EL ECUMENISMO Y LOS NUEVOS
MOVIMIENTOS RELIGIOSOS
El diálogo inter-religioso se ha convertido en uno de los movimientos más importantes del ecumenismo estos últimos años. Junto a él ha crecido una nueva espiritualidad, que se caracteriza por un marcado sincretismo. No hay duda que la idea de que todas las religiones llevan a Dios es indudablemente atractiva, y son muchos los que hoy en día toman un poco de cada una, para formar su propio credo. En este supermercado espiritual parece que no importa lo que creas, mientras creas que no importa… Puesto que la única virtud es la tolerancia.
Según Vicente Verdú, “lo propio de hoy en religión es ser un poco de todo y nada de verdad del todo”. Ya que según el comentarista de El País, se mezcla “un poco de Oriente y otro de Occidente, algo de una creencia en boga y de otra en recesión”. Por eso se “se forman así, en correlación con la época, casos de un cristianismo sumita, un avicenismo anglicano o un budismo rasta-zen”. Todo ello “siempre en la tendencia de un relativismo cultural consecuente con la sociedad individualista”.[i]
Esto da también un cierto aire de modestia, resultando ya casi de sentido común, ¡qué ya se sabe que es el menos común de los sentidos!. Porque es bonito lo que dice Gandhi: “el espíritu de las religiones es uno, pero aparece en multitud de formas”. Pero ¿es esto verdad?. El Nobel de la Paz no podía creer que la verdad fuera propiedad exclusiva de una única Escritura. Para Gandhi, Jesús es tan divino como Khrisna, Rama, Mahoma o Zoroastro. Pero queda un problema evidente: ¿cómo pueden ser todas las religiones iguales, cuando mantienen puntos de vista no sólo diferentes, sino aun opuestos, sobre el carácter de Dios, la creación, el mal, la muerte, el juicio, la salvación, o la condenación?.
Hay aquí un problema lógico. Si la divinidad hinduísta es politeísta -plural- e impersonal, es evidente que la del Islam es una y personal. Si el Dios judeo-cristiano es el Creador del mundo y del hombre, la divinidad budista no es ni personal, ni creativa. Y cuando la Biblia enseña que no hay más esperanza que la gracia de Dios, en el Corán no se habla más que de justicia. Buda mismo cuenta una historia parecida a la parábola del hijo pródigo de Jesús, pero la diferencia es abismal. En ésta el hijo es aceptado libremente, sin tener que hacer nada a cambio, por el solo amor del Padre, mientras que para Buda, el hijo tiene que pagar por todo lo que ha hecho, sirviendo como esclavo durante años a su padre. Es el principio del karma, no lo olvidemos, la ley de causa y efecto, que nada tiene que ver con el perdón cristiano.
Pero hay una creciente presión en nuestro mundo para aceptar las diferencias entre religiones, no en base a su verdad o su falsedad, sino al trasfondo de un pluralismo cultural, que se manifiesta en diferentes percepciones de la verdad. La fe es algo íntimo y personal, nos dicen, ¡qué cada uno piense lo que quiera!. Pero ¡qué nadie intente convencer a otros de su forma de pensar. ¡Eso es proselitismo!, una palabra muy fea. Ya que hay que buscar la unidad, no la división… Las afirmaciones exclusivas acerca de Jesucristo se ponen cada vez más al nivel de un fundamentalismo intolerante de tipo talibán, para el que se acaba toda tolerancia. ¿Hemos de renunciar entonces a una verdad absoluta, que divida el mundo entre creyente y no creyente?, ¿cómo se llega a estas ideas?.
¿Ex Oriente Lux?
El interés occidental por Oriente y las religiones no cristianas tiene su origen en el siglo XIX, sobre todo en el ámbito esotérico, cuando nacen movimientos como la teosofía. Pero ya en 1893 se celebra en Chicago el primer Parlamento Mundial de Religiones, cuando algunos gurus se establecen en EE.UU.. Una figura fundamental en todo esto va a ser Sir Francis Younghhusband, el militar, explorador, diplomático y místico británico[ii]. Su fascinación por Oriente nace de sus largos viajes por la India y el Tibet. Ya que en una montaña de Lhasa tuvo una visión en 1904 de “un dios mayor que el inglés”. Leyó a Darwin en el desierto de Gobi, y conoció a Jesús por las obras de Renan y Tolstoy. Llega incluso a interesarse por los avivamientos de Galés en 1905, que visitó para conocer a Rees Howells. Sus conferencias en América llevan al primer congreso de la Comunión Mundial de Fés en 1933, fundada diez años antes por un hindú y un comunista.
La reunión de esta Comunidad en Nueva York protagonizó en 1949 la primera ceremonia inter-fé, cuando quince sacerdotes y ministros de las más diversas religiones participaron juntos en un mismo ritual. El objetivo de este movimiento era “promover el espíritu de comunión en la humanidad por medio de la religión”, según el folleto que publicaron el año 51. Uno de sus principales responsables fue el Dr. Radhakrishnan, director de la organización cultural, educativa y científica de las Naciones Unidas, que llegó a ser vicepresidente de la India La organización ha estado también diri
gida por un ministro unitario, otro de una Orden esotérica que se llama Grandes Compañeros, y el polémico obispo anglicano Appleton, que fue arzobispo de Jerusalén en los años setenta. Este obispo fue el primero en organizar una celebración inter-religiosa en una iglesia anglicana. Ha escrito oraciones a Buda o a una santa musulmana, Rabia, ¡además de haber sido secretario general de las Sociedades Misioneras Británicas!.
En 1986 el propio arzobispo de Canterbury dio las conferencias que se celebran cada año en honor a Younghusband. En ellas niega que sea sincretista, pero habla de “momentos de revelación” en las religiones no cristianas. Ya que este movimiento no quiere formar una nueva religión, sino tomar inspiración de cada una para el desarrollo de la fe de cada uno. Younghusband es el autor de la famosa idea de que el diálogo inter-religioso hace al hindú mejor hindú, al musulmán mejor musulmán, y al cristiano mejor cristiano. La frase se ha repetido millones de veces, pero todavía no han explicado cómo es esto posible…
Hacía una nueva espiritualidad
Junto a la Comunión Mundial de Fés nace en los años ochenta en EE.UU., el Templo del Entendimiento, formado por una sintoísta que organizaba encuentros entre las diferentes religiones por todo el mundo. Sus miembros incluían personajes tan famosos como Albert Schweitzer, Eleanor Roosevelt, el presidente U Thant de la O.N.U., o el Secretario de Defensa de los EE.UU., que fue luego presidente del Banco Mundial, Robert McNamara. El Templo tenía representantes de centros budistas, comunidades unitarias, sociedades cuáqueras, la Conferencia Islámica de El Cairo, o la Logia Unida teosófica, además del famoso obispo Pike, el ministro episcopal conocido por sus experiencias espiritistas.
El grupo fue apoyado por el mismo Rockefeller, por lo que incluía varios premios Nobel de todo el mundo. La primera Cumbre Espiritual Mundial la celebraron en Calcuta el año 68. El mensaje de clausura estuvo a cargo del monje trapista Thomas Merton. La segunda fue en Ginebra el año 70, donde se reunieron ciento cincuenta delegados de cuarenta religiones distintas, siendo inaugurada por el Dr. Carson Blake del Concilio Mundial de Iglesias. Un culto inter-fé se celebró en la catedral de San Pedro, con anglicanos y católicos, unidos a budistas, hindúes, sikhs, jainistas, confucionistas y sintoístas. La quinta cumbre de este movimiento en 1975 es famosa por su papel precursor de la nueva era y el ecologismo.
La cumbre fue presidida por esa conocida sacerdotisa de la New Age que es Jean Houston en la catedral episcopal de San Juan en Nueva York. En ella participó nada menos que el presidente del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya y la Asamblea General de la O.N.U., Khan. El acto culminó con una misa cósmica de la orden sufí. Esa divinización de la tierra y el universo se va a unir en los años ochenta a un feminismo radical, desde la llamada hipótesis Gaía, que ve nuestro planeta como un organismo autosuficiente, la diosa Madre Naturaleza de la que nos habla ya incluso la programas de divulgación científica. Esta se conecta con el llamado Tao de la física por especulaciones como la de Capra, o el punto omega de Chardin. Estas ideas van a tener influencia en muchos iglesias por el dominico Matthew Fox y su Instituto para la Cultura y la Espiritualidad de la Creación. Pero ¿cómo hemos de valorar todo esto?.
“El sincretismo”, nos recuerda Grau, ha sido siempre la amenaza más grave que ha tenido que afrontar la Iglesia”[iii]. Hay fundamentalmente dos tipos de sincretismos. El que buscar crear una sola religión, tomando los mejores elementos de cada una, y fusionándolos hace una propia, que sea universalmente aceptable. Esta es la idea más conocida. Por eso muchos dicen que su idea nada tiene que ver con el sincretismo. Pero según una figura ecuménica tan importante como el Dr. Visser´t Hooft, que fue secretario general del Concilio Mundial de Iglesias, hay otro tipo de sincretismo:
“Es la postura de que no hay una revelación única en la historia, sino que hay muchas formas diferentes de llegar a la realidad divina, ya que todas las formulaciones de la verdad y la experiencia religiosa son por naturaleza expresiones inadecuadas de la verdad, siendo necesario armonizar todo los posible las ideas y experiencias religiosas”[iv]. Estas se consideran simplemente reflejos de una religión universal original (la Urreligion, de la que hablan los alemanes), que muestran diferencias sólo de carácter gradual. Este es el sincretismo que más habitualmente encontramos hoy en día. Pero ¿qué piensa de esto el cristianismo?
¿Sincretismo cristiano?
Hay básicamente tres posturas sobre la actitud cristiana ante las otras religiones: 1) la exclusiva cristiana, que mantiene que la salvación está sólo en Cristo; 2) la inclusiva liberal, que reconoce cierto carácter salvifico a otras religiones, como resultado de la obra redentora de Cristo, necesitando de ella; y 3) la posición pluralista que abandona toda insistencia en la superioridad o finalidad de Cristo, dando validez salvifica a toda fe.[v]
Teólogos como Karl Rahner empezaron a hablar en los años sesenta de que el no cristiano que sea sincero debe ser tenido por un “cristiano anónimo”. Ya que se cree que Cristo está presente en todas las religiones. Lo que pasa es que simplemente se carece de su conocimiento. Aparece así “el Cristo desconocido del hinduismo” del importante pensador catalán Raimundo Pannikkar[vi], que tanto cita Sánchez Dragó. Desde ese punto de vista la misión cristiana tradicional es una presunción. El misionero ya no ha de “llevar” a Cristo, sino “descubrir” o “encontrar a Cristo” allí donde va. Muchos llegan incluso a sugerir que el no cristiano transmite el mensaje de Cristo a los cristianos. Por eso se habla incluso de la necesidad de una misión común organizada por todas las religiones “a las desairadas masas humanas que carecen de amor” (John Macquarrie).
Algo de esto se refleja incluso en la declaración sobre las religiones no-cristianas que hizo el Vaticano II (Nostra Aetate), aunque no llega tan lejos como Rahner o Schillebeeckx, considerada por muchos “el símbolo del logro más revolucionario del concilio”[vii]. Su plan inicial era hacer un documento que fuera dirigido a una mejor relación con los judíos, pero luego se extiende a las demás religiones que considera “semillas del Verbo”, una expresión patrística que ha utilizado el mismo Juan Pablo II [viii], como reflejo de una actividad eterna del Verbo divino en la historia humana. Su actitud positiva llama al “diálogo y colaboración con los seguidores de otras religiones”. Esta es la base de los publicitados encuentros de Asís, donde el Papa preside una auténtica ceremonia de la confusión bajo el nombre de ecumenismo.
Algunos protestantes han ido aún más lejos por supuesto, como el presidente del comité central del Concilio Mundial de Iglesias, Thomas, que llegó a propugnar un “sincretismo cristiano” en la asamblea de Nairobi en 1975. Esta “sensibilidad a la obra del Espíritu Santo en otras religiones” se manifiesta ya en la consultas realizadas en Bangkok del año 71 al 75. Esto lleva a organizar celebraciones inter-religiosas, ya que “los símbolos y las oraciones tienen la virtud de unir más fuertemente que los dogmas teológicos”. Esa es la idea del Dr. Samartha, director del programa del Consejo para el diálogo con personas de otra fe o ideología. Por eso en Kyoto se mezcla en el 87 el om hindú con los nombres hebreos de María o Jesús, o un tótem preside la asamblea de Vancouver el 83, y en Canberra el 91 se abren las sesiones con humo sagrado, mientras la teóloga coreana invoca los espíritus de los muertos o de la jungla del Amazonas.
“La relativización de la doctrina en determinados círculos ecuménicos ha llegado a el punto de borrar la distinción entre las iglesia y el mundo, el cristianismo y las otras religiones, la fe y el ateísmo”[ix]. Todavía recuerdo una conferencia de Hans Küng, cuando estudiaba teología en la Universidad de Kampen (Holanda), sobre el diálogo inter-religioso. El teólogo alemán proclamaba con orgullo su sensibilidad en una reunión en El Cairo con musulmanes, donde Küng creía que había tenido una actitud ejemplar al aceptar la primera condición de los representantes islámicos: los musulmanes hablaban y los cristianos callaban…
Esta burla de ecumenismo es la que crítica un católico como Wilhelm De Smet, cuando dice: “En cuanto al diálogo con los musulmanes, yo veo un peligro en nuestra mentalidad occidental de hoy, muy superficial”. Muchos católicos piensan “todos creemos en un mismo Dios, puesto que los musulmanes veneran a la Virgen María, no estamos lejos unos de otros”. Pero De Smet de una organización católica de Ayuda a la Iglesia Necesitada cree que “nuestra concepción de Dios Padre no es la misma que en el Islam; la divinidad de Cristo no forma parte del dogma musulmán; el sacrificio de Cristo en la cruz es claramente negado; el concepto de gracia simplemente no existe en lengua árabe”. Así que “estas oposiciones reales en el fondo no impiden que yo respete la libertad o el deber de un musulmán de vivir su fe, pero hacen que el diálogo verdadero sea difícil”.[x] Esa claridad la tienen pocos protestantes hoy.
¿Dialogar para qué?
La Biblia nos muestra como el Dios vivo entra en diálogo con el hombre, ya que no sólo habla, sino que escucha. Hace preguntas, y espera respuestas. Desde el Edén, Dios llama a su criatura caída preguntando, “¿dónde estás?”. A Job le dice, “yo te preguntaré y tú me contestarás” (40:7). Llama a Israel por medio de Isaías: “
venid, y estemos a cuenta” (1:18). Razona con Jeremías, “¿qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí?” (2:5), preguntando “¿por qué porfías conmigo?” (29). Pero esto lo dice a Israel, su pueblo, que ha recibido la Revelación, entrando en una relación especial con el Dios vivo. Por eso les pregunta por medio de Oseas, “¿cómo podré abandonarte, oh Efraín?, ¿te entregaré yo, Israel?” (11:8). Se maravilla en las palabra de Isaías, diciendo: “¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo han dicho desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó?” (40:21).
Jesús desde niño preguntaba a los doctores de la ley en el templo (Lc. 2:46). En su ministerio tiene largas conversaciones con individuos como Nicodemo y la mujer samaritana, pero también con multitudes. El tono puede parecer retórico, pero constantemente dirige interrogantes al pensamiento y la conciencia de sus oyentes. “Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?” (Mt. 21:40). Pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? (Lc. 10:36). Incluso ascendido a los cielos, se revela a Saulo en el camino a Damasco, diciendo: “¿Por qué me persigues?” (Hch. 9:4).
Cuando Saulo se convierte en el apóstol Pablo, utiliza también el diálogo en su tarea misionera. Lucas emplea con frecuencia el verbo dialegomai, especialmente durante el segundo y tercer viaje. En el griego clásico significa conversar o discutir, por lo que se le asocia especialmente con la dialéctica, como medio de instrucción o persuasión. Ese es el método desarrollado por Sócrates, Platón y Aristóteles. Se usa así en relación con la disputa entre los apóstoles sobre cuál había de ser el mayor (Mr. 9:34). En la sinagoga de Tesalonica, durante tres semanas Pablo “discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras”. Y algunos de ellos creyeron, o sea “fueron persuadidos” (Hch. 17:1-4).
El apóstol escuchaba y respondía a las objeciones que hacían de su mensaje. En Atenas “discutía” tanto “en la sinagoga con los judíos piadosos” como “en la plaza cada día con los que concurrían” (17:17). En Corinto “discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos” (18:4). En Efeso primero “habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios”, y luego por dos años estuvo “discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tirano” (19:8-10). El verbo se usa incluso en la predicación durante la reunión del “rompimiento del pan” en Troas (20:7,9). Ya que el diálogo era claramente parte de su proclamación. Pero “el Evangelio es logos, no dialogos”[xi]. Su tema es el Señor Jesucristo, y su objetivo siempre la conversión a Cristo. Pablo dialoga con el gobernador Félix, discutiendo con él en privado “acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” hasta que alarmado, Félix da término a la conversación (24:25).
El diálogo cristiano, como dice Stott, ha de ser auténtico, humilde, integro y sensible[xii]. Los discípulos de Jesús deben estar en diálogo continuo con el mundo. Por eso dice el apóstol: “sea vuestra palabra sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6). La “excelencia de palabras o de sabiduría” a que renunció Pablo no era la predicación doctrinal, o el uso de la mente, sino la sabiduría popular del mundo que manifiesta la floreada retórica de los griegos. La locura del mensaje de la cruz se proclama en la debilidad humana “con demostración del Espíritu y de poder” (1 Co. 2:1-5). Pero al confiar en el Espíritu Santo el apóstol no dejaba de pensar y argumentar.
Hay lugar entonces para lo que podíamos llamar la elénctica, del verbo elenquein, convencer, redargüir o reprender. J. H. Bavinck la define como “la ciencia que desenmascara todas las religiones falsas demostrando que son paganas y que constituyen un pecado contra Dios”, por lo que “lanza un llamado al paganismo a conocer al Dios único y verdadero”[xiii]. No se trata de demostrar lo absurdo que es el paganismo”, ridiculizando otras religiones, o a sus seguidores, sino “desenmascararlo”, llamando a su responsabilidad. Para eso hace falta un contacto vivo, en relación con la persona, por lo que “tan pronto como me coloco a su lado, puedo, en el nombre de Cristo, colocarme en oposición a él, y convencerlo de pecado, tal y como lo hizo Cristo conmigo, y como lo sigue haciendo cada día”[xiv]
Es evidente que para eso hace falta una preparación adecuada, pero también renunciar a la manipulación. Esa es la diferencia entre evangelización y proselitismo, la “mundanalidad” de la que habla el Pacto de Lausana. Ya que “con el deseo de asegurar una respuesta al Evangelio, hemos acomodado nuestro mensaje a técnicas de presión y nos hemos preocupado demasiado por las estadísticas, y hasta hemos sido deshonestos en el uso que hemos hecho de ellas”. Por eso hemos de confiar en la obra del Espíritu Santo, que “convence” de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8-10). Es Él quien nos llama al arrepentimiento (Hch. 11:18), y nosotros no somos más que instrumentos en sus manos, por los que “ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan” (Hch. 17:22-31). Ya que “no tienen excusa” (Ro. 1:20), puesto que no
honran a Dios, sino que “detienen con injusticia la verdad”.
¿Cristianismo o religión?
La actitud positiva de algunos ha llegado a un absurdo tal en que ya no se sabemos de qué hablamos. Pero no podemos decir que sí a todo. Porque ¿a quién nos referimos cuando hablamos de Dios?. Lo importante no es creer en Dios, sino en qué Dios creemos. La dialéctica en la Biblia no es entre fe e incredulidad, sino entre la confianza en los ídolos, o en el Dios vivo y verdadero. Todos creemos en algo o en alguien, la cuestión es en quién debemos creer. Es por eso que la fe en el Evangelio se contempla fundamentalmente en términos de obediencia. La Palabra de Dios tiene una autoridad única, por encima de toda religión humana.
La idea de la religión como una manifestación de una chispa de vida divina en el corazón de cada creyente resulta muy poética, pero no tiene nada que ver con la realidad bíblica. Jesús mismo niega la idea que muchos cristianos mantienen hoy de que el Espíritu de Dios está actuando en todas las religiones del mundo (Jn. 14:16-17). El hombre tiene un testimonio en su conciencia de la realidad de Dios (Ro. 2:15), pero su alienación de Él le ha hecho ignorante, cegando su corazón (Ef. 4:18). Por lo que tenemos una capacidad limitada para distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, la pureza de la impureza, la justicia de la injusticia, e incluso la compasión de la crueldad. Ya que el hombre es una criatura caída, bajo el poder del príncipe de este mundo (Jn. 12:31), habiendo sido engañado por el padre de toda mentira, que se disfraza como ángel de luz (Jn. 8:44; 2 Co. 11:14).
Jesús es la luz del mundo, pero “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19). Nos creemos buenos, pero “no hay justo ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Ro. 3:10-11). El problema no está en nuestra educación, el medio ambiente, o las condiciones económicas y laborales en que nos encontremos. Es una cuestión mucho más profunda y radical, puesto que va a la raíz mismo de las cosas. El problema está en nosotros mismos.
Hay un optimismo vacío, que carece de todo fundamento. El hombre no puede salvarse a sí mismo. Ninguna religión, ni esfuerzo humano nos puede hacer llegar a Dios. Por eso la Biblia no es la historia de hombres que buscan a Dios, sino la historia de Dios buscando a los hombres. Pero nos dice cosas que no nos gustan, porque lo que Dios pide de nosotros excede nuestras mejores intenciones. Nos muestra que somos “enemigos en nuestra mente, haciendo malas obras” (Col. 1:21). Aunque en el fondo todos pensamos que tenemos un gran corazón de oro, ¡la evidencia muestra lo contrario!. La Escritura dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).
El único camino
Se nos dice que hemos de buscar más lo que nos une, que lo que nos separa. Pero no es la unidad la que nos salva, sino nuestra unión a la Vid verdadera. La fe cristiana no es una simple creencia, una idea sobre un Dios de amor, o un sentimiento más o menos religioso. Se trata de una confianza experimental y práctica en un Cristo vivo y poderoso, del que dan testimonio las Escrituras. Ya que “Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1:1-4). Cristo es la última Palabra de Dios. “El que me ha visto a mí”, dice Jesús, “ha visto al Padre” (Jn. 14:9).
La muerte de cualquier maestro religioso ha sido en el mejor de los casos la perdida de un hombre bueno y sabio. Pero la cruz de Cristo tiene un significado de liberación permanente. Su revelación culmina allí, porque “fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”. En su muerte venció a la muerte, por lo que su tumba no importa donde está, porque está vacía. Resucitó en presencia de muchos testigos, subiendo a los cielos, de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Por lo que no hay Evangelio sin el anuncio de la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo.
“Dios nos ha dado vida eterna; y está vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” (1 Jn. 5:11-12). La misión de la Iglesia no es traer paz y amor al mundo, sino proclamar la buena noticia de que en Cristo Jesús es posible la reconciliación entre Dios y el mundo. Ya que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hch. 4:12). Es Él mismo quien dice: “nadie viene al Padre sino es por mí”.
José de Segovia Barrón es presidente de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Española y de la Asociación Libertad, dedicada al estudio de los nuevos movimientos religiosos. Estudió periodismo y teología, siendo consejero nacional de los G.B.U. y pastor de una iglesia en Madrid.
[ii]Hay una biografía ya el año 54 de George Seaver, Francis Younhusband, Explorer and Mystic, publicada por Murray en Londres, que editó muchos de sus libros.
[iii]José Grau, El ecumenismo y la Biblia. Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1969, p. 60.
[iv]No Other Name: The Choice between Syncretism and Christian Universalism. S.C.M., Londres, 1963, p. 11.
[v]Paul F. Knitter, The Myth of Christian Uniqueness. S.C.M., Londres, 1988, p. viii.
[vi]Grupo Unido de Proyectos y Operaciones, Madrid. 1994.
[vii]Eugene Hillman, Nuevos senderos. Aproximación católica al pluralismo religioso. Biblia y Fe, Madrid, 1991, pág. 70.
[viii]Redemptor Hominis. Acta Apostolicae Sedis 71, Roma, 1979, 11/67.
[ix]John Kromminga, All One Body We. The Doctrine of the Church in Ecumenical Perspective. Eerdmans, Grand Rapids, 1970, p. 153.
[x]Alfa y Omega, nº 214, Madrid, 25 de mayo de 2000.
[xi]H. Braemer, Les conditions du dialogue avec le catholicisme, en La Revue Reformée, Aix-en-Provençe, 1963/64, p. 40.
[xii]La misión cristiana hoy. Certeza, Buenos Aires, 1977, pp. 94-97.
[xiii]An introduction to the Science of Missions. Hodder & Stoughton, Londres, 1954, p. 222.
Deja un comentario