El pecado original
La mayoría de los cristianos entienden que Adán es el “Padre” de la raza humana, en el sentido de que fue el primer ser humano del cual todos los demás descienden. Por esta razón es llamado el “primer hombre” en 1 Corintios 15:45. Muchos cristianos hoy en día no conocen la doctrina del pecado original. En consecuencia, tampoco entienden la relación que el hombre moderno tiene con Adán. No solamente estamos relacionados con Adán genéticamente, sino también de muchas otras maneras.
La Caída
El primer hombre (Adán) fue creado a imagen y semejanza de Dios, y por ende con santidad original (Gn. 1:26-27). Cuando el hombre cayó en pecado perdió esa santidad. Por lo tanto, luego de la caída, en lugar de santidad, Dios vio maldad en el corazón del hombre (Gn. 6:5). Esta maldad del hombre lo separó radicalmente de Dios (Is. 59:1-2). El pecado del hombre debe ser extirpado si éste quiere establecer nuevamente una relación con Dios. Además, la santidad de Dios y su aborrecimiento del pecado demanda el enjuiciamiento del pecado. Su carácter moral no le permite a Dios soslayar la pena por violar el mandamiento de obediencia que Adán recibió en Edén. La pena por la desobediencia de Adán fue la muerte (Gn. 2:17).
El pecado es una ofensa criminal contra Dios, por lo tanto para que el pecado pueda ser quitado, es necesario que un substituto sin pecado muera por el pecador. Muchos resienten que la muerte sea la pena adjudicada por quebrantar la ley de Dios. Hay quienes se oponen a la pena de muerte en el sistema judicial de las naciones hoy en día, y lo hacen porque conscientemente o no, niegan el aspecto penal de la Ley de Dios. Otro factor que los prejuicia es una comprensión limitada de la santidad de Dios y su aborrecimiento total del pecado (Gn. 2:17; Ez. 18:4; Ro. 6:23).
El Pecado Original transmitido
Pasajes como Romanos 5:15,17 y 1 Corintios 15:21 comunican más que la simple descripción de que todos los seres humanos pecan. Es cierto que nosotros pecamos, pero existe una conexión necesaria de estos pecados individuales con algo más. En otras palabras, no es que todos pecamos y por lo tanto somos pecadores, sino que pecamos porque somos pecadores. Esto significa que el pecado original de Adán, de alguna manera inevitable pasó a toda la humanidad.
El pecado pasó a toda la humanidad no solamente en el sentido que nadie es capaz de no pecar, o como dijo Agustín, el hombre non posso non pecare, sino que la culpa del pecado también se transmitió a toda la humanidad. La perspectiva bíblica es que Dios considera a toda la raza humana culpable por la transgresión de Adán. El pecado original es imputado judicialmente a todos sus descendientes.
Condenados en Adán y Justificados en Cristo
El capítulo 5 de Romanos y el capítulo 15 de 1 Corintios nos muestran varios paralelos entre Adán y Cristo. Jesús es llamado el “postrer Adán”, y Adán es llamado el “primer hombre” (1 Co.15:45).
Estos pasajes establecen claramente que la caída de Adán en pecado fue de naturaleza sustitutiva y vicaria, de la misma forma que lo es la expiación obediente de Cristo. Romanos 5 dice que todos estamos condenados en virtud de la desobediencia de Adán, como también estamos justificados en virtud de la obediencia de Cristo. El problema que todos los hombres confrontamos es la imputación del pecado de Adán, y el remedio para ese problema es la imputación de la justicia de Cristo (Ro. 5:17).
Como dijimos anteriormente, Dios no puede pasar por alto la transgresión de Adán, debido a que su carácter es inmutable (Mal. 3:6). La separación o alienación del hombre fue tan radical que nos hundió en tal deplorable estado, que no es posible para nosotros encontrar nuestro camino a Dios nuevamente, a menos que Dios mismo lo haga por nosotros (Ro. 3:10-12). La Ley de Dios requiere cierta clase de salvación donde:
- Una obediencia personal, perfecta y perpetua debe ser ejercida por la persona o el sustituto, a los efectos de llenar los requisitos de la Ley de Dios y por ende recibir la vida eterna.
- Todo el juicio de Dios, hasta el extremo de la muerte, debe recaer sobre la persona o el sustituto, a los efectos de satisfacer con plenitud la justa pena por la desobediencia a la Ley de Dios.
Alguien tuvo que vivir la vida perfecta de obediencia que Adán y sus descendientes no pudieron ni pueden vivir, para poder obtener la vida eterna para nosotros. Alguien tuvo que morir bajo el juicio de Dios para que nosotros fuésemos liberados.
La Víctima Perfecta
¿Quién más que el Hijo de Dios pudo haber vivido la vida que nosotros debimos vivir y luego morir por nosotros? Ningún ángel, ni ningún pecador puede satisfacer las demandas de la Ley de Dios.
Así como en el Antiguo Testamento el animal debía ser físicamente sin defecto, en el Nuevo Testamento aprendemos que no hubo ningún defecto moral en Cristo Jesús (He. 9:13-14; 1 P. 1:19). El Señor Jesucristo fue el cordero de Dios sin pecado.
En el Antiguo Testamento aprendemos que al posar las manos sobre la cabeza del animal, el sumo sacerdote confesaba y transfería todas las iniquidades del pueblo al animal, que luego era alejado al desierto. En el momento que se ponían las manos sobre el animal, la culpa del pecador y la sentencia de su pecado eran transferidos a la víctima sacrificial. La víctima es la que toma el lugar del pecador a modo de sustituto. De la misma forma, todos los pecados de los elegidos son imputados a Cristo. El se hizo pecado por nosotros (Is. 53:4-6; Jn. 1:29; 2 Co. 5:21; 1 P. 2:24).
Desobediencia en Adán y obediencia en Cristo – Inseparablemente ligadas
Nuestra participación en la desobediencia de Adán y nuestra participación en la obediencia de Cristo están interconectadas de tal forma que si alguien rechaza la doctrina de la imputación del pecado de Adán – o sea, el fundamento de la doctrina del pecado original – debe, por lógica deducción, rechazar también la doctrina de la imputación de la justicia de Cristo – o sea, la base de la doctrina de la justificación judicial.
A través de la historia de la iglesia, habilidosos herejes han reconocido que la doctrina del pecado original, la expiación sustitutiva y la justificación forénsica, se mantienen de pie o se caen al mismo tiempo. Esta es la razón por la cual Socinus y Charles Finney en el pasado, y otros en el presente, se sienten lógicamente inclinados a negar las tres doctrinas.
Para el hombre natural es imposible aceptar culpabilidad por imputación. No hay nada más ofensivo para las ideas del hombre natural acerca de lo que es justo y recto. Esta doctrina de la imputación del pecado original es catalogada indigna de Dios e imposible de ser defendida mediante la razón. Se llega a decir que si Dios en realidad considera a los humanos culpables por el pecado de Adán, es un Dios que no merece nuestra adoración.
El error de esta posición se hace evidente ante la simple pregunta, ¿Dónde se originó el pecado si no fue de la forma que la Biblia lo declara? La únicas respuestas ofrecidas hasta ahora son: 1) El pecado o el mal es eterno; 2) La teoría de la reencarnación. La respuesta no. 1 no es respuesta en realidad, es nada más que la negación del problema. Es la negación de que el pecado y el mal tuvieron un comienzo. La respuesta número 2, la reencarnación, está desprestigiada por sus incoherencias internas. Estas son todas las respuestas, no hay más. Sólo la explicación bíblica tiene sentido, o sea, que el pecado es universal como resultado del juicio de Dios sobre la raza debido a la transgresión de Adán. Adán fue el representante de toda la raza.
La misma terminología
Nuestra relación con Adán se describe en los mismos términos que se usan para hablar de nuestra relación con Cristo . Por ejemplo, podemos estar en Adán de la forma que podemos estar en Cristo. La unión con Adán y la unión con Cristo son dos realidades que comparten significados mutuos. Todos los que están en Adán, o sea, unidos con Adán, reciben ciertas cosas en virtud de esa unión, del mismo modo que todos los que están en Cristo reciben ciertas cosas en virtud de esa unión con Cristo.
Rechazos incoherentes
Debido a que el mundo evangélico está plagado de maestros, pastores, y evangelistas que tienen muy poco entrenamiento teológico, poco conocimiento de la historia de la iglesia, y ninguna preparación en lógica, no nos debe sorprender que alguna gente plantee objeciones a la doctrina del pecado original, basados en que sería “injusto” que Dios nos castigue a nosotros por la maldad de alguien más. Para estos líderes, la idea de que Dios nos trate en base a lo que alguien pudo haber hecho, es absurda.
Sin embargo, al mismo tiempo, la misma gente que piensa así, una vez que se les presiona, admite que Dios trató a Jesús conforme a los pecados de ellos. Si Cristo “murió por nuestros pecados conforme a las escrituras” (1 Co. 15:3), ¿cómo puede ser injusto que muramos por el pecado de Adán?
Conclusión
La historia de la iglesia demuestra que el rechazo de la doctrina del pecado original, eventualmente conduce al rechazo del sacrificio vicario y de la justificación forense. Esto sucedió con la teología liberal del siglo XVIII.
Estos teólogos liberales comenzaron con la negación de la doctrina del pecado original y la depravación consecuente. Esto los llevó a negar la expiación sustitutiva. Basándose en “la razón”, concluyeron que sería injusto condenar a alguien por las culpas de otros. Esta racionalización les hizo luego negar el sacrificio de la sangre de Jesús.
Por esta razón, la doctrina del pecado original es absolutamente esencial en la teología cristiana, y por eso la iglesia de Cristo ha condenado siempre como definitivamente heréticos el pelagianismo y el semi-pelagianismo. Estos sistemas niegan o debilitan la doctrina del pecado original y su resultante depravación. La validez del sacrificio sustitutivo y la justificación judicial están basadas en la validez de la imputación del pecado de Adán a la raza humana.<>
Bibliografía:
- Genesis, An Expositional Commentary, James Montgomery Boice, Zondervan.
- Studies in the Atonement, Robert Morey, Christian Scholars Press.
- Elemental Theology, Bancroft.
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