Hubo una ocasión en los tiempos proféticos en que Jeremías clamó contra el templo de forma provocadora. El pueblo se sentía seguro con la presencia del templo en medio de ellos. De alguna manera, pensaban que la presencia del templo ya era garantía de la presencia de Dios en medio de ellos. Entraban por las puertas del templo para adorar a Dios y creían que, con este ritual y la presencia del templo, todo estaba correcto. Estaban seguros de la compañía del Señor, hicieran lo que hicieran. Decían: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este”. Y Jeremías tiene que decir estas palabras de Jehová de los Ejércitos: “No os fiéis en palabras de mentira”.
Y es que no basta con que se diga “Templo de Jehová” de forma repetida. Puede ser mentira y el Señor puede estar lejos de ese templo. Jeremías grita de parte del Señor contra la interpretación que el pueblo daba al templo y al ritual. Habían olvidado las exigencias de la relación con el hombre pobre y oprimido, no cumplían con las exigencias de projimidad. Clamaban “Templo de Jehová”, pero olvidaban las exigencias de Dios en torno a la justicia. Una vez más Dios se daba cuenta que su pueblo estaba falseando el ritual, estaba falseando el culto, estaba falseando la relación con Dios.
El profeta les grita que no se fíen de las palabras de mentira cuando dicen “Templo de Jehová”, pero que sí hicieran justicia entre el hombre y el prójimo. Les dice que tiene que cesar la opresión al extranjero, al huérfano y a la viuda. Porque si no se dignifica a los colectivos marginados y excluidos compartiendo y haciendo justicia, en vano se dice la expresión “Templo de Jehová”. De alguna manera nos recuerda las palabras de Jesús cuando dice que antes de entrar en el templo a llevar nuestra ofrenda, nos reconciliemos con nuestro hermano, no sea que esa entrada a adorar y ofrendar nos sea considerada como mentira. Entrar así al templo es falsear el concepto de culto y el auténtico significado de la religión, que ya en el Nuevo Testamento se nos dice que la religión pura delante de Dios, de forma necesaria, comporta el acercamiento a los colectivos marginados, la visitación de los huérfanos y las viudas que son los prototipos bíblicos de los excluidos y marginados, de forma injusta, de la participación de los bienes del planeta tierra.
Es posible que hoy también el Señor dejara de considerar cierto y verdadero la expresión de “Templo de Jehová” en referencia a algunas congregaciones e iglesias. Es posible que las cosas no hayan cambiado tanto y los templos estén llenos de personas insolidarias con los pobres y sufrientes del mundo. Serían iglesias, pero no Iglesias del Reino ni “Templos de Jehová”. Aplicarles estos calificativos a los templos insolidarios, sería fiarse de palabras de mentira.
Si interpretamos bien a Jeremías, Dios nos está diciendo que prefiere la búsqueda de la justicia y la solidaridad con el prójimo sufriente, antes que cientos de templos en donde reine la insolidaridad para con los oprimidos y empobrecidos del mundo. Así, los rituales de este tipo de templo, son una idolatría mayor que inclinarse ante los ídolos de barro, de madera o de bronce. Es una idolatría del corazón insolidario y que pasa de largo, como malos prójimos, ante el prójimo necesitado.
Es verdad que el sermón contra el templo de Jeremías nos llena de asombro y es como una llamada de atención hacia los religiosos, a ver si están dentro del auténtico ritual que comporta la solidaridad y el compromiso con el hombre, o si están practicando un ritual vacío que es mentira. Es posible que, cuando somos insolidarios, estemos confundiendo qué o cuál es para Dios el auténtico lugar sagrado. Lo que Dios nos está diciendo que el auténtico lugar sagrado para él, es el prójimo sufriente, el prójimo que en un momento dado nos necesita. Por eso condena ya en el Nuevo Testamento al sacerdote de la Parábola del Buen Samaritano que da prioridad al ritual frente a la práctica de la misericordia.
Jeremías termina con una de las expresiones más duras que jamás se hayan dedicado a un templo. El profeta está hablando por boca del Señor. Les está comunicando el que se atrevan a ponerse delante de Dios en su casa, en el templo, cuando están atentando contra el prójimo con tantas abominaciones. Y la expresión que culmina la prédica de Jeremías hablando en nombre de Dios es ésta: ¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? Para que la casa del Señor sea realmente “templo de Jehová”, es necesario expulsar del templo a todos los insolidarios y a los opresores… o ponerles al descubierto delante del Señor para que se arrepientan y vivan. Deben saber descubrir las prioridades del Señor, dónde está el auténtico lugar sagrado para él, que, antes que el templo, es el hombre y, especialmente, el hombre que sufre, el marginado y el oprimido.
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