Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1928, contaba la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con firmeza que su respuesta era absolutamente acertada. Se pidió el arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía: “Demuestre como es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro” (instrumento para medir la presión atmosférica).
El estudiante había respondido:
- “Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio”.
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, no confirmaba que el estudiante tuviera conocimientos en física. Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunte si deseaba marcharse, pero me contesto que tenia “muchas respuestas” al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excuse por interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta:
- “Tomar el barómetro y dejarlo caer al suelo desde la azotea del edificio, calcular el tiempo de caída con un cronometro. Después se aplica la formula de caída libre y así obtenemos la altura del edificio”.
En este punto le pregunte a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta. Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. -Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo-
- “Tomar el barómetro en un día soleado y medir la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio”.
Perfecto, le dije, ¿y otra manera?. Por supuesto:
- “Ata el barómetro a una cuerda y lo descuelga desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puede calcular la altura midiendo su periodo de oscilación. En fin”, concluyo, “existen otras muchas maneras.”
Probablemente, dijo sonriente, la mejor sea:
- “Tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.”
En este momento de la conversación, le pregunte si no conocía la respuesta convencional al problema: “La diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares.”
- “Dijo que sí la conocía, pero que durante sus estudios sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.”
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922.
Creer es también pensar
En la Palabra de Dios el espíritu del hombre es también denominado corazón u hombre interior. Mientras que a la mente se la llama repetidas ocasiones, alma. No debemos confundir el alma con el espíritu. El alma o mente es la función del cerebro, mientras que el espíritu es lo que Dios da a cada uno como característica inequívoca de tener su imagen y semejanza.
“Creer es también pensar”, es una particular traducción del título del libro de John R. W. Stott, “The import of mind in the Christian life” – “La importancia de la mente (o entendimiento) en la vida del cristiano” – no obstante guarda cierta exactitud con el contenido del escrito. El autor muestra en su trabajo que la obra de Cristo en la cruz, que cambia a las personas, es comunicada a través de un mensaje, el del evangelio, dirigido directamente a la mente, escuchado, entendido y aceptado por esta. También en el crecimiento cristiano la mente ocupa el primer lugar. El espíritu recibe todos los beneficios, o no, del comportamiento mental del cristiano.
Muchos ateos, agnósticos, religiosos, y tenemos que reconocerlo algunos cristianos también, creen que la fe cristiana es cuestión de aceptar dogmas y preceptos así porque sí, aunque no se entiendan. Nada mas lejos de la verdad. Es probable que así sea en las sectas y religiones, pero no en el cristianismo bíblico. El mensaje del evangelio es un mensaje dirigido directamente y en primer lugar a la mente humana a fin de que reflexione sobre su realidad espiritual y no ha movilizar emociones.
El pecador:
- Debe de saber que lo es. Luc. 18:13
- Debe saber que Dios condena el pecado. Rom. 3:23
- Debe saber que no hay justo ni aún uno. Rom. 3:10
- Debe tomar conciencia que el ser pecador lo condena eternamente. Rom. 3:19 y 23
- Debe saber que Cristo murió por él. Rom. 5:8
- Debe arrepentirse (cambiar su mente) de esos pecados. Luc. 15:7
- Debe confesar y pedir perdón a Dios por sus pecados. 1ª Jn. 1:7b
- Debe creer que la sangre de Cristo lo limpia de todo pecado. 1ª Juan 1:9
- Debe seguir aprendiendo sobre las verdades bíblicas. 2ª Tim. 3:14-17
- Debe enseñar a otros sobre la salvación que tiene. Mar. 16:15; 2ª Tim. 4:2
- Y así podríamos seguir recorriendo toda la escritura…
Mente y espíritu
Tú eres lo que tienes entre las dos orejas. Lo que creas te hacen libre o esclavo. Tu forma de pensar té quita o te da la oportunidad de obtener la vida nueva, abundante y eterna que Dios te ofrece. De la misma manera ocurre con nuestro crecimiento espiritual. Como decíamos más arriba: El espíritu recibe todos los beneficios, o no, del comportamiento mental del cristiano.
o ¿Los libros que lees, los mensajes que escuchas van dirigidos a tu mente o a tus emociones?
o ¿Te ha
cen reflexionar o te emocionan para que tomes una decisión?
o ¿Te hacen pensar o llorar?
Hoy día es muy común apelar a las emociones de las personas, que creen que si han derramado algunas lágrimas escuchando el mensaje, han salido bendecidas por Dios. Nada más lejos de la verdad. Están tan equivocados los predicadores que así actúan, como los indoctos creyentes que escuchan. Cada vez que concurras a la iglesia, pídele al Señor que primeramente “te dé entendimiento”- Sal. 119:34 -, para beneficio sí de tu corazón.
Mensajes que emocionan…desgraciadamente.
En cierta ocasión escuché en una conferencia el mensaje final de predicación, el hermano a cargo, que creo tenía don de evangelista, predicó muy bien, pero…al hacer el llamado y ver que nadie respondía narró una historia tan dramática y terrorífica, que ningún asistente pudo dejar de emocionarse. No recuerdo nada del mensaje, pero sí la ilustración en detalle.
Aunque este artículo no es una lección de homilética (el arte de preparar mensajes) vale narrar brevemente el melodrama expuesto como ilustración…a ser sincero no recuerdo de que: “Un padre había comprado un auto nuevo, en un momento de distracción, el hijito de pocos años subió al vehículo y con un cortaplumas cortó todo el tapizado. Al verlo el padre horrorizado le pegó tanto y tan fuertemente en las manitos que estas se inflamaron de tal manera que no se curaron y tuvieron que ser amputadas (?). El padre entró en depresión profunda y un día el niño le preguntó: Papito, ¿cuando Dios me va a dar dos manitas nuevas? Frente a tal impotencia el padre se suicidó”. Perdonen queridos lectores por este relato.
Si el predicador solo te emocionó, acércate con amor al final de la reunión y dile: “Querido hermano, muy lindo su mensaje, llegó a emocionarme, pero no me ha hecho pensar como debo actuar o qué debo cambiar en mi vida.”
Al igual al leer la Palabra, busquemos entender lo que el Señor nos dice y como consecuencia decidir o actuar según las circunstancias. No se trata de ser “un mentalista”, sino de usar nuestra mente como un instrumento para que la Palabra sea guardada en el corazón.
La Biblia dice en Isaias 26:3 y 4 lo siguiente:
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en el Señor Jehová está la fortaleza de los siglos.”