Los protestantes y la Virgen María
Uno de los mitos más difundidos en el mundo católico acerca del protestantismo es el de que los protestantes no creemos en María. La idea está tan difundida que, a decir verdad, suele ser una de las dos o tres respuestas que da cualquier católico cuando se le pregunta acerca de cómo definiría a un protestante: “los protestantes no creen en la Virgen”.
No sólo eso. Esa circunstancia resulta muy ofensiva para no pocos católicos lo que, dicho sea de paso, deja de manifiesto el enorme peso que tiene la mariología en sus creencias y prácticas. A título de ejemplo, puedo decir que cuando algunas personas decidieron iniciar una campaña contra mi en la cadena COPE – ¡tras una sola temporada de trabajo como simple colaborador! – su argumento fue que no creía en la Virgen y que mis puntos de vista al respecto resultaban absolutamente intolerables en esa emisora.
Como señalaría con cierta ironía un amigo católico, también se podía haber dicho que no creía en la infalibilidad papal o en la transubstanciación. Era cierto. Sin embargo, la peor acusación que se podía lanzar contra mi era el de que no creía en la Virgen. Deseo tranquilizar a nuestros amigos católicos señalando de entrada que los protestantes sí creemos en María, aunque, eso sí, creemos en lo que señala sobre ella el Nuevo Testamento. Desarrollaré esta afirmación en diversas entregas y en esta primera me centraré en lo que creemos de María antes del inicio del ministerio público de Jesús.
De entrada, hay que señalar que María tiene un papel de relevancia escasa en los escritos del Nuevo Testamento. Sólo se hace mención de ella en cinco de sus veintisiete libros y de esos cinco sólo dos mencionan su embarazo virginal.
Por Lucas y Mateo, sabemos que era una virgen desposada con José, un hombre justo, de la casa de David y que vivía en la localidad galilea de Nazaret (Lucas 1:26-27). Es posible que perteneciera a una familia sacerdotal porque su prima Elisabet – o Isabel – estaba casada con un sacerdote de la clase de Abías y ella misma era de las hijas de Aarón (Lucas 1:5).
También sabemos que antes de que el matrimonio con José se consumara, es decir, cuando sólo se hallaba en la fase de esponsales, quedó encinta (Lucas 1:26-38). Dado que José no había mantenido relaciones sexuales con ella, llegó a la conclusión de que María era culpable de adulterio y resolvió repudiarla en secreto, posiblemente para evitar que la lapidaran (Mateo 1:18-19). Así, lo habría hecho de no ser porque un ángel aparecido en sueños le anunció que el niño que se estaba formando en el seno de María era fruto de la acción directa del Espíritu Santo (Mateo 1:20), que el nacido salvaría al pueblo de sus pecados (Mateo 1:21) y que la concepción virginal era el cumplimiento de la profecía de Isaías 7:14 (Mateo 1:22-23). Al despertar, José acogió a María en su casa (1:24) y no tuvo relaciones sexuales con ella “hasta que dio a luz a su hijo primogénito” (Mateo 1:25). En Mateo, pues, la experiencia de María aparece descrita – y no deja de ser revelador – con José como protagonista.
El enfoque es diferente – y complementario – en el Evangelio de Lucas donde todo el episodio es narrado desde la perspectiva de María. Según Lucas, un ángel le anunció que tendría un hijo a pesar de que no mantenía relaciones sexuales con ningún varón (1:34-38) y María se encaminó a una ciudad de Judea, en la montaña donde vivía su prima Isabel (1:39-40). Ésta también se hallaba encinta y, al ver a María, el niño que se gestaba en su vientre dio un salto lo que llevó a aquella a confirmar que su prima llevaba en su seno al mesías (1:41-45). Las palabras que María dio como respuesta (Lucas 1:46-55) son conocidas convencionalmente como el Magnificat y constituyen la declaración más amplia de que disponemos acerca del pensamiento teológico de María. Excede de los límites de este artículo detenernos en ese texto, pero podemos indicar que en él, María indica como Dios es su salvador (v. 46-47), como Dios no ha reparado en la “bajeza de su sierva” que será llamada bienaventurada por dar a luz al mesías (v. 48-49) y como todo esto armoniza con el carácter y las promesas de Dios formuladas a Israel (v. 50-55). María permaneció con Isabel tres meses al cabo de los cuales regresó a su casa y, presumiblemente, fue recibida por José (Lucas 1:56).
Los datos siguientes nos indican que María y José se dirigieron a Belén con ocasión de un censo (Lucas 2:1-4); que María dio a luz en un humilde lugar donde pudieron aposentarse (Lucas 2:7) y que
el niño fue objeto de las alabanzas de un grupo de pastores cercano (Lucas 2:8-20).
A los ocho días, en cumplimiento de la Torah, Jesús fue circuncidado (Lucas 2:21) y, tras cumplir con su purificación, María y José lo llevaron al templo para ser presentado al Señor con la ofrenda prescrita por Moisés (Lucas 2:22-23; Levítico 12:6-8). Allí, María fue testigo de la proclamación del niño como Mesías por parte de Simeón y de Ana (Lucas 2:25-38) y, tras cumplir con lo prescrito en la Torah, regresó junto a José a Nazaret (Lucas 2:39).
Mateo relata además episodios como la adoración de los magos (Mateo 2:1-12), la matanza de los inocentes por Herodes (Mateo 2:13-18) y la huída a Egipto si bien, de manera significativa y propia de este evangelista, el protagonista es José y no María. Fue también José, según Mateo, el que recibió la revelación para regresar a Israel (Mateo 2:19-21) y el que optó por asentarse en Galilea en lugar de en Judea (2:22).
Desde ese momento hasta el inicio de la vida pública de Jesús, sólo tenemos constancia del episodio de la bajada a Jerusalén de Jesús con sus padres en el curso de la cual lo perdieron y hallaron luego en el templo (Lucas 2:21-40). De manera bien significativa a la pregunta de María: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia”, Jesús respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (2:48-9).
Ni María ni José “entendieron las palabras que les habló” (Lucas 2, 50). Como había sucedido con el episodio de los pastores (Lucas 2:19), María se limitó a guardar aquellas palabras y meditarlas en su corazón (2:51).
Resumiendo todo, podemos señalar:
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que de la vida de María antes del ministerio público de Jesús, sólo tenemos algunos datos gracias a dos de los veintisiete escritos del Nuevo Testamento,
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que María aparece como una joven virgen judía desposada con José
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que quedó encinta por obra del Espíritu Santo y no tuvo relaciones sexuales con José “hasta que dio a luz a su hijo primogénito”
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que le fue anunciado por un ángel que su hijo iba a ser el mesías
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que María era una judía piadosa cuya esperanza espiritual era la propia del pueblo de Israel expresada en los términos propios del judaísmo de la época, de ahí que, por ejemplo, contemplara a Dios como a su salvador y reconociera su propia “bajeza”
que, como judía piadosa, cumplió fielmente con lo prescrito en la Torah en materia de purificación y de fiestas y que distaba, a pesar de su piedad, de ser perfecta no entendiendo lo que hacían los pastores en Belén y todavía menos la respuesta que Jesús le dio a ella y a José tras perderse en el viaje a Jerusalén. Precisamente porque no entendía esto, lo guardó en su corazón y lo meditaba continuamente.Todo esto afirma el Nuevo Testamento acerca de la María anterioridad al ministerio público de Jesús y todo esto lo creemos los protestantes.
No se puede decir, pues, en propiedad que no creemos en María, pero sobre lo que creemos de ella seguiremos tratando en la próxima entrega, Dios mediante.
César Vidal es escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, Libertad digital, ProtestanteDigital.com (España, 2010). Usado con permiso de ProtestanteDigital.com, http://www.protestantedigital.com/new/nowleerarticulo.php?r=326&a=3590
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