GALATAS: NO OS SOMETAIS EN YUGO
DESIGUAL
CON LOS NO CREYENTES
En muchos sentidos Gálatas es la epístola más colorida del Nuevo Testamento, dominando en ella el lenguaje gráfico y enérgico. Si la ha leído usted, estoy seguro de que se habrá sentido impresionado por su vigor.
Al estudiar un libro suelto de la Biblia, vale la pena tener en cuenta dónde y cómo encaja en el todo. Repasemos, por tanto, la estructura general antes de comenzar este estudio del mensaje de Gálatas. Podemos dividir la Biblia según sus divisiones naturales del Antiguo y Nuevo Testamento para averiguar lo que contribuye cada Testamento al mensaje supremo de las Escrituras. Ese mensaje central es, esencialmente, que toda la revelación de Dios, en otras palabras, la Biblia entera, nos ha sido dada con el propósito de que nos convirtamos en seres humanos completos en Cristo. Ese es su fin. La Biblia nos ha sido dada con el propósito de que podamos experimentar todo lo que Dios deseaba para el hombre en el principio, para ser totalmente llenos y colmados por Dios mismo.
Con este fin en mente, el Antiguo Testamento contribuye con el tema de la preparación, el fundamento. El Nuevo Testamento contribuye mediante la nota de la realización y de hecho hace que nos enfrentemos con la persona de Jesucristo, que es él mismo el programa y el plan de Dios para hacer que la vida sea completa para nosotros.
Como puede que recuerde usted, existen varias divisiones en el Nuevo Testamento. Los Evangelios y el Libro de los Hechos nos presentan a Jesucristo. Cada uno de los Evangelios ofrece un aspecto diferente de su vida. Los hechos enlaza las presentaciones de Cristo en los Evangelios con la manifestación actual que existe hoy en el mundo, mediante su Cuerpo, que es la Iglesia y que es Cristo obrando, Cristo en la vida humana.
A continuación, las Epístolas nos ofrecen una explicación de Jesucristo, de su persona, su obra y su significado, todo ello claramente expuesto, a fin de que podamos entender y captar su sentido. Las Epístolas están divididas además en tres grupos principales. Las cuatro primeras: Romanos, Primera y Segunda Corintios y Gálatas, expresan la verdad de “Cristo en nosotros, de lo que representa que Jesucristo viva en nuestro interior.
La segunda división, que abarca el resto de las Epístola hasta Filemón, gira en torno al tema “vosotros en Cristo, el significado del hecho de que hemos sido creados para ser parte de su Cuerpo. Estas Epístolas explican la obra de la Iglesia y la iglesia tal y como debe de ser.
El tercer grupo, empezando con la epístola a los Hebreos e incluyendo las epístolas dirigidas a Santiago, Pedro, Juan y Judas, son las epístolas que describen la palabra operativa “fe, explicando lo que es la fe, cómo actúa, por qué sufre y aquello con lo que se enfrenta en la vida. La fe es el medio por el cual todo cuanto Cristo es en nosotros y todo lo que tenemos en él se manifiestan en nuestra experiencia.
La última división del Nuevo Testamento es el libro de Apocalipsis, que se destaca por sí mismo como la gran consumación de lo que Cristo ha venido a hacer en el mundo. En él se describe la gran escena en la cual todo tocará a su fin y la obra de la redención se habrá realizado. Para resumir, relata el estudio de Gálatas que nos disponemos a iniciar como una parte de la Biblia como un todo.
Aquellos de ustedes que hayan leído esta breve epístola detenidamente se habrán dado cuenta de que está íntimamente relacionada con las epístolas de Romanos y de Hebreos. Estas tres epístolas del Nuevo Testamento forman lo que podríamos considerar como un comentario inspirado de un solo versículo de Habacuc, uno de los libros del Antiguo Testamento. Fue precisamente a ese profeta del Antiguo Testamento al que Dios le transmitió la gran verdad “el justo vivirá por la fe. (Hab. 2:4) Las tres epístolas citan este versículo “el justo por su fe vivirá. Es interesante que cada una de ellas muestre un aspecto diferente o enfatice el versículo de manera distinta. En Romanos lo que se enfatiza son las palabras “el justo. Pablo explica detalladamente lo que significa ser justo, cómo el hombre es justificado ante Dios y es declarado justo en Cristo. Fue esta epístola la que finalmente libró a Martin Lutero de su terrible legalismo. En el caso de Gálatas, lo que se enfatiza es “vivirá, es decir, qué quiere decir vivir como una persona justa, siendo justificada en Cristo. Esta es la epístola acerca de la libertad, que es la más completa expresión de vida. Finalmente, en Hebreos lo que se enfatiza son las palabras “por la fe. Esta es la gran epístola de la fe, que culmina con la sección memorable del capítulo 11, a la que se ha llamado “los héroes de la fe.
Gálatas aborda la cuestión de cómo es la auténtica vida cristiana. La respuesta se caracteriza por una sola palabra “libertad. El cristiano es llamado a la libertad por Jesucristo y lo que pretende esta epístola es que los cristianos descubran la libertad de los hijos de Dios de acuerdo con todo lo que Dios ha planeado para el hombre, en lo que se refiere a la libertad y al gozo. El propósito es la libertad de nuestros espíritus humanos en su máxima expresión, limitados tan solo en lo que sea necesario para que podamos existir en armonía con los propósitos de Dios. Por lo tanto, esta epístola ha sido llamada “El Decreto de los Derechos de la Vida Cristiana o la “Carta Magna de la Libertad Cristiana la “Proclamación de la Emancipación de todas las formas del legalismo y de la esclavitud en la experiencia cristiana.
Leemos en la introducción a la epístola:
“Pablo apóstol, no de parte de hombre ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y de Dios Padre, quien lo resucitó de entre los muertos, y todos los hermanos que están conmigo; a las iglesias de Galacia:”
Esta no es una epístola que se escribió a una sola iglesia, como en los casos de las epístolas a los Corintios y a los Efesios. Es una epístola que va dirigida a una serie de iglesias. ¿Quiénes eran estos gálatas? Si lee usted los capítulos trece y catorce de Hechos descubrirá los antecedentes sobre estas iglesias. Estas iglesias las fundó Pablo durante su primer viaje misionero, que llevaba consigo a Bernabé y ambos estuvieron en las ciudades de Antioco, Icono, Derbe y Listra. En una ocasión, en Listra, fue apedreado y arrastrado fuera de la ciudad, dejado por muerto, después de que le hubiesen dado la bienvenida y de haber sido tratado como si hubiera sido un dios. Pero fue perseguido en todas estas ciudades, que se hallaban en Galacia.
El nombre de la provincia procede de la misma raíz que la palabra Galia. Aquellos de ustedes que hayan estudiado latín en la escuela recordarán haber empezado leyendo acerca de Julio Cesar y el relato empezaba con las palabras “Gallia est omnis divisa in partes tres. Es decir, Galia se divide en general en tres partes. Galia es el antiguo nombre que se le daba a Francia. Unos 300 años antes de Cristo algunos galos procedentes de lo que es actualmente Francia, habían invadido el Imperio Romano y habían saqueado la ciudad de Roma. A continuación cruzaron y se introdujeron en el norte de Grecia y continuaron a través del estrecho de los Dardanelos en dirección a Asia Menor. Invitados por los reyes de aquella región, los galos se establecieron allí.
Así que no eran árabes ni orientales, sino una raza celta, de un linaje semejante al de los escoceses, los irlandeses, los bretones y l
os franceses. Puesto que muchos americanos proceden originalmente de esos países, esta epístola es especialmente pertinente para nosotros, como reconocerá usted al leer la descripción de Julio Cesar acerca de los galos: “La debilidad de los galos es que son inconstantes en sus determinaciones, les gusta el cambio y no se puede confiar en ellos. O según dijo otro escritor antiguo: “son francos, impetuosos, impresionables, eminentemente inteligentes, les gusta mucho exhibirse, pero son tremendamente inconstantes, lo cual es el resultado de una excesiva vanidad. ¿No se parece esa a una descripción de los norteamericanos? La mayoría del mundo estaría de acuerdo con eso.
En su segundo viaje, esta vez acompañado de Silas, en lugar de Bernabé, Pablo se dispone a pasar de nuevo por estas ciudades de Galacia para visitar las iglesias que había establecido y en esta ocasión se quedó durante un tiempo considerable en varias de las ciudades porque se puso enfermo. En esta epístola se refiere a su enfermedad de una manera un tanto indirecta. Es evidente que se trataba de un grave problema ocular, porque le dice lo siguiente a los gálatas:
“Porque os doy testimonio de que si hubiera sido posible os habríais sacado vuestros ojos para dármelos.” (4:15)
Algunos eruditos bíblicos creen que tenía los ojos hinchados y llenos de pus y eso hacia que en ocasiones su aspecto resultase repugnante.
Pero estos gálatas, como Pablo admite en esta epístola, le recibieron con un gran gozo, tratándole como si hubiera sido un ángel de Dios o incluso el propio Jesucristo, deleitándose en el evangelio de la gracia que Pablo les predicaba porque les exponía, con un estilo sorprendentemente gráfico, la gloria y la obra del Señor crucificado. Por lo tanto, ellos habían logrado participar de lleno de la plenitud del Espíritu y habían recibido el amor, el gozo y la paz que Jesucristo ofrece, al introducirse en el corazón.
Pero cuando escribió esta epístola, probablemente desde la ciudad de Corinto, había sucedido algo. Ciertas personas, a los que Pablo llama en otro lugar “lobos disfrazados de piel de cordero se habían introducido entre ellos; ciertos judaizantes habían descendido de Jerusalén predicando lo que Pablo llama un evangelio diferente, no porque fuese totalmente diferente, sino por ser una perversión del verdadero Evangelio. A estos gentiles que creían en Jesucristo con la candidez de su fe recién descubierta, los judaizantes les estaban diciendo que a fin de poder crecer y convertirse en cristianos genuinos era preciso que los gentiles se circuncidasen, que guardasen la ley de Moisés y que obedeciesen todos los rituales del Antiguo Testamento. Por lo que estos legalistas estaban intentando imponerles todas sus restricciones y las obligaciones ceremoniales de la ley de Moisés.
Ahora bien, aclaremos que no es que dejasen de lado a Jesucristo, pocos son los evangelios que están siendo proclamados que hagan algo semejante. Pero se colocaba al Señor en segundo lugar y lo más importante era cumplir la ley. Es más, los judaizantes desafiaban la autoridad apostólica del apóstol Pablo, alegando que era independiente, que era irresponsable, demasiado entusiasta y que se había graduado del seminario equivocado, por lo que estaban intentando conseguir que los gálatas rechazasen su autoridad como apóstol.
Pablo se sintió profundamente turbado por estas noticias. Al leer la epístola salta a la vista que se sentía además sumamente inquieto. Preste usted atención a las expresiones que usa, por ejemplo en el versículo ocho del primer capítulo leemos:
“Pero aún si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.”
O para expresarlo con más dureza, como de hecho dijo Pablo “que sea maldito. Y lo vuelve a repetir: “si alguien os está anunciando un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema. No estaba sencillamente lanzando retos mordaces o insultos, estaba simplemente afrontando el hecho de que cualquiera que se presente con la intención de predicar un evangelio diferente ya se ha condenado y no ha encontrado la verdad. Los que viven apartados de Cristo han sido maldecidos, como deja bien claro el apóstol no solo en esta epístola, sino en muchas otras.
Al final de esta epístola sus emociones se ven nuevamente conmovidas y se siente profundamente preocupados por aquellas gentes, que estaban predicando la necesidad de la circuncisión y que llevaban en su carne las marcas de la ley, diciendo:
“¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!” (5:12)
Lo que está diciendo literalmente es “¡dejadles que se castren! “Puesto que tienen tanto celo que se empeñan en que llevéis alguna marca en vuestra carne dice, ¡me gustaría que hiciesen las cosas a fondo y se castrasen a sí mismos!
Podemos detectar en sus palabras, a lo largo de toda la epístola, algo de lo que le quema las entrañas porque el apóstol se siente terriblemente dolorido. Va muy en serio, no se anda con contemplaciones y no pierde el tiempo con palabras amables ni saludos personales, sino que va al grano, abordando el tema en cuestión con decisión y vehemencia. No puede ni siquiera esperar a su escriba y, como nos dice en la parte final de esta epístola, lo explica todo de manera dolorosamente clara y con mayúsculas, por así decirlo, de su propio puño y letra, a pesar de los graves problemas oculares que le aquejan.
¿Cuál es el tema de la epístola? ¿Qué es lo que hace que Pablo se sienta tan enfadado? He aquí el tema de Gálatas:
“Gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”
Lo que hace que se sienta profundamente irritado es que ese evangelio pervertido, ese enfoque legalista sobre el Cristianismo oculta las dos grandes verdades que son inherentes al evangelio, al verdadero evangelio. Para empezar, Cristo se entregó por nuestros pecados: esa es la justificación. En segundo lugar, se entregó a sí mismo con el fin de librarnos de la presenta edad malvada: esa es la santificación. Todo ello se lleva a cabo por la gracia y no por obras. Lo que ha inquietado profundamente al apóstol es el asalto sobre estas verdades que tan profundamente ha inquietado al apóstol. Sabe que cualquier cosa que les desafíe es un falso evangelio que causará a sus víctimas sufrimiento, esclavitud y desolación de espíritu y finalmente les conducirá a una muerte espiritual, por lo que se siente angustiado.
Echemos un vistazo más detallado a estas dos grandes verdades que ofrece un bosquejo básico de esta epístola. En los primeros cuatro capítulos enfoca el gran tema de la justificación por la fe. Cristo murió por nuestros pecados, entregándose por dichos pecados. Esa es, como es lógico, la declaración básica del Evangelio, las buenas nuevas de que Cristo ha llevado nuestros pecados, que son siempre buenas nuevas. Por lo tanto, Pablo dedica el primer capítulo a defender estas buenas nuevas, comenzando por mostrar que le fueron directamente reveladas por Jesucristo. No fue algo que le transmitiese ningún hombre, ni siquiera los apóstoles, sino que fue Cristo mismo el que se le apareció con estas buenas nuevas.
En segundo lugar, los otros apóstoles reconocen que es lo mismo que ellos habían recibido. Esta, por cierto, es una de las respuestas a lo que se le llama en nuestros días hiper-dispensacionalismo. Hay ciertas personas que afirman que el apóstol Pablo proclamaba un evangelio diferente al de Pedro, Jacobo, Juan y los demás y que su evangelio era superior al de los otros, pero Pablo mismo dice en su epístola que cuando por fin fue a Jerusalén, 14 años después de su conversión, y tuvo oportunidad de comparar notas con los otros apóstoles, se asombraron al descubrir que este hombre, que no había sido
nunca parte de los doce originales, sabía tanto acerca de la verdad del Evangelio como ellos.
De hecho, sabía lo que pasaba en las reuniones secretas e íntimas que tenían con el Señor Jesucristo. Se puede ver un ejemplo de ello en Primera Corintios, donde Pablo habla acerca de la Cena del Señor diciendo:
“Porque yo recibí del Señor la enseñanza que también os he transmitido, que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado tomó pan y habiendo dado gracias, lo partió…” (1ª Cor. 11:23-24)
¿Cómo sabía eso Pablo? Está claro, porque él dice: “yo recibí del Señor Jesús. Cuando Pedro, Jacobo y Juan se dieron cuenta de que este hombre sabía tanto acerca de lo que sucedía en el aposento alto como ellos, reconocieron que allí estaba un hombre que había sido verdaderamente llamado por Dios y su apostolado se basaba en ese hecho.
En tercer lugar, esto es algo que no solo le reveló Cristo y un hecho reconocido por los otros apóstoles, sino que había sido justificado cuando Pedro fue a Antioquia. Pedro, que se suponía que era el cabeza de los apóstoles, cometió una equivocación en Antioquía y es algo que podemos leer en el capítulo dos. La dificultad había surgido sobre el tema de si se debía comer “kasher (algunos dicen “kosher) en vez de comer como lo hacían los gentiles. Pedro había sido judío, se había criado comiendo solo alimentos kasher, pero cuando se hizo cristiano comió con los gentiles y, de este modo, indica la libertad que tenía en Cristo. Pero después, cuando vinieron unos hombres de Jerusalén, hizo concesiones y empezó de nuevo a comer solo con los judíos negando, de ese modo, la misma libertad que había proclamado con anterioridad. Esto fue lo que irritó a Pablo y se opuso a Pedro cara a cara. ¡Imagínese! Este apóstol fuera de todo lo convencional desafió a Pedro en sus propias narices y al hacerlo justificó el Evangelio.
A continuación muestra, que el Evangelio es salvación por la fe y no por obras. El Evangelio es la salvación por la fe en la obra de Aquel que ya lo había hecho todo, no por las obras que nosotros mismos podamos hacer. En segundo lugar, era por medio de la promesa y no por la ley. La promesa le fue dada a Abraham cuatrocientos años antes de que fuese dada la Ley. Por lo tanto, la ley no puede cambiar la promesa. La promesa de Dios sigue siendo verdad, tanto si ha aparecido la ley como si no. Además, muestra que los que están en Cristo son hijos y no esclavos. Ya no son siervos, sino que forman parte de la familia de Dios. En este sentido, expone los grandes pasajes metafóricos acerca de Agar y Sara, la ley y el monte de la gracia (Jerusalén arriba). En estos pasajes habla acerca del gran hecho de la justificación por la fe.
Ahora bien, todo ello se encuentra resumido en la breve frase “se entregó a sí mismo por nuestros pecados. Jesucristo había pagado el precio él mismo, no había enviado a un ángel….
Ningún ángel podría haber ocupado nuestro lugar por muy alto que se encontrase. El que fue olvidado en la cruz, fue uno de los tres de la Divinidad.
Fue precisamente esta verdad la que libró el alma de Martin Lutero. Hace más de 450 años este monje de Wittemberg fue decididamente y clavó las Noventa y Nueve Tesis en la puerta de la iglesia del castillo y ahí fue donde comenzó lo que llamamos la Reforma Protestante. He aquí un hombre que se había esforzado al máximo para hallar el camino al cielo, por medio de las obras. Había hecho todo cuanto la iglesia de sus tiempos le había sugerido. Había probado el ayuno, las indulgencias, los sacramentos, la intercesión de los santos, las penitencias y las confesiones. Había soportado largas noches de vigilia y pesados días de arduos trabajos. Había hecho todo cuanto había podido, pero cuanto más trabajaba, tanto más iba en aumento su angustia interior.
Después de todo esto y totalmente desesperado, se dirigió al Director de la Orden Agustina, de la que formaba parte como monje, y pidió alguna clase de dispensa. El querido anciano, que no sabía demasiado, le dijo todo lo que pudo. Le dijo: “no pongas la fe en ti mismo, sino en las heridas de Cristo. Entonces es cuanto un atisbo de luz brilló en el alma de Martin Lutero, pero no fue hasta que se halló en su celda en la torre, preparando una conferencia sobre los Salmos para darla a sus estudiantes, cuando se hizo la luz más absoluta. Hubo un versículo que captó su atención en los Salmos (31:3) que decía:
“…líbrame en tu justicia. Esto causó un profundo impacto en el corazón de Martin Lutero porque la justicia de Dios era algo terrible para él, esa justicia rígida expresada mediante el juicio del que Dios se valdría para destruir a todo el que fallase en la menor medida y que no estuviese a la altura de lo que Dios, en su santidad, esperaba. Lutero había dicho que había llegado incluso a odiar la palabra “justicia.”
Pero al empezar a investigar la palabra, llevó a la Epístola de los Romanos, donde leyó las palabras “el justo por su fe vivirá. Eso hizo que prendiese la llama en su corazón y se dio cuenta, por primera vez, que Otro había pagado la pena. Cristo mismo había venido a formar parte de la raza humana y había llevado la culpa de nuestros pecados, de manera que Dios pudiese aceptarnos, en justicia, no por nuestros méritos, sino por el suyo. Cuando esa verdad se adentró en el corazón de Lutero, no volvió a ser nunca el mismo hombre. Eso le llevó a desafiar el sistema de indulgencias y el resto de los conceptos legalistas de la Iglesia Católica que esclavizan e hizo que clavase las Tesis en la puerta.
Como alguien ha dicho, resulta interesante que cada una de las religiones conocidas por el hombre sea una religión que depende de las obras, ¡excepto el Evangelio de Jesucristo! El hinduismo nos dice que si renunciamos al mundo y nos relacionamos con el “espíritu del universo encontraremos por fin el camino de la paz. El budismo expone ante nosotros los ocho principios, según los cuales el hombre debe de actuar y, de ese modo, encontrarse en el camino de la salvación. El judaísmo dice que debemos de guardar la Ley, cumpliéndola total e inflexiblemente, y entonces seremos salvos. Según el islam el hombre debe orar cinco veces al día, dar limosnas, ayunar en el mes de Ramadan y obedecer los mandamientos de Allah. Todas ellas siguen el camino de las obras. El unitarianismo afirma que el hombre se salva teniendo un buen carácter. El humanismo moderno dice que la salvación se consigue sirviendo a la humanidad, pero en cada caso se dice que se consigue la salvación mediante algo que hacemos, pero las buenas nuevas del Evangelio son que ¡Cristo lo ha hecho todo! Solo él ha hecho lo que ningún hombre puede hacer por sí mismo y, gracias a esto, nos ha hecho libres.
En los capítulos cinco y seis, el Apóstol expone el segundo aspecto, igualmente importante, acerca de esta gran verdad, resumido en las palabras del capítulo 1, versículo 4:
“…nos libró de la presente época malvada.”
El cristianismo no se trata sencillamente de ir al cielo cuando nos muramos, sino que es también vivir hoy, en esta vida que tenemos. Es verse libre de la esclavitud controladora del mundo y sus costumbres, lo malo y lo malvado, aquello con lo que nos encontramos actualmente en nuestra vida. Pero esto también es el don de Jesucristo. Una vez más el apóstol habla muy enfadado a estos gentiles. Les había dicho con anterioridad: “Gálatas insensatos, sois unos ingenuos. ¿Creéis que podéis comenzar en el Espíritu y luego continuar carnalmente y de ese modo expresar vuestra profesión? Pues os digo que todo es por la fe, y es por el poder de Dios que debemos vivir la vida cristiana.
A continuación Pablo desarrolla el tema, mostrando que el evangelio de la libertad en Jesucristo, la vida de libertad, no debe perderse por cau
sa del legalismo ni se debe abusar de ella por medio del libertinaje. No nos da ciertamente derecho a hacer lo que queramos, de la manera que nos apetezca. También eso es una esclavitud, solo que de otra clase. La verdadera libertad debe expresarse mediante un servicio de amor los unos por los otros. Esa es la auténtica vida.
Todos los legalistas resumen su clase de fe básicamente de la siguiente manera. Dicen que la sinceridad y la actividad son equivalentes a vida. Puede usted probar cualquier experiencia religiosa en el mundo según ese concepto y, a menos que sea el evangelio de la gracia de Dios, se encontrará con que lo que afirma, se resume de una manera u otra en eso. “La sinceridad (es decir, la “fe) más la actividad es igual a la vida, tal y como Dios tenía la intención de que la vivamos, la salvación o lo que quiera usted llamarlo. Pero la verdad es todo lo contrario. Es que la vida más la fe equivalen a la actividad, que es algo completamente diferente. Hacemos obras, no a fin de ser salvos ni para ser bendecidos por Dios, sino que lo hacemos con el fin de compartir la vida de Jesucristo en nosotros.
En la actualidad se sigue encontrando el “galacianismo aunque no es muy factible que se nos pida que nos circuncidemos ni que observemos el shabat. (Hay grupos que hacen esto, pero no son realmente un peligro para nosotros.) Las ideas legalistas en cuanto a guardar la Cuaresma, los días de fiesta y otros rituales son formas más conocidas por nosotros y actuales de “galacianismo, aunque tampoco representan graves amenazas para nosotros. Pero lo que corremos el grave peligro de olvidar es que Cristo mismo vino para librarnos de este presente tiempo malvado y que lo hace viviendo su vida en nosotros y esa es la clave. Sabemos que esta época es malvada. Sentimos la presión que ejerce sobre nosotros para que nos amoldemos, para que no seamos fieles a nuestros principios, para que nos creamos todas las mentiras que nos gritan la televisión, la radio, las vallas anunciadoras, las revistas y las conversaciones, por todas partes.
El peligro es que creemos que podemos librarnos de la presión ejercida por todo esto sencillamente creando programas cristianos, llenando nuestro tiempo de actividad, enseñando en la Escuela Dominical, tocando el órgano, dirigiendo el grupo de jóvenes, formando parte de un club cristiano y participando en reuniones. Nos creemos que es eso lo que nos hace libres, pero eso es galacianismo. Es la misma clase de esclavitud acerca de la cual escribió el apóstol y anestesiará y apagará el espíritu de la persona, haciendo que esté esclavizada, de la misma manera que sucedía en los tiempos de Pablo.
Comparemos esto con la verdad que Pablo expone en los dos últimos capítulos de Gálatas, que Cristo vive en nosotros por medio del Espíritu y reproduce su vida en nosotros. Por lo tanto, todo nuestro caminar cristiano debe ser repudiar la vida de la carne con su egoísmo y depender de la obra del Espíritu de Dios para que pueda reproducir en nosotros la vida de Jesucristo. ¡De qué manera tan preciosa se expone esto en el versículo (capítulo 2, versículo 20) posiblemente el más conocido de toda la epístola!:
“Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mi.”
El antiguo y egoísta “yo ha sido crucificado con Cristo, por lo que ya no tiene ningún derecho a vivir, y su labor y la mía es asegurarse de que no viva, que sea repudiado, dejado de lado, juntamente con su determinación a expresar lo que Pablo llama “las obras de la carne. He aquí las obras (capítulo 5, versículos 19-21):
“…fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, [por cierto, la hechicería es una palabra relacionada con los temas farmacéuticos, incluyendo las drogas como la LSD y otras sustancias psicodélicas], enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos, envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas, de las cuales os advierto, como ya lo hice antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de los cielos.”
Todas estas feas características son obras de la carne, del viejo hombre, que se centra en sí mismo y acerca de lo cual Pablo declara, que ha sido juzgada y eliminada en la cruz, siendo reemplazada por la vida de Jesucristo y puesta a nuestra disposición. Por lo tanto, la dependencia en él para que viva en nosotros y el que estemos dispuestos a dejar que eso sea posible y a permitir que El nos lleve en la dirección que desee, da como resultado “los frutos del Espíritu que son (versículos 22-23):
“…amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley.”
Ahí es donde entra en juego la libertad cristiana. Usted no habrá empezado a vivir tal y como Dios desea que lo haga hasta que el fruto del Espíritu sea una manifestación consistente en su vida. Todo lo que no sea eso, es esclavitud al legalismo, con su estupidez, su apatía, indiferencia y muerte.
Entonces Pablo concluye con su maravilloso capítulo seis, en el que describe cómo el ser llenos del Espíritu dará como resultado el que llevemos los unos las cargas de los otros, restaurándonos unos a otros en humildad, con espíritu de mansedumbre, no juzgando ni con severidad, dando con liberalidad y libremente para las necesidades de los demás, continuando con paciencia las buenas obras, sembrando para el Espíritu en lugar de hacerlo para la carne.
Finalmente, el apóstol concluye sobre una de las notas más personales de todo el Nuevo Testamento diciendo (versículo 11):
“Mirad con cuan grandes letras os escribo con mi propia mano.”
Tachando dolorosamente, obstaculizado por los problemas que tenía en sus ojos, dice: “no quiero gloriarme en vuestra carnalidad, como lo hacen estos judaizantes, que les encanta obligar a las personas a circuncidarse, creyendo que todo el que se circuncida es otra cabellera que se pueden colgar del cinturón, como una señal de haber hecho algo grandioso para Dios. Esa no es mi gloria. Continua diciendo: “me glorío en la cruz de Cristo, que elimina esa clase de vida, la corta de raíz, eliminando al “viejo hombre con su egoismo, su ambición y su propia gloria. La cruz de nuestro Señor Jesucristo, que me crucifica al mundo y el mundo a mi, esa es mi gloria.
Ahora dice: “No se le ocurra a ninguno de vosotros escribirme para decirme que estoy equivocado en lo que os estoy diciendo, porque quiero que sepais que el llevar esa clase de vida tiene un precio y me he ganado la persecución de muchos. Llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús.
Si desafiais al mundo y sus costumbres, os encontraréis con aquellos que están resentidos por vuestra manera de vivir y de pensar y algunos se mostrarán abiertamente antagonistas. Algunos estarán incluso dispuestos a quemaros en la hoguera si tienen la ocasión de hacerlo, debido a que estáis desafiando las normas de vida establecidas. Estáis dejando de lado el principio sobre el que el mundo intenta llevar a cabo sus fines, vuestra vida está juzgando la de ellos y se muestran resentidos por ello, pero el apóstol dice: “a mi no me importa porque me glorío en el Señor Jesucristo, que me ha enseñado lo que es la verdadera libertad, lo que significa ser un hijo del Dios vivo y llevar una vida de libertad y de gozo gracias a haber conocido a Jesús.
Oración
Padre nuestro, ¡qué gran desafio es esta epístola para nosotros que vivimos tiempos de indiferencia, en los que hombres y mujeres hablan mucho acerca de la entrega, pero rara vez hay evidencia de ella! Te pedimos que estas palabras calen hondo en nosotros y que nos demos cuenta de que no vale la
pena vivir si no lo hacemos para Cristo, que el engaño de nuestros corazones sea juzgado a la luz de tu palabra, para que no nos quedemos satisfechos con la mera expresión, sino solo con aquello que procede de la realidad de tu Espíritu obrando en nosotros. Produce en nuestras vidas, Oh gran Espíritu de Dios, ese bendito fruto que le da gloria al Padre, que hace que nos neguemos a nosotros mismos y ayúdanos a repudiar lo que ha sido crucificado y dejado a un lado en Jesucristo, a fin de que podamos recibir de él todo cuanto ha provisto. Lo pedimos en su nombre, amen.
Nº de Catálogo 249
Gálatas
17 de Septiembre, 1967
Mensaje Cuarenta y Nueve
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Translated by: Rhode Flores rhode@lander.es
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