CAPITULO 7:
LA ADORACION Y EL CUERPO (Job)
del libro “Cara a Cara”,
por Jaime Fernández Garrido y Daniel Dean Hollingsworth, Editorial VIDA.
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Era una persona íntegra, intachable. Sus costumbres personales eran bien conocidas por todo el pueblo: diariamente se levantaba temprano para ofrecer holocaustos a su Dios; preparaba las cosas de su casa, se preocupaba de que a su gente no le faltase nada, y salía a su trabajo.
Como una cascada imposible de detener, las desgraciadas noticias fluyeron con la rapidez de la desesperación. . . su vida ha pasado a ser la mejor definición de la frustración continua |
Era un hombre importante: no pasaba un día sin que alguien le pidiese consejo en alguna cuestión personal o social. Incluso a veces tenía que salir a las puertas de la ciudad para establecer juicio en asuntos trascendentales. Si hablamos de su empeño por ayudar a los pobres, su fama se había extendido mucho más allá de su propia ciudad. Muchos decían que sus amigos eran incontables.
¿Y su familia? . . . ninguna podía rivalizar con ella en seguridad y belleza. Muchos envidiaban sus riquezas, su posición, su fama y por si fuera poco, el cariño de aquellos que vivían a su alrededor.
La rectitud de su vida se admiraba hasta en el mismo cielo. El Creador le había descrito como “ un hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Y de esa confianza en su Creador nacía la felicidad de su vida.
Algunos creían que su reverencia era debida a la multitud de sus bienes, o a la tranquilidad de su espíritu, o mejor aún, a una vida familiar llena de gozo. Pero un día llegó la catástrofe. Sin conocer razones ni causas, nuestro hombre se encontró solo, enfermo y completamente pobre. Como una cascada imposible de detener, las desgraciadas noticias fluyeron con la rapidez de la desesperación: “Has perdido todos tus bienes,” dijo uno de los mensajeros. “También tu casa,” dijo otro. “Y todos tus hijos han muerto,” le echó en cara un tercero, para llegar a lo más profundo de su alma. Y cuando todavía su corazón no había logrado comprender la grandeza de su tragedia, su cuerpo se vio envuelto en la terrible agonía de una enfermedad que esclaviza hacia dentro y repele a los de afuera.
Ahora necesita el consejo de alguien que tienda su brazo como un puente entre el día fatal y el final del sufrimiento. En el momento más cruel de su vida, la persona íntegra e intachable que tantas lágrimas ayudó a consolar, busca ayuda. Vuelve su vista a quien tiene a su lado: el ser más querido en la tierra, su propia mujer. Pero en el momento mayor de la desesperación, escucha lo que más daño le podía hacer:
“¿Aún conservas tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!” Job 2:9
¡MUÉRETE!
En la soledad del corazón las palabras crueles se recuerdan una y otra vez con el dolor profundo que sólo parece encontrar consuelo en la muerte. De repente no le queda nada. Perdió su dignidad como persona al pensar que su desgracia era sólo producto del castigo divino. Perdió la compañía de quienes se apegaban a él solo por su bondad. Perdió lo más querido: su mujer y sus hijos. Estos en la sin razón de la muerte, aquella en la sin razón de la rabia mal entendida. Perdió también, es cierto, todas sus posesiones… Y ¡qué más da!, todos aprendemos demasiado tarde que las riquezas no tienen ningún valor cuando uno está perdiendo la vida.
¿Y ahora qué?
Nuestro hombre no buscó ayuda. No fue corriendo a manifestar su pesar delante de aquellos a quienes tantas veces había regalado su tiempo. Tampoco formuló preguntas, esas que todos nos hacemos cuando algo desagradable enturbia nuestra mal acostumbrada vida. No se le ocurrió buscar en los libros de la ley alguna enseñanza o doctrina que pudiera maquillar un tanto el dolor de su corazón. Mucho menos pensó en ir en busca de quienes conocen todas las respuestas religiosas y psicológicas en cuanto al sufrimiento y la desesperación humana. Ni se le pasó por la cabeza enviar mensajeros por todo el país para buscar a alguien que restaurase su alma, aunque bien ganado se tenía ese favor.
Simplemente ADORÓ a Dios.
“Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza y postrándose en tierra y adoró.”
Job 1:20
¿SIMPLEMENTE?
¿Cuál es la razón por la que un hombre sólo, despreciado, pobre y perseguido se vuelve hacia Aquel que es el causante ultimo de su desgracia, para adorarlo? ¿Por qué quien atraviesa la oscuridad más profunda inclina su rostro hasta el polvo para dar gracias por lo que jamás va a ser capaz de entender?
Su vida ha pasado a ser la mejor definición de la frustración continua:
“Cuando me acuesto digo, ¿Cuándo me levantaré? Pero la NOCHE sigue,
y estoy dando vueltas continuamente hasta el amanecer” Job 7:4
“…me quejaré en la amargura de mi alma” Job 7: 5 y 11
“Perezca el día en que yo nací” Job 3:3
Su rostro está enrojecido por el llanto mientras repite una y otra vez “ hastiado estoy de mi vida” (Job 10:1). En ese momento, dos cosas multiplican su dolor: la soledad de Dios (el la siente así, aunque el Creador no se haya ido de su lado) y la ironía de sus amigos (ironía que desampara, que hiere, que mata allí donde más daño hace, en la lealtad).
Dios no quiso responder a Job. Esa era una parte del trato, era la primera premisa de la prueba. Y Job, ese hombre íntegro e intachable lanzó sus quejas a un cielo aparentemente solitar
io y frío
“El me quebranta con tempestad y sin causa multiplica mis heridas” Job 9:17
“¿Por qué escondes tu rostro y me consideras tu enemigo? Job 13:24
Y si el Dios lejano iba quemando poco a poco el corazón de Job, no menos llagas nacían al escuchar las palabras de sus amigos:
“¡Dios no rechaza al íntegro! ¿No es grande tu maldad y sin fin tus iniquidades? ¡Si buscaras a Dios!
Job 8:5-6; 22:5
Sus amigos demuestran sobradamente su incomprensión y su falta de cariño, Job intenta “defenderse” como puede de tantas quejas y amarguras. Ahora ya no importan sus palabras. Sólo es un motivo de burla para sus más íntimos: ellos le angustian y le hieren, le olvidan y le hacen repugnante delante de todos. Por si acaso el castigo no hubiese superado ya al pecado, aquellos que dicen hablar de parte de Dios añaden veneno y odio a un corazón completamente vencido y humillado.
. . . aún con su cuerpo llagado, enfermo y lleno de dolor, Job adoró a Dios. . . |
Y mientras, Job, simplemente adora a Dios, aún en sus quejas y su dolor encuentra algo de gloria. “No he negado las palabras del Santo” (Job 6:10), dice casi con la voz entrecortada, como quién tiene miedo de que la verdad pueda herir. Encuentra la razón de su vida en el mismo Dios que, aparentemente, se la está quitando: “Aunque El me mate, en El esperaré” Job 13:15
En todo lo que Job dijo e hizo, adoró a Dios. Guardó su integridad y sus palabras delante de su Creador. Y lloró al asomarse durante meses a las puertas de un infierno que jamás hubiese deseado, el infierno de no escuchar al Dios que estaba adorando.
Dios había apostado fuerte a favor de Job, y Job respondió. Quizás mejor que ningún otro ser humano. Solamente Dios mismo, cuando el Señor Jesús bajó a esta tierra como hombre soportó una prueba superior. Esa es una de las razones por las que Dios recibió la adoración de Job como un sacrificio precioso.
Job adoró a Dios con todo su cuerpo, con todo lo que él era, había sido o podía ser en el futuro. El príncipe del mal quiso quitar todo lo que Job tenía físicamente, quiso incluso dañar al hombre íntegro en lo más profundo de su propia salud. Quiso derrotar la mente del que siempre había estado cerca de Dios….pero perdió. Y ese fue el momento más importante de todos, porque lo que quedó claro para siempre fue que, aún con su cuerpo llagado, enfermo y lleno de dolor, Job adoró a Dios (1).
“Entonces Job respondió al Señor, y dijo: Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado. ¿Quién es éste que oculta el consejo sin entendimiento?”
Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. Escucha ahora, y hablaré; te preguntaré y tú me instruirás. He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.”
Job 42:1-6
El ejemplo de Job no es el único. Otros se sintieron de la misma manera. Fíjate bien:
“¿Me olvidarás para siempre, Señor? ¿Por qué duermes? Salmo 13:1
“¡Despierta para ayudarme!” Salmo 59:1
“Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche mientras me dicen todo el día:
¿Dónde está tu Dios?” Salmo 42:3
“¡No estés lejos de mí… pues no hay quién ayude!” Salmo 22:11
“Cansado estoy de mis gemidos, todas las noches inundo de llanto mi lecho… se consumen de sufrir mis ojos, han envejecido a causa de todos mis adversarios” Salmo 6:6-7
Puede que ahora, estas palabras incluso suenen muy conocidas en tu propia experiencia. Entonces, volvemos a la pregunta: ¿Cuál es la razón por la que un hombre solo, despreciado, pobre y perseguido se vuelva a Aquel que es el causante último de su desgracia para adorarlo? ¿Por qué quién atraviesa la oscuridad más profunda inclina su rostro hasta el polvo para dar gracias por lo que jamás va a ser capaz de entender? ¿Por qué la adoración está tan relacionada con el sufrimiento?
No estamos descubriendo nada al decir que las páginas más llenas de gloria en cuanto a la adoración, siempre han salido de hombres y mujeres llenos de sufrimiento. David y los salmistas, Job, Ana, Isaías, el mismo Pablo. La Biblia y la historia nos muestran que cuanto más lejos parece estar Dios (aparentemente) para algunas personas , más se aferren a El. Sus propias vidas nos enseñan que la mejor manera de vencer la lejanía o el presunto olvido de Dios, es echándose en sus brazos. Y este descansar en Dios, no puede hacerse en los momentos más crueles de una manera superficial. No, cuando más lo necesita el ser humano, entrega su vida con todas las consecuencias en las manos de su Creador.
LAS LAGRIMAS SON LAS MEJORES PARTITURAS PARA LAS OBRAS MAESTRAS DE LA ADORACION
El amor profundo a Dios se demuestra en los momentos más difíciles, cuando no entendemos nada de lo que está ocurriendo, cuando la lógica impone olvidar, o por lo menos dejar a un lado. El corazón ardiente de un hijo de Dios encuentra en la adoración a su Padre la razón de su propia existencia. No sabe hacer otra cosa que estar con El. No tiene ningún otro lugar a dónde ir o dónde encontrar consuelo. Ha aprendido la lección de Job “aunque El me mataré, en El esperaré”. El sufrimiento prueba la verdadera adoración. Sólo los que aman profundamente al Señor (los verdaderos adoradores) pueden seguir deleitándose en El, en los momentos más difíciles.
“El Espíritu del Señor Dios está sobre mí . . . para conceder a los que lloran aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en lugar de espíritu abatido” Isaías. 61:1, 3
Cuando alabamos a Dios, El desata nuestra tristeza (Salmo 30:1). “Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmo
147:3). Y El mismo nos devuelve nuestra alabanza bendiciendo nuestra vida con su presencia y poder:
“Tu eres mi escondedero, de la angustia me preservarás, con cánticos de liberación me rodearás”
Salmo 32:7
Aunque no es este el lugar para hablar del sufrimiento, sí necesitamos recordar lo que éste significa en una relación, y midiendo mejor las palabras, en nuestra relación con Dios.
En primer lugar, debemos recodar siempre que el Señor conoce y siente nuestro sufrimiento. El no es insensible a las circunstancias de sus hijos. Contrariamente a lo que muchos puedan pensar, Dios está involucrado en cada momento difícil de nuestra vida. El no permanece al margen, ni siquiera toma una posición intelectual o fría delante de nuestras desgracias:
“En todas las angustias del pueblo, El fue afligido, con su amor y en su compasión los redimió. Los levantó y los sostuvo” Isaías 63:9
Sí, Dios se compromete con nuestro dolor, nos acompaña en el sufrimiento y busca por propia decisión cargar con nuestras tristezas. Y lo hace no sólo con el dolor ocasionado por el pecado (Isaías. 53:4 “El llevó nuestros dolores”), sino también con todo sufrimiento injusto. En la presencia del Padre, el Señor Jesús conserva en sus manos y su costado, las cicatrices ocasionadas por nuestro dolor: señal permanente que Dios no está lejano a los que lloran. Todo lo contrario, el sufrimiento siempre debe acercarnos más a quien es capaz de comprender hasta lo sumo la razón de nuestro dolor. Nuestro Salvador es la imagen visible y eterna de la sensibilidad y el sufrimiento del Creador por el hombre.
Esa es la razón por la que siempre, nuestras lágrimas nos acercan más a Dios. El salmista lo comprendió perfectamente cuando cantaba: “Mi corazón está delante de Ti como incienso” (Salmo 141:2) RVA.
Debemos aprender a refugiarnos en nuestro Dios, y dejar en su presencia todas las preguntas de nuestro corazón (Salmo 16:1), porque El es el único que puede sanarnos (Salmo 41:4). El es el único que conoce nuestra angustia (Salmo 31:7). Y el consuelo de Dios viene para nosotros, en forma de alabanza…
“…le daré consuelo a él, poniendo alabanza en sus labios” Isaías 57:18-19 RVA
Jesús conserva en sus manos y su costado, las cicatrices ocasionadas por nuestro dolor |
De la misma manera, nuestro sufrimiento nos ayuda a comprender el dolor del Señor Jesús. Cuando en la Biblia se nos enseña que “completamos” lo que falta al sufrimiento de Cristo (Colosenses 1:24), no está intentando explicar que la obra del Señor fuese imperfecta. Lo que nos quiere decir nuestro Dios, es que a través de nuestro sufrimiento llegamos a comprender parte de lo que El mismo sufrió en su humanidad y en su obra salvadora. De otra manera, siempre tendríamos el riesgo de creer que nuestra salvación fue algo sencillo, y que el Señor Jesús (por el hecho de ser Dios) tenía la habilidad de esconder su dolor, o al menos sufrir en menor cantidad. Nada de eso. Su misma perfección aumentaba su dolor y sufrimiento por nosotros. Nunca debemos olvidarlo.
Por último, de la misma manera que en el caso de Job, nuestro sufrimiento (o mejor dicho, la manera en la que reaccionamos a nuestro sufrimiento) puede llevar a otras personas a conocer más profundamente al Señor. A nuestros hermanos les ayudamos y aprendemos a consolarlos al saber lo que ellos están pasando. “…nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.” (2 Corintios 1:4). A los que todavía no conocen al Señor, les enseñamos con nuestro comportamiento, que El es lo único que merece la pena.
“En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora por un poco tiempo,
si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas . . . para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece…, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo . . . obteniendo como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas”
1 Pedro 1:6-9
Job, David, Ana y otros muchos demostraron con sus vidas lo que nosotros necesitamos aprender: que el sufrimiento siempre nos puede acercar más a nuestro Dios. Que en la relación con El se encuentra la fuente de consuelo, y la razón de lo que no entendemos. Y en último caso, nuestra vida siempre tendrá significado al reconocer que todo empieza y termina con el Creador. ¡Esa es la verdadera razón del problema del sufrimiento!
“No moriré mientras pueda alabarte” Salmo 118:17 RVA
“Mi alma vive para adorarte a Ti “ Salmo 119:175 RVA
EL CUERPO DE CRISTO: ¿Un Ejemplo Bueno o Malo?
¿Y los amigos de Job, dónde estaban? Hay otra cara en el sufrimiento: la cara de los que están cerca del que sufre, la cara de los que deben ser los consoladores, la cara de los amigos. Si el ejemplo de lealtad de Job a Dios es sublime, la actitud de sus amigos en cuanto al consuelo y la ayuda que Job necesitaba, no pudo ser peor. Tanto que desagradó a Dios. Y mucho.
Job necesitaba la ayuda de sus amigos, y no la tuvo. Necesitaba sentirse parte de un todo, pasar por la experiencia del sufrimiento sabiendo que alguien a su lado podía ofrecerle comprensión y ayuda, pero no encontró a nadie. Se encontró a sí mismo . . . solo.
. . . la adoración tiene que ver con nuestro propio cuerpo, sí. Pero está íntimamente relacionada también con otro cuerpo y en otra dimensión: el cuerpo de Cristo. |
Dios no nos ha hecho para vivir solos. Dios no nos ha salvado para estar solos. El crecimiento espiritual, la adoración y el fruto del Espíritu no han sido diseñados para la individualidad, sino para la ayuda mutua. La comunión entre los hijos de Dios es imprescindible, dado que Dios nos ha colocado a todos en el mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Es la mayor base de significa
ción como grupo que existe en el Universo. Por eso la adoración tiene que ver con nuestro propio cuerpo, sí. Pero está íntimamente relacionada también con otro cuerpo y en otra dimensión: el cuerpo de Cristo.
Toda adoración individual y personal disfrute del Altísimo, tiene que traer como consecuencia el ineludible deseo de unirse a todos aquellos que conocen y adoran al mismo Rey de reyes y Señor de señores. Aquellos que han sido colocados en un mismo cuerpo por medio de la sangre del Creador, de la muerte de Aquel que nos da la vida. La Iglesia debe ser una comunidad adoradora a su Señor, si no quiere perder de vista aquello que la hace única.
“…acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón
purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura.
Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió;
y consideremos como estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros,
y mucho más al ver que el día se acerca” Hebreos 10:22-25
Nuestra adoración colectiva no está basada en doctrinas, mandamientos de hombres o formas establecidas. La Iglesia adora porque ama profundamente a su Señor. La historia nos demuestra que cuando deja de hacerlo–cuando deja de mirar hacia Dios y comienza a mirarse a sí misma–la Iglesia llega a creerse única e insustituible, en lugar de admirar y servir al que sí es único e insustituible. A lo largo de las épocas, muchos que llevaron el nombre del Señor en su religión, fueron paulatinamente apartándose de El cuando llegaron a creerse los únicos mediadores del Altísimo. Tristemente es un riesgo en el que todos podemos caer. Jamás debemos olvidar que nuestra misión es acercarnos al Señor… y después unos a otros. El proceso de todo el texto es muy claro, y las condiciones también. Por eso se nos exhorta a no dejar de congregarnos, ayudándonos y amonestándonos unos a otros a permanecer en el amor y la fidelidad al Señor Jesús.
Nuestra profesión, corazón, conciencia, cuerpo . . . nuestro TODO es moldeado por el Señor de la Iglesia en primer lugar, cuando nos congregamos en Su Iglesia (2). Y no sólo nos congregamos para acercarnos y adorar a Dios, sino para aprender a tener el mismo sentir, espíritu y propósito que tuvo el Señor Jesús (Cf. Filipenses 2:1-11). Esa es una de las razones por las que la Iglesia es única.
“…a fin que la infinita sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” Efesios 3:10
Los principados y potestades benignos y malignos aprenden de la relación de Dios con su Iglesia y de la Iglesia con su Dios observándonos a nosotros, los que formamos parte de un mismo cuerpo. Ese conocimiento glorifica a Dios, porque el evangelio está lleno de gloria (Cf. 2 Corintios. 3:18 y 4:6). La gloria que se desprende de un Dios completamente santo, recibiendo la completa maldad de TODOS los hombres sobre sí mismo, para declararnos completamente limpios y justos. Y esa gloria se manifiesta en medio de nosotros cuando le adoramos juntos:
“…tus santos te bendecirán” Salmo 145:10
“Engrandeced al Señor conmigo” Salmo 34:3
“El Señor…se ha manifestado en su gloria” Salmo 102:16
“Dad gloria al Señor con la alabanza” Salmo 66:2 RVA
“Una cosa he pedido al Señor, ésa buscaré: que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en su templo” Salmo 27:4
“Cuan bienaventurados son los que moran en tu casa, CONTINUAMENTE TE ALABAN”
Salmo 84:4
Aún en las situaciones más difíciles, y en los problemas más profundos, la expresión del salmista es “¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? . . . me acuerdo de cómo iba yo con la multitud y la guiaba hasta la casa de Dios, con voz de alegría y de acción de gracias, con la muchedumbre en fiesta” (Salmo 42: 2 y 4). Nuestro deseo debe ser, no sólo ir a la casa de Dios, sino encontrarnos con los demás hermanos en la adoración y la alabanza a nuestro Padre, porque completamos el gozo de Dios cuando venimos juntos a Su presencia.
LO QUE DIOS ESPERA DE NOSOTROS
Pocos versículos pueden resumir de una manera más clara el deseo de Dios en cuanto al comportamiento corporativo de su pueblo, que aquel de la carta a los Filipenses:
“Un mismo sentir, permanecemos en un mismo amor, unidos en espíritu
y ocupados en un mismo propósito.” Filipenses 2:2 RVA
Cada una de sus frases nos enseña a vivir en unidad. Incluso, la frase anterior, “completad mi gozo”, nos dice que sin la unidad del cuerpo no podemos realizar interna y externamente el gozo del Señor en la iglesia. Pablo tiene en mente las divisiones y conflictos causados por las dos mujeres, Evodia y Síntique, y nos explica la única manera de resolver los problemas que aparecen dentro del cuerpo de Cristo:
“. . . no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” Filipenses 2:4
Por lo tanto, los cuatro objetivos de Dios para la Iglesia en Filipos, son exactamente los mismos para nosotros.
1. UN MISMO SENTIR: TODOS DEBEN ADORAR A DIOS
El mandamiento es claro: “Congregaos y buscad al Señor” (3). Es cierto que Dios está en todas partes, pero su presencia se manifiesta con poder en los lugares en los que su pueblo le alaba (4). La Biblia nos enseña que Dios vive en medio de la alabanza de su pueblo. Por lo tanto, si siempre que buscamos la presencia de Dios en nuestra vida, aprendiésemos a adorarle y escuchar su Palabra, no caeríamos en la tentación de creer que El está lejano.
“Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche no hay para mi reposo sin embargo, Tú eres SANTO, Tú que estas ENTRONIZADO en las alabanzas de Israel.” Salmo 22:2-3 RVA(5)
La adoración es para todos. Desde el principio de la manifesta
ción de Dios al hombre, El quiso encontrarse cara a cara con TODO su pueblo, independientemente de su edad o condición, hombres, mujeres, niños o mayores, extranjeros o israelitas, libres o esclavos, ricos o pobres, sanos o enfermos. Todos deben adorar a Dios (6). Y ese mandamiento permanece como único desde la eternidad y hasta la eternidad (Cf. Salmo 41:13). Sea cual sea el trato que Dios tiene con el hombre (¡incluso en el cielo!), la alabanza es el primer tributo debido de un corazón sincero a su Creador.
Debido al mismo deseo del corazón de Dios, el fuego del Altar jamás debía apagarse (Cf. Levítico. 6:12-13). Los Coros de acción de gracias no cesaban jamás y los sacrificios de alabanza deben ser nuestra respuesta a Dios ahora (Hebreos 13:15) y siempre (Apocalipsis 4, 5). El fuego de la adoración, la acción de gracias, los sacrificios de alabanza, etc…, jamás deben faltar en la Iglesia. De la misma manera que sabemos por la Biblia que el deseo de Dios es inmutable y la razón de nuestra vida es satisfacer Su corazón. ¡Cuánto más debemos hacerlo y proclamarlo, cuando satisfacer Sus deseos es la fuente de nuestra felicidad!
“¡Cuán bienaventurado es el pueblo que sabe lo que es la voz de júbilo!
Andan, Señor, a la luz de tu rostro. En tu nombre se regocijan todo el día,
y por tu justicia son enaltecidos.
Porque Tú eres la gloria de su potencia, y por tu gracia es exaltado nuestro poder” Salmo 89:15-17
2. UN MISMO AMOR: “Amaos como YO os he amado”
Desgraciadamente es una historia demasiado repetida:
El culto de adoración del domingo, junto con la Mesa del Señor, ha sido todo un “éxito” espiritual. Las palabras fueron bien orientadas, y aparentemente el Espíritu de Dios movió todos los hilos para que la congregación saliese contenta y satisfecha espiritualmente. En el camino de vuelta a casa, las cosas ya no van tan bien. Algunas familias recuerdan los defectos de éste y el otro miembro de la congregación, los fallos de aquel que dijo tal cosa, y la mala cara que traía fulanito. ¡Eso sin mencionar los malos cambios que los dirigentes han hecho últimamente en alguna de las pequeñas cosas de nuestro culto!
Pasamos de lo sublime a lo absurdo con una velocidad endiablada (nunca mejor dicho) aunque quizás deberíamos preguntarnos: ¿Es cierto que hemos estado en lo sublime?
“…si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti,
deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano,
y entonces ven y presenta tu ofrenda” Mateo 5:23-24
Venir delante del Altar de Dios implica que esperamos que nuestra ofrenda sea aceptada por El. Para que Dios acepte nuestra adoración, nuestro corazón debe estar limpio no sólo en la relación con el Creador, sino también con nuestros semejantes. La adoración debe estar afirmada en las relaciones correctas entre los miembros del cuerpo. Mirar a los ojos de Dios (figuradamente) con un corazón sincero, implica poder mirar limpiamente los unos en los ojos de los demás: ver a los otros como Dios los ve, y amarlos como Dios los ama. En este sentido, Pablo habla de “discernir el cuerpo de Cristo” ( 1 Corintios 11:17-34). Cuando venimos delante del Señor todos juntos, y nuestras relaciones están dañadas (pecado manifiesto contra Dios y/o contra los demás), nuestro maldad impide que la adoración sea aceptada por Dios. Sólo cuando discernimos el cuerpo de Cristo, y tratamos a los demás con amor viéndolos como parte del cuerpo de nuestro Salvador, y no con el juicio orgulloso de quien se cree con derecho a pasar por encima de todos, podemos presentar nuestra adoración en la Mesa del Señor, correctamente. Y no debemos olvidar que las consecuencias de no hacerlo así, son graves (pueden acarrear la muerte).
La actitud del Señor Jesús en cuanto a su servicio por todos y su continuo tener a los demás en mayor estima, no es sólo un ejemplo, sino un mandamiento sin el cual no podemos ser verdaderos adoradores. Los tres primeros capítulos de la primera carta del apóstol Juan, implican de una manera extraordinaria nuestra relación con Dios y nuestro amor con los demás miembros del cuerpo de Cristo, de tal forma que se hace imposible la una sin el otro. Las palabras son tan claras, que no merece la pena ensuciarlas con un comentario:
“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está aún en tinieblas” 1 Juan 2:9 (7)
Amor y adoración están entrañablemente unidos, porque ambos vienen directamente del corazón de Dios. Es la gracia amorosa de Dios la que extiende su brazo al hombre para que éste disfrute de la relación y el significado como persona que sólo Dios puede darle. La Biblia entera está escrita en base a estos dos conceptos. La actuación de Dios con el hombre está marcada en su manifestación graciosa y perfecta: la persona del Señor Jesucristo, quien se hace hombre para traer a luz (a nuestra luz) el amor perfecto de Dios.
Amor y adoración están entrañablemente unidos, porque ambos serán el eje sobre el que gire nuestra relación con Dios en la eternidad. Pablo narra al final de su glorioso capítulo 13 de I Corintios que el amor en la Iglesia nunca dejará de ser, y la clave de todo el libro del Apocalipsis es el triunfo final del Cordero, y la adoración que TODOS (en los cielos y en la tierra) le deben a El. Si nosotros no estamos acostumbrados a amar aquí a nuestros hermanos, vamos a pasarlo muy mal en el cielo. Si nosotros no disfrutamos aquí de la adoración y la lealtad completa a nuestro REY así como del amor a los hijos del Rey, quizás nos estamos equivocando de destino eterno.
Amor y adoración están entrañablemente unidos, porque todos los ejemplos bíblicos en los que Dios habla, ama, perdona y restaura a sus hijos, lo hace en virtud de su relación con ellos, y no en base a enseñanzas, conocimientos o similares (ni siquiera en base al servicio o el trabajo). Si no hay amor, todo lo demás sobra. Los argumentos se hacen estúpidos. No debemos olvidar que el “conocimiento envanece y el amor edifica” (8). La religión se tiñe de fanatismo integrista; y la música pierde todo su encanto. Dios demanda el amor mutuo como una condición sine qua non para recibir nuestra alabanza. ¡No sólo eso! Dios pide nuestro amor incondicional entre hermanos, para que el evangelio sea algo más que teorías teológicas más o menos bien formuladas.
Deberíamos recordar las enseñanzas de Ef. 5:20 y ss, cuando se nos explica la relación entre Cristo y la Iglesia en términos de la relación marido-mujer. Nos habla del amor y el respeto, para terminar más tarde pidiendo que nos sometamos unos a otros.
Quizá nuestra vida como Iglesia no resistiría una simple lectura de Juan 17…
¿Y lo resistiría mi vida personal?
Lo mejor que podría hacer ahora es dejar aquí este capítulo e ir a buscar mi Biblia.
3. UN MISMO ESPIRITU: La bendición de Dios
En los últimos años Dios ha levantado personas que hablan y escriben sobre la trascendencia de la bendición. Menos mal. Hemos pasado algunos siglos en los que bendecir a Dios y bendecirnos unos a otros no era más que una costumbre olvidada.
No tenemos espacio aquí (9) para expresar todo lo que significa la bendición bíblica, pero partiendo de la base de que es Dios mismo quién primero nos bendice a nosotros, debemos recordar algunas cosas.
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La bendición es parte de un proceso sin final. Dios nos bendice a nosotros, no sólo con sus palabras, sino con su amor, su misericordia, su cuidado, su protección, su ayuda, su misma presencia, etc. La Biblia dice que el deseo de bendición por parte de Dios, no terminará nunca, sino que permanecerá firme por toda la eternidad. La gracia y misericordia de Dios no tienen fin, aún a pesar de nuestros numerosos fallos.
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Nosotros le bendecimos a El por medio de nuestra adoración. El Salmo 103 nos exhorta a bendecir a Dios, y no olvidar NINGUNO de sus beneficios. De nuestra gratitud surge la proclamación de lo que Dios es y de todo lo que hace por nosotros: no sólo lo proclamamos para alabanza a Dios, sino que también lo hacemos para que todos los que nos rodean le conozcan. Esa bendición contínua tiene que ver también con nuestra propia vida (Cf. Salmo 139), porque cuando nuestros hechos son agradables al Señor, traemos bendición al mundo y a El, por ser nuestro Padre (Cf. Mateo 5:16, “para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”)
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Bendecimos a los demás y a las cosas creadas por Dios (Núm. 6:23-26), Utilizamos nuestro corazón y nuestras palabras para expresar la belleza de todo lo que Dios ha hecho, de la misma manera que bendecimos a los demás no sólo con palabras, sino también con hechos. Algo grandioso es que Dios promete bendición cuando nos bendecimos mutuamente. El deseo del último versículo de este texto en Números es realmente hermoso y es el mejor deseo que podemos expresar hacia otra persona: “Que Dios haga resplandecer su rostro sobre Ti”.
Todos, individualmente y como pueblo, bendecimos a Dios, con lo que recibimos nuevamente de El bendiciones para nuestra vida.
“El Señor se ha acordado de nosotros, El nos bendecirá
Bendecirá a la casa de Israel . . . bendecirá a los que temen al Señor . . .
Benditos seáis del Señor, que hizo los cielos y la tierra . . .
Nosotros bendeciremos al Señor desde ahora y para siempre, ¡Aleluya!”
Salmo 115: 12, 15, 18
La bendición es un estilo de vida, un círculo que jamás se cierra. Debemos aprender a bendecir a todos, cada momento del día. Es muy sencillo: un gesto, una palabra de agradecimiento, un sincero interés en las vidas de los demás, un apoyo mutuo. Llenamos de gozo los lugares en los que estamos si bendecimos a los demás, porque llevamos con nosotros la presencia de Dios. ¡Y eso no es cualquier cosa! Cuando entramos en cualquier lugar, el Espíritu de Dios arde en deseos de manifestarse en bendiciones para todos, y nosotros. ¿Se lo permitimos? ¡Desgraciadamente, en muchas ocasiones lo contristamos!
Tampoco debemos olvidar que la bendición es parte de nuestra vida normal, porque bendicir a Dios y a otros es participar en el espíritu de la adoración. Cuando hacemos bien nuestro trabajo, estamos adorando a Dios. Cuando nos esforzamos en que nuestras obras (las consideremos importantes o no) estén bien hechas, bendecimos y glorificamos a nuestro Creador. Esa fue la gran lección que aprendió Teresa de Ávila cuando afirmaba que “Dios estaba entre los pucheros”. Todo lo que glorifica a Dios le adora. Todo lo que hago de corazón, poniendo mi mirada en Aquel a quién amo, llena de bendición mi vida y la vida de los demás.
En ese sentido, nuestra vida es completamente nueva a cada momento, y debo aprender a vivirla con entusiasmo. Y desde luego sin aburrimiento, porque Dios ha hecho cada día diferente. Cuando aprendo a bendecir a Dios en cada momento, y con cada trabajo… Dios me bendice con Su presencia.
Por eso jamás debemos olvidar que nuestra vida puede ser una bendición o una maldición.
Es muy duro escribir esto, pero jamás debemos olvidar que el Príncipe de los murmuradores es el diablo (Cf. Santiago. 3:9) y muchas veces, parecemos más hijos de el que del mismo Dios. Si maldecimos (o sea, decimos mal de otro) estamos haciendo el trabajo de aquel cuyo nombre es el “calumniador”. Si nuestra vida está llena de amarguras y celos, no reflejamos nada de Aquel que nos salvó. Si nos ocupamos en proclamar los defectos de los demás (que seguro que los tienen, DE LA MISMA MANERA QUE LOS TENEMOS NOSOTROS), jamás podremos hablarles del evangelio o ser una fuente de bendición para ellos. Cuando maldecimos a alguien inmediatamente perdemos todos los derechos de adorar a Dios, y no sólo de adorarle, sino incluso de que nuestra oración llegue a ser respondida (Cf. 1 Pedro 3:7, dónde un problema con la familia pone un estorbo a la oración) y dejamos de ser utilizados por El para ayudar esa persona (¡y para que la misma persona nos ayude a nosotros!). Recuerda: Somos nosotros mismos los que escogemos si queremos bendecir siempre (incluso a los enemigos, Cf. 1 Pedro 3:9) o si queremos ser recordados como calumniadores.
El Espíritu de Dios es un espíritu de bendición. Y en ese Espíritu debo vivir. En ese espíritu debo disfrutar y aprender a solas, en los momentos íntimos de adoración con Dios, y en comunión con los demás. En el mismo Espíritu debemos evangelizar, predicar, hablar y orar, para que nuestras palabras no sean de destrucción (a veces podemos destruir a otros intentando predicar la Palabra de Dios). La plenitud del Espíritu de Dios en una vida llena de bendición para todos, es imprescindible.
4. UN MISMO PROPOSITO: Ayudar a los demás
La bendición debe expresarse siempre prácticamente: bendecir no es decir palabras bonitas y nada más. ¿Nos extraña que las ofrendas (el diezmo, las voluntarias, colectas concretas, necesidades de la obra, etc.) sean colocadas siempre por Dios mismo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, como parte de la adoración? No es bíblico que creamos adorar a Dios cuando nuestro dinero no está en Sus manos. No es cristiano llegar a la presencia de Dios sin preocuparnos por los
demás. (10)
La adoración a Dios tiene un propósito definido y práctico: ayudar a los demás a través de nuestro amor y nuestra bendición. La adoración pierde la grandeza de la presencia de Dios manifestada en medio de su pueblo, cuando se queda en un mero disfrute y entusiasmo personal. El amor deja de llamarse así si no actúa. La bendición es sólo empalagamiento religioso si no trabaja, sufre y corre para prestar su mano y levantar al caído.
Puedes discutir todo lo que quieras, pero bíblicamente hablando NO PODEMOS ADORAR A DIOS sin mirar y ayudar a quien pasa necesidad a nuestro lado. No podemos decir que amamos a Dios si despreciamos a quién necesita nuestra ayuda. No podemos defender la madurez espiritual en base a lo que tenemos o a la posición social que hemos conseguido, porque todas nuestras posesiones son NADA delante de Dios. A El no se le puede comprar. Eso es solamente jugar a ser religioso, y en ese juego ya ha habido demasiados expertos a lo largo de la historia.
Sería un buen ejercicio litúrgico leer el primer capítulo de Isaías al menos una vez cada semana en nuestras Iglesias. Dios odia todas nuestras asambleas solemnes si dejamos morir de hambre al huérfano y al necesitado. Aborrece la adoración que sólo se queda en el orden y la solemnidad y no baja a la desgracia y el dolor del que no tiene nada. Dios jamás llega a comprender que intentemos disfrutar en su presencia porque tenemos los bolsillos llenos, mientras tenemos el corazón duro e insensible hacia los demás… ¡Quizás hacia otros hermanos que están pasando dificultades, mientras seguimos orando “provee para los que no tienen nada que comer”! ¿Por qué no hacemos nosotros algo por ellos? ¡Algunas oraciones son muy fáciles de contestar!
“…vosotros habéis menospreciado al pobre ¿No son los ricos los que os oprimen y personalmente os arrastran a los tribunales? . . . si mostráis favoritismo, cometéis pecado y sois hallados culpables por la ley”
Santiago 2: 6, 9
Incluso es muy difícil para nosotros leer estas cosas. Desde el principio de los tiempos (“El que ayuda al pobre, glorifica a su Creador” Proverbios 14:31 RVA) hasta la doctrina misma del Nuevo Testamento (2 Corintios 9:6 y ss.) las páginas de la Biblia nos enseñan a glorificar a Dios con nuestras posesiones. El mismo Señor Jesús lo proclamó una y mil veces “…en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos , tampoco a mí lo hicisteis.” (Mateo. 25:45). “Ni un sólo vaso de agua quedará sin recompensa”.
¿Recuerdas a los amigos de Job? ¡Vaya ejemplo! Ellos no se preocuparon de dar un vaso de agua a su amigo. No pensaron en cómo consolarle, o qué hacer para que sus horas de sufrimiento no fuesen tan crueles. No se dignaron acariciar el rostro de un amigo que llora. No les preocupó amar, bendecir o ayudar… su único objetivo era dejar bien clara su doctrina y sus ideas. La única razón de su existencia era demostrar que tenían razón. ¡Pobres! ¿De qué sirve que hables perfectamente si no puedes ayudar a nadie? ¿Cómo puede alguien ser feliz con sus ideas teológico-doctrinales si no hay vida en ellas? ¿Cómo puede alguien tener su mente tan cerrada, que no quepa en ella un mínimo acto de cariño por un amigo, y además hermano?
Adorar sin amar, amar sin bendecir, bendecir sin ayudar. ¡Cuántas veces nos quedamos a mitad de camino! Necesitamos urgentemente volver a leer el texto que aprendimos de memoria en primer lugar en nuestra vida, y practicarlo. El ejemplo es supremo, el mejor. Ahora depende de nosotros que todos, creyentes y no creyentes, vean la misma actitud en nuestras vidas, que TODOS nos reconozcan como hijos del Dios al que adoramos.
¿Recuerdas? . . . “De tal manera amó Dios que dió… Juan 3:16
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NOTAS
(1) Todo el cuerpo de Job estaba involucrado en la adoración a Dios, y esto que puede parecer una verdad de Pedro Grullo, tiene su trascendencia. La mayoría de los salmistas desgranaron una a una todas las partes del cuerpo como fuentes de adoración a Dios.
· Alabar a Dios con todo el corazón: Salmo 9:1; 112:7; 63:3; 65:5; 24:4; 17:3…
· Con toda el alma: 108:1; 24:4
· Con el cuerpo, el alma y el espíritu: 103:1 y ss.
· Con los labios: 65:5; 17:1; 40:9; 71:23…
· Con nuestros ojos: 17:2; 25:13
· Con nuestros pies: 17:5;
· Con nuestras manos: 24:4; 26:8; 63:4
· Con los huesos: 35:10
· Con las palabras: 141: 3 y ss
Romanos. 12:1, con la orden de entregarse a Dios como sacrificio vivo, bajo el ejemplo de Abraham e Isaac (Genesis 22:12). Isaac fue sacrificado delante de Dios, aunque no literalmente porque Dios proveyó un cordero para ocupar su lugar. En ese sentido, Isaac podía haber sido tomado como un tipo de un sacrificio vivo. Y aunque todo nuestro ser debe estar involucrado en la adoración, el verdadero orden es el de 1 Tesalonicenses 5.23
1. Lo espiritual
2. Las emociones
3. El cuerpo.
(2) Es uno de los grandes errores del pasado creer que Dios trata a todas las Iglesias de la misma manera y que, por lo tanto, todas deben expresar su amor hacia El de la misma forma. Muchos misioneros, grandes hombres y mujeres de Dios, quisieron imponer las formas de sus respectivos países en los lugares en donde predicaron el evangelio, lo cual es una equivocación inmensa. No sólo las cartas del Nuevo Testamento nos enseñan que cada Iglesia era tratada de distinta manera (no en lo esencial, sino en las formas) sino incluso los mismos mensajes de Dios a las Iglesias (Cf. libro de Apocalipsis) lo certifican así.
De la misma manera, otros en la actualidad quieren imponer un sistema y unas formas en la adoración y la alabanza, iguales para todo el mundo. Siempre el problema es el mismo: no entender el trato de Dios con sus hijos. Cuando nosotros hablamos con
nuestros propios hijos (y ellos con nosotros) disfrutamos de la individualidad de cada uno, y jamás se nos ocurriría ponerle normas comunes para que todos se expresasen, hablasen e incluso nos abrazasen de la misma manera. La base, la relación, el fondo, el cariño es el mismo para todos, pero el trato siempre es diferente. Pocas cosas son tan tristes como encontrar Iglesias perfectamente idénticas en todas sus formas de expresión, quizás por no haber abierto su corazón al contacto diario e íntimo con Dios a través de su palabra en lugar de hacerlo a través de formas impuestas por hombres.
Es uno de los grandes peligros de todos aquellos que estamos al frente de las Iglesias: creer que sólo un tipo de adoración (o formas) es el correcto delante de Dios, y que Dios no escucha (¿?) cualquier otro estilo. Incluso somos capaces de intentar apoyar con la Biblia, aquello que son sólo pensamientos nuestros. Así ha ocurrido a lo largo de la historia que muchos han creado un estilo de adoración (himnos tradicionales) para equipararlo casi a la adoración celestial, y bajo anatema han puesto a todos aquellos que no se sujetan a su mismo estilo. También desde el “otro lado” muchos han defendido un estilo de música y canción, casi “incontrolado” como símbolo de la libertad del Espíritu. Los dos son situaciones gravísimas, y ocasionan problemas gravísimos. La adoración no tiene nada que ver (en primer lugar) con las formas y los estilos, y nadie puede defender un solo estilo como el único. Dios es mucho más grande que eso, y El escucha y ama a todo su pueblo, en todo lugar, con cada cultura propia, con cada forma que sale de un corazón sincero y obediente a El. Sin más condiciones. No existe un sólo párrafo de la Biblia en el que Dios introduzca ideas o preceptos sobre las formas musicales. No son éstas las que hacen nuestra adoración digna delante del Altísimo, sino nuestra propia vida. La Biblia no habla en contra de formas, sino que va directamente a las actitudes.
(3) A lo largo de toda la Biblia, el deseo de Dios de estar cerca de su pueblo, y que éste le busque y le adore se ve expresado siempre como un mandamiento. No sólo es que nos guste estar con el Señor, !El nos lo pide!. En ningún otro lugar encontraremos la sabiduría, ayuda, consuelo y poder como cuando nos congregamos juntos para glorificar a Dios (Cf. 2 Crónicas 31:18; Isaías 24:16; Sofonias 2:1-3…). Todos los salmos están llenos (¡rebosando!) de la abalanza del pueblo reunido delante de su Dios (95:1-2; 68:4;68:24… 105:1 y ss. 116:12). El glorioso mandamiento de estar juntos con el Señor, se ve sublimado por el deseo profundo del corazón (Cf. Salmos 27,42, 84) alabando junto con los demás hermanos en el templo (109; 5:11, 133:1 y muchos otros).
(4) Salmo 47:5 RVA “Dios ha ascendido entre aclamaciones y gritos de trompeta”. En la Biblia, las referencias a la adoración y la alabanza de parte de los ángeles, son numerosas: Salmo 148:1-2, Isaías 6:3; Hebreos 1:6; Apocalipsis 5:8-13; Job 38:6-7
(5) La alabanza en el pueblo de Israel era tomada (figuradamente) como el aposento del trono de Dios. Como nubes de incienso, la adoración tomaba el lugar de la sangre rociada en el Arca. El Arca era la presencia figurada de Dios para el pueblo, de ahí la expresión “venir a Su presencia”. En el libro del Apocalipsis capítulo 19 (los primeros versículos) también se nos menciona como el cielo entero (sus habitantes) adoran a Dios, y esa adoración sube como incienso al Rey de Reyes y Señor de Señores, y vuelve a ser un reflejo de un trono basado en la justicia sí, pero también en el Amor y la gracia de Dios. De esa manera, también en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, la función de los ancianos, seres vivientes, y demás seres en el cielo y la tierra es adorar al que vive por los siglos de los siglos.
(6) Ex. 10:9: Todos debían asistir a la fiesta solemne, incluso se mencionan a los niños de pecho (y no es de extrañar, los Salmos 8 y 9 mencionan que Dios se complace al oír los alabar). Incluso todo el pueblo alababan juntos a Dios por toda la ciudad: Cf. Deuteronomio. 31:13; 2 Crónicas 20:13; Levítico 9:23 y 2 Crónicas 22:27-28
(7) A veces el sentimiento de “aborrecer” a otros es muy claro: odio, envidias, murmuración, amargura, etc., pero otras no lo es tanto, y mucho más cuando hablamos del tema de la adoración colectiva. Uno de los ejemplos más claros que hemos visto en cuanto a cómo aborrecemos a los hermanos tiene que ver con los momentos en los que estamos juntos en la presencia de Dios. Todos conocemos casos así: hemos visto en muchas ocasiones que hay personas que no entienden lo que significa adorar juntos. Su idea de adoración es “hacer-lo-que-ellos-creen-que-se-debe-hacer-y-de-la-manera-que-ellos-quieren”. Cuando en un determinado lugar, otros están adorando al Señor, ellos se quedan callados (a veces sin ni siquiera levantarse o seguir con su voz la canción que todos cantan), sencillamente porque “creen” que las cosas no están hechas de acuerdo a sus “ideas”… Eso sí, cuando llega el momento en que “ellos” tienen la posibilidad de hacer todo a su manera, entonces sí que se enciende el “espíritu” y las cosas cambian. ¡Qué diferente es lo que la Biblia enseña sobre la adoración!. Adorar a Dios es unirse de corazón con el pueblo redimido y elevar la voz unánimes a El ¡Aunque a veces no estemos cien por cien de acuerdo con las formas! ¡Adorar juntos es olvidar cualquier cosa intrascendente para comprometernos en un solo cuerpo y en un solo espíritu!… ¿O es que la unidad sólo es aceptada cuando todos hacen lo que yo digo? ¿Estamos pretendiendo engañarnos a nosotros mismos y a los demás diciendo que la verdadera adoración sólo empieza cuando nosotros “tomamos el mando”? ¿Vivimos tan ciegos por nuestro orgullo que somos capaces de pensar que Dios sólo escucha lo que nosotros hacemos o decimos?… Muchas veces nuestros “juegos” espirituales revelan que nuestro temor a Dios es casi nulo, y que vivimos más en las tinieblas de lo que pensamos.
(8) 1 Corintios 8:1, “Sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece pero el amor edifica”–texto crucial que muchos han olvidado a lo largo de la historia de la Iglesia: la restauración y la amonestación siempre deben ir unidos al amor y la adoración. “Enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos . . . “ Col. 3:16. En la misma dirección están escritos Santiago 4-6 y 1 Pedro 1:5-8, claves en las relaciones entre hermanos. Y lo que es el ejemplo más sublime y más tierno: el mismo Señor Jesús restaurando a Pedro (Juan 21:5-21) no sobre la base de su Palabra, su doctrina o sus principios, sino ¡Sobre la base del amor! Cuando caemos, nada hay más importante que la respuesta más intima a las palabras del Señor dirigidas a cada uno de nosotros: ¿ME AMAS’? ¡Si pudiésemos comprender que sólo la gracia amorosa de Dios puede levantarnos¡ !Tiempo habrá más tarde (cuando estemos restaurados) para hablar de equivocaciones, palabras y principios, y para aprender a no caer otra vez!
(9) Como decimos, no es este un libro dedicado en primer lugar a la bendición, pero no está de más reseñar que en la Biblia es un tema crucial. La bendición tiene que ver con muchas cosas diferentes, situaciones en las que nosotros podemos reflejar el carácter de Dios…
1. Hablar bien (1 Pedro 3:9)
2. Ser amable (Gal. 5:22-23)
3. Animar (1 Tes. 5:11)- Alentar (1 Tes. 4:18)
4. Tener misericordia (Efesios 4:32)
5. Cuidar (Gálatas 6:2)
6. Ayudar (Gálatas 5:13)
7. Dar cariño (Juan 13:34)
8. Abrazar (1 Tes. 5:26)
9. Agradecer (Col. 2:7… “rebosando gratitud”)
10. Interesarse en los demás (1 Tes. 5:15)
11. Apoyar (Efesios 5:21)
12. Aceptar (Romanos 15:7)
13. Poner el corazón (Colosenses 3:17) Emocionarse y entusiasmarse en lo que hacemos
14. Respetarse (Romanos 12:10 “Prefiriéndoos unos a otros”)
15. Pensar bien (Filipenses 4:8)
Explicar cada proceso espiritual nos llevaría mucho tiempo ahora, pero animamos a todos a buscar en la Biblia todo lo que Dios nos enseña en cuanto a este tema.
(10) Quizás algunos puedan decir: “Ya estamos como siempre, hablando de dinero”. ¡Es necesario hacerlo! ¿Qué leemos en la Palabra de Dios? ¿Hemos olvidado que uno de cada siete textos bíblicos tienen que ver directa o indirectamente con el uso del dinero?: Dios nos habla muy claramente en cuanto a nuestro señorío sobre él y con nuestro DEBER de ayudar a otros. Pretender dejar de lado las cuestiones económicas al acercarnos a Dios es despreciar una de las partes más trascendentales de su Palabra. Y de hecho es imposible hacerlo, por cuanto la misma Biblia nos advierte que “Raíz de todos los males es el amor al dinero”.
Usado con permiso de Jaime Fernández y Daniel Hollingsworth, 2009.
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