Efesios 4:11-12 (RV 1960) dice:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo . . . “
Muchas personas piensan que este pasaje da tres funciones del liderazgo que Dios ha puesto en su Iglesia (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores-maestros):
- perfeccionar a los creyentes (entrenarlos)
- hacer la obra del ministerio
- edificar el cuerpo de Cristo
Sin embargo, una lectura correcta de Efesios 4:11-12 da una sola función del liderazgo de la iglesia: preparar a los miembros para que ellos hagan la obra del ministerio, para que ellos edifiquen el Cuerpo de Cristo. Al pastor le toca animar y entrenar a sus laicos para que ellos sean los “ministros”, para que ellos sean los que estén ministrando en las necesidades (espirituales y físicas) de los miembros de la iglesia. Al pastor le toca entrenar a un grupo de laicos en cómo edificarse mútuamente.
Es cierto, los laicos necesitan ver en la vida y ministerio de su pastor un modelo de cómo hacer estas cosas, y por esa razón, el pastor tiene que estar involucrado en ministrar y en edificar (discipular) a algunas personas. Pero el peso mayor en cuanto a edificar espiritualmente a los miembros de una iglesia tiene que caer sobre un grupo de personas entrenadas por el pastor.
Se Necesitan Padres Espirituales
Un pastor no puede ser padre a 30 o 50 hijos espirituales, mucho menos de 300 ó 1,000 hijos. El trabajo de edificar espiritualmente a los nuevos creyentes y de preparar a los que están empezando a crecer espiritualmente para que ellos se reproduzcan y críen a su vez a sus propios hijos espirituales . . . ese trabajo no es del pastor, sino de los “santos” (miembros comunes de la iglesia).
Si Jesucristo (siendo Dios mismo hecho carne) no pudo discipular a más que doce, ¿por qué pensamos que un pastor totalmente humano puede con 50, 150, ó 500? Todo nuevo creyente, la Biblia nos dice, es como un bebé recién nacido, y los bebés recién nacidos ensucian los pañales, y alguien tiene que ayudarlos. A un niño hay que enseñarle muchas cosas, necesita dirección, necesita protección, necesita entrenamiento, necesita alimento. Un joven necesita ir tomando decisiones por sí mismo, bajo la dirección de un adulto. Un hijo físico necesita un padre y una madre.
Pero para que algunos miembros de la iglesia puedan hacer este tipo de trabajo, es necesario enseñarles cómo se hace. Ayudaría muchísimo que ellos mismos hayan sido discipulado por alguien. Pero si ese no ha sido el caso, por lo menos necesitan ser entrenados en cómo hacerlo. Alguien necesita pasarles la visión de la paternidad espiritual y luego alguien tiene que entrenarlos en cómo hacer ese ministerio de edificación.
En un momento de mi ministerio estuve pastoreando una pequeña iglesia que se reunía en el mismo edificio donde también fungía yo como el director de un ministerio a estudiantes universitarios. Una de las bases teológicas de nuestra iglesia era que todo creyente debe estar edificando y discipulando a otras personas.
Algunos de los estudiantes se hicieron miembros de la iglesia. Después de varios meses la mamá de tres de ellos quiso unirse a sus hijos en la iglesia porque según el testimonio de ella, la vida de sus hijos había cambiado mucho a raíz de su participación en la iglesia y en el ministerio estudiantil. La señora había sido líder durante años en otra iglesia en la ciudad.
Después de casi un año en la iglesia, un domingo la noté bastante molesta desde que llegó al templo. Después del culto le pregunté por qué estaba molesta. Apenas pudo controlarse a medida que me decía, “En otras iglesias yo he sido maestra de la Escuela Dominical, superintendente de la Escuela Dominical, presidente de las Damas, miembro del Concilio de Líderes de la iglesia. Pero he sido miembro de esta iglesia por casi un año y usted no me ha ofrecido ningún trabajo en la iglesia. ¡Me voy porque no aprecian mis habilidades aquí!”
Le dije, “Pero Felicia, tú tienes el puesto más importante en la iglesia. Tú eres ministro y Dios mismo te nombró a ese puesto. ¡Dios te ha puesto para que edifiques Su iglesia!” Entre dientes ella farfulló algo que no logré entender, y se fue . . . por cierto no muy convencida.
El próximo domingo Felicia llegó completamente cambiada y me dijo, “Pastor, ¿sabes? Yo ahora me doy cuenta de que durante años yo me escondía detrás de los títulos y los puestos que lograba tener en la iglesia. Pero tengo que admitir que yo nunca antes en mi vida he discipulado a nadie. Nunca he edificado a otra persona. Es cierto, las he enseñado, las he instruido, las he dirigido, pero nunca he ministrado como usted nos ha enseñado que debemos hacer.” Felicia llegó a ser una de las mejores ministros en la iglesia, una evangelista y una discipuladora efectiva.
La experiencia mía ha sido que si les devolvemos sus responsabilidades a “los santos”, ellos están muy dispuestos a asumir el papel que Dios les ha asignado. La razón que no han estado llevando a cabo ese papel es que los “religiosos profesionales” teníamos acaparado todo el trabajo . . . mucho del cual no nos tocaba. Es un mal que viene debilitando a la iglesia desde hace siglos.
Cómo Se Perdió el Papel del Laico
Cuando el Emperador Constantino hizo de la iglesia cristiana la religión ofici
al de Roma y “convirtió” en masa a una gran parte de los ciudadanos romanos, de un día para otro la “membresía” de las iglesias dejó de ser una membresía regenerada. ¿Cuánto ministerio espiritual puede hacer una persona bautizada por aspersión que nunca nació de nuevo? Nada. ¿Qué tanto puede una persona no renacida edificar la iglesia de Cristo? ¡Nada! Entonces, ¿a quiénes les quedó todo el trabajo espiritual de la iglesia? A los sacerdotes . . . porque si había en las iglesias quienes conocían la Palabra de Dios y que tenían una relación con Dios, eran los sacerdotes (pastores). Y más o menos desde los años 450 d.c. hasta principios del Siglo XX, los pastores “se quedaron con todo el paquete”. Ni la Reforma de Lutero (que regresó la Biblia a su lugar debido en la iglesia) ni la invención de la imprenta (que puso la Biblia en las manos del “laicado”) logró romper la hegemonía que el clero ejercía sobre el ministerio en la iglesia.
No fue hasta por allí de los años 1920 o 1930 cuando varios grupos “paraeclesiásticos” (organizaciones fuera de las iglesias, como Los Navegantes, Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo, InterVarsity y otros ministerios) empezaron a preparar a los laicos para llevar a cabo las funciones que siempre debían haber sido de ellos. En su mayoría esos ministerios fueron fundados y dirigidos por laicos, hecho que causó escándalo en muchos círculos eclesiásticos.
Muy bien me acuerdo de mi propia lucha con este problema. A la edad de ocho años yo hice “una profesión de fe” y me bauticé. Pero cuando de veras nací de nuevo a los casi 20 años, fue por medio del ministerio de un estudiante que había sido discipulado por Los Navegantes. Luego pasé más de dos años siendo discipulado por hombres laicos, líderes de ministerios en esa organización. Mis padres nunca aceptaron que yo no nací de nuevo a los ocho años e hicieron todo a su alcance para sacarme de ese grupo “hereje”. Se escandalizaban porque no era gente ordenada por alguna iglesia. No eran parte del clero oficializado . . . y “¿qué le puede enseñar alguien que no ha sido nombrado y ordenado por una iglesia?”
A raíz de mi formación espiritual en un ministerio “laico” me puse a evaluar la forma de ser de muchos de mis amigos pastores. Noté al examinar sus ministerios que siempre que algún laico empezara a crecer y querer llevar a cabo algún ministerio (como dirigir estudios bíblicos en su casa, o tener un ministerio en las cárceles) muchos de los pastores lo criticaban y trataban de evitar que hiciera cosas así. Seguramente no lo hacían de mala fe, sino que simplemente eran productos de un sistema en que el pastor hacía todo en la iglesia.
Pero si queremos hacer discípulos, tenemos que devolverles el papel que Dios les ha asignado: son los que ministran a las otras personas y los que edifican (discipulan) a otras personas. El papel del pastor es nutrirlos en las Escrituras y entrenarlos a ministrar y a edificar el cuerpo de Cristo.
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