El Proceso de Hacer Discípulos
Segunda Parte: Formación – No Información
Por el Dr. Lloyd Mann
Es formación en vez de información
El modelo académico que la iglesia ha adoptado para la mayoría de su trabajo tiende a poner más énfasis en la comunicación de información que en la formación de carácter. Sin embargo, hacer discípulos en el sentido neotestamentario, tiene más que ver con la formación que con la información. Sin duda es necesario comunicar información, pero esa información siempre se comunica en un contexto de aplicación a la vida. La información sin la aplicación, dice Santiago 4:17, lleva al pecado. Amontonar conocimientos, sin la obediencia, produce muerte espiritual
Cuántas veces en la iglesia les hemos informado a los miembros que ellos deben tener un tiempo consistente con el Señor en la lectura de la Palabra y la oración. Diría yo que casi no hay cristiano que no sepa que debe tener un tiempo personal regular con Dios. La pregunta, sin embargo, es: ¿cuántos lo hacen?
El problema es que la iglesia se limita a informarle al creyente que debe hacerlo, pero no dedica el tiempo y la energía a la tarea de formar en él ese hábito. Como consecuencia muy pocos miembros de nuestras iglesias lo hacen. La vasta mayoría de los miembros de nuestras iglesias dependen de los sermones del pastor y la lección de la Escuela Dominical para su alimento espiritual en vez de su propio tiempo en la Palabra para la nutrición espiritual necesaria para vivir la vida cristiana.
Innumerables veces hemos escuchado de nuestros púlpitos que como cristianos debemos sanar los roces personales que a menudo ocurren con nuestros hermanos en Cristo. Pero la experiencia más común de la “vida en comunidad” es que suele ser “vida en pelea”.
El chisme, la crítica y la división a menudo son las características más evidentes de una congregación cristiana. ¿Saben los hermanos que no debe ser así? ¡Claro que sí lo sabemos! Pero como nadie nos ha guiado por el proceso de arreglar las relaciones rotas, y como nadie exige que rindamos cuentas sobre nuestra obediencia (o falta de ella) en este campo, casi nunca lo hacemos.
Hace varios años tres hermanos llegaron a la fe en Cristo después de casi un año de estar estudiando la Biblia con nosotros. Como salieron de un trasfondo católico nos dio un poco de miedo meterlos inmediatamente en el contexto evangélico conservador de nuestra iglesia, así que durante otro año los estuvimos discipulando personalmente hasta que estuvieran abiertos a asistir a una iglesia evangélica. Realmente yo me sorprendí lo fácil que fue su integración en la iglesia una vez que los llevamos a nuestra iglesia.
Por eso, fue una gran sorpresa escucharlos decirme varios años después, “Lloyd, casi nos arruinaste cuando nos llevaste a la iglesia.” “¿Cómo?”, les dije. Uno de ellos me explicó, “Tú nos habías enseñado que como cristianos debemos tener un Tiempo Devocional todos los días, pero cuando llegamos a la iglesia descubrimos que nadie lo hacía. Tú nos enseñaste que debíamos arreglar las relaciones rotas cuando ocurriera algún problema entre nosotros y otro creyente. Pero cuando llegamos a la iglesia descubrimos que nadie lo hacía.
Al ver como era la vida dentro de la iglesia, casi nos echamos para atrás con eso de ser discípulos de Cristo. Nos desanimó tanto ver cómo faltaba en la iglesia mucho de lo que tú nos habías enseñado.”
Somos muy dados en la iglesia a decirle a la gente que deben confiar en Dios, pero ¿quién toma el tiempo para caminar con un nuevo creyente con los problemas de su vida para enseñarlo a saber cómo confiar en Dios en medio de sus experiencias específicas? Todo se queda en teoría, sin una ayuda práctica sobre cómo vivir en fe.
Felipe, uno de los estudiantes a quien discipulé, estaba estudiando para ser ingeniero en sistemas. Después de varios semestres de estudios de computación, decidió abrir una escuela propia de computación. De hecho él y varios de sus compañeros decidieron abrir escuelas de computación en diferentes partes de la ciudad al mismo tiempo. Tanto él como yo sabíamos que el ambiente empresarial era un ambiente muy corrupto en que el soborno era el pan de cada día. Era completamente imposible lograr cualquier trámite legal en esa ciudad sin pagar sobornos.
Por eso, cuando decidió abrir su escuela nosotros dos pasamos mucho tiempo hablando y orando, buscando de Dios su dirección en cuanto a si debía hacer el intento de abrir una escuela. Felipe llegó a la conclusión de que sí tenía el permiso de Dios para hacerlo, pero me pidió que lo ayudara a navegar todo ese campo minado de conseguir los permisos legales sin recurrir al soborno. No resultó ser nada fácil. Casi todos sus compañeros de estudio en menos de un mes tenían sus escuelas funcionando con los permisos necesarios . . . gracias a los pagos que les hicieron a los varios inspectores.
Felipe pasó meses buscando los permisos, pero como no estaba dispuesto a pagar soborno, siempre le fueron negados los permisos. Un inspector en particular le seguía dando problemas, rechazando toda solicitud. Felipe y yo pasamos horas y horas orando sobre el asunto. Lo animaba, le compartía palabras de aliento y estudiamos pasajes sobre la fidelidad de Dios y su habilidad de “cambiar el corazón del rey, como puede cambiar el curso de un río” (Proverbios 21:1).
Un lunes el inspector le dijo que si no conseguía el permiso legal antes del próximo viernes, le iba a cerrar la escuela. Ese jueves Felipe y yo pasamos una buena parte de la noche orando. El viernes vino, y se fue, y el inspector no se presentó. Pasó una semana, y dos, y nada. Por fin Felipe fue al ayuntamiento para saber qué había pasado con su solicitud. Preguntó por el inspector, y le dijeron, “¡Ese hombre era tan corrupto que lo despidieron!” y cuando preguntó por su permiso, le dijeron que ya había sido aprobado. Desde esa experiencia Felipe supo vivir en fe, confiando en el poder de Dios para resolver sus problemas.
continuará . . .
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