INMIGRANTES: HACIA IGLESIAS
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INTERCULTURALES
La mayoría de las Iglesias Evangélicas de España, tienen inmigrantes en sus congregaciones. Normalmente tienen buena voluntad en cuanto a sus deseos de ayuda a estos colectivos, pero a veces tienen problemas con el respeto a las diferentes identidades culturales. Suelen observarse muchos miedos y dificultades para aceptar una dinámica de interrelación entre las identidades culturales de cada cual. La tendencia es pedir que los inmigrantes hagan un esfuerzo de adaptación a la cultura y formas eclesiales que hoy tenemos en España, sin dejar espacios a la realidad de iglesias interculturales o pluriculturales, en donde se respetara las identidades culturales particulares de los inmigrantes. A veces nos obsesionamos por unos ideales de homogeneidad y de purezas de no sé qué tipo, por unos miedos a no sé qué fantasmas, que acabamos rechazando el factor enriquecedor de la diversidad, y se pueden formar guetos culturales dentro de nuestras congregaciones… cuando no caer en actitudes racistas.
El cristiano, como hombre inmerso dentro de una cultura, también se socializa y se hace más humano dentro de ella, pero no necesariamente dentro de una cultura concreta que muchas veces tendemos a imponer como la nuestra. Las diferentes culturas que pueden formar parte de una iglesia debido al tema de la inmigración, deben estar en una interrelación enriquecedora. No como culturas yuxtapuestas, que crean guetos, sino como culturas en relación interactiva, como opuesto a la imposición de un culturalismo esencialista que se quiere imponer a los que vienen con todo un bagaje cultural diferente, pero no menos rico. Son culturas que pueden estar continuamente en diálogo mutuo, lo cual crea un enriquecimiento de la experiencia en el seno de la Iglesia. Los miedos que se tienen ante culturas diferentes o formas diferentes, son paralizadores. Además, si queremos imponer ideales de pureza cultural que van a partir siempre desde nuestra propia cultura, estaremos pecando contra el prójimo y contra Dios mismo.
Alguien me ha comentado que hay iglesias que tienen recelos de que los inmigrantes formen parte del gobierno de la propia iglesia. Quizás por miedo, consciente o inconsciente, de verse enfrentados a otros patrones culturales o a otras formas que, al ser desconocidas, nos hacen sentirnos más inseguros. La inseguridad hace que nos cerremos a la realidad del otro. Nos empobrecemos y nos afianzamos en una identidad que esencializamos produciendo rechazos de la identidad del otro. Irrumpe el otro con su cultura y nos da miedo esa interrelación cultural. Y aunque es verdad que cuando un colectivo humano se encuentra con otro de cultura diferente y entran en diálogo, puede haber transformaciones, siempre van a ser transformaciones enriquecedoras y que hacen que los grupos se mantengan vivos. Cerrarnos en una especie de endogamia cultural y exigir al otro que se adapte a nuestra identidad abandonando sus pautas culturales, puede ser triste y un camino de muerte para toda la realidad eclesial. La identidad cultural de la iglesia debe ser abierta, un sistema abierto que puede entrar en diálogo con otras muchas culturas pertenecientes a otros colectivos que se han sumado al proyecto eclesial.
Tenemos que superar el hecho de esas primeras reacciones que a veces se dan también entre creyentes: el ver las culturas de los inmigrantes como extrañas e inferiores a la nuestra. Tenemos que ser más humildes y ver que nuestra cultura no es el centro del universo, ni tampoco tiene que ser más ricas que las culturas que representan los inmigrantes. Y, si alguien puede entrar en una línea de relación intercultural sin trabas y con plena aceptación, ese debe ser el cristiano. La Iglesia no puede ser extranjera en ningún lugar o país del mundo. Así, tampoco ningún inmigrante en España debe tener la impresión de estar en una iglesia extranjera. Nadie tiene que sentirse extranjero en la casa de Dios. Las diferentes identidades culturales pueden estar en una interrelación no problemática. Nadie tiene que ser privado por su condición de extranjero, de participar plenamente en la vida de su iglesia, sin que tendamos a eliminar su identidad cultural. Pueden surgir así iglesias pluriculturales en la que todos seamos iguales en niveles de aceptación, deberes y derechos. Privar a un inmigrante de su participación en el gobierno de la Iglesia o en cualquier actividad eclesial por tener formas o pautas culturales diferentes, es un pecado. Así, la Iglesia que acoge a inmigrantes debe estar dispuesta a favorecer cierta pluralidad en el seno eclesial y evitar el fanatismo identitario de ciertas congregaciones. Nuestros hermanos cristianos inmigrantes, están poniendo en tela de juicio el eurocentrismo del cristianismo. Eurocentrismo que hemos ido imponiendo por el mundo y que, ahora, que recibimos a estos hermanos inmigrantes dentro de nuestras puertas también queremos imponer, impidiendo la interculturalidad que se debe dar en el seno de la iglesia. Así, los inmigrantes nos están invitando a los creyentes españoles a la vivencia de un cristianismo universal, capaz de inculturarse en cualquier cultura. Los inmigrantes nos están invitando a la diversidad cultural enriquecedora de nuestras congregaciones. La iglesia puede y debe ser pluricultural o intercultural. Las inseguridades que nos llevan a fanatismos identitarios deben desaparecer… si queremos ser iglesia del Reino, iglesia universal que no puede ser iglesia extranjera ante ningún colectivo o individuo que se acerca a nosotros trayendo otros bagajes culturales que nos pueden enriquecer.
http://www.protestantedigital.com/new/nowleerarticulo.php?r=327&a=3617
Juan Simarro Fernández es Licenciado en Filosofía, escritor y director de Misión Evangélica Urbana de Madrid. http://www.protestantedigital.com/new/deparenpar.php?802
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