La misión cristiana es tolerante, está inundada de humildad y es el reflejo del amor de Cristo. No avasalla a las personas, no les impone sus ideas o creencias, es apacible y tierna. Tiene sumo respeto por cada persona en forma particular y no se cree superior a nadie. Si bien es la verdad y revela al único Dios, no conspira en contra de la dignidad humana.
La misión de Israel fue bendecir a todas las naciones. La misión de la iglesia es ser también un elemento de bendición a todos los pueblos de la tierra. La misión de la iglesia no se limita hasta donde llega su visión, sino que va detrás de la visión de Dios. Es una misión universal.
Dios crea a un pueblo misionero y lo lanza a cumplir su tarea misionera. La tarea no es producto del esfuerzo personal de la iglesia, es producto del poder del Espíritu Santo obrando a través de su pueblo.
La iglesia es una comunidad que debe caracterizarse por la comunión y la mutua relación afectiva, pero no debe caer en el error de formar una fuerza centrípeta (hacia adentro), sino una fuerza centrífuga (hacia fuera). Su fuerza interna la debe impulsar hacia el exterior.
El trino Dios es la razón más contundente para reafirmar el trabajo misionero. La palabra de Dios revela el carácter de Dios, por lo tanto el verdadero cristiano debe transmitir el mismo carácter hacia los demás. Las obras de Jesús hacían realidad sus palabras. No había una dicotomía entre los hechos y las palabras. A través de sus obras aquello que decía tenía un sentido verdadero y trascendente. Es entonces que la vida del discípulo de Jesucristo debe reflejar la misma actitud.
No podemos apartarnos de la realidad que vive una persona cuando le hablamos del evangelio y luego ignoramos su situación y problemática. Necesitamos meternos en su realidad social y participar de sus luchas y sufrimientos.
El cristiano contemporáneo debe utilizar todos los elementos que tiene a su disposición, y de acuerdo a las capacidades que Dios le ha dado, para actuar consecuentemente en la evangelización y la acción social, que tienen como fundamental objetivo liberar al hombre.
La tarea del Reino de Dios es volver a recuperar aquel estado glorioso que disfrutó en su momento Adán y Eva. Esta nueva creación es posible ahora a través de la persona de Jesucristo y se acentúa en hechos concretos para la vida del ser humano.
La promesa de Dios a Abraham, que en él serían benditas todas las familias de la tierra, es literal, no debemos espiritualizarla. Dicha bendición significa bienestar, vida y vida abundante en todas sus dimensiones y relaciones. Ahora el cristiano como portador de la misma bendición, le da la oportunidad a su prójimo de experimentar una relación personal con Cristo y liberarlo de todas sus opresiones, materiales y espirituales.
El evangelio es una buena noticia para el pobre y se demuestra en acción y en plenitud de vida. Es posible entender toda la dimensión de esta misión cuando observamos el libro de Exodo y el jubileo. La buena noticia trae justicia, libertad integral y alegría para el oprimido.
La proclamación del evangelio sin las verdaderas cualidades del Reino sería desfigurar y mutilar la verdad bíblica. Pasaríamos a ser una de las tantas ofertas que se ven todos los días por la calle. El evangelio es un compromiso genuino e integral con toda la realidad del ser humano.
En este mundo que está minado de injusticias, el pueblo de Dios está llamado a ser una comunidad comprometida con los valores del Reino de Dios. Una comunidad que está plenamente preocupada por los sufrimientos que vive la gente y que hace cosas para cambiar una realidad que la arrastra al desastre y la desesperación. El pueblo de Dios es el elemento punzante para el cambio social y cultural, que trae liberación, paz y gozo.
Diciembre/2005
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