La revolución empezó con treinta campesinos.
Hacía tiempo que había oscurecido. Los treinta estaban cansados de todo un día de trabajo en el campo. Estaban sentados en el templo evangélico – el templo más pequeño de sólo tres iglesias en una provincia con una población de más de 700,000 habitantes – escuchando a Juan, un misionero recién llegado.
Juan les contó su visión: por lo menos una iglesia en cada poblado de los más de 200 pueblos y ciudades de la provincia . . . y eso dentro de tres años. Les dijo que ellos serían las semillas que Dios usaría para plantar esas iglesias. Se miraban los unos a los otros, y luego al misionero, como si el misionero fuero un loco.
“Cada uno de ustedes puede empezar por organizar un estudio bíblico en su familia, en su propia casa” Juan les dijo.
“¿Cómo podemos hacer eso?” preguntaron. “¿Quién enseñará el estudio bíblico?”
“Usted será el maestro” contestó Juan.
Se arrugaban la frente, moviendo sus cabezas en signo de negación. “Pero nosotros no sabemos cómo . . . .”
“Yo les voy a enseñar ahora mismo cómo hacerlo. Es muy sencillo. Cada uno de ustedes tiene su propio relato de cómo llegó a confiar en Cristo. Simplemente van a escribir ese relato en una sola hoja de papel.”
Juan les pidió que leyeran en voz alta su “relato” cinco veces para sí, y que luego lo contara a otra persona presente. Luego les pidió que hicieran una lista de todas las personas que conocían personalmente que no eran seguidores de Cristo, empezando con familia y amigos. La mayoría de ellos no tuvo problema en hacer una lista de 50, 60, 100 o más personas.
“Divida esa lista en grupos de cinco”, Juan les dijo. “Búsquelos en los campos, en sus casas, en el restaurante, dondequiera que los encuentre. Invítelos a su casa, y allí comparta su relato con ellos.
Entrenando a Entrenadores
Juan regresó dos semanas después para ver qué había pasado. Solamente once de los 30 habían compartido su relato con otras personas. Les pidió que compartieran sus experiencias, como forma de animar a los demás. Varios de los 11 habían compartido con dos o tres personas. Uno dijo que había compartido con 11 personas.
Juan animó otra vez a los diecinueve “silenciosos” para que compartieran con las personas en sus listas – o que no regresaran la próxima semana para la sesión de entrenamiento. A los 11 que sí habían compartido, Juan les empezó a enseñar una serie de relatos bíblicos sencillos que ellos a su vez podrían contarles a sus amigos – y entrenar a sus amigos a contárselos a otras personas.
En espacio de dos meses, ya existían 20 pequeños grupos que se estaban reuniendo para escuchar los relatos bíblicos y para adorar. A los cuatro meses había 327 pequeños grupos, con 4,000 personas bautizadas reuniéndose en 17 diferentes pueblos de la provincia. Para el final del primer año había más de 12,000 nuevos creyentes adorando a Dios en 908 iglesias en casas.
“No entrenamos a maestros. Entrenamos a entrenadores”, explica Juan. “Una generación enseña a la segunda generación, y la segunda generación entrena a la tercera. El lunes usted entrena a un grupo, el miércoles a otro grupo, el jueves a otro grupo. Al aumentar el número de personas entrenadas, se aumenta el número de entrenadores, y el crecimiento es rápido.”
Uno de los campesinos ancianos aceptó el desafío – y comenzó más de 100 iglesias en casas en un año. Se levanta a las 5 a.m. para tener dos horas de estudio bíblico y oración, trabaja en el campo hasta las 5 p.m., y regresa a su casa para estar con su familia. A las 7 p.m. sale para su trabajo espiritual. “Trabajo en los campos de Dios hasta medianoche”, relata el anciano.
Iglesias Que Plantan Iglesias
Juan repitió este mismo proceso en la ciudad grande de la provincia, donde hay millones de obreros trabajando en las fábricas. Muchos de estos obreros llegan a la ciudad de las provincias cercanas y viven en dormitorios que las fábricas proveen.
“Comen, trabajan, duermen dentro de las fábricas,” dice Juan. “En cada habitación pueden vivir de ocho a 12 personas. Viven una vida muy solitaria. Si una persona se convierte a Cristo, puede llevar a todos sus compañeros de cuarto a los pies de Cristo.”
Las personas que estaban entrenando a los entrenadores “perdieron” a uno de las personas a quienes habían entrenado. Simplemente desapareció un día.
“Seis meses después lo encontramos,” reporta Juan. “Lo habían cambiado de fábrica, a una fábrica donde trabajaban unos 10,000 obreros. Durante esos seis meses, él había empezado 70 pequeños grupos y había visto 10 generaciones de reproducción” – iglesias plantando iglesias que plantaban iglesias.
Para mediados del tercer año, este movimiento, que comenzó con treinta campesinos cansados, había producido más de 9,300 iglesias – y más de 104,000 creyentes bautizados.
Una metodología sencilla, pero buena
¿Cómo sucedió esto?
- La oración (Juan puede mostrar los callos en sus rodillas).
- Pasión.
- La capacidad de ver el fin desde el principio . . . trabajar siempre con la meta en la mente.
- Pericias sencillas, que fácilmente se pasan de una persona a otra.
- Montones de personas que quieren ser entrenadas.
- Tener que dar cuentas a otra persona.
Toda persona sin Cristo es un creyente en potencia; cada nuevo creyente se considera un discípulo a quien hay que entrenar y enviar.
Juan, que en una época de su vida se regocijaba cuando lograba plantar una iglesia por año, dudaba que realmente pudiera suceder algo así, hasta que lo vio con sus propios ojos.
“Jesús dijo, ‘¡Id!’ Dijo que los entrenáramos a ser discípulos, no sólo miembros. Entrenamos a todos a ser entrenadores. Así se logra un Movimiento de Plantación de Iglesias. Es una metodología sencilla, pero muy buena.”
___________________________________
Traducido de The Commission, Edición Especial, 2003, revista de la International Mission Boad, SBC.
Deja un comentario