¿Hay una obra terminada y otra pendiente?
«Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor». Hechos 11:21
¿Es la misión sólo para algunos o para todos?, ¿Qué significa ser iglesia misionera en el mundo de hoy?, ¿Puede acaso una iglesia no ser misionera? ¿De quién es la misión?
Al hablar de misión, primeramente estamos hablando de la misión de Dios (missio Dei). Dios es un Dios misionero. La misión existe simplemente porque Dios ama a las personas. Dios quiere rescatar a la humanidad de su deshumanización en lo moral, espiritual, físico, intelectual, social, económico, político y cultural. La misión divina es el establecimiento del reino de Dios. Podemos concebir la misión como un mover divino hacia el mundo, donde el instrumento es la iglesia. Esta tiene el privilegio de participar, pero la misión no es suya y no le pertenece a ningún proyecto privado. La misión no es la misión de tal o cual iglesia, agencia ni institución. La misión es de Dios, y Su Espíritu está obrando en el mundo e invita a su iglesia a participar.
Por otra parte, la naturaleza de la iglesia es misionera. Hablamos de que la iglesia es la iglesia en el mundo y para el mundo. No se concentra sólo en el cielo. Se involucra en el mundo y por lo tanto es misionera. Debe estar en el mundo siendo distinta del mundo. La iglesia es enviada a compartir el gozo y la esperanza, en medio de la tristeza y la angustia de la gente de nuestro tiempo, de los que son pobres o afligidos en cualquier forma. Por lo tanto nos preguntamos ¿Hay una obra terminada y otra pendiente?
Ser misioneros no es una opción; es un mandato. A través de la Biblia vemos el mandamiento para la evangelización mundial. Esto implica escuchar el grito de los pobres, afligidos y perdidos. Hay cuatro mil millones de personas que no conocen a Cristo porque la iglesia no ha asumido un compromiso más intencional en la evangelización mundial.
Muchas veces surgen malos entendidos en cuanto a que algunos son misioneros y otros no lo son. David Bosch, que fue profesor y presidente del departamento de misiones de la Universidad de Sudáfrica y luchó incansablemente por la reconciliación de ese país, fue cuestionado cuando afirmó que en nuestro mundo todo es misión. Algunos argumentaban que cuando todo es misión, entonces nada es misión. David Bosch respondió que esta tensión la debemos resolver de manera creativa. Una forma de avanzar hacia esta creatividad es cuando asumimos que toda la iglesia es misionera y todo es misión.
Todos somos misioneros porque cada cristiano es llamado a participar y a ejercer el sacerdocio universal de los creyentes. Jesucristo ha dotado a su iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo para el cumplimiento de la misión. Esto significa que somos llamados a ser agentes de transformación hasta lo último de la tierra, y la misión de ninguna manera se limita solo a la acción local ni solo a la acción global. La verdadera misión radica en unir la acción local y la acción global de la iglesia en el cruce intencional de barreras, de iglesia a no iglesia, en ser, hacer y decir, palabra-obra y obra-palabra a favor de la extensión del reino de Dios.
Dado que Dios es un Dios misionero, Su pueblo debe ser un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todos los cristianos, no sólo sobre personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión.
La misión es universal e integral. Ser misionero hoy es darnos cuenta de que hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar. La tarea no esta terminada e implica servir a todos, especialmente a la gente más olvidada de la ciudad, la nación y el mundo. Estamos hablando de un mensaje integral de salvación que está dirigido a todo ser humano, considerando la totalidad de la persona. Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3:9). Cada persona tiene derecho a oír las buenas nuevas y ver encarnado el evangelio en su propia cultura. En este servicio misionero debemos resaltar la labor de los “misioneros transculturales” trabajando en el mundo animista, hinduista, budista, islámico, ateo y postmoderno.
Las estructuras eclesiásticas no deben obstaculizar el servicio relevante al mundo separando al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el “pueblo de la iglesia” y la “iglesia del pueblo”. El servicio no debe ser ofrecido solo en la iglesia sino también en la vida común y corriente, ya sea en hogares, escuelas, oficinas, fábricas, tiendas, consultorios, en política, gobierno y toda actividad sociocultural. El trabajo en la iglesia como la acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad debe ser conjunto.
En el Nuevo Testamento encontramos que muchos dones fueron otorgados a individuos para beneficio de todos. Sin embargo, el don del sacerdocio nunca se menciona; en su lugar nos encontramos con las palabras de 1 Ped. 2:9 que dice que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable».
Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios; por lo cual podemos decir que «por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe» (Rom. 1:5). En este marco la iglesia es para todos y con todos. Cada cristiano sea ministro, laico o misionero es proyectado al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo. La clave es reconocer que la tarea le pertenece a la iglesia toda, y actuar en consecuencia.
La vida en misión es un privilegio.
Carlos Scott
Mision GloCal
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