Lucas 2:8-11 — La importancia del gozo
-La Navidad –
Hermanos, creo que no existe una forma mejor de sintetizar el mensaje de la Navidad que las palabras utilizadas por el ángel al darles dicha noticia a los pastores:
Lucas 2:10-11
10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.
En este día en el que estamos todos aún con las imágenes del programa de Navidad en nuestra retina, gozándonos de que el Señor nos haya utilizado de tal manera para alcanzar a gente en el barrio, me gustaría que meditásemos en uno de los elementos que contiene el mensaje del mensajero celestial: el gozo. El ángel nos transmitió nuevas de gran gozo, un gran gozo destinado, nos dijo, a todo el pueblo. Estoy convencido de que el gozo que produjo la noticia del nacimiento del Salvador, no se limitaba a aquel tiempo ni a las personas de aquel lugar o generación, sino que era un gozo destinado a llenar las vidas de todas las personas que recibiesen con fe la noticia, por todas las generaciones. Precisamente por eso, a día de hoy, la pregunta que me hago a mi mismo y os hago al leer este texto es: ¿tengo yo en mí ese gozo? ¿Compartimos nosotros como iglesia ese gozo? Un gozo que es un deleite interior intenso no sólo ya en el hecho de que nuestro Salvador naciese, sino también en que muriese, resucitase, nos redimiese, pero sobre todo un gozo en su misma persona, un deleitarnos en la comunión con él que transforme toda nuestra vida. ¿Lo tenemos o no lo tenemos?
El gran comentarista bíblico del siglo XVIII, Matthew Henry, decía: “El gozo en Dios es una responsabilidad de gran repercusión en la vida cristiana y los cristianos necesitan una y otra vez ser llamados a él.” Matthew Henry tenía razón, y al afirmar la importancia del gozo e insistir en que debíamos una y otra vez ser llamados a él, lo único que hizo fue poner de manifiesto un mandamiento que las propias Escrituras dirigen a cada cristiano:
Salmos 32:11; 37:4; 97:12; 100:1
11 Alegraos en Jehová y gozaos, justos;
Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.
4 Deléitate asimismo en Jehová,
Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
12 Alegraos, justos, en Jehová,
Y alabad la memoria de su santidad.
1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
Filipenses 4:4
4 Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!
¡Qué gozo supo ayer transmitirle Leticia a su interpretación de María! ¿Verdad? Ahora bien, descubrir que el deseo de Dios es que te regocijes en él y que lo hagas siempre, puede ser al mismo tiempo muy gratificante, porque significa que Dios desea vernos felices, pero también puede llegar a ser deprimente. ¿Cómo es posible esto?. Deprimente porque si somos sinceros con nosotros mismos, inmediatamente se nos hará evidente que en realidad no nos gozamos en Dios como deberíamos, quizá algunos de vosotros estáis aquí realmente sintiendo gran gozo en Cristo nuestro Salvador, pero otros muchos no estáis regocijándoos, e incluso los que se regocijan, deben reconocer que hay otro muchos momentos en que no están gozándose en el Señor, por lo tanto todos estamos muy lejos de obedecer las instrucciones del Señor de tener siempre gozo en él.
Análisis del tema
¿Y entonces qué hacemos? Porque el problema en todo esto es que el gozo que debemos sentir en Dios no es un aspecto menor o complementario de la vida cristiana, sino su mismo núcleo. Nuestro gozo en Dios es lo que hace posible la vida cristiana, es el motor de nuestra obediencia, es lo que nos impulsa escoger a Dios antes que lo que nos ofrece el mundo, es el elemento de nuestra vida que da testimonio al mundo de que Dios es infinitamente valioso. Es por tanto nuestro gozo el factor que da la gloria a Dios en nuestras vidas, es el andamiaje que sostiene nuestra adoración, y dar la gloria a Dios no es algo de poca importancia, no es un asunto menor, sino el fin último de toda nuestra existencia. Así que nuestro gozo en Dios es fundamental para nuestra vida cristiana y no hay nada que pueda sustituirlo. ¡Tenemos que tenerlo!
Si bien es verdad, por ejemplo, que nuestro sentido del deber puede ayudarnos hasta cierto punto a obedecer la voluntad de Dios y obedeciéndole estaremos glorificando a Dios, lo que de verdad glorifica a Dios es querer hacer su voluntad, es amar más a Dios que a cualquier otra cosa. ¿Cuál de estas dos situaciones hablaría mejor de ti como persona? ¿Saber que los demás se sientan a tu lado porque no hay más remedio, faltan sillas, o saber que lo hacen porque quieren estar contigo, porque estiman tu compañía? Indudablemente hablaría mejor de ti, te “glorificaría más” que las personas voluntariamente quisieran estar contigo, porque lo consideran gratificante. Pues lo mismo pasa con Dios, no hay sentido del deber que pueda sustituir al gozo. Nuestro gozo en él es lo
que glorifica verdaderamente a Dios.
Hablamos de que hay que amarle más que a cualquier otra cosa o personas ¿Incluido el amor por nosotros mismos? Pues sí, porque lo maravilloso de todo esto es que amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda tu alma, incluso hasta negarte a ti mismo es, por la misericordia de Dios lo mejor que puedes hacer por ti. Porque Dios es lo mejor para ti, lo mejor para tu vida, exaltar a Dios es exaltar todo lo que es bueno, justo, verdadero, digno y bello en el universo, es amar todo lo que nos favorece y beneficia, es una fuente de gozo personal inagotable.
En definitiva, todo cristiano se enfrenta ante un hecho muy importante: Cristo, cuyo nacimiento hoy celebramos, debe ser disfrutado, y no solamente escogido. Y en estos días en que intentamos diferenciarnos del mundo, dándole a la Navidad su verdadero valor trascendente, demostrar en nosotros ese gran gozo del que nos habla el ángel, es básico para poder establecer la diferencia, para que estas fiestas sean días en que nosotros, glorifiquemos a Dios si cabe aún de manera más intensa que en cualquier otro día.
Así que está claro deberíamos gozarnos en Dios, pero ¿qué podemos hacer para conseguirlo? En principio, nada. Sencillamente porque la capacidad de deleitarnos en él, no es una capacidad nuestra, no es algo que poseamos naturalmente. Ninguno de nosotros nace con la capacidad de gozarse en Dios, o en la verdad de Dios, o en las buenas noticias de Cristo. Porque somos pecadores. Y subrayo lo de “somos”. El pecado no es simplemente algo que hacemos, es lo que somos, somos pecadores. El pecado forma parte intrínseca de nuestro ser. Tenemos una tendencia natural al pecado. Las personas del mundo lamentan en un momento u otro haber realizado un acto que su conciencia les declara que es malvado, pero, paradójicamente, los hijos de Dios lo que lamentamos es comprobar que somos malos, que nuestro viejo hombre está absolutamente corrompido por el pecado. No es que seamos todo malos que podríamos llegar a ser, pero sí que el Espíritu Santo nos da la capacidad de reconocer que todas las áreas de nuestra vida están influenciadas por el mal. Esta corrupción innata es tan severa que Pablo dice:
Romanos 7:18
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
A nuestro hombre natural le es literalmente imposible deleitarse en Dios como debería, porque está espiritualmente muerto. Es decir, no tiene sensibilidad espiritual para ver la verdad y la belleza de Dios y del evangelio de Cristo. Somos como un ciego en el museo del Prado del cielo. Sin el nuevo nacimiento, sin la acción del Espíritu Santo somos incapaces de reconocer la belleza de Cristo. Porque antes de la conversión, aunque no está muerto nuestro cuerpo, ni nuestro intelecto, ni nuestra voluntad, está muerta nuestra capacidad espiritual de ver la realidad tal y como es. Y sin embargo, esta incapacidad no nos hace menos culpables, porque si uno es tan malo o está tan corrompido que es incapaz de deleitarse en lo que es bueno, eso no te quita responsabilidad, sino que te la añade.
Pues bien, como todos hemos sido hombres naturales, ajenos a la vida que hay en Dios, muertos en delitos y pecados, necesariamente llegamos a la conclusión de que el gozarnos en Dios es un regalo, es un don de Dios.
Juan 6:44,65
44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere… 65 …ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
Dijo Cristo. Nosotros estamos demasiado endurecidos como para ir a Cristo por nuestro propio pie, y mucho menos para deleitarnos en él y menos todavía para dejarlo todo por su nombre. ¿Entonces? ¿Qué hace Dios para capacitarnos para el gozo? Ya lo sabéis, es necesario que nos haga nacer de nuevo.
Juan 3:6-7
6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
Hasta el momento en que nacemos del espíritu, lo único que somos es hombre natural, sin papilas gustativas para saborear a Cristo. Una vez nacidos de nuevo, el nuevo hombre que acabará triunfando sobre el viejo, puede empezar a deleitarse en Dios. Por eso, en la Biblia la conversión significa precisamente descubrir que Jesús es un tesoro de un valor tan inmenso, que vale la pena dejarlo todo sencillamente por el gozo de poseerlo.
Mateo 13:44
44 Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
¿Qué hace Jesús en el nuevo pacto, pacto sellado al entregar su carne y su sangre en la cruz, muriendo por nosotros? Hacer realidad en nosotros, en la iglesia, las promesas que había recibido Israel de una nueva relación entre el hombre y Dios:
Jeremías 31:33
33 Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.
Ezequiel 11:19
19 Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne,
Ezequiel 36:27
27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.
El sacrificio de Cristo, el nuevo pacto en carne y sangre de nuestro Señor, nos perdona los pecados y nos capacita para el gozo.
Ahora bien, que nos capacite, no quiere decir que pasemos a deleitarnos en Dios sin esfuerzo. Al contrario, nuestro viejo hombre batalla dentro de nosotros, el mundo y sus recompensas transitorias siguen haciéndole la competencia al gozo en Dios. Entonces nuestra situación actual es que tenemos la capacidad de deleitarnos en Dios pero tenemos que batallar por nuestro gozo, buscarlo, porque es imprescindible para el fin último de nuestras vidas. ¿Cómo lo hacemos? ¿Muchos de vosotros, especialmente los que no estáis sintiendo el gozo de Dios en estos momentos, os preguntáis, cómo conseguir este gozo?
La respuesta es obvia, está delante de nosotros. Si el objeto último de nuestro gozo, Dios, es tan maravilloso, si la herramienta de Dios en la conversión es precisamente el gozo, si conocer a Dios es obtener gozo, entonces para conseguir gozo tenemos que esforzarnos en conocer mejor a Dios. Y a Dios le conocemos a través de su revelación. Esta revelación se produce de dos formas, y en ambas podemos aprender a obtener una vida gozosa:
En primer lugar se revela a través de las cosas creadas: Esta vida, este mundo en el que vivimos, tiene indudablemente cosas buenas y lícitas. Placeres de los que nos es dado disfrutar: una buena comida, un buen paisaje, el sexo dentro de la relación matrimonial, la comunión entre los hermanos, una sinfonía. Todas las cosas buenas que vemos en este mundo, la maravilla de la creación, nos dice algo de Dios, nos dice algo del ser increíblemente maravilloso que ha hecho posible todas esas cosas. Por ello debemos intentar, como decía C.S.Lewis, convertir cada placer en un canal de adoración a Dios.
¿Cómo podemos hacer esto? No debemos limitarnos a darle gracias Dios por estas cosas, esto es bueno y es nuestro deber hacerlo, pero es posible ir un paso más allá. La gratitud exclama: “¡Gracias Dios por haberme dado esto!” pero la adoración dice: “Si esto que me gusta tanto es solamente una pequeña manifestación creada de toda la bondad, el placer, la dulzura y la hermosura de la que es capaz Dios, qué maravilloso ser tiene que ser el creador de todas estas cosas”. Esto es adorar, deleitarse en Dios, y hacerlo supone un ejercicio de la voluntad y del intelecto, un ejercicio de introspección, una gimnasia del alma, pero vale la pena hacerlo, porque en el deleite en Dios, en ese saborear y regocijarnos en el conocimiento de las virtudes de nuestro Dios, vamos a empezar a cumplir el fin último de nuestras vidas que es glorificarle, y vamos a encontrar nosotros mismos una vida abundante.
Pero también, en segundo lugar, sabemos que la revelación de Dios a través de las cosas creadas no es la revelación completa de Dios. Hay una revelación más perfecta y detallada, y por tanto una fuente de gozo más completa y exhaustiva. Es la Biblia, las Escrituras, que además nos revelan todo lo que necesitamos saber acerca de aquel de quien se puede decir que quien le ve a él, ha visto al Padre, Jesucristo nuestro Señor. Si la creación es un chorro inagotable de gozo, la Palabra es como una catarata, sólo superada por el mismo cielo.
El secreto del gozo es la Biblia y quizá esto te decepcione, porque esperabas descubrir un secreto oculto que te abriese un camino inesperado a un gozo fácil y casi mágico, y de repente te encuentras otra vez ante su Palabra. Ante la Biblia, esa Biblia a la que quizá no dedicas el tiempo suficiente, que no lees con asiduidad, que un día te cautivó, pero que luego has leído deprisa y sin esforzarte en entenderla y a la que te acercas más como un deber religioso que como una fuente de gozo.
Vivimos en una sociedad que nos ha educado desde pequeños en la gratificación inmediata. Somos la generación de los anuncios de televisión: diversión, música pegadiza, imágenes sugerentes, todo condensado en 30 segundos diseñados para captar tu atención en un instante. Esto pasa también con la música, la literatura, el cine (con estas películas de acción tipo Indiana Jones que te enganchan a una acción trepidante desde los primeros segundos). El problema con acostumbrarse a esto es que la mayoría de las cosas que valen la pena en esta vida, que de verdad nos enriquecen, nos edifican, nos construyen como personas, exigen paciencia, dedicación y esfuerzo. Pero no estamos acostumbrados a esto, queremos nada más que ser distraídos, y serlo de forma inmediata. Cogemos un trozo de las Escrituras, un pequeño fragmente, y si no obtenemos provecho inmediato, lo desechamos como algo aburrido. Comparamos la Biblia a la diversión inmediata que nos ofrece el mundo y nos quedamos con la impresión de que la Biblia es un rollo al que no podemos sacar provecho.
Así, llega el momento de leer las Escrituras y nos distraemos con cualquier cosa. Sabemos que debemos hacerlo, que es bueno para nosotros, que nos va a fortalecer espiritualmente, y hacer más felices. Pero lo cambiamos por la tele, o por cualquier otra cosa. Esto ocurre sencillamente porque somos débiles y pecadores, y tenemos que estar permanentemente recordándonos a nosotros mismos que los beneficios de la Palabra de Dios en nuestras vidas son inconmensurablemente mayores que cualquier placer temporal que nos pueda reportar la televisión, el periódico o sencillamente el propio descanso.
Porque, hermanos, es la Escritura la que nos acerca todo lo que es posible en esta vida a la auténtica fuente de nuestro gozo, que es el conocimiento de Dios, y los únicos perjudicados por nuestra pereza, por nuestra falta de diligencia a la hora de ir a las Escrituras, somos nosotros mismos. Es como si los pastores de Belén, tras escuchar las noticias de sumo gozo del nacimiento del salvador y recibir las instrucciones de ir a encontrar al bebé, se hubieran quedado donde estaban, hubieran tenido pereza de ir: “Bueeeno, grandes noticias gozosas, pe
ro ahora sigamos jugando a las cartas o vámonos a dormir”. Pero ante las nuevas de gran gozo, fueron, dejaron lo que estaban haciendo y buscaron a un niño en un lugar poco común, un pesebre. Y lo encontraron:
Lucas 2:20
20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
Hay una gran verdad en esas palabras. Así es como uno vuelve tras tener un encuentro con Cristo. Y así volveremos nosotros de la Palabra: glorificando y alabando a Dios y regocijándonos en él si le buscamos con diligencia.
Si lo hacemos, volveremos llenos de gozo, porque la Palabra de Dios, a diferencia de la revelación de la naturaleza, nos ayudará no solo a gozarnos en las maravillas de Dios, sino también a enfrentar las pruebas de la vida, y nos explicará lo que necesitamos saber sobre el origen del mal y nos mostrará el control de nuestro Padre sobre la creación, y cómo dirige todas las cosas para el bien de sus escogidos.
Romanos 8:37
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Y tendremos gozo en Dios. Y Volveremos llenos de gozo aún en medio también de las pruebas que nos vengan de parte de otros hombres, y de los problemas familiares, y de las persecuciones porque nos señalará hacia el lugar donde está guardado nuestro tesoro, un lugar seguro donde nadie lo puede robar ni jamás nos será quitado:
Mateo 5:11-12
11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;…
Hebreos 10:34
34 Porque… el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos.
Y volveremos llenos de gozo de nuestra lectura de la Palabra porque ella nos ayuda a algo tan importante y que nos da tanto gozo, como es recibir contestación a nuestras oraciones. A medida que nuestros pensamientos, afectos y voluntad vayan siendo transformados por las Escrituras conforme a los pensamientos, afectos y voluntad de Dios, se irá cumpliendo en nuestra vida lo que dijo Jesús acerca de la oración:
Juan 15:7
7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.
¡Qué tremendo gozo en Dios se obtiene de esto! Y así podríamos seguir y seguir y decir tantas cosas. La Palabra de Dios nos trae a la mente las cosas que Dios ama para que las busquemos, las que Dios aborrece para enseñarnos a evitarlas, nos muestra la cruz, donde fueron limpiados nuestros pecados, nos muestra el valor del perdón y la reconciliación, para que lo llevemos a nuestra vida familiar y matrimonial y a las relaciones con los hermanos de la iglesia, nos muestra la esperanza segura de la vida eterna, nos recuerda el glorioso cuerpo que alguna vez habremos de recibir a semejanza del de Cristo, la Palabra nos muestra que…
Romanos 8:38-39
38 …ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro.
¿Y nos vamos a perder ese tesoro transformador? ¿Nos vamos a perder lo mejor que revela la Escritura, que es al propio Cristo?
Colosenses 2:3
3 en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.
En definitiva, la Palabra de Dios, por la que Dios se revela, como se le reveló a aquellos pastores hace dos mil años, es fuente de gran gozo, y si queremos tener una vida gozosa, y así dar la gloria a Dios, tenemos que ser gente de la Palabra, no hay propósito mejor para el nuevo año, que disponernos a reservar a diario un tiempo para saborear la Palabra de Dios, y dejar así que el gozo aumente en nuestra vida. Cuando pienso en todo el tiempo que dedicamos a cosas que no aprovechan, en todas las oportunidades que desperdiciamos, en lo negligentes que somos en la búsqueda del conocimiento de Dios, cuando pienso que Dios es nuestro gozo, nuestra gloria, nuestra alegría, la fuente de vida, y que tan a menudo le cambiamos por cosas fútiles y hasta dañinas, me viene a la mente un lamento de Dios en el profeta Jeremías:
Jeremías 2:11-13
11 …mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha.
Conclusión
En conclusión, hermanos, a veces uno no siente emociones, se encuentra abatido, apesadumbrado. No se puede construir la vida espiritual sobre las emociones, porque estas son cambiantes, inestables, pero hermanos, el gozo en Dios no es una emoción, es como el sentido del gusto.
¿Te gusta el vino? A mi me encanta, con gaseosa, así que supongo que soy muy bestia. Pero no hay nada malo en eso, el gusto por el vino es moralmente indiferente, el gusto por Dios no. Uno se juega la vida eterna en ello. Dios mismo nos ha dado la capacidad de deleitarnos en él y eso no tiene nada que ver con tus emociones, puedes estar triste y disfrutar con el aroma y sabor de un vaso de vino, y quizá hasta cambie tus emociones. Pero tu sentido del gusto es independiente de tu estado de ánimo.
Lo que quiero deciros para concluir es que tenemos que coger nuestra Biblia y esforzarnos en desarrollar ese paladar. Yo tengo en casa un botella de vino Torres gran reserva, si me sirvo un vaso (sin casera) me sabe a rayos peludos. No tengo el paladar desarrollado para apreciar el vino, pero el catador, y yo quiero ser un catador de la Biblia, me dice en la etiqueta que ese vino tiene “presencia de los clásicos matices de grano de café, licor de cereza y chocolate, sobre las típicas notas de crianza (cuero y vainilla). Al entibiarse desprende ricos aromas de humo, de confituras (higo, membrillo) y de trufa, con un final de boca elegante y feliz como corresponde a una buena cosecha.”
Esto es lo que pasa cuando leemos un buen comentario bíblico, de alguien que ha desarrollado su deleite en Dios de tanto catar las Escrituras, coge un pasaje de Oseas sobre el que hemos bostezado 20 veces, y te revela una belleza espiritual profunda, que le ha llenado de gozo y le ha consolado en días difíciles. Tú debes querer esto para ti.
Todos podemos conseguir esto, Dios nos ha dado papilas gustativas espirituales para saborear la Palabra. Con la Palabra, llenarnos del conocimiento de Dios. Con el conocimiento de Dios, deleitarnos en la hermosura de Cristo. Gozosos por la hermosura de Cristo, preferirle sobre todas las cosas. Al preferirle con todo nuestro intelecto, afecto y voluntad, darle así ante el mundo toda la gloria que él merece. Y al darle la gloria, cumplir de esta forma el fin último de nuestra propia existencia como seres creados. ¿Qué puede haber mejor que esto? Señor, conocerte es gozo. Es mejor un día en tus atrios, que toda una vida sin tu amistad. Eso es deleitarse en Dios.
Oremos.
Lectura de despedida:
Nehemías 8:1-3,9-10,12
1 y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel.2 Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo.3 Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley.9 Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley.10 Luego les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza. 12 Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado.
Fuente: http://www.ibao.es/
Usado con permiso, 2009
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