Por Dr. Donald T. Moore
¿Cuál es el día del Señor? ¿Qué día es el más apropiado para adorar a Dios? ¿Sábado? ¿Domingo? ¿Viernes? ¿Hay un día falso de reposo y uno verdadero? Si uno persiste en observar el domingo, ¿tiene o tendrá la marca de la bestia en su frente?[1] ¿Tiene uno que obedecer todos los Diez Mandamientos hoy incluyendo el cuarto, o se trata de una parte de la ley que dejó de ser vigente? ¿Cómo se clasifica el cuarto mandamiento: moral o ceremonial? ¿Qué es la enseñanza de la Biblia en cuanto al sábado[2] y el domingo?
El sábado y el pueblo de Dios del antiguo pacto
La palabra sábado (hebreo: sabbat) literalmente quiere decir reposo o cesación de actividad y probablemente su raíz significa cesar. Su uso más frecuente en el Antiguo Testamento tiene el sentido del séptimo día del descanso. La Versión Reina Valera (1909) y la Actualizada usan la palabra sábado para traducirlo mientras que la Revisión de 1960 y la Versión Popular usan día de reposo.
La primera vez que aparece sabbat en Génesis es al final del primer relato de la creación (2:2-3), el cual narra la creación del cielo, la tierra y sus habitantes en siete días. En realidad son seis días de trabajo y en el último, que es el séptimo, Dios reposó de toda su obra creativa. A la vez que El descansó, lo bendijo y lo santificó, debido a que su trabajo de creación había terminado. La palabra bendijo en este contexto sugiere que Dios le concedió su favor expresando su preferencia para ese día, ya que indudablemente experimentó una felicidad espiritual de haber logrado bien sus propósitos en la creación. La palabra santificar sugiere una separación. Separó el día de los demás por medio de su descanso y bendición. Cabe señalar que esta primera mención del séptimo día le da un sentido teológico, una dimensión exclusiva en relación con Dios. No dice nada acerca de sus implicaciones para el hombre. Tampoco informa cuándo lo bendijo y cuándo lo santificó. ¿Fue ese mismo día o más tarde?
El decálogo (los Diez Mandamientos) incorpora en el cuarto (Ex 20:8-11) una relación del ser humano con el reposo. YHWH como libertador manda a los recién emancipados de la esclavitud en Egipto aacordarse de nuevo (ver Ex 16:23-30) el sábado o el día de reposo con el fin de santificarlo. Se justifica este mandato a base del cese del trabajo de Dios al finalizar su actividad creativa y su bendición de ese día. A la vez señala la relación del hombre con el séptimo día y con los otros seis días. Se debe santificar al dejar de hacer lo que hacía el resto de la semana. Durante los seis días trabajará mientras que en el séptimo actuará en forma diferente, porque no debe él trabajar ni su familia extendida ni sus animales de trabajo y de carga ni los extranjeros. El séptimo, entonces, no fue uno común y corriente. Fue un día diferente, algo especial y no profano; fue un regalo de Dios para el ser humano. De manera que está claro que la dimensión puramente teológica del sábado se ha ampliado al punto de abarcar su relación con los seres humanos y los animales domesticados. Como consecuencia el santo sábado adquiere un doble significado, uno en relación con Dios y otro en relación con el hombre y sus animales. La relación, entonces, se convierte en una vertical o espiritual (ceremonial) y una horizontal, moral, social y humanitaria.
En Deuteronomio 5:12-15 aparece de nuevo el cuarto mandamiento en una segunda repetición del decálogo, que a su vez forma una parte medular del antiguo pacto de Dios con su pueblo. Esta vez el mandato no es recordar sino guardar el sábado. La forma en que se guarda, lo santificaría o lo apartaría de los otros días. Aunque se repite que ese día ha de ser observado por la familia extendida, da un énfasis especial a favor de los siervos (esclavos) o trabajadores, intensificando así la dimensión moral de ese día santo. Su justificación para esto es doble. Primero, dos veces (vs. 12 y 15) se justifica a base de un mandato de Jehová Dios y, segundo, se asocia con la estadía de los Israelitas en Egipto y su liberación por Jehová. Sus actos portentosos en el éxodo a favor de su pueblo esclavizado debe infundirles una buena disposición para obedecerle y a la vez una comprensión por la necesidad de sus propios siervos de disfrutar de un descanso merecido cada séptimo día. De manera que se subraya su doble significado, uno teológico en relación con su Dios Creador y Libertador y el otro que se ha designado como humanitario, social y moral. Se hace claro que la observancia de ese día tenía el propósito de beneficiar a los que más necesitaban un descanso — a los trabajadores. Por lo tanto, este pasaje concuerda en que el séptimo día no sería uno de trabajo como los otros seis días sino de descanso, y que de esa manera había de santificarlo.
En Éxodo 31:12-17, que algunos teólogos consideran el pasaje más antiguo sobre el sábado, Jehová instruye a Moisés qué enseñar a los israelitas, que era su pueblo escogido, acerca de ese día de reposo. Designa ese día como señal de su pueblo justo (comp. Ex 20:20); subraya el hecho de que Jehová es el Dios que lo había santificado. De manera que deben guardar el día como uno consagrado o santo, uno apartado y separado de los demás. No deben profanarlo, es decir, hacer lo mismo que se hacía durante los otros seis días. Especifica, además, el castigo para el que viola la ley por medio de alguna obra: “ha de morir siendo cortado de en medio de su pueblo” (vs. 14-16; 35:2). Estos dos versos recalcan tres veces la sentencia de la muerte al desobediente y por lo menos un recogedor de leña fue ejecutado afuera del campamento, condenado por el delito de trabajar el día sábado (Núm. 15:32-36). Para los Israelitas guardarlo fue un pacto perpetuo (v. 16),[3] porque se trataba de una señal para siempre entre Jehová y ellos, pues Dios hizo su creación en seis días y en el séptimo reposó. De este pasaje se desprende la idea del sábado como el signo o señal distintivo del pacto con Israel.
Además de descansar, ¿qué podría hacer el pueblo de Dios sin profanarlo? Para ellos era el día para una santa convocación o reunión (Lev 23:3). De manera que los fieles frecuentaban los santuarios y consultaban con los hombres de Dios (2 Rey 4:23; Isa 1:12-13). Números 28:9-10 especifica los sacrificios rituales que había de ofrecer cada sábado; se duplicaban los holocaustos en las mañanas y en las noches. Asimismo como pacto perpetuo los sacerdotes reemplazaban los panes de la Presencia todos los sábados (Lev 24:8). Además, la otra señal del pacto, la circuncisión, se hacía el séptimo día cuando era el octavo día del nacimiento del varón. De manera que está claro que, además del día de descanso, se trataba de un día especial para adorar a Dios, aunque esta característica no se recalca tanto como el deber de descansar.
Si el trabajo profanaba el sábado y había que abstenerse de obra alguna, les incumbía saber qué era trabajo y qué no era, ya que el cuarto mandamiento hablaba en términos generales sin especificar ejemplos. Por eso al pasar los años se iba definiendo en qué consistía el trabajo. Las leyes en el Pentateuco especificaban algunas cosas. Moisés prohibió a los israelitas encender fuego en sus moradas el sábado (Ex 35:2-3). Evidentemente había que preparar los alimentos el día anterior (Ex. 16:23), por eso recoger leña para cocinarlos fue prohibido durante ese día santo de reposo (Núm 15:32-36). Tampoco podrían recoger el maná en el desierto por el deber de descansar, pues el viernes debían recoger lo suficiente para los dos días (Ex 16:29-30). Tenían que suspender las faenas agrícolas, porque no podrían arar ni cosechar (Ex 34:21). Siglos más tarde los profetas que siempre exaltaban el sábado (Isa 56:2, 4; 58:13; Jer 13:21-27; Ex 20:12-24) y Nehemías señalaron otras prohibiciones. No podrían llevar cargas (Jer 17:21-27) y el comercio no estaba permitido (Neh 10:29-31; 13:16-21; Amós 8:5).
Este proceso casuístico de definición continuaba entre los rabinos judíos durante unos 400 años entre los dos testamentos. El Misná, un libro sagrado judío, contaba con dos tratados dedicados al sábado y a la casuística de ese día. Confeccionaron una lista de treinta y nueve (39) prohibiciones, las cuales exageraban en su severidad.
En resumen cabe señalar que el sábado del cuarto mandamiento fue una señal conmemorativa e institucional del Creador de los cielos y de la tierra y un signo de su autoridad y poder libertador manifestado en el Éxodo. El decálogo ordenó su observancia como algo santo y como una parte muy importante del pacto perpetuo del pueblo emancipado para ocupar la tierra prometida.
El sábado y el primer día en los tiempos a apostólicos
En el griego del Nuevo Testamento sabbaton, la forma plural del hebreo, es la palabra para el séptimo día, pero también se traduce como semana. Aparece cincuenta y nueve (59) veces como sábado y nueve como semana; en casi todos estos últimos casos (de ocho o nueve veces) tiene que ver con el primer día de la semana. Se usa sabbaton casi exclusivamente en el libro de los Hechos y en los evangelios, con Lucas en la delantera con 10 veces; sólo aparece como sábado en uno de los restantes veintitrés libros; consiste en una referencia en la carta de Pablo a los santos en Colosa. En Hebreos se usa la palabra sabbatismos que quiere decir descanso o reposo del sábado y enfoca el día como una figura que anticipa algo mejor en relación con el muevo pacto.
Debido a la multiplicidad de leyes estrictas que especificaban los trabajos prohibidos en el sábado, durante el gran ministerio de Jesús en Galilea surgieron varias controversias sobre ese día de reposo. Evidentemente fue el día predilecto de Jesús para llevar a cabo su ministerio activo. En vez de descansar, Jesús predicaba, enseñaba y sanaba a los enfermos, los paralíticos, los ciegos y los endemoniados que no estaban graves y a punto de morir (Mr 1:21-34; 3:1-6; Lu 4:31-41; 6:1-11; Mt 8:14-17; 12:1-14; Jn 5:1-47; 9:1-24), por eso los rabinos no la autorizaban (Lu 13:10-21; 14:1-6). Sus discípulos recogían y comían granos al caminar (Mc 2:23-28; Mt 12:1-8; Lu 6:1-5). Según las tradiciones agregadas a la ley de Moisés tales actos profanaban el sábado, por eso hubo intercambios fuertes entre Jesús y los escribas y fariseos.
Durante dichos encontronazos el Hijo del hombre se defendía con argumentos que señalaban el verdadero significado del día de reposo. Decía que Dios trabajaba (Jn 5:17), por lo tanto, él tenía el mismo derecho. Este argumento atacaba directamente la creencia de que Dios descansaba el sábado. Asimismo erguía que los mismos líderes religiosos, aun los propios sacerdotes (Mt 12:5), trabajaban el sábado, porque hacían los sacrificios (Nú 28:9-10) y circuncidaban a los niños cuando el octavo día de nacimiento caía ese día (Jn 7:20-24). También las mismas leyes rígidas permitían el trabajo de sacar a un hijo o a los animales que caían en un pozo y desatar y llevar un buey o asno para tomar agua (Mt 12:11-12; Lu 13:15). Además, cuando se hallaba en necesidad, David y sus hombres habían violado la ley de los panes sagrados de la Presencia al comerlos. Si se les permitió sin condenarlos o castigarlos, ¿por qué los discípulos hambrientos no podrían recoger unos cuantos granos en las horas sagradas del sábado?
En otras ocasiones Jesús se defendía afirmando que el sábado se hizo para (por causa de) el hombre y no el hombre para beneficiar el sábado (Mc 2:27). De esa manera hacía claro el principió básico de que el día no era superior o más importante que el ser humano y muy especialmente si se trataba de un hijo de Abraham (Lc 13:16); que los legalismos eran menos importantes que la gente; que la persona estaba por encima de las leyes del sábado; que ese día debía servir de ayuda y de beneficio para el hombre en vez de serle una carga; que el día no fue un fin sino un medio hacia otro. Y eso fue precisamente el punto de la ley cuando recordaba al israelita que una vez fue esclavo, pero ya que estaba libre, debe imitar a Dios en su trato compasivo y humanitario, librando a otros de la esclavitud del trabajo (Ex 31:12-17). De manera que Jesús abogaba por una mayor libertad para hacer el bien a los demás y ocuparse de las necesidades personales de la gente (Lc 13:15-16). A veces hacía preguntas retóricas a los fanáticos del sábado como si era lícito hacer bien o mal, salvar la vida o matar (Mc 3:4; Lu 6:9). Por último el Maestro les recordaba que el Hijo del hombre era el Señor del sábado (Mc 2:28; Lu 6:5; Mt 12:8). Eso destacaba su autoridad como Mesías sobre ese día santo (Mt 12:6-7), pues el cristo podría disponer de él como quisiera. Como Señor de él, tenía a su disposición el poder para hacer lo que era de su agrado en ese día. Debido a su control sobre él, tenía el derecho de cambiarlo y modificarlo si deseaba.
A pesar de estas controversias es imprescindible señalar que durante los tres años de su ministerio público Jesús con sus discípulos guardaba el sábado frecuentando siempre el templo en Jerusalén o alguna sinagoga. Es posible afirmar que aún en su muerte observaba el sábado en el sentido de que descansó.[4] De manera que aun en ese momento cumplía la ley; tenía que observarla para no abrogarla sino la completaría (Mt 5:17), y una vez cumplida no tendría la misma vigencia de antes. Al observarlo se hacía evidente que era un medio de servir a Dios, pero que debía anteponerse al deber del amor (Mc 2:27; Lu 13:10-16; 14:1-5). Por lo tanto, no rechazaba los principios fundamentales del sábado, sino la rígida interpretación y reglamentación de su observancia tradicional. El concepto en sí no obligaba con el prejuicio del ser humano, porque la ley del amor estaba por encima de la ley ritual. Era lícito practicar obras de necesidad y misericordia y de esa manera se guardaba conforme al verdadero espíritu de la ley.
Pero cabe señalar dos cosas adicionales: (1) no hay constancia de que El con Sus discípulos guardara el sábado después de Su resurrección. (2) Además de observar fielmente el sábado, también observaba las otras fiestas judías. En su evangelio Juan insiste que Jesús estaba ansioso para asistir la Pascua (2:13-15; comp. 12:12-13; 11:56), la fiesta de los Tabernáculos (7:2-14), la Dedicación (10:22) y la que posiblemente era el Purín (5:1). La insistencia de Jesús en asistirlas parece ser una afirmación de Su parte que El mismo fuera la esencia de ellas y que había venido a cumplirlas (Mt 5:17). Si se insiste en que Jesús nos dio un ejemplo en cuanto a la observancia del sábado, también lo hizo para las fiestas, y si debemos seguir su ejemplo en uno, hay que hacerlo en el otro también.[5]
El primer día de la semana no se vislumbró como de especial importancia para Jesús hasta que se le acercó su muerte sustitucionaria. No anunciaba a viva voz que el Hijo del hombre era el largamente esperado Mesías hasta su entrada triunfal a Jerusalén, el primer día de la última semana de su último ministerio en Jerusalén. Así que se mantenía en secreto hasta ese día domingo que El mismo escogió para pregonar a todos esa verdad. Luego en domingo una semana después aconteció el evento que confirmaba esa proclamación pública — resucitó; la tumba estaba vacía.
Además, apareció en cinco ocasiones diferentes ese mismo primer día de la semana. De esa manera inauguró la verdadera fe cristiana que confiaba en un Mesías crucificado pero resucitado para la salvación del nuevo pueblo del nuevo pacto, el cristiano. Cuando se les apareció en las cinco ocasiones, los discípulos no comprendieron todo su significado, sino únicamente entendían la importancia de divulgar la noticia a otros. Así fue para María Magdalena (Mc 16:9-11; Jn 20:11-18), las otras mujeres (Mt 28:9-10), los dos (uno de los cuales fue Cleofás) en el camino a Emaús (Mc 16:12-13; Lu 24:13-32), Simón Pedro (Lu 24:33-35; 1 Cor 15:5) y los diez apóstoles cuando Tomás estuvo ausente (Mc 16:14; Lu 24:36-43; Jn 20:19-25).
Pasó una larga semana antes de la próxima aparición del Señor glorificado. Mientras tanto los discípulos comunicaron a Tomás lo que se perdió por no haberse reunido con los demás hermanos el domingo de la resurrección. Como resultado el ausente se presentó el siguiente domingo, el primer día de la semana, porque no podría perder la próxima reunión de los discípulos. Por tercer domingo consecutivo el Señor participó en un acto trascendental.
Apareció a los discípulos mientras que ellos se efectuaron su reunión en un salón detrás de la puerta cerrada y convenció a Tomás, el que dudaba, de la veracidad de su resurrección. De manera que seis de un total de once apariciones del Cristo glorificado, el 55%, se efectuaron el primer día de la semana y la mayoría de las demás, si no todas esas, se realizaron afuera de Jerusalén, siendo Galilea el centro principal sin especificar el día. Es significativo que no tenemos constancia alguna de que se apareciera ni un sólo sábado. ¿Por qué no quiso revelar esta gloriosa realidad de la resurrección en día sábado — el día que había guardado con fidelidad toda su vida hasta la muerte? ¿Será que todo se había cumplido ya (Mt 5:18)? ¿Qué ya no tenía que someterse a la ley y sus legalismos? Es decir, ¿qué coincidía con Pablo en que estaba ya libre de la ley?
Con la ascensión del Señor los discípulos regresaron a Jerusalén para esperar la venida poderosa del Espíritu Santo. Diez días después cumplieron las palabras proféticas de Jesús cuando en el día de Pentecostés descendió el Espíritu Santo sobre ellos con tanto poder que millares de judíos se convirtieron en creyentes y en miembros de la iglesia naciente (Hch 2). Este gran acontecimiento también se efectuó el primer día de la semana (Lev 23:15-16).
A pesar de estos grandes acontecimientos o posiblemente debido a ellos, como buenos judíos-cristianos continuaron reuniéndose tanto el séptimo (Lu 23:51) como el primer día de la semana (Hch 2; 20:7; 21:20-21). Por eso evidentemente al principio, los discípulos estaban más conscientes en cuanto a las restricciones sobre viajes los sábados (Hch 1:12) que años más tarde (Hch 16:13). Sin embargo, todos los días eran días sagrados para reunirse en el templo (Hch 2:46; 5:42) y en los cuales Dios obraba convirtiendo almas y añadiéndolos a la iglesia (Hch 2:47; 16:5). Además, los apóstoles enseñaban y anunciaban el evangelio en las casas a diario (Hch 5:42).
La misión de Pablo a los gentiles no incorporó automáticamente las tradiciones de los judíos-cristianos dentro de la nueva fe (Hch 21:20-21) a pesar de que en un tiempo como fariseo tuvo una pasión fanática para obligar a otros observar toda la ley. Evidentemente Pablo en su ministerio a los gentiles observaba tanto el sábado[6] como el primer día de la semana. Dondequiera se reunía en las sinagogas para los cultos judíos con el fin de contarles y a los simpatizadores gentiles la buena noticia de la venida del Mesías (Hch 13:14, 42, 44; 16:13; 17:2; 18:4). Fue el mejor día para la obra misionera y evangelística entre los judíos, pero una vez que los nuevos conversos creían en Cristo y ya no podrían continuar frecuentando las sinagogas, evidentemente la principal reunión se efectuaba cada primer día de la semana (1 Cor 16:2; Hch 20)7).[7] Por lo menos la controversia con los judaizantes es evidencia terminante de que Pablo no impuso el sábado a los cristianos gentiles. Además, aunque se reunió en la sinagoga en Corinto el día sábado (Hch 18:4), dio instrucciones por escrito en relación a la colecta cada domingo tanto en esa ciudad como también en las de Galacia (1 Cor 16:1-2). Concluimos, pues, que para a mediados del primer siglo el primer día de la semana ya tenía un significado único dentro de la comunidad cristiana.
En parte por eso surgió dentro de la comunidad cristiana de cultura y tradición judía un grupo con un pensar muy legalista y tradicional. Enseñaron que era necesario para todo cristiano practicar las leyes judías y tener fe en el Mesías resucitado para ser salvo. Estos judaizantes militantes promulgaron sus doctrinas sobre el sábado, la circuncisión y los alimentos a pesar de que los apóstoles y los principales líderes cristianos desaprobaron sus legalismos en el concilio de Jerusalén (Hch 15). No obstante, los reclamos y argumentos de esos sectarios, dicho concilio no les apoyó en nada en ningún momento en cuanto a la observancia del séptimo día. Únicamente se hizo mención del sábado en relación con la costumbre de los judíos de hacer lectura de la ley ese día en las sinagogas (15:20-21), pues los apóstoles no consideraron el cuarto mandamiento obligatorio para los gentiles.
Sin embargo, años más tarde Pablo se vio obligado a combatir las intransigencias de los judaizantes en Antioquia de Siria, Colosas, Corinto, Galacia y Roma. En Antioquia de Siria bastaba con regañar al apóstol Pedro que también había participado en el concilio de Jerusalén y entendía bien la desaprobación de sus doctrinas falsas (Gá 2), pero la situación en los otros lugares era algo distinta.
En defensa propia Pablo hizo referencia a la controversia en varias de sus cartas. En Gálatas hizo claro primero de que la única condición de la salvación es por fe en Cristo, y que no depende de las obras de la ley, que incluye tanto el cuarto como los otros Diez Mandamientos (Gá 2:16). Luego reaccionó con asombro e indignación, porque los cristianos de Galacia se dejaban convencer por los falsos hermanos a que volvieran a someterse a los “débiles y pobres principios elementales” de manera que estaban guardando “los días, los meses, las estaciones y los años” (Gá 4:9-11); comp. estos con las ordenanzas en Nú 28-29). Definitivamente los judaizantes estaban imponiendo el calendario judío con su día principal, el sábado, y por eso se estaban convirtiendo en esclavos de esos principios elementales que no eran para los cristianos maduros. Este desvío le hacía al apóstol temer por la labor de liberación que había realizado entre ellos.
La defensa en su carta a los cristianos de Colosas señala claramente el sábado (Col 2:13-17). Los judaizantes estaban criticando a los creyentes y miembros de la iglesia en cuanto a los alimentos y días especiales del antiguo pacto. Por eso Pablo les aclaró de que todas esas cosas elementales no eran nada más que una sombra de la realidad (sustancia) que ya habían experimentado en Jesús (2:17). Tales cosas y todas sus leyes eran figuras de la realidad cumplida en Cristo. Por ende no tenían valor alguno para el cristiano, que ya tenía el premio de la libertad de esos legalismos y podrían crecer en gracia sin practicarlas. En otras palabras, debido a la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, las celebraciones anuales, mensuales y semanales del Antiguo Testamento (comp. con Nú 18:1-15) ya se habían cumplidas y seguir observá ndolas significaba un regreso al antiguo pacto de la ley. Sería actuar como si Cristo nunca hubiera muerto (Col 2:14; Mt 5:18 con Lu 24:44; Hch 13:29; Ro 10:4).
Por tercera[8] vez Pablo se veía obligado escribir defendiendo la verdad sobre este asunto en su carta a los Romanos. Aunque nunca había visitado a Roma, la ciudad capital del Imperio Romano, anticipaba una futura visita. En Romanos 13: 8-10 subrayaba la enseñanza de Cristo (Mt 22:37-40; Mc 12:29-34) y la apostólica de que el amor cumple todas las leyes, incluso las morales y ceremoniales, ya que el amor comprende sin excepción alguna todos los mandamientos del decálogo. Lo que es esencial no es guardar las leyes, incluso el cuarto, y tener amor, sino el amor por sí sólo cumple perfectamente la ley.
En Romanos 14 Pablo abogaba por recibir a los débiles de la fe como hermanos sin discusiones fuertes sobre opiniones en cuanto al comportamiento cristiano. Los débiles no comían ciertos alimentos (14:1-2) y hacían distinciones entre los días, mientras los fuertes no. Estos no debían criticar, juzgar o condenar a los débiles por esas cosas. Lo más importante para todos era estar convencido en su propia mente — sin duda alguna (14:22-23) — de que hacía bien, sin juzgar al otro, y hacerlo con la motivación de complacer a Dios. Nuestra relación de obediencia con Dios es muy importante aquí, porque tendremos que rendirle cuentas algún día (Ro 14:10-12).
Además, ya que vivimos en íntima unión con una comunidad de fe, debemos buscar vivir en armonía. Eso significa que podemos pertenecer a Cristo y diferir en cuanto a cierta conducta; podemos ser de Cristo y observar un día en particular — sábado o domingo — sin dejar de seguir al Señor (Ro 14:3-9).
En vez de preocuparnos por la conducta de otros en cuanto a días y alimentos, debemos concientizarnos acerca de nuestras propias acciones y como estas afectan a otros hermanos en Cristo. Sólo así podremos evitar a que seamos tropiezos que causan a un hermano a caer. No queremos impedir el crecimiento en gracia de ningún hermano. Para Pablo no es nada malo en sí observar un día u otro (14:14). Si sea bueno o malo, se determina a basa de como afecta a un hermano. Si le hace caer al observar cierto día, es bueno guardar el otro, porque nuestros derechos y libertades no deben perjudicarle en su vida espiritual (14:13-15).
Para Pablo la fe cristiana encierra principios más importantes y profundos que los elementales; en vez de quedarnos en el salón de entrada con su sombra, progresemos a la madurez participando en y aportando al disfrute de otros de la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (14:16-18). Por lo tanto, concentremos en la paz y en la edificación mutua que a su vez puede significar una limitación personal y voluntaria de algunas libertades en pro de nuestro hermano (14:19-21).
Concluimos pues que para los apóstoles y en especial Pablo[9] había una preferencia para reuniones de adoración cristiana el primer día de la semana por ser el día del Señor, pero que podrían servir a su Creador y Dueño de todos los días tanto el sábado como el domingo o cualquier otro día de la semana. Para ellos el día que guardamos es primeramente un asunto personal de conciencia y libertad individual. Enseñaba que los sabatistas y los partidarios del domingo también hacemos bien en seguir su ejemplo.[10]
El autor de los Hebreos también examina el tema del reposo del pueblo de Dios (Heb 3:7 al 4:13), haciendo referencia tanto a un lugar como a un día de reposo. Aunque una vez el séptimo día se relacionaba con el reposo de Dios después de su obra de creación y el lugar con el descanso que Dios había destinado para sus hijos en la tierra prometida, los judíos fueron infieles. Por eso en el futuro los que entran en el lugar de reposo lo harán por la fe, por haber recibido el mensaje de salvación que les llevaría a una obediencia. Los Israelitas no entraron al lugar de reposo en tiempos de Josué, pues Dios hablaba de otro día. Por eso queda todavía un reposo sagrado para el pueblo de Dios donde reposar del trabajo, y serán los cristianos los que se benefician del reposo eterno junto con Dios en la gloria. De manera que el sábado es en realidad una figura o símbolo del reposo que Dios tiene reservado para los llamados.
La observancia del domingo bajo el nuevo pacto
El primer día de la semana es el que conmemora la resurrección de nuestro Señor y es el día cuando el Cristo resucitado se presenta entre los suyos. Nos recuerda del inicio del nuevo pacto que tiene como base la muerte del Mesías con su significado inigualable y su victoria sobre la muerte. De manera que es el día predilecto en el cual el cristiano celebra su libertad de la esclavitud del pecado y conmemora su nueva creación en unión con Cristo. Es también un día de esperanza para la pronta venida del Señor. De manera que el día del Señor es tanto un memorial de la resurrección como una anticipación de su regreso. Por eso muchos cristianos nos reunimos voluntariamente para adorar al Dios de la gracia, pues no hay una ley escrita que nos obligue a reunir. Nos encontramos libres del legalismo del antiguo pacto y sus tradiciones.
Esa práctica contrasta notablemente con el significado y el espíritu del sábado, el séptimo día de la semana. Primero, ese día es algo legal, una obligación de la ley, y se presta para legalismos, mientras el domingo no, porque su observancia es voluntaria y el amor cumple toda y cada una de las leyes. Segundo, conmemora el final de la creación del mundo material y físico y no la consumación del sacrificio expiatorio de Cristo para el espiritual. De un lado se trata de un memorial a la creación y del otro un memorial a la redención o a la nueva creación en Cristo mediante el poder de la regeneración por el Espíritu Santo. Tercero, celebra la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto, no la abolición de la esclavitud del pecado de los cristianos.
Cuarto, sugiere que sólo un día pertenece a Dios, no todos los días, y que uno es responsable por la séptima parte de su tiempo a Dios y no el 100%. Quinto, el sábado mira hacia la semana ya terminada mientras el primer día se abre hacia el futuro, hacia las esperanzas venideras en Cristo. Sexto, el sábado es primeramente un día de descanso mientras el primer día es principalmente una celebración gozosa en reunión con otros hermanos. Celebramos con ahínco nuestra unión con Cristo con acción de gracias. El Nuevo Testamento nunca transfiere las leyes sobre el descanso al primer día de la semana. Séptimo, se trata de una ley perpetua para el libertado de la esclavitud de Egipto y no tiene que ver con la emancipación eterna del pecado hecho posible en el nombre de Jesús. Octavo, como señal de la autoridad de Jehová es integral al antiguo pacto de la ley; el domingo como señal que revela el poder y gloria del Señor simboliza el fin del antiguo y el comienzo del nuevo pacto eterno de la gracia.[11] El domingo es señal constante de que el Hijo del hombre cumplió el antiguo pacto de la ley y, por lo tanto, desde el primer siglo simboliza el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento que el sábado vislumbraba. De manera que los sabatistas en toda época al insistir en la observancia del sábado conforme a la antigua ley de Moisés se quedan conmemorando los principios elementales en vez del más importante.
Para el cristiano del nuevo pacto todos los días son santos y sagrados, pero debido a la victoria de Cristo sobre la muerte, nuestro últi mo enemigo, hay un vínculo especial de gratitud con el primer día, el domingo. Es muy notable que como cristianos nos hayamos quedado con una semana de siete días, pero es el domingo el día de mayor significado espiritual. De manera que existe una continuidad y una discontinuidad con el antiguo pacto. La semana de siete días y la conmemoración especial de uno de esos días se han quedado, pero lo nuevo es la celebración de lo peculiar al cristianismo — la resurrección del Mesías que había de venir. Hay que reconocer, entonces, que efectivamente existe ese aspecto permanente en el cuarto mandamiento.
Aun el nombre del día especial cristiano sugiere un origen en las escrituras, haciéndolo el día de descanso bíblico. En Apocalipsis 1:10 aparece la frase “el día del Señor (griego: kyiaki geméra) que está vinculado con la experiencia espiritual de la adoración del apóstol que “estaba en el Espíritu.” Juan escribió ese calificativo diferente a la forma normal para aludir a la segunda venida o el día de juicio final del mundo (1 Tes 5:2; 2 Tes 2:2; 2 Pe 3:10; griego: geméra tou kyriou). Esto y el contexto hacen claro de que el apóstol se refiere a un día especial de veinticuatro horas cuando éste adoraba a su Señor. Se tradujo al latín en la Vulgata de San Jerónimo como dies dominica que con el tiempo se abreviaba a dominica y que se puede traducir al español con día señorial o día dominical. De allí tenemos la designación en el español de domingo. Parece que los traductores de la Versión Reina Valera (1909) y la versión católica de Torres Amat entendieron esto bien con su traducción de la frase como domingo (Apo 1:10).[12] Ya que la forma gramatical en el griego no es un genitivo, no dice que el día fuera la posesión del Señor, sino que le fuera dedicado por la iglesia primitiva en obediencia al mandato del amor del Señor. De manera que cada domingo es día consagrado al Señor y a su memoria, porque El alivia nuestras cargas y nos da descanso (Mt 11:28) y porque es a través de El, con El y en El que entramos al reposo eterno de Dios (Heb 4:1-11).
Cabe señalar que en nuestra observancia del domingo es menester aplicar los principios y el ejemplo del Señor en relación con el día de reposo en vez de buscar instrucciones sobre el sábado en el Antiguo Testamento. ¿Cuáles fundamentos sobresalientes, positivos y edificantes caracterizan su observancia de ese día? Primero, el Hijo del hombre siempre adoraba a Dios en unión con otros hermanos de la fe. Se congregaba siempre el día de reposo. Siempre leía y estudiaba la Palabra de Dios, dando alabanza y gloria a su Padre celestial. Esto significaba reconocerle a El como el Señor de Su día. Para nosotros significa ejercer una fe que renuncia toda autosuficiencia para salvarnos y depender solamente de Dios y de su gracia para la liberación del pecado. Asimismo, es una fe que se manifiesta en la reunión voluntaria y gustosa con otros hermanos para la adoración de Dios. ¿Nos sugiere, además, que debemos buscar evitar cualquier acción que impidiera a que otros sirvieran al Señor en Su día?
Segundo, el rito, la ceremonia y las leyes sobre el comportamiento le eran menos importantes para Jesús que la práctica del amor durante ese día. Definitivamente eso nos sirve de ejemplo para que estemos prestos a hacer el bien al prójimo y a otras criaturas de Dios en ese día. Es un día para ayudar a otros — y de esa manera servir a Dios — más bien que buscar satisfacer nuestros propios deseos. (¿Nos sugiere algo en relación con la ley de cierre?) Es un día para practicar obras de necesidad y misericordia. Tercero, era un día de constante actividad espiritual para Cristo. No era su día principal de descanso, mucho menos uno de sus días de descansar de su misión espiritual con el propósito de recreación o reunirse con la familia.
La observancia apostólica de ese día también es instructiva. Para ellos fue un día de apartar la ofrenda cristiana (1 Cor 16:2), de alabanza y de oración, de recordar y agradecer al Señor por su sacrificio (Mc 16:14-18; Lu 24:36-49; Jn 20:19-29; Mt 28:16-20; Hch 2; 20:7, Apo 1:10) y sobretodo fue el día de “partir el pan” (la cena del Señor: Hch 2:42, 46; 4:32; 20:7; 20:11; 27:35; 1 Cor 11:17-34). Mientas que en el Antiguo Testamento la característica sobresaliente del sábado fue el descanso del trabajo, no fue lo que prevalecía en el primer día entre los discípulos cristianos; se distinguía por ser el día de partir el pan y de gozo por la victoria sobre la muerte.[13]
Si seguimos los principios de Jesús y los apóstoles para el día del Señor, viviremos mejor y podremos actuar con más sabiduría en relación con las controversias sobre cuándo adorar y cómo guardar su día.
Por el Dr. Donald T. Moore; http://www.sanadoctrinaonline.org/
Notas:
[1]¿Dónde en Apo 14:7-12 aparece una referencia específica al sábado?
[2]En Puerto Rico hay varios grupos de sabatistas, los Adventistas del Séptimo Día, la Iglesia de Dios, Inc., la Congregación de Yahweh y la Iglesia de Dios Universal y sus ramas. Debido a una visión en abril, 1847, que tuvo después de haber leído un tratado escrito por un capitán de la marina, Elena G. de White, la profetiza y el espíritu de la profecía de los adventistas, incorporó y defendió el sábado como el verdadero día de descanso y una ley moral perpetua.
[3]No solamente la pena de muerte formaba parte del pacto perpetuo, sino también la circuncisión (Gén 17:4-14), las fiestas de la Pascua (Ex 12:14-15), Pentecostés (Lev 23:9-14), los Tabernáculos (Lev 23:39-43) y el Día de Expiación (Lev 16:1-34). Asimismo ciertas ofrendas vegetales y libaciones (Núm. 15:1-16; Lev 6:14-23), el sacrificio de la paz (Lev 7:34-36) y las normas para la purificación ritual (Núm. 19:1-10); también la fuente de agua (Ex 30:17-21), los panes de la Presencia (Lev 24:8-12) y el aceite para el candelabro del tabernáculo (Lev 24:1-4); además, el mismo sacerdocio aarónico (Ex 40:12-15), sus provisiones (Lev 7:35-36, Ex 29:26-28) y su responsabilidad de encargarse de las trompetas (Núm 10:1-8). El significado principal de la palabra hebrea olam (perpetua) es la duración completa de toda una vida y como tal subraya su calidad temporal o transitoria. No significa el concepto abstracto filosófico y teológico de la eternidad. Por eso parece contradecir su sentido normal en español.
[4]Es también posible afirmar, como algunos eruditos han hecho, de que el sábado de la ley fue enterrado en su sepulcro, ya que Cristo estuvo en la tumba el séptimo día.
[5]No basta responder con la división dual de la ley entre la moral o la ley de Dios, y la ceremonial o la ley de Moisés, pues se trata de una clasificación arbitraria y artificial que los mismos israelitas desconocían. Compara Lev 19 y Núm 19 al 20 donde el sábado y lo ceremonial y lo moral están mezclados sin distinción. Dicha división no tuvo su origen en la Biblia.
[6]Además, circuncidó a Timoteo (Hch 16:3), guardaba la fiesta de Pentecostés (Hch 18:21; 20:16), se ripio la cabeza (Hch 18:18), se purificó en el templo judío a la vez que pagó los costos de otros (Hch 21:20-26). Su motivación para observar estas tradiciones y leyes judías fue con el fin de facilitar la conversión del judío a Cristo (1 Cor 9:19-23).
[7]No hay constancia de que Pablo se reuniera en culto cristiano el día sábado. Tampoco aparece en sus cartas, divinamente inspiradas, instrucciones o exhortaciones a las iglesias para que lo observaran a pesar de que la mayoría de los recipientes fueran gentiles que no estaban acostumbrados a guardarlos. De otro lado, censuró a los que se dejaron persuadir que era su obligación guardar el sábado (Col 2:16).
[8]Sería por lo menos su cuarta defensa según la Biblia si contamos la defensa oral delante de Pedro.
[9]Está claro que para Pablo el decálogo con su cuarto mandamiento perdió su vigencia con el nuevo pacto. En 2 Corintios 3 Pablo contrasta el mensaje de la ley del antiguo pacto con el del nuevo. Mientras que el primero (el decálogo) fue grabado en tablas de piedra y escrito, el segundo se graba en los corazones humanos y es espiritual. Además, el primero condena a muerte mientras que en el segundo el Espíritu de Dios da vida. El segundo es más glorioso que el primero, porque es eterno y da vida mientras que el otro da muerte y se apagó. Los partidarios de la ley del antiguo pacto están ciegos a que su resplandor se haya apagado, porque su entendimiento está cubierto todavía por un velo; solamente se quita a los que se vuelven a Cristo en el ministerio del nuevo Pacto. El Señor es el Espíritu que les da libertad y los transforma gloriosamente en su imagen.
[10]La alegación de que el emperador Constantino del Imperio Romano impuso ese día en 325 d.C. y así cambió el día de reposo de sábado a domingo no tiene base histórica en los documentos apostólicos y postapostólicos de los primeros cuatro siglos d.C. Lo que hizo Constantino con su decreto fue institucionalizar lo que fue la práctica universal cristiana desde el siglo II. Según la evidencia aportada por los líderes y sus escritos tales como Justino Mártir (ca. 140), Epístola de Bernabé (ca. 120-150), Dionisio, Obispo de Corinto (ca. 170), Ireneo (ca. 178), Clemente de Alejandría (ca 190-200), Tertuliano (ca. 195-218), Orígenes (ca. 235-253) y Cipriano (ca. 246-258) no fue ninguna innovación para las comunidades cristianas. Si Constantino lo impuso a alguien fue a los paganos y no a los cristianos que ya guardaban el domingo por convicción y costumbre. Además, el argumento de que la Iglesia Católica por medio del papado o el papa efectuó el cambio el sábado a domingo, porque las autoridades católicas lo dicen, es igualmente inaceptable. ¿Aceptarían los sabatistas también la posición católica de que la Biblia es un libro escrito por la Iglesia Romana? No obstante, es cierto que después de la unión de la iglesia con el gobierno imperial, la Católica hizo mucho para promover su observancia entre los paganos recién aceptados como feligreses.
[11]Un erudito afirma que uno que considera su deber abandonar el domingo para guardar el sábado en efecto está negando el paso del antiguo pacto al nuevo, y por lo tanto, a que Jesús fuera el Mesías.
[12]La misma expresión aparece en dos escritos casi contemporáneos con el apóstol Juan con el mismo sentido del domingo señalado (Didache y Carta a los Magnesianos por Ignacio).
[13]La forma de Jesús y sus apóstoles de observar el día sagrado de los judíos y los judaizantes nos sugiere que la traducción de la palabra sabbaton como día de reposo en el Nuevo Testamento no es la más acertada, pues se presta para dar énfasis en lo que no era propio para ese día entre los cristianos del nuevo pacto. La traducción más apropiada es sábado, la palabra usada por la Reina Valera Actualizada y la Reina Valera (1909).