por Ray C. Stedman
La epístola a los Filipenses ha sido denominada la carta más tierna que jamás escribió Pablo, pero además la más encantadora. En ella hay una gran abundancia de expresiones de alabanza, de confianza y de regocijo, a pesar del hecho de ser una de las epístolas que escribió Pablo estando en la cárcel, escrita en Roma durante su primer encarcelamiento.
Podemos encontrar los antecedentes relacionados con esta epístola en la sección final del libro de los Hechos y además en el capítulo 16, que cuenta la visita de Pablo a Filipos y la fundación de la iglesia a la que posteriormente le escribiría esta epístola. Puede que recuerde usted haber leído acerca de aquellos días emocionantes y cargados de peligro en los que Pablo y Silas fueron juntos a Filipos. Lo primero que conocieron fue a un grupo de mujeres, que estaban celebrando una reunión de oración junto al río y les predicaron el Evangelio a estas mujeres. Lidia, una de ellas, una vendedora de púrpura (que teñía las vestiduras para la realeza y para los ricos) les invitó a su casa y su nombre ha sido conocido a lo largo de los siglos debido a su amabilidad y a la hospitalidad que ofreció al apóstol y fue precisamente en casa de Lidia donde comenzó la iglesia de Filipos.
La predicación de Pablo por toda la ciudad despertó un gran interés y causó cierta reacción. Finalmente produjo el resentimiento de los gobernantes y le metieron en la cárcel. Fue en esa ocasión, mientras él y Silas estuvieron con los pies sujetos por grillos en la mazmorra de la prisión, teniendo las brazos y las cabezas inmovilizadas, cuando un terremoto sacudió la prisión, hizo que se derrumbasen las paredes y los prisioneros quedaron sueltos, saliendo en libertad. Entonces el carcelero filipense entró corriente y cayó a tierra delante del apóstol. Pensando que su vida no valía nada debido a que se le habían escapado los prisioneros, clamó con esas palabras que han sido objeto de tantísimos sermones del evangelio:
“Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”
A lo que el apóstol le contesta brevemente, pero yendo al grano:
“Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa.”
Más adelante Pablo fue a las ciudades de Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto y otros lugares de Grecia, pero ahora, al escribir a los filipenses, lo hace desde Roma, estando prisionero de Nerón. Aunque se le permitía permanecer en la casa que había alquilado, esperando ser juzgado ante el Emperador Nerón, estaba encadenado noche y día a un soldado romano. Pablo sabía que podía fácilmente perder la vida al aparecer ante Nerón, pero a pesar de ello esta epístola rebosa resplandor y gozo, confianza y fortaleza. Es un gran estímulo para cualquier corazón abatido o desanimado leer esta epístola a los Filipenses. Si está usted pasando por una época de presiones y de pruebas, le animo a que lea esta breve epístola, que le servirá de un gran estímulo, especialmente si recuerda usted las circunstancias en las que fue escrita.
La epístola se divide en cuatro capítulos que representan, por una vez, las divisiones naturales del texto. El tema de la epístola es Jesucristo y su disponibilidad a la hora de afrontar los problemas de la vida. La iglesia que estaba en Filipos, a la que Pablo escribía, no se hallaba sumida en graves problemas doctrinales, sino en los problemas normales y habituales de cada día, llevando una existencia corriente, es decir, había en ella cristianos que no se llevaban bien entre sí e incipientes divisiones en la iglesia, causadas por ciertas personas que estaban intentando descarriar a otras con ideas que no encajaban precisamente con la fe cristiana. A fin de intentar resolver estos problemas, Pablo escribió esta epístola como una guía para la vida diaria. En ella se tratan los problemas normales con los que se encuentra el cristiano y reclama la victoria que el cristiano puede apropiarse a fin de vencer dichos problemas. El tema que se repite a lo largo de toda la epístola, es el del gozo y el de regocijo. El apóstol usa repetidamente frases como “¿Regocijaos y os vuelvo a decir que os regocijeis, regocijaos en vuestros sufrimientos, regocijaos en vuestras dificultades. Esto se convierte, por lo tanto, en una epístola en la que se nos enseña cómo podemos vivir una vida victoriosa en medio de las dificultades normales de la vida.
Los cuatro capítulos presentan a Cristo en cuatro aspectos diferentes. Los temas se encuentra en cuatro versículos clave, que aparecen en estos capítulos. En el capítulo 1 se le representa como nuestra vida, Cristo es nuestra vida. Creo que reconocerá usted sin problema el versículo clave del capítulo 1, que expone la idea de que Cristo es nuestra vida. En el versículo 21 el apóstol dice:
“Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.”
Creo que en ocasiones leemos este versículo como si fuese el grito desgarrado de un hombre que estuviese harto de la vida, que a penas pudiese esperar para llegar al cielo, que ya no podía soportar más. Es cierto que Pablo se encontraba en dificultades, afrontando presiones y problemas y deseaba ardientemente ir al cielo y alejarse de todo, como si fuese una especie de escape al estilo cristiano por lo que generalmente enfatizamos la última parte de la frase “el morir es ganancia. Creo que esto refleja una actitud muy corriente, que adoptamos los cristianos en ocasiones, es decir, que nos gustaría alejarnos de todo. No nos gusta vivir de la manera que tenemos que hacerlo y miramos con anhelo al cielo y cantamos himnos como “En ocasiones siento añoranza del Cielo.
Pero no es eso, ni mucho menos, lo que está diciendo Pablo. Si se fija usted bien se dará cuenta de que lo que está diciendo en realidad es: “no sé lo que escoger. Para mi el vivir es tener a Cristo y el morir es ganar el cielo, pero si tengo que escoger, no sé con qué me quedarme. El vivir es experimentar a Cristo, que es mi vida. Por lo que la vida es una continua aventura y emoción y a penas si puedo esperar para vivirla. Esto indica, sin duda alguna, que no estaba harto de la vida para nada, ni estaba desanimado por causa de sus circunstancias, algo que confirma todo el contexto del pasaje. Pablo dice escribiendo a los filipenses: “hermanos, no os preocupéis por mí. Os habéis enterado de que estoy en la cárcel, pero permitidme deciros algo. Mis circunstancias han servido para avanzar el Evangelio, y mi encarcelamiento ha hecho posible que el Evangelio se extienda por Roma como nunca, así que no me siento deprimido, sino que me regocijo. Es más, los otros cristianos que están en Roma se sienten estimulados y están predicando por la ciudad.
Se estaba llevando a cabo una empresa evangelística única, como no se había visto ni antes ni después, y les dice en qué consiste. Dios había trazado un plan para alcanzar al Imperio Romano como el que Pablo jamás había soñado. ¿Y sabe usted a quién puso a la cabeza del comité encargado de los arreglos? ¡A Nerón, el emperador! Pablo nos dice en el versículo 13:
“De esta manera, mis prisiones por la causa de Cristo han sido conocidas en todo el Pretorio y entre todos los demás…”
Si lee usted entre líneas, se dará cuenta de lo que está sucediendo. El emperador Nerón, había dado orden de que cada seis horas uno de los mejores jóvenes de todo el Imperio Romano, de la élite que constituía su guardia personal, fuese llevado y encadenado al apóstol Pablo a fin de que éste pudiese enseñarle respecto a Cristo y se estaba formando un grupo escogido de jóvenes, los más listos, los más inteligentes, los mejores y más fuertes del imperio. Si no lo cree usted, lea el último capítulo de la epístola, donde dice en el penúltimo versículo:
“Todos los santos os saludan, y mayormente los que pertenecen a la casa de César.”
¿No es ese un plan extraordinario para evangelizar al Imperio Romano? Ese era la clase de Dios que tenía Pablo y por eso podía decir: “para mí el vivir es Cristo y no sé lo que va a hacer a continuación, pero esto es toda una aventura y el ir adelante en la aventura diaria de una nueva experiencia con Jesucristo es algo que me cautiva. No sé qué escoger, si vivir esta vida emocionante o morir y estar con él. Eso es precisamente lo que significa la vida en Cristo.
Sabemos que Cristo murió por nosotros, pero lo hizo a fin de que pudiese vivir en nosotros. La experiencia de la obra de la vida de Cristo en nosotros es lo que da sentido a la vida, convirtiéndola en una experiencia vital y gloriosa. No puede usted leer el primer capítulo de esta epístola sin darse cuenta de hasta qué punto el apóstol Pablo descubrió esto e incluso al ver aparecer a Nerón dice:
“Pues sé que mediante vuestra oración y el apoyo del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza: que en nada seré avergonzado; sino que con toda confianza, tanto ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo, sea por vida o por la muerte.”
¿Qué fue lo que hizo la diferencia? Este hombre había encontrado el secreto que Dios deseaba para la humanidad, el Dios que habita en el hombre. Es preciso tener a Dios a fin de poder ser un hombre y ninguna vida está completa si no tiene a Dios. Pablo lo había descubierto, para la gloria de su existencia diaria, y no lo olvidó nunca. Vivió la vida hasta el máximo, sabiendo que Cristo es nuestra vida.
En el capítulo 2 aplica este secreto de una manera diferente. Aquí trata el problema de la falta de unidad, que estaba amenazando a algunos de los santos que estaban en Filipo. El hecho era que había algunos de ellos que tenían rencillas y discusiones y se habían producido divisiones dentro del cuerpo de la iglesia, cosa que pasa casi continuamente en cualquier iglesia. Las personas se enfadan unas con otras, se molestan por la manera en que otras hacen las cosas, no les gusta la actitud que adoptan algunas personas o su tono de voz. Entonces tienden a crearse grupitos y divisiones, que son siempre destructivas para la vida y la vitalidad de la iglesia. Por lo que Pablo les hace ver que Cristo es nuestro ejemplo en cuanto a resolver las dificultades y los problemas.
El pasaje clave que expone el tema empieza en el capítulo 2, versículo 5:
“Haya en vosotros esta manera de pensar, que hubo también en Cristo Jesús…”
¿No suena un poco extraño decir “haya en vosotros esta manera de pensar? Como es natural, lo que quiere decir es que tenemos la mente de Cristo porque tenemos a Cristo. Está bien, expresémoslo, dejemos que se ponga de manifiesto y que quede claro. ¿Y cuál es la característica de este modo de pensar? Pablo nos lo dice a continuación:
“Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse…”
La frase “considerar significa en este sentido algo a lo que hay que aferrarse a toda costa. No pensó en que era igual al Padre, uno con Dios el padre y Dios el Espíritu, uno de las tres personas de un Dios trino, algo a lo que aferrarse a cualquier precio. ¡Piense en ello! La relación más importante que sería posible tener era suya, pero en lugar de aprovecharla para sí:
“…se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.”
Esa fue la absoluta falta de condescendencia que tuvo Jesucristo consigo mismo. Fue como si hubiera vaciado todo lo que tenía valor en su vida y eso, dice Pablo, es tener la mente de Cristo. En vuestras discusiones, el uno con el otro, tened esta actitud unos con otros, sin aferraros a toda costa a vuestros derechos. ¡Qué a propósito es esto para nuestros días, cuando oímos con tanta frecuencia que tenemos que defender a toda costa “nuestros derechos y que deberíamos de insistir en ello. ¡Pero qué diferente es el ejemplo de Cristo!
En este sentido, no puedo olvidar nunca el incidente que el Dr. H.A. Ironside acostumbraba a contar. Cuando no era más que un niño de unos ocho o diez años su madre le llevó a una reunión de hombres de negocios cristianos. Había dos hombres que se estaban discutiendo airadamente, aunque no recordaba el motivo, pero uno de ellos se puso en pie, golpeó el escritorio y dijo: No me importa lo que hagan el resto de ustedes, pero yo quiero mis derechos. Sentado en la primera fila había un apreciado escocés, que era un poco sordo, y que se colocó la mano detrás de la oreja, se inclinó hacia adelante y dijo: “Oiga hermano, ¿qué ha dicho usted? ¿Qué es lo que quiere? El hombre le contestó: “Lo que acabo de decir es que quiero mis derechos, eso es todo. A lo que el anciano escocés le dijo: “Sus derechos, hermano, si es lo que quiere, ¿no es así? Si le concediesen a usted sus derechos, estaría usted en el infierno. El Señor Jesús no vino para defender sus derechos, sino para que le diesen aquello a lo que no había derecho y vaya si lo consiguió. El hombre que se había estado quejando, se quedó perplejo por un momento, luego se sentó y dijo: “Tiene usted razón. Resuélvanlo como quieran. Y en unos momentos el argumento quedó resuelto. Tengamos, pues, la mente que hubo en Cristo Jesús, que renunció a sus derechos y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, incluso hasta la muerte de cruz, pero no se quede ahí. ¿Cuál fue el resultado?
“Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre: para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es el Señor.”
Cuando renunció a sus derechos, Dios le concedió todos los derechos del universo. Dejó el problema en manos de Dios y Dios el Padre le reivindicó. Es lo que Pablo le dice a los cristianos que se pelean, renunciad a vuestros derechos, no insistáis en ellos. Les dice: “no hagáis nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimad humildemente a los demás como superiores a vosotros mismos.
Las palabras con las que comienza el capítulo 2 son su aplicación práctica acerca de esta verdad.
“Por tanto, si hay algún aliento en Cristo, si hay algún incentivo en el amor; si hay alguna comunión en el Espíritu, si hay algún afecto profundo y alguna compasión, completad mi gozo a fin de que penséis de la misma manera, teniendo el mismo amor, unánimes, pensando en una misma cosa. En el resto del capítulo Pablo expone que cuando nos decidimos a hacer esto, Dios es el que obra. Es él quien obra en usted, y nos dice: “porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, para cumplir su buena voluntad. Pablo finaliza el capítulo mencionando a dos de sus compañeros en la obra, que fueron ejemplo de estos atributos, Timoteo y Epafrodito. Timoteo fue fiel y Pablo dice acerca de él:
“No tengo a nadie como él, que se interese por vosotros con tantísimo ánimo y sinceridad. Porque todos buscan sus intereses personales, no lo que es de Jesucristo. Ya conocéis la reputación de Timoteo…”
Epafrodito procedía de los santo de Filipos y había traído un donativo de ellos para Pablo y a continuación se había puesto gravemente enfermo. Ellos se habían enterado de su enfermedad y estaban preocupados. Pablo les dice que tenían motivos para estarlo, porque había estado, efectivamente, muy enfermo, pero que Dios había tenido misericordia de él y ahora Pablo le estaba enviando de regreso junto a ellos. Nos dice:
“Recibidle, pues, en el Señor con todo gozo y tened en alta estima a hombres como él; porque a causa de la obra de Cristo estuvo cercano a la muerte, arriesgando su vida para completar lo que faltaba en vuestro servicio a mi favor.”
Había renunciado a sus derechos. Tened esa mente que está en vosotros, la mente de Cristo, además de seguir su ejemplo. Creo que si pusiéramos en práctica esa advertencia seríamos personas diferentes. No habría peleas o discusiones en las iglesias y tampoco divisiones entre los cristianos.
El capítulo 3 nos habla de nuevo acerca de Cristo, en esta ocasión como nuestra confianza, Cristo es nuestra confianza, es el poder que nos motiva. Es el que nos impulsa a desear ardientemente lo que debemos querer y el que hace que nos sintamos confiados en que podemos conseguirlo. No creo que haya ninguna otra cualidad en la vida que se demande con mas urgencia que la confianza. ¿Quién no busca la motivación? Todos los cursillos que se ofrecen sobre desarrollo de la personalidad han sido creados para intentar devolvernos la chispa que nos da la energía y que nos motiva, que hace que deseemos hacer lo que debemos y quisiéramos hacer. Todo ello, nos dice el apóstol, lo hallamos en Jesucristo. El es el motivador. Pablo lo expresa enfáticamente en el conocido versículo 10 del capítulo 3:
“Anhelo conocerle a él y el poder de su resurrección…”
Como contraste, destaca aquellas cosas que le motivaban y que le daban confianza, o más bien, un falso sentido de confianza, antes de hacerse cristiano. En el versículo 3 describe a los cristianos como aquellos que deben de adorar a Dios en espíritu, en la gloria de Jesucristo, sin depositar la confianza en la carne, pero ese es el problema que tenemos nosotros. Estamos constantemente intentando aumentar la confianza en la carne, siguiendo el principio del esfuerzo propio. Esa es la filosofía subyacente de todos los cursillos de desarrollo de la personalidad, como los de Dale Carnegie, las “Power Girls y los demás, haciendo un esfuerzo por enseñarnos la confianza en la carne. Pablo hace una lista de aquello en lo cuanto había tenido que entrenarse para conseguirlo. Les dice a aquellos que creen que tienen motivo para confiar en la carne que examinen sus antecedentes. “Estas les dice, “son las cosas de las que me enorgullezco y que me hacen tener confianza. En primer lugar está mi genealogía familiar, habiendo sido circuncidado al octavo día, perteneciendo al pueblo de Israel, de la tribu de Benjamin, hebreo de hebreos, como dirían los norteamericanos “un verdadero sangre azul de Boston. No se puede superar esa genealogía. Además, dice “me sentía orgulloso de mi ortodoxia y en cuanto a la Ley, he sido fariseo, perteneciente a la denominación más estricta de mi religión. He sido fariseo de fariseos y además me he sentido orgulloso de mis actividades y, tocante al celo, he perseguido a la Iglesia y en lo que se refiere a mi moralidad y la justicia he obedecido a la ley, siendo intachable. Pero ahora dice, “por mucho valor que tuviesen esas cosas para mi, las considero como pérdida porque he encontrado a Cristo y él es mi confianza. Toda la confianza que tuve con anterioridad, gracias a estas cosas secundarias, me he dado cuenta de que carecen de todo valor en comparación con lo que ofrece Jesucristo. Y en cuanto a su vida en mi, he hallado mucho más, de manera que ahora todas aquellas cosas no son otra cosa que escoria, estiércol o basura, en comparación con lo que me ofrece Cristo, que es nuestra confianza.
En la última parte del capítulo 3 contrasta aquellos que buscan los valores secundarios en forma de religión y dice:
“El fin de ellos será la perdición; su dios es su estómago, su gloria se halla en su vergüenza y piensan solamente en lo terrenal.”
Pero, contrariamente, aquellos que han depositado su confianza en Cristo no terminan con esta vida, sino que esperamos una ciudad, una comunidad de naciones, que está en el cielo y de ella esperamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, que cambiará nuestros humildes cuerpos para que sean como el suyo, mediante el poder de su resurrección, que le permite someter todas las cosas a sí mismo.
A continuación vemos en el capítulo 4 a Cristo no solo como nuestro motivador, sino como nuestra fortaleza y energía. No solo nos impulsa a desear lo bueno, sino que hace posible que lo hagamos. El provee la dinámica que cumple ese deseo. Es una tortura mental hacer que una persona sienta un gran deseo, pero no la habilidad para hacerlo posible, convirtiéndose en la fórmula de la frustración. De modo que el apóstol concluye con la declaración de que Cristo nos hace sentirnos completamente realizados, dándonos las fuerzas y concediéndonos nuestros deseos. El versículo 13 dice:
“¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!”
Lo prácticas que son algunas de estas cosas se demuestran en el contexto. Para comenzar está el problema de llevarse bien con los demás. En la iglesia de Filipos había dos mujeres, Evodia y Síntique. Sabemos que eran mujeres porque en griego la forma es la femenina. (Como es natural, recordará usted la historia del hombre que no acababa de saber cómo pronunciar estos nombres, y los leía de esta manera: “Ruego a Odius y ruego a Simenfado que se pongan de acuerdo en el Señor.) Lamentablemente, seguimos teniendo en nuestras iglesias a personas que son odiosas y que se pican o enfadan con demasiada facilidad, que en seguida se sienten doloridas y aquellas que se deleitan en hacer daño a los sentimientos ajenos, pero el apóstol dice: “os ruego, que seáis de un mismo sentir en el Señor. ¿Cómo? “¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Ese es el secreto y además está el tema de la preocupación.
“Por nada estéis afanosos, más bien, presentad vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”
¡Qué gran consejo para que reine la paz en medio de la ansiedad! ¿Cuántos lo han intentado y se han encontrado con que funciona? No esté usted ansioso por nada, pero en todo, se propone una acción contrario, es decir, no se limite a sentarse, angustiándose y dándole vueltas al tema en su mente. No elimine sus ansiedades. Háblele acerca de ellas al Señor en oración, dándole gracias y déjeselas a él. Y la paz de Dios, que posiblemente no acabará usted nunca de entender, que no sabe de dónde procede y cómo llega hasta nosotros, llenará su corazón y su mente en Jesucristo porque Cristo es nuestra fortaleza.
Finalmente está el tema de la pobreza. Pablo dice:
“No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé vivir en la pobreza y sé vivir en la abundancia. En todo lugar y en todas las circunstancias, he aprendido a contentarme con lo que tengo.”
…y lo pasa a los filipenses.
“Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad vuestra, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.”
Cristo es nuestra fortaleza.
Esta epístola incluye el secreto de un hombre que había acabado la carrera, que había luchado la buena batalla y que había guardado la fe y ésta es su explicación sobre cómo lo consiguió. Nosotros que vivimos en este siglo XX, con sus peligros y problemas, sus frustraciones, sus ansiedades y sus presiones, necesitamos descubrir y entender esto porque el Mismo que mora en nosotros, es el que también habitó en el apóstol Pablo. Cristo es nuestra vida, es nuestro ejemplo, es nuestra confianza y nuestra fortaleza.
Oración
Y ahora nuestro Padre, te pedimos que nos concedas que estas palabras arraiguen en nuestros corazones y en nuestras vidas. Ayúdanos a no ser sencillamente oidores de la palabra, sino también hacedores, a que no nos engañemos a nosotros mismos y a que no nos marchemos de aquí habiendo escuchado estas grandes verdades, pero sin estar dispuestos a ponerlas en práctica. Concédenos que podamos empezar a encontrarnos a nosotros mismos a cualquier nivel, tanto si somos pequeños como mayores, si estamos en la escuela, en la casa, en el trabajo o dondequiera que estemos. Haz que estemos dispuestos a poner a prueba estas promesas, a dar un paso de fe descansando en estas poderosas verdades y a descubrir con el apóstol Pablo el gozo que inunda el corazón de todo el que experimenta a Cristo como un Señor vivo, como el que nos puede ayudar a vivir una aventura diaria y un nuevo descubrimiento de él. Porque lo pedimos en su nombre, amen.
Catálogo No. 251
Filipenses
Octubre 1, 1967
Mensaje Cincuenta y Cinco
Translated by: Rhode Flores (rhodeflores47@yahoo.com)
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