Agorafobia, el nuevo libro de Junior Zapata
Este es el extracto mas largo que pongo de Agorafobia. Está largo, espero no les aburra.
No creo que es del capítulo mas relevante, pero si uno de los que yo pienso que es mas importante.
Estos son pedazos del capítulo 9 “Mujeres”.
El capítulo comienza con una cita del “profeta” Arjona de su canción “Mujeres”, y luego continúo con mis ideas de por qué creo que la Iglesia debe perderle miedo a las mujeres.
Mucha de nuestra historia, tanto antigua como reciente, está llena de machismo y sexismo. Me resulta inconcebible que la misma iglesia que prohíbe que la mujer ejerza un liderazgo o predique en la congregación, la envíe a las pequeñas aulas de la escuela dominical a dar clases y cuidar a niños y niñas.
Dios no hizo a la mujer para que sirviera al hombre. Si alguien tiene que servir a alguien es el hombre a la mujer. Dios hizo a la mujer porque el hombre estaba incompleto. El hombre iba a necesitar ayuda para realizar la tarea que le había sido encomendada en esta tierra, necesitaba una ayuda, no una sirvienta.
La mujer tiene un lugar de igualdad a la par del hombre. El hombre, especialmente el «macho» latinoamericano, ha bebido la teología occidental escrita en una cultura en la que el hombre era el líder, el único líder.
Sin embargo, ejemplo tras ejemplo en la Biblia, Dios grita acerca de la igualdad de la mujer y su capacidad para liderar, enseñar, pastorear y hacer cualquier otra cosa que el hombre haga, en particular cuando el representante masculino está ausente o resulta inepto para ello.
Dios usó la figura de una mujer para describir a la iglesia, no la de un hombre. Él la corona con una gloria que no le da al hombre. Dios le dio a la mujer una majestad grandiosa de la que privó al varón.
La escritora Isabel Allende, enojada ante el machismo latinoamericano, afirma: «Es mejor ser hombre que mujer, porque hasta el hombre más miserable tiene una mujer a la cual mandar». Es su opinión, cierto, pero sé que suena duro y pesado a nuestros oídos.
A veces han sido las mismas mujeres las que desafortunadamente han permitido que este paradigma viviera cómodamente en sus mentes y corazones. Le enseñan este estilo de vida a sus hijas y sus discípulas: «Sírvele a tu hermano m’hija». «Tu hermano tiene que ir al estadio, tú te quedas conmigo a hacer la limpieza». «Nosotras, las mujeres y las jovencitas, vamos a preparar la comida y servirla para la cena misionera» … , y otras aberraciones por el estilo.
Jesús tiró a la basura siglos de tradición y costumbres acerca de la posición de la mujer en la sociedad, y para nosotros hoy, en cuanto la posición de la mujer en la iglesia.
Jesús prácticamente preguntó: «¿Dónde está el hombre?» cuando le llevaron a la mujer sorprendida en adulterio en Juan 8. Como siempre, el adulterio era castigado en la mujer y no en el varón. Hoy sigue pasando lo mismo en la iglesia. Una pareja de jóvenes novios tienen relaciones sexuales y ella queda embarazada. Culturalmente, la vergüenza es para ella, no para él. En la iglesia, el castigo es para ella no para él; a ella no la dejan casarse de blanco, pero a él sí lo dejan casarse con su mejor traje, lo cual raya en la hipocresía.
En Betania, Jesús dejó que María se sentara a sus pies. Eso rompía con toda estructura eclesiástica, con todo protocolo de orden y toda la cultura contemporánea. Las mujeres no podían estar en la «sala» en la que Jesús estaba y mucho menos sentarse como «uno de sus discípulos» a los pies del Señor. Jesús le concedió a esta mujer su lugar de igualdad al nivel de los que pronto serían llamados apóstoles.
Y a la mujer que rompió el frasco de alabastro, Jesús no solo la elevó a un nivel de igualdad con todos sus discípulos, sino con todos los líderes y pastores de hoy en día, al declarar que en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo de la historia en que el evangelio se predicara, ella sería recordada.
No se menciona ni una vez a alguna mujer que haya negado a Jesús. Fue un hombre, y para colmo, un apóstol, uno de los principales líderes de la iglesia.
Ese viernes santo, cuando llevaba sobre sus hombros la cruz de la que pendería, Jesús fue abandonado por la mayoría de sus discípulos varones. Se menciona que estaba Juan, pero nadie más. Sin embargo, la Biblia y la tradición oral afirman que «muchas» mujeres lo acompañaron. ¿Dónde estaban los hombres?
El día en que Jesús resucitó, rompió con la corriente cultural, religiosa y política de la época. También arremetió contra la cultura machista de nuestros días al presentarse primero a las mujeres. Se les apareció en primer lugar a las mujeres que valientemente salieron a buscarlo, y recién después, al montón de hombres que llenos de miedo se encontraban encerrados en una casa.
Por aquellos días las mujeres eran objetos, constituían meramente posesiones. El testimonio de una mujer no era válido en la iglesia ni en el gobierno, no resultaba fidedigno en una corte legal. Jesús igualó el estado de las mujeres al de los hombres al presentarse resucitado ante ellas primero. Él las honró más de lo que había honrado a los hombres. Validó el testimonio público de una mujer con su propia resurrección.
Cuando se habla de los cinco ministerios y de tantas otras «revelaciones» que Dios dio, siempre se utiliza el «orden» en que las cosas están escritas en la Biblia como indicativo de importancia. Por ejemplo, primero vienen los apóstoles y por último los maestros. Entonces deberíamos evaluar por qué Jesús se mostró primero a las mujeres y en último término a los hombres. Eso debería tener un impacto en la estructura de autoridad, liderazgo y enseñanza que tenemos hoy en la iglesia.
¿Cómo es posible que la mujer sea heredera también de la promesa según Gálatas 3 y no sea capaz de enseñar en un púlpito y tener liderazgo o ejercer el pastorado?
Los hombres vamos a tener que quitar de la Biblia esos versos de Gálatas, porque van en contra de nuestra doctrina.
Ningún líder religioso en la historia ha honrado a la mujer como lo hizo Jesús. Ninguna deidad inventada por la imaginación del hombre le otorga a la mujer el lugar que Dios le da. Lástima que su iglesia muchas veces no tenga la misma opinión.
Mientras que como iglesia marginemos a la mujer, el mundo en que vivimos nos verá como sexistas. ¿Quién va a querer acercarse a un Dios que tiene seguidores hombres que ven a la mujer como igual siempre y cuando no predique, no dirija y no pastoree?
El movimiento feminista que le dio a la mujer el derecho a votar en una democracia y a tener acceso a los mismos servicios que el hombre en el trabajo y el gobierno, comenzó con mujeres cristianas evangélicas. Si la mujer puede dirigir un movimiento tan justo e importante para la humanidad como este, ¿por qué no puede hacer lo mismo hoy en la iglesia?
El mundo sería mejor si dejáramos salir a las mujeres de las escuelas dominicales, si les permitiéramos algo más que solo servir durante las comidas o danzar en la alabanza.
Si las mujeres son lo suficiente buenas como para danzar, ¿no lo serán para dirigir? Si son lo suficiente buenas como para dar clases en la escuela dominical, ¿no lo serán para predicar? Si son lo suficiente buenas para servir la comida, ¿no lo serán para traer la comida espiritual y enseñar a la congregación?
El mundo sería mejor si les levantáramos escenarios y púlpitos a aquellas que criando hijos ciertamente pueden
formar y liderar generaciones.
La iglesia no debe fomentar el liderazgo de la mujer como si fuera un apéndice del hombre, sino dándole el lugar que tiene: ser una compañera que nos ayuda en la tarea de transformar la cultura.
Como siempre, el «mundo» va adelante. Es increíble que en nuestros países existan mujeres que son electas presidentas y directoras de empresas multinacionales, pero no contemos con mujeres que dirijan la alabanza ante multitudes o le prediquen a las masas. Siempre son hombres los que dirigen los cantos y predican en los eventos multitudinarios; no nos atrevemos a darles la oportunidad a las mujeres. ¡Qué cerrados somos!
Luego, cuando la cultura nos llama retrógrados, nos enojamos. Pero la cultura está haciendo un juicio basada en lo que ve; y por lo que se ve, no hemos avanzado para brindarle un espacio de igualdad a la mujer.
Por supuesto, al hablar de igualdad no estoy hablando de las responsabilidades dispuestas por Dios. Sin embargo, cuando el género al que se le dio la responsabilidad está ausente o muestra mediocridad, resulta obvio que el otro género debe tomar ese lugar.
El feminismo llama a las mujeres a parecerse a los hombres, pero desde el principio, en Génesis, la Biblia llama a las mujeres a parecerse a Dios, un nivel más alto.
Tener la responsabilidad de dirigir es una cosa; no permitir que lo haga una mujer sencillamente porque es mujer es una injusticia y está descrito como pecado.
Si los hombres en el liderazgo tomamos nuestro verdadero lugar de hombres, no nos preocuparemos por el lugar que tenga la mujer, aun cuando en algunas circunstancias ella lidere sobre nosotros. Al fin de cuentas, si de veras somos los líderes que decimos ser, tendremos la humildad de entender estos conceptos.
Si en verdad somos líderes, lo que nos va a interesar es que el Reino avance. Si sucede gracias al estrógeno o a la testosterona, nos resultará irrelevante. Es el Reino lo que importa.
Sacado de http://percynina.wordpress.com/2009/05/04/agorafobia-el-nuevo-libro-de-junior-zapata/#more-289. Usado con permiso.
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