Por JOSÉ DE SEGOVIA BARRÓN
Hay libros que nacen con tanto interés comercial, que apenas logran ocultar su condición de producto manufacturado. No hay duda que El Código da Vinci es un texto concebido para convertirse en best-seller, ya que reúne todos los elementos que pueden favorecer las ventas: una trama policíaca con claves ocultas, personajes estereotipados y escritura plana. Pero si la novela de Dan Brown fuera un éxito garantizado, su obra no habría sido rechazada por casi todas las editoriales españolas.
Ya que ha sido un nombre desconocido, Umbriel, el que ha dado a la luz este título, en una pequeña editorial de libros esotéricos, Urano, que espera superar en España un millón de ejemplares, antes de que acabe el 2004. Algo así desbordan ya los límites de lo literario, para convertirse en un auténtico fenómeno sociológico y religioso, puesto que llama de nuevo la atención sobre la figura de Jesús. Porque ¿qué fascinación produce todavía Jesús, en una sociedad tan secularizada como la nuestra?, ¿por qué sigue siendo un misterio para muchos?, ¿o es que hay alguna verdad detrás de todas estas extrañas historias?
El argumento de El Código da Vinci parece un tratamiento de película, esos resúmenes de trama cinematográfica por los que los productores de hoy en día deciden llevar a cabo un proyecto, sin haber leído siquiera el guión. Es la historia de cómo un profesor de simbología religiosa de la Universidad de Harvard, Robert Langdon, y una experta en criptología de la policía francesa, Sophie Neveau, aúnan sus fuerzas tras un misterioso crimen cometido en el Museo del Louvre, para buscar una vez más el secreto del Santo Grial, supuestamente ocultado por el Vaticano desde el siglo IV. Aunque “ésa es en parte la razón de las Cruzadas” (p. 270), esto no es conocido más que para los que hayan leído esta novela, ya que no se trata siquiera de la copa de la Última Cena de algunas sagas artúricas, sino de María Magdalena, “la mujer a quién Jesús había encomendado la tarea de fundar la Iglesia” y por la “que Cristo había tenido descendencia” (271). Esto no sólo acaba con “cualquier idea de divinidad asociada a él”, sino que da lugar a una organización secreta llamado el Priorato de Sión que sigue venerando a María Magdalena como una diosa. Ya que este libro no trata del sexo de los ángeles, sino del sexo de la divinidad.
Según El Código da Vinci, María Magdalena tiene por supuesto una hija, ¿cómo no?, ¡no iba a ser un chico! Sarah viene al mundo en un lugar tan poco a mano para un judío de la Palestina del siglo I como es Francia, a donde llega con la ayuda de José de Arimatea, que es el tío de Jesús, según la novela. Su descendencia será preservada así por una sociedad secreta del furor de los agentes asesinos del Vaticano que buscan esconder “el otro lado de la historia de Cristo”. Pero ¿cómo se puede probar semejante árbol genealógico? Bueno, eso no importa tanto, ya que “tampoco se puede demostrar la autenticidad de la Biblia” (p. 273), dice la novela. Tal lucidez de razonamientos no es extraña en un personaje, que aunque es especialista en criptología, no es capaz de darse cuenta que una inscripción no está en una lengua muerta, sino que se debe leer con un espejo para descubrir que sus letras están simplemente invertidas. Parece, como diría Chesterton, que “cuando uno deja de creer en Dios, no es que no crea en nada, sino que es capaz de creer cualquier cosa”. Por ejemplo, El Código da Vinci…
Dan Brown no es que sea alguien muy conocido, pero tampoco es un ignorante. Hijo de un matemático y una compositora de música sacra, este profesor de inglés en Exeter, no leía de hecho ficción hasta hace diez años, pero al consumir un éxito de ventas de Sydney Sheldon durante unas vacaciones en Tahití, pensó que él podía hacer lo mismo. Su primera obra la hizo en 1996. Fortaleza Dígital es un thriller que no tiene nada que ver con la cuestión esotérica, aunque sí con tramas conspiratorias, ya que habla de la Agencia Americana para la Seguridad Nacional. Luego ha hecho otras dos novelas (Deception Point y Angels & Demons) antes de El Código, que ha sido el libro más vendido en EE.UU. desde la primera semana de su publicación, según el New York Times. En la actualidad escribe otro sobre la masonería en Washington, mientras Ron Howard prepara la adaptación cinematográfica de El Código da Vinci.
Según el autor, que no es muy dado a entrevistas, la idea del libro se le ocurrió mientras estudiaba la obra de Leonardo en la Universidad de Sevilla. Dice haber dedicado varios años a investigar todos estos temas, además de casarse con una especialista en Historia del Arte. No obstante se permite afirmar ideas tan peregrinas como que la figura del apóstol que está a la derecha de Cristo en La última cena de Leonardo no es otra que María Magdalena. Su fuerte tampoco parece ser la Historia de la Iglesia, ni siquiera la geografía, ya que muestra la misma ignorancia del americano medio sobre el mapa de Europa. Pero es que ni del Opus Dei parece estar bien informado, ya que llama a los miembros de esta prelatura monjes, y los convierte en una secta asesina. Ante semejante colección de disparates, uno no puede menos que reconocer que estamos ante una novela tan divertida como absurda.
¿Una amenaza para la Iglesia?
El fenómeno social que ha producido esta obra preocupa de hecho a muchos cristianos, que contemplan alarmados la creciente ignorancia del ciudadano medio sobre la base histórica de los Evangelios. Es por eso que ante las dudas que El Código da Vinci pueda estar sembrando en un país como Estados Unidos, hay ya muchas iglesias que están ofreciendo folletos (como la católica) y guías de estudios (como la evangélica luterana) a aquellos lectores a los que la novela les haya incitado a cuestionar la verdad del cristianismo. Se hacen conferencias y sermones, mientras hay ya varios libros disponibles que intentan responder a esta obra, todos con títulos que prometen “romper, resquebrajar, desentrañar o descodificar El Código da Vinci”, ya que consideran que el libro supone un ataque directo a los cimientos de la fe cristiana.
Algunos de estos libros tienen un enfoque popular, como el del pastor de la iglesia Moody de Chicago, Erwin Luther, que tiene varias obras publicadas por Portavoz en castellano y escribe sobre este fenómeno, calificándolo como engaño (The Da Vinci Deception). Otros tienen una orientación algo más académica, como la del profesor presbiteriano de Nuevo Testamento del Seminario de Westminster en Filadelfía, Peter Jones (que ha enseñado muchos años en Francia en la Facultad Libre de Teología Reformada de Aix-en-Provence y está especializado en el gnosticismo), que ha hecho un libro con un pastor de una iglesia wesleyana llamada Skyline en San Diego (EE.UU.), James Garlow, demoliendo la obra de Brown (Cracking Da Vinci Code). Un prestigioso especialista evangélico en el Evangelio de Lucas del Seminario de Dallas, Darrell Bock destroza también los argumentos de este autor en Breaking The Da Vinci Code. Es obvio que para todos estos autores, no estamos ante una novela inocente, sino frente a una visión manipuladora, que pretende dar una perspectiva incorrecta e inexacta históricamente de Jesús, como un mero hombre.
Aunque ninguno de estos libros se ha traducido al español, aquí parece que la polémica está ya servida. Para un personaje mediático como Fernando Sánchez Dragó está claro que “cualquier reconstrucción de la vida de Jesús que se haga es pura literatura, tanto si se trata de los evangelios canónicos como de los apócrifos, la haga Dan Brown o la haga yo”. Ya que según él, “no sabemos nada, no existen evidencias históricas ni fuente historiográfica alguna que merezca credibilidad que demuestre que Cristo existió, y las que existen han sido manipuladas”. Aunque él personalmente, cree que existió y nació en Galilea, pero “se inició en los misterios dionisiacos y egipcios, y que como todo hombre preocupado por la gnosis, por el conocimiento, debió pasar por Egipto y acabar en la India”. Para esto, por supuesto Dragó no tiene más pruebas que su imaginación, pero bueno, eso “es lo que hubiera hecho yo si hubiera vivido en el siglo I”, dice él. Aunque eso sí, “afirmar que se casó con María Magdalena y tuviera hijos es pura especulación, sin base científica, mera anécdota en cualquier caso”.
Para el antiguo director de la Biblioteca Nacional, Luis Racionero, este es un libro “muy divertido y ameno”, algo “fácil, aunque escrito con mucho oficio”. A él le ha resultado “un thriller muy entretenido, bien contado y que sabe administrar muy bien la intriga y el misterio”. Sus temas son para este especialista en el Renacimiento italiano, interesado por las religiones orientales, “meros reclamos”, ya que “lo que narra la novela sobre Leonardo es pura invención”. Para él, “las claves esotéricas en la Giaconda existen, pero no son las que desvela el libro”. Otro gran conocedor del Renacimiento italiano como el poeta Antonio Colinas, que tiene también muchas inquietudes esotéricas, no considera sin embargo descabellada la hipótesis de Brown, ya que no le sorprendería nada que perteneciera a una sociedad secreta. Pero a él lo que le interesa es su reivindicación de lo sagrado femenino, que “rescata ese interés sustancial del hombre por la trascendencia, esa búsqueda esencial del sentido de la vida”.
El filósofo más informado en España tal vez de este tipo de cuestiones, ya que es experto en la Cabalá, es Ignacio Gómez de Liaño. Para él, “el éxito de este libro se explica por la fascinación que sigue suscitando el hecho religioso”. Ya que todos somos más o menos conscientes que “la vida es un enigma y que las respuestas que puede dar la ciencia no bastan”. Pero él no comparte la denuncia de Brown, que culpa a la iglesia católica de suprimir lo sagrado femenino. Para él, es obvío que “en la religión católica el papel de la mujer ha sido y es esencial, sobre todo si se compara con el que tiene en otras religiones, como la judía y la musulmana”. Ya que “no hay nada más que pensar en el papel de la Virgen María, Madre de Dios, el de la Magdalena, el de santas como Teresa de Ávila, o en la importancia que la religión católica otorga a lo afectivo, a lo maternal”. Colinas recuerda también en este sentido la valoración que el famoso psicoanalista Jung hace del dogma romano de la Inmaculada Concepción, que hace a la religión católica más que una fe trinitaria, una fe cuaternaria.
Sobre El Grial y los templarios?
La búsqueda del Santo Grial es tal vez una de las mayores obsesiones, tanto de la Edad Media, como de las actuales novelas de misterio con elementos simbólicos y religiosos. El gran poeta alemán Wolfram von Eschenbach (muerto en 1225) es el primero en relacionar en su Parzival, el Grial con los templarios que fue una nueva Orden de caballería formada en el año 1119 y que bajo la inspiración de Bernardo de Claraval, se dedicaría a proteger a los peregrinos en los alrededores de Jerusalén. Sobre los templarios se han dicho tantas tonterías hoy, que es ya casi imposible distinguir algo de realidad entre tanta mitología esotérica que se ha inventado sobre ellos.
Una buena introducción histórica sobre el Temple la encontramos en una obra como la publicada por la Universidad de Cambridge por un profesor como Malcolm Barber, experto también en los cátaros, cuya traducción está en una editorial tan esotérica como Martínez Roca (Barcelona, 2001). Quien tenga la paciencia de leer este impresionante estudio, repleto de notas y citas eruditas, no descubrirá ni una referencia a las mil bobadas que se dicen sobre ellos en la otra docena de libros que ví en la estantería de la tienda donde fui a comprar éste. ¿Por qué? Sencillamente, porque no hay base alguna para las estupideces que algunos pretenden atribuir a los templarios. Ya que fue con la aparición de la francmasonería el siglo XVIII que se crea esta pseudo-historia por la que los templarios se convierten en una sociedad secreta. Son en concreto los masones alemanes los que en la séptima década del siglo XVIII afirman que esta Orden al ocupar el Templo de Salomón, se convirtió en un emporio de sabiduría secreta.
Bueno, es cierto que la falta de evidencias no parece suponer un problema para cierto tipo de personas, pero aún así durante el siglo XIX algunos se sintieron obligados a consolidar sus teorías mediante el supuesto descubrimiento de algunos documentos y objetos relacionados con los templarios. Así aparecen “milagrosamente” arquetas, monedas y medallones, tallados con imágenes asociadas con sectas gnósticas. Se inventan así unas Reglas diferentes a las que están publicadas por Barber en castellano, en la que habría una clase especial de iniciados, similar a los bonhommes o perfecti consolados de los cátaros. Nada de ello por supuesto anterior a 1800. Es entonces cuando un orientalista austriaco llamado Hammer, que trabajaba para Mitternich, publica en 1818 una elaborada tesis basada en estos objetos. Según él, los templarios adorarían a un ídolo andrógino llamado Baphomet, cuyo nombre aparece en algunas declaraciones del juicio de los templarios, pero que no es más que una corrupción del nombre en francés antiguo para Mahoma.
Otro autor francés llamado Loiseleur, escribe en 1872 sobre La doctrina secreta de los templarios, rechazando que fuera una enseñanza gnóstica, sino más bien una amalgama de ideas de los bogomilos y una secta cuya existencia es hoy negada por cualquier historiador serio, llamada los luciferinos. Pero aunque grupos como los cataros de Languedoc del siglo XIII manifestaban una clara tendencia a un dualismo maniqueo, no hay verdadera base para dudar de la ortodoxia de los templarios, ya que su persecución no tuvo en realidad un motivo doctrinal. La supresión de la Orden por Felipe el Hermoso se debe sobre todo a su negativa a aceptar la reforma que los uniría con los hospitalarios, aunque el problema en realidad parece ser que fue más bien de tipo económico, ya que los templarios tenían un gran poder financiero. Cuando la Inquisición los encarcela y tortura aparecen confesiones sobre ceremonias heréticas en las que se habría negado a Cristo y escupido a la cruz, por la supuesta influencia del Islam, pero también de dar un culto a un ídolo por medio de un acto de iniciación homosexual, que originaría muchas de estas historias esotéricas. El propio papa Clemente V fue reticente a su arresto general, ya que veía la necesidad de investigar más sobre el asunto, pero incluso alguien como Ramón Llul se vio convencido de su culpabilidad, porque veía a Felipe IV como la única esperanza para una nueva cruzada que permitiera su misión de reeducar a los musulmanes.
La historia de El Grial tiene su base en leyendas medievales como las sagas artúricas, pero en algunas versiones como la alemana de Wolfram, el Grial es simplemente una piedra. Fue la masonería francesa la que lo convirtió en una filosofía secreta que conecta con los templarios y llega hasta el día de hoy, según El Código da Vinci por una supuesta sociedad secreta que llama el Priorato de Sión. Ésta es un invento de un libro muy parecido a éste y del que Brown es claramente deudor. Se trata de El enigma de lo sagrado (1987) otro best-seller de Michael Baigent y Richard Leigh, autores de otras teorías conspiratorias muy conocidas como la de El escándalo de los manuscritos del Mar Muerto (Martínez Roca, Barcelona, 1992), que también pretende relacionar al Vaticano con un supuesto secreto descubierto en Qumrán sobre los orígenes del cristianismo. Para estos periodistas norteamericanos, como para Brown, los Evangelios no se redactaron para esclarecer la vida de Jesús, sino para ocultarla. Según estos, el cristianismo fue un movimiento revolucionario dirigido por Santiago, el Maestro de Justicia desde Qumrán, cuyo mensaje habría sido falseado por Pablo.
Son Baigent y Leigh los que escribieron en El enigma sagrado (junto con Henry Lincoln) que todavía hay en Europa descendientes en la carne de Jesús, que se preparan para hacerse con el dominio del mundo. Es de ahí que nace la idea de Brown sobre la Casa Merovingia, que emparenta la supuesta descendencia de Jesús nada menos que con la sangre real francesa. Todo responde así a una explicación global, que como un gran rompecabezas nos da la clave oculta de la Historia Esta obsesión conspiratoria está magistralmente parodiada por Umberto Eco en su novela El péndulo de Foucault (1988). En ella un editor francés descubre que hay aquí “una mina de oro”, por lo que intenta publicar una nueva serie de libros esotéricos, ahora que la ideología marxista ha dejado de estar de moda. Para él es “un deber cultural, en estos tiempos oscuros ofrecerle a alguien una fe, un vislumbre del más allá”.
“Esas personas se tragarán cualquier cosa que sea hermética y diga lo contrario que han leído cuando iban a la escuela”, dice el personaje de Eco. El problema es que al desarrollar esa versión imaginaria de la Historia que nos desvela la clave del universo, “llegas al punto en que ya no existe ninguna diferencia entre desarrollar el hábito de fingir que crees y desarrollar el habito de creer”. Porque “el lunático es todo idea fija y cualquier cosa con la que tropiece confirma su chaladura”. De hecho, dice el filósofo y filólogo italiano, “puedes reconocerlo por las libertades que se toma con el sentido común, por sus súbitos arranques de inspiración”, pero sobre todo “por el hecho de que tarde o temprano siempre acaba sacando a relucir a los templarios”…
¿Otro Jesús?
Según Brown, tiene que haber documentos “no manipulados”, anteriores a Constantino, que muestren que “los primeros seguidores de Jesús lo reverenciaban en tanto que maestro y profeta humano” (p. 273). Porque para El Código, Jesús puede ser cualquier cosa, menos Dios. Esto lo confirmaría el documento Q, “que hasta el Vaticano admite su existencia”. Y Brown está tan bien informado, que piensa que “supuestamente, se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra”. Ante la sorpresa de Sophie al oír que puede haber “escritos del propio Cristo”, ese gran especialista que es Teabing, le pregunta: “¿Por qué no podría Jesús haber llevado un registro de su Ministerio? En aquellos tiempos casi todo el mundo lo hacía”. ¡Hasta ese punto llega la ignorancia de este autor!
Cualquiera que sepa algo de Historia antigua, sabe que la comunicación en los días de Jesús era básicamente oral. La información funcionaba entonces de boca a boca, gracias a la concentración y buena memoria de los discípulos de cualquier maestro. La enseñanza oral era considerada entonces incluso como algo más importante que la escrita. Pero ¿cómo pueden ser entonces fiables los documentos del Nuevo Testamento? Bueno, en principio, son tan fiables como cualquier otro documento de la antigüedad. Se trata de testimonios contemporáneos, ya que no hay ningún estudioso de los Evangelios que feche por lo menos dos de ellos a finales de la década de los ochenta del primer siglo. Hay que darse cuenta que un Evangelio como Marcos pudo haber sido escrito incluso entre los años 44 y 46 después de Cristo.
De cualquier forma para Brown, “la Biblia moderna había sido compilada y editada por hombres que tenían motivaciones políticas”. ¿Cómo cuales? Sobre todo “proclamar la divinidad de un hombre, Jesucristo, y usar la influencia de Jesús para fortalecer su poder” (p. 252). Eso es tan evidente para el autor de El Código da Vinci, que hasta “el clero moderno está convencido de que esos documentos son falsos testimonios”. Por lo que “casi todo lo que nos han enseñado nuestros padres sobre Jesús es falso”. Pero ¿no es cierto que haya otros Evangelios además de la Biblia? Por supuesto hay libros apócrifos, pero la mayoría posteriores a la época de los Evangelios. Tratan generalmente sobre su infancia, ya que las otras historias esotéricas sobre Jesús vienen de movimientos ocultistas en el siglo XIX. Pero ¿no hay otros Evangelios más antiguos? ¿Dónde están entonces “algunos de los Evangelios que Constantino pretendió erradicar y se salvaron” (p. 251)
El personaje de Brown parece pensar en Qumrán y Nag Hammadi. El problema es que los manuscritos del Mar Muerto no tienen más cita sobre Jesús que el supuesto fragmento del Evangelio de Marcos, que lo que haría es demostrar aún más su antigüedad. Y los llamados evangelios gnósticos, que se encontraron en Egipto no sólo no cuentan “la verdadera historia del Grial”, sino que tampoco “hablan del ministerio de Cristo en términos muy humanos”, porque son precisamente eso, textos gnósticos, por lo tanto bastante espiritualistas. La mayor parte de ellos son además colecciones de citas textuales de los Evangelios, por lo que difícilmente se les puede llamar Evangelios.
¿Falta de evidencias?
Alguno pensará: “Bueno, está bien, los Evangelios son tal vez documentos históricos, pero no están escritos objetivamente” Bueno, pero ¿quién escribía objetivamente en la antigüedad? La fuente histórica más importante que tenemos sobre los judíos en la época judía son los escritos de Flavio Josefo. ¿Escribe Josefo objetivamente? Por supuesto que no. Su obra busca en primer lugar consolidar su posición política en Roma. Hasta Tácito, el gran historiador romano, escribe para complacer a su suegro Agrícola, gobernador de Bretaña los años 77/78 d.C… El propio Livio hace su monumental Historia de Roma para “contribuir a la gloria de los acciones del pueblo que tiene el primer lugar sobre la tierra”. Mientras seamos sujetos, y no objetos los que escribimos, todo pensamiento será en cierto sentido subjetivo.
Pero no nos engañemos, nuestro problema para aceptar la verdad del cristianismo no es realidad falta de información. Ya que en el fondo, no es una cuestión intelectual, como si simplemente nos faltarán datos para poder aceptar las evidencias sobre la verdad de Cristo. En realidad es un problema moral y espiritual. Karl Popper decía ya en 1969 que “la teoría social de la conspiración es una consecuencia de la falta de Dios como punto de referencia y de la consiguiente pregunta: ¿quién lo ha reemplazado?”. Cuando dejamos de creer, inevitablemente tenemos que seguir creyendo en algo o alguien, sea la Madre Naturaleza o aquello para lo que vivo, ya que como diría Bob Dylan, “todos tenemos que servir a alguien”.
Es por eso que bíblicamente, en realidad el no creyente no existe. O crees en el Dios verdadero, o sirves a un ídolo. No hay otra opción posible. Así que si no aceptamos los Evangelios es sencillamente porque no queremos. Preferimos ver a Jesús como a nosotros nos guste. Alguien que hable de amor y paz, sí, pero que no nos diga cómo tenemos que vivir. En todo caso que nos lo muestre como ejemplo. El problema es que el cristianismo, a diferencia de tantas otras religiones, no se basa en unas ideas éticas o espirituales, cuya enseñanza podamos seguir independientemente de la historia y la vida de su fundador. Está claro que para el budista, lo importante no es Buda, sino el camino que él mostró. Pero el cristianismo es Cristo.
El cristianismo es diferente a cualquier otra religión, porque se trata de la relación con una persona. Pero para conocer a Jesús, tienes que leer los Evangelios. No hay otra forma de acercarse a él. Puedes imaginarlo de otra manera, pero ese no es el Jesús de la fe, que podamos contraponer al Jesús histórico, sino que no es más que el Jesús de nuestra imaginación. La fe cristiana en ese sentido es una fe histórica, no porque tenga veinte siglos, sino porque depende de la Historia. Y aunque a algunos les resulte difícil de creer, “los autores antiguos a veces quieren decir lo que dicen, y en ocasiones hasta saben de lo que hablan”…
JOSÉ DE SEGOVIA BARRÓN es pastor de la Iglesia Evangélica del barrio de San Pascual de Madrid y presidente de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Española. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, estudió teología en la Universidad de Kampen (Holanda) y la Escuela de Estudios Bíblicos de Welwyn (Inglaterra). Es profesor del Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España (IBSTE) en Castelldefels y el Centro Evangélico de Estudios Bíblicos (CEEB) de Barcelona. Autor de libros sobre arte y fe (Entrelíneas, Consejo Evangélico de Madrid, 2003) y Ocultismo (Andamio, 2004).
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