ÍNDICE
NOTA
- La Iglesia hoy, madurando hacia la senilidad.
- Objetivo central de la misión de Cristo
- La caída del hombre (pecado original).
- La muerte.
- Inmortalidad humana.
- Una muerte única e irrepetible.
- El significado de “sacrificio vicario”.
- El Hombre fue más que un Hombre.
- El Dios-Hombre, Jesucristo, la única opción.
- ¿Por qué una cruz y no otro método de ejecución?
- ¿Quién mató a Cristo?
- Resurrección corporal.
- ¿Fue incompleta la expiación?
Nota:
El autor desea señalar que para la estructuración del artículo se ha basado, específicamente en secciones 5, 6,7, 9,10 y 11, en el material publicado por Arthur Custance (1910-1985), erudito bíblico y científico originario de Canadá. Custance ha sido laureado profusamente en calidad de educador, investigador, ingeniero, antropólogo, teólogo y autor. Publicó extensos artículos para diferentes revistas académicas, varios libros, las famadas ponencias conocidas con el nombre de “The Doorway Papers”, y su opus magnus, “The Seed of the Woman.”
Corresponde dejar establecido que el material de Custance que hemos utilizado gravita en torno a la autoridad de la Escritura y la documentación histórica y científica disponible durante su vida. Las inferencias teológicas se desprenden de un proceso de razonamiento lógico basado en la información que provee la revelación de Dios en la Escritura y la investigación científica en las disciplinas de la biología, fisiología y antropología.
Si bien nueva información ha salido a la luz desde que Arthur Custance planteó su tesis, nada significativo existe que pueda refutar conclusivamente el material de Custance. El autor del artículo a continuación, no se ha centrado en la perspectiva científica por considerar que esas disciplinas están fuera de su competencia, y por creer que el material bíblico es más que suficiente para apoyar las proposiciones presentadas y las conclusiones derivadas. Motivamos a aquellos lectores con inclinación hacia las disciplinas científicas, a realizar una simple búsqueda en el Internet bajo el nombre “Arthur Custance”. Esto los llevará a encontrar un buen número de páginas con su material, y el estudio de estos escritos abrirá para el estudiante bíblico sagaz, una nueva dimensión que redundará en una comprensión más profunda de las cosas de Dios.
1. La Iglesia hoy, madurando hacia la senilidad.
La iglesia de Cristo ha dado prioridad en los últimos tiempos al cultivo de la vida devocional, a la familia, a los aspectos prácticos de alcanzar la virtud en todas nuestras relaciones humanas, a entender porqué sufrimos, y en casos extremos, a cómo manipular a Dios para que conteste nuestras oraciones. Todas estas cosas, con excepción de la última, son importantes, pero se procuran a expensas del sacrificio de la doctrina cristiana en el altar de nuestra conveniencia. En el evangelio de boga, el hombre es el centro de atención, y el libro más vendido en las librerías cristianas bien podría titularse “Si Dios me ama. ¿Por qué el auto no me arrancó esta mañana?” Como resultado de este enfoque, los cristianos han sido privados de conocer el porqué de lo que creen; en otras palabras, de un entendimiento claro de nuestras creencias. La devoción y la práctica han eclipsado nuestro razonamiento y la estructura de nuestra fe es, a menudo, relegada a un segundo plano. Los términos de nuestra retórica teológica son usados en estos días en forma vaga, imprecisa y costumbrista. Términos que en un tiempo tuvieron un significado preciso, son hoy tan elásticos que han perdido su significado. La doctrina es considerada en estos días como algo frío, falto de amor, divisiva, y sobre todo poco práctica.
Dos mil años han pasado desde la muerte de Cristo. A pesar de tener dos milenios de edad, la iglesia hoy muestra pocos o ningún indicio de madurez. Parecería que en su edad madura se ha vuelto niña, como ocurre con muchos ancianos seniles. Las palabras de Pablo en Hebreos resuenan con renovada urgencia en estos tiempos: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”. Pablo se lamenta de que sus oyentes permanezcan a la altura de pigmeos doctrinales, y precisamente el tema que el apóstol aborda en la epístola es el sacrificio de Cristo como ofrenda y como sacerdote, específicamente el ministerio sacerdotal en los cielos. Es muy difícil en tiempos modernos explicar esto a congregaciones donde prácticamente tenemos infantes de cuarenta, cincuenta y sesenta años.
Otros hemos olvidado nuestro primer amor y estamos cerca del rigor mortis. En nuestra apatía crónica, combinada con nuestra indiferencia a la verdad, hablamos de la muerte de Cristo, en muchas instancias, planteando analogías o paralelos con las muertes de otras personas que dieron sus vidas por su país o por otros seres humanos. De estas ilustraciones están sembrados los sermones, los devocionales diarios, y las historias de escuela dominical.
Analogías de ese tipo son más que desafortunadas y sólo pueden tener origen en la epidemia de mediocridad galopante que exhibe la iglesia de Cristo en materia doctrinal. La verdad es que no es posible, bajo ninguna circunstancia, comparar la muerte de Cristo con cualquier otra muerte ocurrida en la historia, desde Abel hasta el presente. Esto no significa que no sea posible de adquirir, bajo la guía del Espíritu Santo, cierta medida de la verdadera naturaleza del sacrificio de Jesús. Pero en realidad, este entendimiento debe procurarse por contraste y no por analogía.
En este artículo intentaremos explicar los aspectos fundamentales del plan de redención de Dios. Se dice en lenguaje cristiano popular, que la Biblia es el registro inspirado de los episodios de la historia de la redención del hombre, y es verdad. Pero no debemos conformarnos con solo conocer el registro histórico y aceptar su veracidad. Debemos, también, procurar entender la naturaleza y el propósito de la historia de la redención.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento tienen como tema central la historia de la redención, y ésta no es más ni menos que la historia del Redentor. Un estudio serio del Antiguo Testamento muestra que el punto medular, en toda su extensión, es la persona y la obra del Señor Jesucristo. El Nuevo Testamento, en contraste con el Antiguo, trata con la manifestación y explicación de la persona y obra del Redentor. Pablo condensa esto en su frase, “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2).
2. Objetivo central de la misión de Cristo
¿Cuál fue el propósito principal de la obra y misión de Jesucristo? Las Escrituras revelan que el objetivo fundamental y la misión de Cristo fue lograr la obra de salvación de los seres humanos. “El salvará al pueblo de sus pecados. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores” (Mat. 1:21; Luc. 19:10; 1 Tim. 1:15). Jesucristo no vino como un revolucionario marxista o un moralista humanístico. Vino a lograr la salvación de los pecadores.
Esta verdad nos conduce a las siguientes conclusiones:
- El grado de comprensión del sacrificio en la cruz determinará el grado de comprensión que tengamos de la persona y ministerio de Cristo.
- El grado de comprensión de la persona y obra de Cristo determina el grado de comprensión que tenemos de las Escrituras.
- El grado de comprensión de las Escrituras determina el grado de comprensión de la historia de la redención.
- Por lo tanto, ignorancia de la doctrina bíblica de la expiación equivale a ignorancia de la obra de Cristo, las Escrituras, y la historia de la redención.
Estas conclusiones deben ser más que suficientes para convencernos de la importancia y necesidad de estudiar la doctrina bíblica de la redención. La expiación debe ser objeto de estudio, adoración y alabanza constante por parte del pueblo de Dios, no solamente exclusividad de los teólogos profesionales. En cierta medida, el paupérrimo grado de santidad entre el pueblo de Cristo en estos días, se debe a la ignorancia patética de la obra redentora de Jesucristo.
Es nuestro deseo que este artículo sirva para que la luz del conocimiento de la persona y la obra de Cristo resplandezca en los corazones de los que aman a Dios. A El sea la gloria por siempre.
3. La caída del hombre (pecado original)
La Biblia narra la caída histórica del hombre. Esta fue de un estado de rectitud y santidad a un estado de pecado y condenación. Ninguna otra explicación es válida para entender el aspecto siniestro del ser humano (Gén. 3). Luego de su creación, el hombre poseía la imagen de Dios. Luego de su caída, pasó también a ser portador de la imagen de Satanás. De ahí la metáfora que define a los pecadores como “hijos del diablo”. La metáfora rabínica fue usada por Jesús mismo en Juan 8: 38-44. La metáfora, en simple, significa que los humanos son portadores de la imagen de Satanás en el sentido de que hicieron, en el nivel humano, lo que Satanás hizo en la dimensión demoníaca. No implica que los hombres ya no sean portadores de la imagen de Dios. Santiago 3:9 establece que los humanos somos hechos a semejanza de Dios, pero esta imagen ha sido contaminada y opacada por el pecado del hombre. Si bien el hombre sigue siendo hombre, es ahora un hombre pecador. Esto no necesita mucha explicación para el hombre intelectualmente honesto que sabe analizar y contemplar su carácter y personalidad inadecuada. Algunos han llegado a negar que exista algo que se llame “pecado original”. Sólo una mente afectada en forma virulenta por el pecado es capaz de negar la existencia del pecado original y el pecado en general.
La enseñanza bíblica sobre la caída del hombre como un hecho histórico real nos habilita para escaparnos del mundo “disneylándico” de la teología liberal, la cual no puede explicar porqué el hombre comete las maldades que comete. También contesta el concepto materialista que hace del hombre una máquina más y pretende reducir la vida al nivel de una piedra, un tronco o un árbol. El sistema no puede explicar la vida tal como es. Si todas las ideas no son más que una secreción química del cerebro, el materialismo es una secreción más del cerebro, por lo tanto se refuta a sí mismo. Todo sistema filosófico que se refuta a sí mismo nos debe causar compasión y repugnancia al mismo tiempo.
La posición bíblica no es ni idealista ni “negacionista” caprichosa, sino que corresponde con la realidad, con lo que vemos y conocemos. Cuando nos observamos en el espejo podemos ver tanto nuestro aspecto siniestro como el lado noble. En todo lo que hacemos y somos, la maldad está presente (Rom. 7:21). No hay forma de escaparse de la realidad del pecado del hombre y sus trágicas consecuencias. Sin una caída histórica, no existe una explicación para la condición actual del ser humano.
Adán y sus descendientes
La mayoría de los cristianos entienden que Adán es el “Padre” de la raza humana, en el sentido de que fue el primer ser humano del cual todos los demás derivamos. Por esta razón es llamado el primer hombre en 1 Corintios 15:45.
Lo que los cristianos modernos parecemos no entender, es que nosotros estamos relacionados con Adán no sólo genéticamente, sino de muchas otras formas. Romanos 5 y 1 Corintios 15 nos muestran varios paralelos entre Adán y Cristo. Jesús es llamado el “postrer Adán”, y Adán es llamado el “primer hombre” (1 Cor.15:45).
Adán y Cristo
Estos pasajes establecen claramente que la caída de Adán en pecado fue de naturaleza sustitucionaria y vicaria, de la misma forma que lo es la expiación obediente de Cristo. Romanos 5 dice que todos estamos condenados en virtud de la desobediencia de Adán, como también estamos justificados en virtud de la obediencia de Cristo. El problema que todos los hombres confrontamos es la imputación del pecado de Adán, y el remedio para ese problema es la imputación de la justicia de Cristo (Rom. 5:17).
Inseparablemente ligadas
Nuestra participación en la desobediencia de Adán y nuestra participación en la obediencia de Cristo están interconectadas de tal forma que si alguien rechaza la doctrina de la imputación del pecado de Adán — o sea, el fundamento de la doctrina del pecado original — debe, por lógica deducción, rechazar también la doctrina de la imputación de la justicia de Cristo – o sea, la base de la doctrina de la justificación judicial.
A través de la historia de la iglesia, los herejes inteligentes han reconocido que la doctrina del pecado original, la expiación sustitucionaria, y la justificación forénsica, se mantienen de pie o se caen al mismo tiempo. Esta es la razón por la cual Socinus y Charles Finney, en el pasado, y otros en el presente, se sienten lógicamente inclinados a negar las tres doctrinas.
Terminología similar
Nuestra relación con Adán se describe en los mismos términos que se usan para hablar de nuestra relación con Cristo. Por ejemplo, podemos estar en Adán de la forma que podemos estar en Cristo. La unión con Adán y la unión con Cristo son dos realidades que comparten significados mutuos. Todos los que están en Adán, o sea, unidos con Adán, reciben ciertas cosas en virtud de esa unión, del mismo modo que todos los que están en Cristo reciben cosas en virtud de esa unión con Cristo.
Rechazos incoherentes
Debido a que el mundo evangélico está plagado de maestros, pastores, y evangelistas que tienen muy poco entrenamiento teológico, poco conocimiento de la historia de la iglesia, y ninguna preparación en lógica, no nos debe sorprender que alguna gente plantee objeciones a la doctrina del pecado original, basados en que sería “injusto” que Dios nos castigue a nosotros por la maldad de alguien más. Para estos líderes, la idea de que Dios nos trate en base a lo que alguien pudo haber hecho, es absurda.
Sin embargo, al mismo tiempo, la misma gente que piensa así, una vez que se les presiona, admite que Dios trató a Jesús conforme a los pecados de ellos. Si Cristo “murió por nuestros pecados conforme a las escrituras” (1 Cor. 15:3), ¿cómo puede ser injusto que muramos por el pecado de Adán?
Historia de la Iglesia
La historia de la iglesia demuestra que el rechazo de la doctrina del pecado original, eventualmente conduce al rechazo del sacrificio vicario y de la justificación forense. Esto sucedió con la teología liberal del siglo XVIII.
Estos teólogos liberales comenzaron con la negación de la doctrina del pecado original y la depravación consecuente. Esto los llevó a negar la expiación sustitucionaria. Basándose en la “razón”, concluyeron que sería injusto condenar a alguien por las culpas de otros. Esta racionalización les hizo luego negar el sacrificio de la sangre de Jesús.
Por esta razón, la doctrina del pecado original es absolutamente esencial en la teología cristiana, y por eso la iglesia de Cristo ha condenado siempre como definitivamente heréticos el pelagianismo y el semi-pelagianismo. Estos sistemas niegan o debilitan la doctrina del pecado original y su resultante depravación. La validez del sacrificio sustitucional y la justificación judicial están basadas en la validez de la imputación a nosotros del pecado de Adán.
4. La muerte
La caída es también el fundamento para entender la muerte. Mientras que la creación no explica porqué o cómo morimos, o lo que sucede luego de la muerte, la naturaleza radical de la caída del hombre en pecado y culpa explica estas cosas claramente.
Primero, la Biblia habla de la realidad de la muerte (Heb. 9:27). Esta realidad inevitable nos confronta a todos y hace desvanecer toda esperanza humanista de lograr inmortalidad en esta vida. La ciencia hará muchos descubrimientos pero nunca conquistará la muerte. Las disciplinas ocúlticas podrán prometer superar la muerte, pero en el terreno de la realidad fallan miserablemente. Las sectas, tales como la Ciencia Cristiana, podrán negarla, pero ultimadamente tienen que pasar por ella. Dios ha ordenado la hora de nuestra muerte y nadie puede demorar o apresurar Su plan (Job 14: 1-5; Ecles. 3:1; Heb. 9:27).
Segundo, la Biblia describe el origen de la muerte. Es un castigo divino por la desobediencia del hombre. Como consecuencia de la caída y nuestros propios pecados personales, la “Parca” con su guadaña viene a cosechar nuestras almas para ser enjuiciadas (Rom. 5:12-17; 6:23; Heb. 9:27; Stg. 1:14,15). Esto significa que la muerte no es “natural”, ni “normal”, ni “humana”. Contrario a los falsos conceptos humanistas de que la muerte es “natural” o parte de la naturaleza humana, la muerte es “antinatural” y “subnormal”. Es el terrible y antinatural desprendimiento que separa el alma del cuerpo. La muerte desgarra al hombre en dos. El hombre fue creado para vivir, no para morir.
5. Una muerte única e irrepetible
La muerte de nuestro Señor Jesucristo fue un suceso único en toda la historia. Nunca hubo una muerte semejante, ya sea en forma de castigo, suicidio, martirio, o aún como un acto del autosacrificio de un ser por otros seres. Sin embargo, Su muerte fue por el hombre, y como un hombre murió. Si le preguntamos a un cristiano medianamente conocedor de su Biblia si Jesús estuvo en control de su vida aquí en la tierra, la respuesta será que, en efecto, sí lo estuvo. Los versos para apoyar esto son Juan 10:18, “Nadie me la quita [la vida], sino que yo mismo la pongo”; “Entonces procuraban prenderle; pero ninguno le hecho mano, porque aún no había llegado su hora” (Juan 7:30); “Padre, la hora ha llegado… (Juan 17:1), y otros por el estilo. Es aceptado, tradicionalmente, que el significado de estas palabras es que El se mantuvo fuera del alcance de sus perseguidores hasta que llegó la hora en que decidió someterse a ellos. Esto es verdad, pero es sólo una parte de la historia. El control que Jesús tuvo sobre su vida fue más allá de escoger el tiempo para entregarse a sus enemigos. No sólo escogió el tiempo de morir, sino que escogió morir.
Nosotros no tenemos opciones al respecto. Eventualmente podremos escoger las circunstancias y la hora de nuestra muerte, ya sea entregándonos como mártires por determinada causa, provocando a otros para que causen nuestra destrucción, llevando a cabo un acto heroico en tiempos de crisis, o cometiendo suicidio. Pero el resultado final de estos actos es algo que tarde o temprano será inevitable, nuestra muerte. No hay opciones, moriremos. Esta es la gran verdad, con excepción de aquellos que no morirán porque la Segunda Venida de Cristo los absolverá de la sentencia. En todos estos casos, sin incluir la soberanía de Dios en la ecuación, la muerte es prematura
La pena por comer del fruto del árbol prohibido no fue la reducción de un lapso de vida preestablecido, sino la introducción de una experiencia absolutamente nueva, la MUERTE FISICA.
A partir del momento de la caída, todos los seres humanos pasaron a ser mortales, y como mortales, no estamos en posición de decidir si morimos o no. En los casos mencionados anteriormente, la persona puede escoger el tiempo de su muerte. Una persona que tiene una deuda, aunque el contrato estipule que tiene varios años para pagarla, tiene la opción de pagarla antes de tiempo si así lo desea. Pero no tiene opción en cuanto a pagarla o no pagarla. En el caso de un suicida, un héroe que da su vida por una causa, un mártir, etc., simplemente está pagando una deuda antes de tiempo.
El hombre (ser humano) tiene una deuda con la muerte. Todos hemos pecado y la pena del pecado es muerte (Rom. 6:23). Y debido a que el pecado entró en el mundo, la muerte también entró a ser parte de la experiencia humana como una consecuencia, y la sentencia de muerte pasó a todos los hombres, los cuales a su tiempo, deben morir.
En el caso de Jesucristo, la muerte no ejerció ningún poder sobre El. En su situación, teniendo el potencial de vivir una vida sin fin, Jesús, si bien susceptible a morir en manos de otros, no necesitaba ni tenía que morir — nunca. Es por esto que estuvo en condiciones de escoger no sólo el momento de su muerte, sino también la prerrogativa de morir. Cuando escogió morir, tomó una decisión que está mucho más allá de nuestra competencia o poder.
6. Inmortalidad humana
El potencial de una vida terrenal sin fin, en el caso de Jesucristo, no necesariamente se desprende de su naturaleza divina o deidad, sino que habiendo nacido de una virgen fue exento o evitó la cadena de mortalidad que todos heredamos por medio de la simiente del hombre, y por lo tanto poseyó el potencial de una vida sin fin. Estamos hablando exclusivamente de vida física.
Adán podía morir, y murió, pero no necesitaba morir de no haber pecado. El Señor Jesucristo, como el segundo Adán, podía morir, pero no necesitaba morir. Cuando El escogió morir, abrazó la muerte por nosotros a pesar de ser inmortal, a pesar de que pudo haber vivido por siempre. No habiéndose encontrado pecado en él, su persona y carácter fueron encontrados totalmente del agrado del Padre, y por consiguiente no hubo pena de muerte sobre él, ni la necesidad de morir aplicaba a su persona. La inferencia es que tanto en el caso de Adán, antes de la caída, y en el de Cristo, durante toda su vida, como dijo San Agustín, para ambos era non imposse mori sed posse non mori – “no fue imposible morir, pero fue posible no morir.”
7. El significado de “sacrificio vicario”
El punto que venimos elaborando es crucial para entender el sacrificio substitucional o vicario llevado a cabo por Jesucristo. Desde el punto de vista humano, Jesús fue idéntico a Adán en su estado original. Por ello entendemos que Adán fue una criatura inmortal con un espíritu perfecto, y derivamos esta conclusión contemplando la persona de Jesucristo. Si Adán no fue físicamente y espiritualmente (con un espíritu humano) perfecto, entonces el sacrificio de Cristo no fue substitucionario y los títulos “Hijo del Hombre” y “postrer Adán” pierden todo sentido.
El sacrificio de Cristo fue sustitucional en el sentido que el que murió en la cruz, fue un hombre semejante a Adán en el aspecto humano, y este sacrificio es aplicable a nosotros en Adán.
Y este es el significado correcto de lo que conocemos como sacrificio vicario. Es esta semejanza o relación entre Adán y Cristo, la que hace posible el sacrificio vicario. Cristo, siendo potencialmente inmortal, escogió morir.
Si Jesucristo hubiera sido mortal en la misma forma que lo somos nosotros, y de no haber muerto en la cruz hubiera vivido hasta los 70,80, o 90 años de edad, su muerte no hubiera sido sustitucional y no hubiera redundado en ningún beneficio para nosotros.
Para que no haya confusiones, dejo en claro que no estamos diciendo que Cristo era un Superman, sino que en su humillación tomó un cuerpo que sin duda tenía limitaciones. Estas fueron manifestadas en diferentes formas, como el caer rendido de cansancio en una barca sacudida por las olas de una tormenta (es como quedarse dormido en un carro de montaña rusa en movimiento), detenerse junto a un pozo para refugiarse del calor del día, llorar frente a la tumba de un amigo, sufrir de sed en la cruz, y otras. Fueron estas vulnerabilidades comunes a todo hombre, las que hicieron posible su crucifixión (2 Cor. 13:4).
Es obvio que el que murió en la cruz fue un hombre, humano cien por ciento, exactamente una fiel representación de la humanidad de Adán, o sea el “Hombre” como Dios lo creó. Una naturaleza pecaminosa no es necesaria para definir el concepto de hombre desde el punto de vista de Dios.
Han habido solamente dos “hombres verdaderos” en toda la historia. El resto de los hombres, todos nosotros, hemos sido y somos una caricatura lamentable de lo que Dios realmente considera “humanidad”.
8. El Hombre fue más que un Hombre
El principio de la ley “ojo por ojo y diente por diente” no hubiera sido cumplido en la cruz, al no haber existido “hombre por hombre” en la transacción. De acuerdo con el principio de “uno por uno”, un hombre puede sacrificarse por uno, pero no por dos, ni por diez, ni por cien, o por mil. Este Hombre en la cruz fue algo más que un Hombre. Este Hombre fue también Dios.
Alguien puede objetar que entonces Cristo fue algo diferente a un hombre. La respuesta es simple: si a un triángulo le agregamos un círculo, sigue siendo triángulo. El hecho de ser algo más que hombre no lo convierte en algo menos que hombre, o diferente a un hombre. En Jesucristo, Dios fue hecho hombre, no idéntico al hombre tal cual es ahora, sino hecho en semejanza de carne de pecado (Rom. 8:3). En otras palabras, fue “hecho carne” (Juan 1:14) en referencia a “carne” humana en el presente, pero sólo en semejanza.
Ahora bien, volviendo a que Cristo fue también Dios, es esta verdad escritural la que hace posible que su sacrificio halla sido suficiente, si así fuera necesario, por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2). La frase “para que todo aquel que en él cree”, impone sobre el Redentor demandas o requisitos que ningún mero hombre puede llenar a los efectos de salvar a “todo aquel que en él cree”. Es en este aspecto de la naturaleza de Cristo donde los sistemas que niegan su deidad se desmoronan.
9. El Dios – Hombre, Jesucristo, la única opción
Todo el que no es Dios es un ser creado, la Biblia es definitiva en cuanto a ello. La implicación lógica es que si Jesucristo no es Dios, evidentemente es un ser creado. Un ser creado no puede pagar por los pecados del mundo. Dos puntos para probar esto:
1) Para poder salvar a una criatura violadora de la ley y destinada al infierno, la persona designada para la tarea debe no sólo conformar su vida totalmente a la ley, sino también debe ser de la misma naturaleza ontológica que la persona que desea rescatar (Lev. 25:25; Rut 4:4-6). Aun más, el redentor debe ser de la misma línea de sangre (linaje) que la persona por la cual da el rescate. En el caso del Mesías, éste debería ser de la estirpe o simiente de Adán y Eva (Lucas 3:31; Gén. 3:15) —- y también debería ser un hombre absolutamente puro y santo.
Sumado a lo anterior, el redentor debe ser algo más que un hombre. Debe ser algo muy superior a los seres angelicales, aún al ángel de más rango, para poder pagar por la depravación de los pecadores y renovarlos a una santidad posicional y práctica.
Esto es evidente cuando consideramos lo siguiente: La criatura más exaltada sigue siendo una criatura. Como criatura está obligada por la ley o dar perfecta obediencia a su Creador, y por lo tanto no puede hacerlo en lugar de otro.
Su perfecta obediencia no puede ser adjudicada o imputada a otro, mucho menos a millones y millones de otros. Puesto de otra forma, si cumpliera la ley de Dios perfectamente, se haría merecedor a la recompensa de la ley, ganaría una justicia para su propia cuenta, pero esa justicia no podría ser imputada a otro, mucho menos a millones de otros.
Recordemos que la obra que el Redentor tenía que hacer era pagar la deuda incalculable de los que habrían de ser salvos. hacer expiación por sus pecados (un número prácticamente infinito), reconciliarlos con Dios, hacerlos aceptos para la herencia de los santos en luz —– todo esto está mucho más allá de lo que una mera criatura puede acompasar, no importa cuán alto rango posea.
2) Otro punto importante en la redención de los pecadores es que los pecadores deberían ser restaurados, por lo menos, al mismo estado y dignidad que poseían antes de la caída. Restaurarlos a un estado de menor honra y bendición no es compatible con la sabiduría de Dios. Teniendo en cuenta esto, consideremos lo siguiente:
En su estado primitivo, el hombre sólo estuvo sujeto a su Creador, nadie más. A pesar de que el hombre fue creado poco menor que los ángeles, no le debía obediencia ninguna a éstos. Los ángeles eran como el hombre, siervos de Dios. Obviamente, si el pecador fuera salvo por una mera criatura, no podría ser restaurado a su primer estado y dignidad, porque en tal caso el pecador le debería obediencia y servicio a la criatura que lo redimió —- se convertiría en la propiedad de quien lo redimió.
Esto no solo traería total confusión a la situación, sino que además dejaría al pecador peor de lo que estaba antes de la caída, porque ya no estaría en la posición donde él debe absoluta sujeción y honor a Dios solamente, sino que su lealtad y servicio estarían divididos en dos, Dios y la criatura. Esto viola el mandamiento: “Al Señor tu Dios adorarás, y él solo servirás”.
El conflicto sólo puede ser resuelto cuando aceptamos que Jesús es Dios, de la misma forma que el Padre es Dios, y la honra para ambos es una sola e indivisible —- “para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre.” Juan 5:23.
10. ¿Por qué una cruz? ¿Por qué no otro método de ejecución?
¿Se ha preguntado usted lo anterior? Nunca me olvidaré cuando un hermano invitado a enseñar en la iglesia a la que yo concurría en el pasado, dijo textualmente, refiriéndose a la muerte sacrificial de Jesús: “Dios pudo habernos salvado de otra manera si hubiera querido. Yo no sé porqué él determinó que su Hijo muriera en una cruz, pero sí sé que gracias a ello yo he sido salvo”. La declaración, llena de candor cristiano, provocó varios “ámenes” y no pocos “aleluyas”, pero en realidad revelaba poco entendimiento del plan de salvación de Dios.
Confieso que en aquel tiempo, siendo yo un cristiano “tierno”, la afirmación del maestro a lo sumo no me pareció muy disparatada, pero sí lo suficientemente provocativa como para despertar mi curiosidad. A pesar de estar viviendo la época romántica obligada de todo recién convertido con el Señor, me sumergí un tanto en la doctrina de la soteriología y en la soberanía de Dios buscando apoyo para las palabras del invitado a predicar.
Lo que encontré fue exactamente lo contrario. Descubrí que aun la soberanía de Dios está limitada por las leyes que él mismo ha impuesto sobre su universo y la historia, incluyendo la historia de la redención. Algo que no debe escapar a nuestra consideración es que en el plan de Dios nada es caprichoso, nada es fortuito, todo tiene su razón de ser. La cruz no fue un accidente en la vida de Jesucristo. En el sacrificio de Cristo es donde podemos observar con más claridad, la relación misteriosa entre los acontecimientos preordenados por Dios y el libre albedrío de los hombres.
Una vez más, planteamos las preguntas: ¿Por qué el instrumento de ejecución usado para Cristo fue la cruz? ¿Por qué no otro método? ¿Pudo Dios haber provisto un método de salvación diferente? La respuesta es “no”. Vamos, entonces, a ver de cerca las diferentes coordenadas en la historia de la cruz, y como el plan de Dios, ya ordenado desde la eternidad, prevalece sobre los planes de los hombres, sin quitar la responsabilidad de los seres humanos que fueron actores en el drama de la cruz.
Oswald Chambers dijo: “Todo el cielo está interesado en la cruz de Cristo, todo el infierno le teme (Satanás y sus huestes), mientras que los humanos son los únicos seres que en mayor o menor medida ignoramos su significado.”
Repasemos el texto de Juan 19: 1 – 16:
19:1 Así que, entonces tomó Pilato á Jesús, y le azotó.
19:2 Y los soldados entretejieron de espinas una corona, y pusieron la sobre su cabeza, y le vistieron de una ropa de grana;
19:3 Y decían: ¡Salve, Rey de los Judíos! y dábanle de bofetadas.
19:4 Entonces Pilato salió otra vez fuera, y díjoles: He aquí, os le traigo fuera, para que entendáis que ningún crimen hallo en él.
19:5 Y salió Jesús fuera, llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y díceles Pilato: He aquí el hombre.
19:6 Y como le vieron los príncipes de los sacerdotes, y los servidores, dieron voces diciendo: Crucifícale, crucifícale. Díceles Pilato: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen.
19:7 Respondiéronle los Judíos: Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo Hijo de Dios.
19:8 Y como Pilato oyó esta palabra, tuvo más miedo.
19:9 Y entró otra vez en el pretorio, y dijo á Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dió respuesta.
19:10 Entonces dícele Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para crucificarte, y que tengo potestad para soltarte?
19:11 Respondió Jesús: Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba: por tanto, el que á ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
19:12 Desde entonces procuraba Pilato soltarle; mas los Judíos daban voces, diciendo: Si á éste sueltas, no eres amigo de César: cualquiera que se hace rey, á César contradice.
19:13 Entonces Pilato, oyendo este dicho, llevó fuera á Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar que se dice Lithóstrotos, y en hebreo Gabbatha.
19:14 Y era la víspera de la Pascua, y como la hora de sexta. Entonces dijo á los Judíos: He aquí vuestro Rey.
19:15 Mas ellos dieron voces: Quita, quita, crucifícale. Díceles Pilato: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino á César.
19:16 Así que entonces lo entregó á ellos para que fuese crucificado. Y tomaron a Jesús, y le llevaron.
Las autoridades judías tenían dos objetivos en mente al enjuiciar a Cristo. El primero era simplemente matarlo porque lo odiaban; lo odiaban porque no podían soportar la luz de su vida y la verdad de sus palabras —- El segundo era demoler sus reclamos al título de Mesías. Habían distorsionado tanto el Antiguo Testamento y sus pasajes proféticos, junto con los pasajes que hablaban de la naturaleza y la obra del Mesías, que cuando el Mesías estuvo frente a ellos no supieron identificarlo.
Para lograr el primer objetivo, o sea matarlo, dependían totalmente de Pilato, quien era el único que tenía poder para autorizar la ejecución. Claro que deben haber considerado, por un tiempo al menos, matarlo secretamente para no atraer la atención de los romanos. Pensamos que deben haber desistido de este plan por la posibilidad de una revuelta popular. Es más, los intentos de apedrearlo fracasaron, ya sea por indecisión de ellos o simplemente por el poder mismo de la presencia de Cristo.
Para lograr el segundo objetivo, lo más fácil era lograr su arresto, traer desgracia sobre él públicamente, y condenarlo a muerte. De ser posible, los cargos de traición se presentarían, porque ello significaba la crucifixión, la más denigrante de las ejecuciones, sin lugar a dudas.
Si acaso alguna intervención divina ocurriera para rescatar a Jesucristo, los judíos se hubieran persuadido y hubieran inmediatamente aceptado sus reclamos mesiánicos.
Entre los judíos existían solamente cuatro métodos para ejecutar a los hombres condenados por un crimen capital:
1) Estrangulamiento
2) Apedreamiento
3) Por fuego
4) Decapitación
La crucifixión no era uno de ellos. El menos severo de todos era el primero, estrangulamiento, porque no mutilaba el cuerpo seriamente. Quemar al reo era como una forma de desecar el cuerpo, sólo se hacía después que el reo había sido apedreado y estaba muerto (el Mishna parece incluirlo como una pena de muerte).
Ahora, si frente a la pregunta de Pilato, ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? los judíos hubieran contestado “quemadlo”, los planes de Dios para la redención del hombre hubieran sido frustrados. Lo mismo hubiera pasado si lo hubieran apedreado o decapitado.
Solamente la crucifixión podía ajustarse o encajar en el propósito de Dios en cuanto al plan de salvación. Sólo la cruz pudo proveer el altar donde Jesucristo pudo, deliberadamente, sin ninguna presión exterior, sino por su propia voluntad, ofrecerse a sí mismo como el cordero sacrificial.
En cualquier otra forma de ejecución se hubiera necesitado un milagro para mantenerlo vivo lo suficiente como para que su sacrificio sea voluntario, mientras que en la cruz, fue un milagro el hecho de que muriera cuando murió.
Paso a explicarme. Es muy difícil para nosotros hoy en día saber cuánto tiempo puede durar completamente conciente de su situación, una persona, durante su agonía en la cruz. La historia ha mostrado que los poderes del cuerpo humano para sobrevivir lesiones físicas son realmente extraordinarios. Los doctores G.M. Gouls y W.L. Pile, en su estudio de “Anomalías y Curiosidades de la Medicina”, nos brindan numerosos ejemplos sorprendentes. Una ilustración bastaría:
“Por lo tanto, no es extraordinario enterarnos que los hombres han sobrevivido la crucifixión por días, antes de sucumbir ante la muerte por hambre, exposición a las inclemencias del tiempo, envenamiento séptico, o mutilación por animales de presa (mamíferos, aves e insectos). Unos pocos han sido, por una razón o por otra, bajados de la cruz y se han recuperado de la experiencia”. Josefo (historiador judío) tuvo la oportunidad de ver un sin número de sus compatriotas crucificados por los romanos en el tiempo de la caída de Jerusalén bajo las tropas del general Titus. Josefo escribió en una instancia:
‘Ví muchos cautivos crucificados, y reconocí a tres de ellos que habían sido conocidos míos. Yo me conmoví ante ésto, fui ante Titus con lágrimas en mis ojos, y le hablé de ellos. El inmediatamente dio la orden de bajarlos y que se les diera el mejor cuidado posible para que se recuperaran. A pesar de esto, dos de ellos murieron bajo el cuidado del médico mientras que el tercero se recuperó”. (Antigüedades de los Judíos, &75, p.21)’. Por lo menos uno sobrevivió, y probablemente, con el cuidado médico apropiado los tres hubieran vivido. Claro, no sabemos cuanto tiempo colgaron en la cruz”.
¿Cuánto tiempo puede un hombre sobrevivir en la cruz?
En 1617, Jacobus Bosius publicó una obra titulada “Crux Triunphans et Gloriosa”, en la cual nos cuenta de la crucifixión del apóstol Andrés, del cual se dijo que vivió en la cruz por dos días —- también se refiere en la misma obra a la crucifixión de Victor, Obispo de Amiterna, que a pesar de haber sido crucificado cabeza abajo, sobrevivió por dos días. —– Bosius señala que, de acuerdo con Origen, éste era el período normal de sobrevivencia cuando no se usaban otros medios para terminar con la vida del reo. La muerte, en el caso de los que eran colocados boca abajo era acelerada por desnutrición, ya que era imposible beber o comer nada. — Bosius, Jacobus, Crux Triumphans et Gloriosa , Antwerp, 1617, pp. 8, 43, 47,94, 112-115. Acorde con W.S. McBirnie, un acta preservada en la Iglesia de ST. Andrew en Patras, Acaya, donde él fue martirizado, dice que él fue crucificado a sobrevivió por tres días [The Search for the Twelve Apostles , Wheaton, Tyndale Press, 1977, p.85], cit. en Seed of the Woman, Arthur Custance.
Una historia bien conocida y mencionada también por Bosius es la Timoteo y Maura, un matrimonio que sufrió durante la persecución del emperador Diocleciano en el año 286 DC. Luego de ser horriblemente torturados, estos dos cristianos fueron crucificados juntos, y de acuerdo con testigos confiables, ellos sobrevivieron nueve días exhortándose uno al otro en la fe, expirando finalmente en el décimo día. Suponemos que ellos tuvieron acceso a agua, ya sea de lluvia o por mano de alguien presente.
William Stroud, en su obra clásica “Las causas físicas de la muerte de Cristo” *, cree que esto fue posiblemente una exageración. Pero nosotros no tenemos necesariamente que estar de acuerdo. Sobrevivir por nueve días sin comida no es para nada extraño si de alguna manera hay provisión de agua y las condiciones del tiempo son apropiadas. (*Stroud, William, The Physical Causes of the Death of Christ, N.Y.’ Appleton, 1871, p. 422)
De acuerdo con Alban Butler, en el año 297 DC, por orden del emperador Maximiano, siete cristianos en Samosata fueron sujetos a diversas torturas y luego crucificados. Hipparchus, uno de ellos, hombre anciano y venerable, murió en la cruz en breve tiempo. Santiago, Romanus y Lollianus, expiraron al siguiente día, siendo acuchillados por los soldados mientras estaban en sus cruces. Philotheus, Habibus y Paragrus, fueron bajados de su cruces aún estando vivos. El emperador, una vez informado de que aun vivían, dio la orden de que grandes clavos fueran introducidos en sus cabezas, con lo cual fueron finalmente despachados (Butler, Alban, Lives of the Fathers, London, 1812-1815, Vol. VI, p. 251,252).
William Stroud menciona un reporte del Obispo Wiseman escrito en 1828, en el cual un hombre joven, de gran fortaleza física, fue crucificado en 1247 D.C., debajo del muro de Damasco por haber dado muerte a su señor (amo). El obispo reportó que a pesar de que este hombre fue clavado a la cruz en sus manos, sus brazos y sus pies, se conservó con vida desde el mediodía del viernes hasta el mediodía del domingo, un período de 48 horas (Wiseman, Bishop, Twelve Lectures on the Connection Between Science and Religion, London, 1836, Vol. 1, p. 265 ff).
John Kitto mencionó dos mujeres que fueron crucificadas, pero por alguna razón fueron bajadas de la cruz luego de un período de tres horas. Ellas experimentaron un dolor intenso, aparentemente de la extracción de los clavos, pero aparte de eso sufrieron muy poco daño y pronto se recuperaron. Kitto expresó su creencia de que, basado en su investigación de actos de crucifixión en la antigüedad, que el lapso de tiempo más corto en el cual la crucifixión ocasiona la muerte en un adulto sano es de 36 horas (Kitto, John, A Cyclopedia of Biblical Literature, Edinburgh, Black, 1845, Vol. 1, under Crucifixion, p. 500).
Ahora, volviendo a nuestro Señor Jesucristo, es posible que los judíos tuvieran la expectativa de que Pilato ejecutara a Jesús primero, y luego les entregara su cuerpo a ellos para que ellos dispusieran del cuerpo a su voluntad. —- Ciertamente podemos decir que las implicaciones de las conversaciones con Pilato dejan entreveer esto.
Y eso hubiera sido lo que le convenía a los judíos, lo que se ajustaba mejor a sus planes. ¿Por qué? Porque luego de recibir el cuerpo de manos de Pilato, ellos lo hubiera puesto en un madero, exhibiéndolo, y de esa forma hubieran demolido la fuerza del reclamo mesiánico de Cristo sin el riesgo de crear un disturbio entre la gente. Al exponer el cuerpo de Jesús en el madero en forma pública quedaría claro para la gente, pensaban los líderes, que la maldición de Dios estaba sobre él. Ellos esperaban que Pilato lo matara y luego se los entregara muerto, de esa forma se evitaban la posibilidad de una revuelta popular.
Es por ello que cuando Pilato les dijo (en Juan 19:6): “Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él”— los judíos responden de una manera muy peculiar: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir”.
¿Se dan cuenta? Lo esperado en un caso de estos, es que los judíos hubieran dicho: “¡Bravo! ¡Fantástico! ¡Gracias Pilato! Eso es lo que queríamos”. Pero no, sus palabras fueron muy diferentes.
Pilato les dice: “Tómenlo, les doy el derecho o la autoridad de crucificarle”. La respuesta de los judíos más adecuada, hubiera sido: “Está bien, lo haremos nosotros”. Pero no, los judíos dicen: “Nosotros tenemos una ley y según nuestra ley debe morir”.
Puesto de otra forma, lo que los líderes judíos dicen es: “Si nos entregas a Jesús, aun dándonos el derecho de crucificarle nosotros, es muy probable que no muera en la cruz. ¿Por qué? Porque la ley mosaica nos obliga a bajar el cuerpo al final del día, cuando el sol se pone, y es muy probable que para ese entonces no esté aun muerto. Y en ese caso tenemos que proceder a conservarle la vida”.
Tengan en cuenta que ya la mañana estaba avanzada, y sólo quedaban de doce a catorce horas antes de que cayera la noche. —- Hasta fue posible que Pilato supiera la parte de la ley en Deuteronomio 21:22-23, que prohibía dejar a nadie en un madero toda la noche.
“Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte; y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero (observen que primero es morir – la ejecución – y luego el colgar en un madero) — no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre un madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado, y no contaminarás tu tierra que Jehová te da por heredad”.
El nuevo día comenzaba a las 6 pm, sólo quedaban de 12 a 14 horas para que Jesucristo colgara en la cruz. La posibilidad de que Jesucristo sobreviviera la crucifixión era factible. Es por esto que los judíos rechazan la proposición de Pilato de que ellos llevaran a cabo la ejecución mediante el método de crucifixión.
Pilato no solo sabía la ley de Deut. 21:22-23, sino que sin duda también conocía la capacidad del cuerpo humano de sobrevivir esta clase de ejecución.
Ahora, cuando Pilato escuchó “Nosotros tenemos una ley y según nuestra ley debe morir”, se nos dice que Pilato temió aun más por la vida del prisionero (Juan 19:8 – “Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo”.). Esto nos indica que él sabía que entregar el prisionero a los judíos para que lo crucificaran ellos mismos, no iba a resultar en la muerte del prisionero.
Si la crucifixión era llevada a cabo por los romanos, entonces los judíos sabían que la muerte del prisionero estaba asegurada (debido a que los romanos los dejaban morir en la cruz, o en su defecto, les rompían las piernas si era la víspera del sábado, solo por respeto a los festivos religiosos de la nación).
Inferencia: Pilato los invitó a crucificarlo, pero no a ejecutarlo.
Posible objeción: Los judíos podían haberlo crucificado y luego de unas horas le podrían haber quebrado las piernas para que muriera por sofocación.
Respuesta: Por más odio que los judíos poseyeran, realmente no eran tan crueles, de tanta “sangre fría” como para asestar un golpe de gracia a Jesús de esa forma, al menos no delante de tantas personas presenciando el hecho alrededor de la cruz.
Nosotros reconocemos que la mayoría de los comentaristas no ven a Pilato tan favorablemente como nosotros lo hacemos. Algunos piensan que Pilato tuvo miedo simplemente porque era un hombre supersticioso y temía que el Señor podría hacerle daño más tarde por medio de la magia. Yo creo que la evidencia muestra a Pilato como un hombre de carácter medianamente decente.
Supongamos por un momento que Pilato no sólo estaba convencido de que Jesús era inocente de los cargos que se le imputaban, sino que también fue genuinamente impresionado por la estatura del hombre que tenía frente a sí. No tenemos que suponer que Pilato comprendió quién era Jesús, su identidad o su misión —- El simplemente estudió al hombre, estudió a la situación, y se dio cuenta que los judíos lo habían entregado por envidia, y nada más. (Marcos 15:10 — “Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes”.
Pilato también debió haber ser un hombre conocedor de las costumbres judías, de la ley y la mentalidad nacional de la época. Los romanos no eran tontos, eran administradores muy capaces, y a pesar de ser crueles para castigar criminales, parecían tener un sentido de la justicia bien desarrollado — con excepción de cómo trataban a los esclavos — Es prácticamente ilógico que los romanos nombraran gobernadores a hombres que no conocían las costumbres y las leyes de los pueblos que iban a gobernar.
Sumado a esto, Pilato sabía que la crucifixión de una persona viva significaba una agonía lenta hasta la muerte. Prueba de ello es que se sorprendió (ethaumasen) de que el Señor hubiese muerto tan pronto, aun después de haber sido torturado antes de la cruz (Marcos 15:44 – “Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto”.). Era completamente fuera de la norma que cualquier persona crucificada muriera en tan pocas horas.
Entonces, volviendo atrás, cuando Jesús es sacado afuera (Juan 19:40), luego de haber sido maltratado y ridiculizado, Pilato les mostró a los judíos un hombre lastimosamente desfigurado, más allá del punto de reconocimiento. Pilato les dijo prácticamente: “He castigado a este hombre ha pesar de que no hay en él ningún delito de traición o de nada”. Lo que hizo Pilato fue un intento de apelar a la compasión de los judíos para que sintieran lástima por Jesucristo. Pero le salió el tiro por la culata.
Que Cristo no había cometido delito de traición al imperio romano era precisamente lo que la multitud no quería escuchar. Si Pilato hubiera dicho: “Este hombre es culpable de traición, estaba planeando derrocarnos.”, la simpatía de la multitud se hubiera inclinado quizá totalmente a favor de Jesús, y él hubiera proyectado, involuntariamente, la imagen mesiánica que sus deseos habían fabricado.
No hubiera sido nada extraño que Pilato, al ver la hostilidad de la gente en aumento, les hubiera dicho: “¿Qué es lo que quieren de mí”? Y cuando ellos gritaron“Crucifícale, crucifícale” — en ese punto, Pilato ya dijo: “Muy bien, si debe ser así, a los efectos de conservar la paz, tomadle vosotros y crucificadle.”
La respuesta de las autoridades judías ya la hemos visto. Pilato entonces vuelve a la quietud del pretorio (v.9) a interrogar a Jesús. —- Al leer los cuatro evangelios, es difícil no llevarse la impresión de que Pilato estaba realmente consternado con lo que estaba pasando. Pero tuvo problemas para tomar una decisión en cuanto a lo que debía hacer. Entonces, una vez más, toma su prisionero, lo presenta a la multitud, y dice: “¡He aquí vuestro rey! (v.14), y cuando ellos gritaron “¡Fuera, fuera, crucifícale!, repentinamente se dio cuenta, por fin, de lo que los judíos esperaban de él. Es por ello que dice en en el v. 15: “¿Ustedes están en realidad pidiéndome que crucifique a vuestro rey por ustedes?”
En ese momento, Pilato debe haber comprendido claramente que si bien los judíos estaban decididos a ver a Cristo crucificado, no tenían el suficiente estómago como para crucificarlo (colgarlo de un madero) ellos mismos, a menos que Jesús estuviera muerto primero.
Ellos contestaron “No tenemos más rey que César”, y ahí Pilato fue dejado sin otra alternativa desde el punto de vista político. A partir de ese entonces las implicaciones políticas tomaron preferencia sobre lo que hasta ahora habían sido consideraciones humanitarias y morales. Pilato entregó a Jesús en manos de los judíos, pero en custodia de los soldados romanos. El versículo 16 dice: “Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron pues a Jesús y le llevaron”.
Cerramos este punto aquí. Dios, en su plan, había determinado desde antes de la creación del mundo, que la muerte de Jesús se iba a producir en una cruz.
Inferencias:
1) Todos los intentos de los humanos por que Jesucristo muriera en una forma diferente no tuvieron éxito. Los intentos de los judíos de matar a Jesús medicante apedreamiento, fracasaron.
2) Aun el intento de que Pilato ejecutara a Jesús primero y luego se lo diera a los líderes judíos para que estos lo colgaran en un madero, ya muerto, como los judíos acostumbraban, también fracasó.
3) Los planes de Pilato de salvar a Jesús también fracasaron. El plan de Dios no pierde detalle, y a medida que se cumple al pie de la letra, no quita un gramo de responsabilidad de los hombros de aquellos que participaron en todo este drama.
4) También podemos decir con confianza que si los romanos hubieran usado cualquier otro método de ejecución (envenenamiento, desangrado, decapitación, ahogamiento, etc.), el plan de Dios hubiera sido frustrado debido a que sólo la cruz podía proveer el tiempo necesario para que sucedieran ciertas cosas necesarias, imprescindibles, para nuestra redención.
5) También el procedimiento necesario para traer a Cristo a la cruz, es decir, el enjuiciamiento en tres diferentes tribunales, fue necesario para establecer la inocencia de Cristo. Si lo hubieran asesinado los judíos en uno de sus arranques donde estuvieron a punto de apedrearlo, los testigos necesarios para establecer la inocencia o culpabilidad del prisionero no hubieran quedado registrados en la historia.
6) El factor tiempo —- Hubo obras que Jesucristo tuvo que cumplir estando en la cruz, que hubieran sido imposible de llevarse a cabo si el modo de ejecución hubiese sido otro. He aquí algunas:
a. La oportunidad de que muchos de los que pidieron su crucifixión se arrepintieran y fueran salvos más tarde, algo que ocurrió en ocasión del primer discurso de Pedro. Esto fue respuesta a su oración estando en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” – Lc. 23:34
b. Simón de Cirene fue reclutado para ayudar a cargar la cruz (Mar. 15:21). Este encuentro dramático con Jesús, de alguna manera tocó su vida y probablemente resultó en su salvación. En la carta a los Romanos, Pablo menciona en sus saludos finales a Rufo, hijo de Simón de Cirene, y a su madre, ambos siervos en Cristo apreciados por Pablo.
c. La salvación de uno de los otros dos crucificados.
d. La encomendación de su madre a la protección de Juan. (Jn. 19:26-27).
e. La entrega voluntaria de su espíritu humano. (Mt. 27:50; Mr. 15:37; Lc. 23:46).
Téngase en cuenta que no mencionamos las profecías que fueron cumplidas durante su estancia en la cruz. Pero esto lo dejamos de tarea para el estudiante que ama la Biblia.
Conclusión: Sólo la cruz, ningún otro método de ejecución hubiera hecho posible la ofrenda sacrificial de Jesús que garantiza nuestra salvación.
11. ¿Quién mató a Cristo? La entrega voluntaria de su espíritu humano. Mt.27:50; Mr. 15:37; Lc. 23:46.
Podría ser que algún día en el futuro cercano se encontraran archivos con documentos de los Romanos del tiempo de Cristo. Estos documentos testificarían que, junto con otros dos criminales, uno de nombre Jesús, fue ejecutado mediante muerte por crucifixión bajo la gobernatura de Poncio Pilato.
Sin duda este tipo de descubrimiento arqueológico sería recibido con beneplácito por aquellos que creemos en la completa veracidad histórica de la Biblia. —– Sin embargo, el contenido del documento, ¿sería la verdad? ¿O reflejaría nada más que la realidad percibida por un mundo que supuso – y aun supone – que Jesús murió por las heridas infligidas por la cruz?
Pedro, por ejemplo, hablando en el poder del Espíritu Santo, dijo en Hch. 2:23, que los judíos mataron a Jesucristo —- ¿Estaba Pedro afirmando que los judíos realmente mataron al Hijo de Dios en la práctica? ¿O estaba hablando desde el punto de vista que pone la responsabilidad sobre los judíos, porque en su acto de maldad, el intento fue definitivamente acabar con la vida de Jesús?
De la misma forma que el que adultera en su corazón es considerado un adúltero completo en los ojos de Dios (Mat. 5:28), Pedro puede acusar a los judíos de haber matado a Jesucristo.
Pero nosotros sabemos por las Escrituras que Jesús no fue muerto por los judíos, ni por los romanos tampoco, dicho sea de paso – El dijo claramente en Juan 10: 17-18, que nadie podía quitarle su vida — La muerte del Señor fue algo totalmente llevado a cabo por él, pero no fue de ninguna manera un suicidio. Tampoco fue el acto de un mártir.
Leamos Juan 10:17-18: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar – Nadie me la quita, sino que de yo mismo la pongo, tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar ….”
La clásica interpretación de estas palabras es que Jesucristo expresó que él se sometería a ser crucificado a su debido tiempo, y no antes. Esta interpretación es apoyada por lo que dice la Biblia de que nadie le hechó mano porque no había llegado su hora. Luego, más adelante, él mismo anuncia “Ha llegado mi hora”, en Mr. 14: 41-42, y entonces las autoridades romanas llevaron a cabo la tarea siniestra.
Entonces, sino miramos más profundamente en la Escritura, nos vamos a conformar con la explicación de que respecto a su muerte, Jesucristo sólo escogió el momento en que se iba a entregar en manos de sus enemigos.
Pero si escudriñamos un poco más, vamos a ver que esta interpretación está equivocada — En Isaías 53:7 se nos dice que él fue conducido como oveja al matadero – esto fue obra de los hombres – pero en Hebreos 7:27 dice que Jesucristo se ofreció a sí mismo.
Entendamos bien, Jesús se sometió a que lo condujeran, pero cuando llegó el momento, fue Jesús mismo el que inició la ofrenda de su propia vida. En el más literal de los sentidos, nadie quitó su vida, él la puso enteramente como sacrificio.
Es necesario en este punto reiterar conceptos ya vertidos, y que son esenciales para determinar que un análisis teológico nos lleva indefectiblemente a la conclusión de que ni romanos ni judíos mataron, en definitiva, a Jesús.
Tenemos que entender que Jesucristo, como el hombre perfecto, sin pecado, era inmortal. No estoy hablando de su divinidad, estoy hablando de su naturaleza humana – olvidemos por un momento que era Dios encarnado – en su humanidad, la muerte no tenía ningún poder sobre él.
Fue sin pecado. Al no tener pecado, la muerte no tenía poder sobre él. Podría haber vivido aquí en la tierra para siempre — No es que Cristo murió en la cruz a los 33 años de edad, y si no hubiera pasado así hubiera vivido hasta los 70 u 80 años y luego hubiera muerto de muerte natural —- No, su muerte no fue una muerte prematura causada por la cruz. Fue una muerte voluntaria.
Jesús escogió, por un acto de su voluntad, morir, entregar el espíritu, darle mandamiento u ordenarle que dejara el cuerpo. El podría haber sustentado su vida aun estando en la cruz indefinidamente — aun más, la tentación de bajarse de la cruz cuando le provocaban a que lo hiciera, debió de haber sido terrible. Pero no lo hizo, escogió morir.
Y en eso consiste la “muerte vicaria” (sustitucional) en el sentido teológico. Que la persona que muere en lugar de otros, no muere prematuramente, sino que no tenía que morir, era inmortal.
Juan 19:30 dice: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”.
El griego aquí (paradidomi) significa: “entregar sin compulsión como un acto de libre albedrío y por una decisión personal”. Reitero, Cristo no murió por sus heridas en la cruz. Yo sé que hemos escuchado últimamente extensos estudios sobre las causas físicas de la muerte de Jesús. Se nos ha explicado como la crucifixión mata a la persona, el proceso de agonía que resulta en la muerte del crucificado, y si bien Cristo estuvo en la cruz por unas horas y experimentó algunos de los deterioros físicos de la crucifixión, no fue ésta la que terminó con su vida.
Cuando su obra en la cruz estuvo consumada (culminó), ya no había necesidad de continuar con el proceso, y entonces entregó su espíritu. Pilato mismo se sorprendió de que hubiera muerto tan pronto.
Médicamente se ha dicho que la causa final de la muerte de Jesús fue ruptura cardiaca, consistente con la descripción de Juan de que cuando el soldado le abrió el costado con la lanza, salió agua y sangre (19:34).
Nosotros creemos que sí experimentó ruptura cardiaca, pero hay evidencias, médicas y bíblicas, de que la ruptura sucedió antes de la cruz. Un análisis de las pruebas se encuentra más allá del alcance de esta ponencia y de nuestra competencia, pero recomendamos leer:
Arthur Custance, Seed of the Woman, Heart Rupture: A Possible Cause for the Lord’sDeath? AppendixVII,http://www.custance.org/Library/SOTW/APPENDIXES/App_VII.html
…Una lectura cuidadosa de la obra este gran científico conduce a la conclusión que al igual que Cristo murió en la cruz, pero por causa de la cruz, Cristo murió con una ruptura cardiaca, pero no por causa de ella.
12. Resurrección corporal
¿Por qué una resurrección corporal? Contrario a las religiones del mundo, la teología cristiana no es un sistema de creencias desconectadas sin una coherencia esencial entre los elementos que la componen, sino un total orgánico, un sistema de pensamiento racional lógicamente defendible si se le preserva en su totalidad. Este sistema de pensamiento, por otra parte, puede parecer totalmente irracional si se le presenta como un catálogo de creencias tradicionales, algo que ocurre mucho en la iglesia moderna. ¿Cuál es, entonces, la importancia y la necesidad de que el Señor tuviera que ser levantado corporalmente de la muerte? Alguien podría contestar que la importancia y la necesidad del suceso reside en que la profecía de Juan 2:19 (“este templo”) debía de ser cumplida. Pero ninguna profecía es hecha específicamente para proveer una justificación del por qué sucede, por lo tanto, investiguemos un poco más.
En Juan 2:19, Jesucristo enuncia la profecía de su resurrección corporal:
Y los judíos respondieron y le dijeron:
¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?
Respondió Jesús y les dijo:
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo,
¿y tú en tres días lo levantarás?
Más él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan 2:18-21
Notemos que Juan, el autor del pasaje, junto con la narración de la historia, nos interpreta lo que Cristo quiso decir cuando usó la expresión “este templo”. Jesús usó un eufemismo para referirse a su propio cuerpo. La segunda cosa que deseo notar es que la referencia es a su mismo cuerpo, el cuerpo que él poseía cuando estaba hablando con los judíos. Yo sé que aquí puedo estar penetrando en terreno poco explorado en estos tiempos modernos. Es aceptado que Cristo resucitó en un cuerpo glorificado. Obviamente, el cuerpo de Cristo en determinado momento posterior a su resurrección tenía la capacidad de atravesar paredes, de desaparecer instantáneamente, de transportarse de un lado a otro solo por un acto de la voluntad, de hacerse visible e invisible a voluntad, etc.
Pruebas de estas cosas las podemos ver en las narraciones bíblicas de Sus apariciones a los discípulos. En mi opinión, si bien las propiedades del cuerpo de Cristo revelan un cuerpo glorificado, éstas no estaban presentes en los momentos iniciales que siguieron a su resurrección, cuando se presentó a María Magdalena (Juan 20:1s). Es nuestra opinión que la glorificación del cuerpo de Cristo tomó lugar posteriormente a su primera presentación en los cielos.
Mi proposición consiste en tomar la profecía de Cristo (Juan 2:19) tal y cual fue planteada por él, y que su promesa fue respecto a su cuerpo de carne y sangre, el mismo que poseía en el momento que confrontó a los judíos en el templo. Ese fue el cuerpo que recuperó la vida y salió de la tumba. Esto no es negar que más adelante el cuerpo glorificado no tuviera una correspondencia de uno a uno con el cuerpo de su vida terrenal. El hecho de que en determinado momento, el cuerpo de Cristo pasó a tener la facultad de hacerse visible e invisible repentinamente, no disminuye su humanidad. Por el contrario, la aumenta, porque demuestra que el cuerpo de la resurrección tiene atributos y poderes extraordinarios, y es un cuerpo glorificado que se mueve en el ámbito de lo sobrenatural, o sea, puede operar en diferentes dimensiones. Dicho sea de paso, es el mismo cuerpo que nosotros tendremos (Fil. 3:21):“…transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”.
Pero por ahora, vamos a ver el apoyo escritural para creer que el cuerpo que salió de la tumba en principio, fue un cuerpo con las mismas limitaciones humanas que tenía antes de morir en la cruz. He aquí lo que sabemos:
- Se nos dice que El se resucitó a sí mismo (Juan 2:19).
- Pero se nos dice que un ángel, no Cristo mismo, movió la piedra que sellaba la tumba. Esto sugiere que en principio, Su cuerpo tuvo limitaciones en cuanto a lo que podía hacer.
- En su primera aparición (Juan 20:17) le prohibe a María Magdalena tocarlo.
- En su segunda aparición (Mat. 28:1-10), a diferencia de la primera, permite a la misma María Magdalena y a otra mujer que abracen sus pies (Mat. 28:9).
La información previa suscita las siguientes preguntas:
- ¿Por qué fue un ángel el que “removió la piedra” (Mat. 28:2)? ¿Por qué el Señor no pasó a través de ella como pasó a través de las paredes del lugar donde se reunían los discípulos (Juan 20:26)?¿Por qué el Señor no removió la piedra él mismo con su poder total recuperado en la resurrección?
- ¿Por qué le prohibió a María Magdalena hacer contacto físico con El (Juan 20:17)?¿Qué quiso decir con la explicación que le dio a María Magdalena del por qué no debía tocarlo? (porque aún no he subido a mi Padre).
- Cuando María volvió acompañada a la tumba, ¿por qué Cristo permitió a las mujeres abrazar sus pies? Esto constituyó contacto físico, el cual anteriormente había sido negado a María.
Nosotros creemos que las respuestas a estas preguntas son las siguientes:
a) El cuerpo con el cual el Señor resucitó fue el mismo cuerpo de carne y sangre que colgó en la cruz (“este templo”). Sus limitaciones terrenales permanecieron por un tiempo. Tal cuerpo no era capaz de rodar la piedra que cerraba la tumba, es por ello que un ángel tuvo que hacerlo.
b) Aún quedaba algo más que hacer en su cuerpo terrenal, no para completar la redención, eso lo hizo en la cruz como el cordero (“Consumado es”), sino para cristalizar su función de sumo sacerdote. La tarea consistió en presentarse en los cielos con su propia sangre, o sea, los méritos de su sacrificio. Cristo estaba a punto de ascender a los cielos y por ello detuvo a María antes de que lo tocara. En el antiguo pacto, cualquier contacto humano con el sumo sacerdote contaminaba instantáneamente al sacerdote y lo descalificaba. Es por ello que en el gran día de la expiación había un sacerdote “suplente” o de “reserva”, en caso de que el sumo sacerdote asignado para ese año accidentalmente se contaminara al tener roce con un ser humano. Esta es la razón de la prohibición a María Magdalena. Cualquier toque de un humano (naturaleza pecaminosa de por medio) hubiera rendido a Cristo incapaz de presentarse ante Dios para completar su obra de sumo sacerdote.
Nota: El autor está en conocimiento de que algunos comentaristas interpretan las palabras de Jesús, “No me toques” (del griego “haptomai”, “aferrarse”), como expresando: “No te aferres a mí como lo hacías antes, he vuelto a la vida pero no en la misma forma que Lázaro, sino para no quedarme entre vosotros”. Puede ser, pero nosotros pensamos que la explicación no hace justicia al resto de la evidencia en la Escritura.
c) Esta ascensión de Cristo fue diferente a la ascensión después de los cuarenta días. Fue una ascensión seguida de un regreso inmediato a la tierra. ¿Existe apoyo escritural para pensar que Cristo realmente ascendió a su Padre y su Dios en calidad de sacrificio perfecto y sumo sacerdote? Creemos que sí. Hebreos 9:11-15 dice:
“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.” Hebreos 9:11-15
Nótese que cuando Jesucristo entró en el Lugar Santísimo, ya había obtenido nuestra redención. Su entrada fue posterior al logro de nuestra salvación y por lo tanto no fue para obtenerla, sino para dar testimonio de que ya había sido consumada.
Otros pasajes que revelan el hecho de el Señor logró algo en los cielos como testimonio de la obra de salvación, son: Hebreos 9:24; 10:19-22; 1 Pe. 1:18,19.
d) Deducimos que Cristo presentó su sangre, o su cuerpo ensangrentado como mérito de su sacrificio, porque el cuerpo con el que regresó a sus discípulos muestra evidencias de haber sufrido una metamorfosis significativa. Es ahora, luego de su presentación en el Lugar Santísimo, que regresa a la tierra en un cuerpo glorificado, el cual no solamente permite tocar por parte de los discípulos (Mat. 28:9), sino que además invita a sus discípulos a palparlo de modo que se den cuenta que el que está frente a ellos, es él (Luc. 24:39).
La ascención que Cristo anuncia a María Magdalena en Juan 20:17, no puede ser la ascención final que marca el fin de su presencia visual entre los discípulos al término de los cuarenta días. El cuerpo de Cristo ahora, ya no es idéntico al que estuvo frente a María. Un cambio de cierto tipo tomó lugar durante el intervalo entre las dos apariciones (Juan 20:17 y Mat. 28:9).
Pero, ¿no dice la Biblia que “carne y sangre” no puede entrar en el cielo? ¿Cómo pudo Jesús ascender al cielo con su cuerpo de carne y sangre?
Esta, a primera vista, parece ser una objeción justificada. 1 Corintios 15:50 expresa: “Pero esto digo hermanos, que la carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.”
Como una nota adicional, digamos que esta objeción es también planteada por los testigos de Jehová para justificar su doctrina de que Jesucristo no resucitó en un cuerpo físico. Dicen que esto es prueba de que nada que tenga un cuerpo físico puede entrar en el cielo, por eso hay que tener un cuerpo espiritual, y eso es lo que tendrán sólo los 144,000 (los únicos que nacerán de nuevo, y estarán en el cielo con Cristo). Los demás, la gran multitud (el resto de los testigos de Jehová, por supuesto) estarán aquí abajo, en el paraíso terrenal, con cuerpos físicos. Nosotros tratamos con la refutación de este argumento en otro escrito y por ello no elaboraremos en el tema.
Lo que hoy nos concierne, es explicar que el cuerpo de Jesucristo no tuvo ningún problema en acceder a los cielos ya que su cuerpo, “carne y sangre”, era incorrupto, puro, perfecto, al igual que su espíritu humano. La expresión “carne y sangre” de 1 Corintios 15:50 no aplica a Jesús.
“Carne y sangre” es una expresión idiomática que significa “seres humanos”, nada más. —- Significa “humanidad tal cual es ahora, mortal”. Ejemplos:
Marcos 16:17 —– “Bienaventurado eres, Simón, Hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” ——– En otras palabras, “No te lo dijo ningún hombre, ningún humano, ningún mortal.”
Efesios 6:12 —- “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre……..”
Gálatas 1:16 —- “… no consulté en seguida con carne y sangre…”
Entonces, la interpretación natural de 1 Corintios 15:50, es que nuestros cuerpos, tal y cual existen ahora, no son adecuados o aptos para entrar o vivir en la dimensión celestial. Esto es confirmado por los versículos siguientes, donde dice que es necesario que lo “corruptible se vista de incorrupción y lo mortal se vista de inmortalidad”. En el caso de Cristo no hubo necesidad de esto porque su cuerpo y espíritu eran incorruptibles y virtualmente inmortales.
El cuerpo glorificado de Cristo
La forma y aspecto del cuerpo de Cristo al regresar a la tierra para aparecerse por cuarenta días a los discípulos, eran los mismos, pero la fuerza vital que animaba el cuerpo era diferente. La fuerza vital de los cuerpos terrenales es la sangre, pero el cuerpo de Cristo ahora parece no poseer sangre ya más.
Lucas 24:39 nos narra en las palabras del Señor mismo, algo que parece indicar el cambio del que venimos hablando. En este pasaje, Jesús asegura a sus discípulos que un espíritu no tiene carne y huesos como El tenía. Este es un cuerpo real, a pesar de que podía atravesar sustancias sólidas como paredes o puertas. Tenía la capacidad de comer delante de todos y transformar los alimentos ingeridos de tal forma que podían desaparecer junto con Jesús cuando se retiraba. Les invitó a palparlo. Para nosotros es imposible de entender, ¿cómo un cuerpo puede ser tocado y al mismo tiempo atravesar silenciosamente un objeto sólido?
A sus discípulos dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.” Singular descripción de su propio cuerpo, ¿verdad? Si bien la expresión “carne y huesos” es común en el Antiguo Testamento (Gén. 2:23; 29:14; 2 Sam. 5:1; 19:12,13), no es así en el Nuevo Testamento. La frase griega normal es “carne y sangre” (Mat. 16:17; 1 Cor. 15:50; Gál. 1:16; Efe. 6:12), y en forma levemente modificada también la encontramos en Juan 1:13.
El punto es que nuestro Señor Jesucristo, al derramar su sangre por nosotros, no sólo logró nuestra redención, sino que también obtuvo una forma de existencia corporal más exaltada, en la cual la sangre ya no juega un papel vital. La Escritura muestra que ahora Cristo posee, no el cuerpo de carne y sangre que estuvo en la cruz, sino uno glorificado de carne y huesos, real, pero diferente en el sentido que su principio vital ya no es la sangre.
Es aquí donde los ojos de la fe y la mente dinámica aseguran al corazón del creyente que nuestro Señor fue levantado de los muertos sin corrupción ninguna, a los efectos de que la sangre incorrupta de su cuerpo incorrupto pudiera presentarse en los cielos y ser depositada para toda la eternidad como testimonio de un sacrificio total, perfecto y suficiente. Sacrificio que él ofreció para nuestra redención. La prueba de la aceptación de Dios de ese sacrificio fue, primero, que Dios le resucitó de los muertos, una circunstancia que en el Antiguo Testamento se expresa en el retorno, con vida, del sumo sacerdote saliendo del Lugar Santísimo luego de rociar la sangre sobre el propiciatorio conteniendo las leyes de Dios.
El sacrificio de Cristo fue validado por el Padre doblemente; segundo, el velo del templo que separaba a Su pueblo de Dios fue rasgado de arriba a abajo, indicando que de ahora en adelante los creyentes tenían, simbólica y realmente (recordemos que detrás de todo símbolo hay una realidad), acceso directo e inmediato a la presencia de Dios (Mat. 27:51; Heb. 4:16), por la gracia de un sumo sacerdote que “traspasó los cielos” (Heb. 4:14).
Estas cosas no son narradas en forma consecutiva o como parte de una historia bíblica compactada, de forma que sean obvias al lector común. Son presentadas, más bien, en forma velada si se quiere, para que el estudiante que ama la palabra de Dios, las encuentre como quien encuentra tesoros escondidos. En eso consisten los galardones de los que escudriñan la Escritura y aman la Palabra de Dios.
13. ¿Fue incompleta la expiación? ¿Queda algo por hacer?
¿Dejó Cristo algo por hacer? ¿Fracasó en lograr una redención completa? ¿Pueden los destinatarios de su salvación poseerla y perderla luego? ¿Tiene el hombre pecador algo que contribuir a la obra de Jesucristo, o Cristo lo ha hecho todo? ¿Aseguró Cristo, o no, la salvación de aquellos por los cuales murió?
- ¿Fue completa la expiación con respecto a satisfacer totalmente el carácter de Dios, la ley de Dios, el pecado y lo que el hombre necesita para ser salvo como consecuencia del pecado?
- ¿Fue la expiación completa con respecto a que aseguró realmente la salvación de aquellos que serían salvos?Ninguna obra puede ser considerada completa, perfecta, o terminada, si falla en lograr las metas propuestas.
Ilustración: El hijo que es enviado a traer el pan — la misión es incompleta si le promete al padre que lo va a traer y no lo hace. La misión se completa cuando el pan está en casa.
De la misma manera, Cristo no vino meramente a lograr que la salvación sea posible. Vino enviado por el Padre a salvar pecadores.
¿Acaso los ángeles no dijeron o prometieron que “El salvará al pueblo de sus pecados”? 1 Timoteo 1:15 dice que “Cristo vino a salvar pecadores”.
De esto se deduce que Cristo aseguró la salvación eterna de aquellos por los cuales murió.
¿Debemos enseñar que el pecador debe agregar algo a su propia salvación? Ese algo se puede llamar de diferentes maneras: obras, méritos, indulgencias, aún fe y arrepentimiento. Sea lo que sea, siempre el pecador es visto como haciendo su parte en la salvación.
Pero por el contrario, la Escritura siempre muestra que el sacrificio de Cristo es el que provee los dones de fe y arrepentimiento, y aun de pilón (o yapa), incluye las obras.
Hechos 5:31 dice que es Cristo el que nos da arrepentimiento para perdón de los pecados. Hechos 11:18, 16:14; 2 Tim. 2:25; Fil. 1:29, 2:13, dicen lo mismo.
¿Ve usted, mi amigo lector? La obra de Cristo se considera completa porque garantiza hasta los medios por los cuales la salvación se recibe.
Por naturaleza somos esclavos del pecado (Juan 8:34) y carecemos la habilidad de buscar a Dios y a Cristo, o de arrepentirnos del pecado y creer en el evangelio (Juan 6:44; Rom. 3:11; 8:7; 1 Cor. 2:14; 12:13).
A menos que seamos regenerados desde arriba, nazcamos espiritualmente, o seamos nacidos de Dios, nunca veremos el reino de los cielos.
Por lo tanto, Cristo necesariamente debió lograr una salvación completa, en la cual El asegura nuestra aceptación de ella por medio de la gracia. Es por gracia que creemos (Hch. 18:27), es la gracia soberana de Dios la que abre nuestros corazones.
Cualquier posición que ignora o rechaza el completamiento total de la expiación, rechaza también la perfección de la expiación. Y al hacer eso, acusa a nuestro Salvador de fracasar en la obtención de una salvación total.
Cuando usted llegue al cielo, recuerde, le debe todo a Cristo. Todo fue gracias a Cristo. Usted no puede atribuirse ningún mérito. Usted no tiene nada para contribuir a su salvación.
Recordemos eso cuando estemos de rodillas, orando y alabándole. Toda la gloria, la alabanza y el honor son para Dios, porque El lo ha hecho todo. Y dentro de ese todo, está la seguridad de nuestra salvación. <>
Pablo Santomauro fue subdirector de CIR. “Apología Cristiana”, CIR, P.O.Box 846, Montebello, Cal. 90640-EE.UU. URL de CIR: (en español). El Centro de Investigaciones Religiosas (CIR) es una organización interdenominacional especializada en la apologética de sectas. Fue pastor ordenado, autor profuso de artículos relacionados con la disciplina de la apologética cristiana y conferencista especializado en sectas y religiones comparada.