En casi todas las iglesias que se consideran iglesias cristianas se habla de la necesidad de tener una relación con Dios para poder vivir exitosamente la vida. Se habla mucho de “creer en Dios” como un paso básico para establecer una relación personal con Dios. Pero, ¿qué significa creer en Dios? ¿No es cierto que casi todos nosotros hemos creído en Dios desde que éramos niños?
Hace unos años tuve un amigo que siempre que le hablaba de su fe, me aseguraba que era cristiano. Pero por su forma de vivir era evidente que no era un seguidor verdadero de Jesucristo.
Jesús dijo,
“De modo que
usted los reconocerán
por lo que hacen.”
– Mateo 7:20 Dios Habla Hoy (DHH)
Sin embargo, cuando le preguntaba a mi amigo si creía en Jesucristo, afirmaba que sí, y era sobre esa afirmación que se basaba para llamarse cristiano.
Durante mucho tiempo no encontraba la forma de hablar a fondo con él porque manejaba el vocabulario cristiano y sabía contestar bien las preguntas que uno le hacía. Pero un día le pregunté si estaría dispuesto a permitir que Cristo controlara y dirigiera su vida. Me contestó enérgicamente, “¡Eso sí que no! ¡Nadie me dice lo que tengo que hacer! Soy dueño de mi vida y no permito que nadie se meta con ella sin mi consentimiento.”
Era evidente que, en la experiencia de mi amigo, y en la de muchas otras personas, hacía falta una comprensión real de lo que significa “creer en Dios”.
Una investigación aun superficial en la Biblia sobre el tema de cómo puede uno tener una buena relación con Dios revela que el tener fe o en creer en Jesucristo es fundamental para establecer y mantener este tipo de relación.
Jesús, hablando con un hombre muy religioso, dijo, “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo. El que cree en el Hijo de Dios no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios.” (Juan 3:16-18).
Una encuesta de padres de familias demuestra que la gran mayoría de ellos creen en Dios. Quizá no practican muy activamente su religión, pero sí creen en Él.
Sin embargo, preguntamos ¿será este “creer” popular equivalente al creer que menciona la Biblia? La mayoría de la gente tiene fe en Dios . . . esto nadie podría negarlo. Pero, ¿será esta “fe” suficiente para tener una buena relación con Dios.
El Apóstol Santiago dijo en su carta: “Tú tienes fe suficiente para creer que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero también los demonios creen eso, y tiemblan de miedo.” (Santiago 2:19) La Biblia misma dice que los demonios “creen” en Dios. Pero no por eso podemos decir que ellos se van a salvar, o que tienen una buena relación con Dios.
¿Qué significa, entonces, según la fe cristiana, creer en Dios, o tener fe en Jesús? ¿Qué les hace falta a los demonios para estar bien con Dios, si “creen” en Él?
Cuando la Biblia nos habla de la necesidad de creer en Jesús para entablar una buena relación con Dios, apela a la totalidad de la personalidad humana. Así que para creer hay que involucrar el intelecto, las emociones y la voluntad. Y hasta que estas tres facetas de tu personalidad se unifiquen en una decisión de entregar tu vida a Jesucristo en un acto de fe, no podrás decir que has creído en Jesús.
A veces me gusta explicarlo de esta forma: Cuando conocí a la que ahora es mi esposa, muy pronto empecé a involucrarme emocionalmente con ella. Me empezó a gustar, y este gustar con el tiempo se tornó en amor. Con el paso del tiempo me di cuenta que ella tenía las cualidades de una esposa ideal. Amigos mutuos me convencieron de que haríamos una buena pareja.
Pero cuando llegué al punto de decidir si quería casarme con ella, me detuve un buen rato. Pasé dos semanas horribles.
- No podía comer, no podía dormir, no podía estudiar.
- No podía hacer nada porque estaba en una tremenda lucha con mi voluntad.
- No estaba seguro de que quería comprometerme de por vida con esa persona.
- No estaba seguro de que estaba dispuesto a responsabilizarme por los niños que vendrían de tal unión.
- ¡No estaba seguro que quería compartir con esa señorita todo mi sueldo por el resto de mi vida!
- Emocionalmente me daba cuenta de que mi vida sin ella sería vacía.
- La quería mucho.
- Intelectualmente estaba convencido de que ella haría una buena esposa para mí.
Pero el problema era con la voluntad. Ella no llegó a ser mi esposa hasta que resolví ese conflicto y tomé la decisión de pedirle su mano en matrimonio.
Lo mismo pasa con nuestra relación con Dios. Intelectualmente estamos convencidos de que existe, de que Jesús de Nazaret vivió, murió y resucitó, de que es Dios. Emocionalmente tenemos momentos cuando sentimos la necesidad de Dios en nuestras vidas. Nos damos cuenta de que nuestra vida sin Él es vacía.
En momentos de gran necesidad, en momentos de gran emoción, deseamos estar cerca de Dios. Pero cuando viene al asunto de comprometernos con Él, cuando nos damos cuenta de que lo que Dios demanda es que le obedezcamos, no estamos tan seguros de que estamos dispuestos a echarnos ese compromiso encima. Algo que nos detiene es la duda: ¿qué pasa si le entrego el control de mi vida y no me gusta el resultado?
En el momento de tomar esta decisión en fe, somos muy semejantes al hombre que observa a un trapecista cruzar varias veces una cuerda tendida entre dos edificios altos. Luego la cruza varias veces con una carretilla.
Si nos preguntaran si creemos que lo puede hacer, probablemente afirmaríamos que sí. Lo hemos visto hacerlo varias veces. Pero si nos preguntara si estaríamos dispuestos a subirnos en la carretilla para que nos cruzara de un lado a otro, ¡allí sí que no nos moveríamos! porque estaría en juego nuestra vida.
Pero Dios pide este tipo de creer en Jesús al poner nuestra vida en Sus manos para que Él nos pase de un lado a otro: para que crucemos por medio de Él ese abismo de pecado que nos separa de Dios. Tener esa seguridad de que Jesús no nos dejará caer ni que resbalaremos es tener fe en Él.
La persona que no duda de la existencia de Dios y que aún siente una necesidad de Dios de vez en cuando, pero que no está dispuesta a someter su voluntad a la de Dios no puede decir que cree o tiene fe en Dios, en el sentido bíblico de la palabra.
Jesús le dice, “Mira, yo estoy a la puerta (de su vida) llamando: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa . . . . ” (Apocalipsis 3:20) El abrir tu vida a Jesús, es cierto, tiene que ver con creer que Él existe y tiene que ver con el deseo de tener a Dios contigo.
Implica buscar de Él el perdón de tus pecados, por los baches que has causado en tu vida y en la de otras personas. Pero también implica estar dispuesto a que Dios te cambie, de que dirija tu vida, de que sea no sólo el Salvador sino también el Señor de tu vida.
Y sin esto, no hay trato, no hay ese nuevo nacimiento que Jesús promete a los que creen en Él. En la introducción a su biografía de Jesús, el Apóstol Juan dice, “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:12)
¿No te gustaría experimentar este cambio, este nuevo nacimiento de que habla Jesús en el Evangelio de Juan, capítulo tres? El ser cristiano no es algo que heredamos de nuestros padres, o algo en que nos educa nuestra cultura. El llegar a ser un hijo de Dios, un cristiano, es un acto de la voluntad de una persona adulta (razonante). Tiene que haber un momento en tu vida cuando decides por ti mismo que quieres entregar tu vida a Jesús para que te perdone, te cambie, te dirija y te salve.
Tomando en cuenta la definición bíblica de creer en Jesús, de tener fe en Dios, ¿puedes decir que has tomado conscientemente esta decisión de depositar tu vida en las manos de Dios en un acto de fe?
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