuye a ampliar esa admiración a que se refería el salmista al contemplar el firmamento. La ciencia moderna no es contraria a la existencia del creador o al sentido trascendente de la vida humana, sino que confluye cada vez con mayor intensidad en esa dirección porque descubre que el mundo está bien hecho y la inteligencia del hombre está también diseñada para comprenderlo. La cosmovisión científica actual es coherente con la existencia de un Dios personal que gobierna su creación.
Aunque el último libro de Hawking llegue a ser un éxito de ventas, sus argumentos contra la existencia de Dios ni son nuevos ni, por supuesto, determinantes. Es cierto que la ciencia humana jamás podrá demostrar la existencia de Dios. Pero mucho menos su no existencia.
Antonio Cruz es biólogo, profesor y escritor.
© A. Cruz, ProtestanteDigital.com (España, 2010).
http://www.protestantedigital.com/new/nowleerarticulo.php?r=353&a=3931
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