LA APUESTA INTEGRAL DE JESÚS
Jesús apuesta por el hombre. Pero es una apuesta por el hombre integral. Dentro del cristianismo, la tendencia ha sido ver a un Jesús que apostó por la salvación eterna del hombre, por llevar a la práctica los ideales del Reino de una forma metahistórica, salvación para el más allá en donde nuestra alma parece que se va a liberar de nuestro cuerpo mortal. Así, los cristianos han ido dejando los ideales del “ya” del Reino, de un Reino que ya está entre nosotros, ideales referidos a la dignificación de las personas, al cuidado de los débiles y enfermos, a la eliminación de la pobreza, a la integración de los marginados, a la rehabilitación de los quebrantados y liberación de los oprimidos, en un segundo plano, reducidos a una teología segunda alejada, minusvalorada y subordinada a las ideas de salvación metahistórica. El punto de mira ha sido la salvación para el más allá. La promoción humana a la que tanto tiempo dedicó Jesús, en paridad con la salvación eterna, ha quedado reducida a unos mínimos que han hecho que muchos, llamándose cristianos, hayan podido vivir una vida en la insolidaridad y de espaldas al dolor de los hombres.
Bastaría leer con detenimiento los Evangelios para darse cuenta que Jesús se involucró tanto en la comunicación de la salvación para la eternidad, como en la defensa de la dignidad humana. La defensa de la vida que había de vivirse en plenitud, abarcando tanto lo físico, como lo económico, lo ético o moral, lo social y lo espiritual. Los primeros conceptos no estuvieron subordinados al último. Lo físico, como sería la preocupación por los enfermos que en los tiempos de Jesús eran marginados, como lo económico que afecta a la pobreza y a las posibilidades de vivir una vida digna, como lo religioso, moral o ético que afectaba a tantos que en el Nuevo Testamento eran considerados como pecadores por los grupos de los religiosos que se autojustificaban a sí mismos, como lo social que afectaba a la marginación de la mujer, de los niños y de los ignorantes, no fueron nunca elementos subordinados a lo espiritual. De ahí que, para Jesús, el amor a Dios y el amor al prójimo en su entorno problemático de su aquí y de su ahora, fueran considerados como semejantes.
Ha sido un error de la teología y de la vivencia de una religiosidad mutilada, el considerar tan prioritario y casi único la salvación eterna del alma. Porque en Jesús no fue así. Él apuesta igualmente, y en un plan de semejanza, por la salvación eterna y por la dignificación de la vida de las personas que están en marginación, pobreza o desventaja social o moral. Y si en el centro de su mensaje está el amor al prójimo, se trata de un amor que cura, que integra, que libera y que cuida en orden a la promoción humana de la persona que debe vivir su vida en dignidad, por el hecho de que es una persona llamada a la vida eterna a semejanza de su creador. De ahí la preocupación tan especial que Jesús tuvo por los que pareciera que no tienen sitio en el mundo para ellos, por los despreciados, proscritos y marginados. Porque se trata del desprecio y de la marginación del hombre, de un ser hecho a semejanza de Dios mismo.
Por eso Jesús, en varias ocasiones, infringió el precepto o la norma religiosa a favor de la vida en plenitud del hombre. No está hecho el hombre para la norma religiosa o el precepto, sino la norma o el precepto para la ayuda del hombre, para que éste pueda vivir en plenitud. Por eso la religión que margina o que no se preocupa del marginado, se ha hecho esclava de la norma que mata a la vida e imposibilita el que nos hagamos agentes de liberación del Reino a favor de los privados de dignidad. Es por eso que para Jesús, lo más básico de la vida como la comida o el vestido, deben ser uno de los deberes de proximidad del cristiano para con el prójimo en necesidad. No hay auténtica Religión si estos deberes cristianos a favor de la vida plena del hombre, en su aquí y su ahora, se subordinan a la prédica desencarnada de una salvación eterna. No debemos equivocarnos, no sea que algún día, cuando esperemos estar en el banquete del Reino, nos encontremos con que todos los sitios han sido ya ocupados por lo que no esperaban en absoluto recibir este premio de dignificación: Los pobres, los lisiados, los oprimidos, los excluidos y los proscritos.
Juan Simarro Fernández
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