En un artículo anterior abordamos el tema de las misiones y la iglesia nacional dejando en el tintero la relación del misionero en la iglesia local. Si bien es importante que una misión se relacione con la iglesia nacional, igual de importante es la relación que el misionero tiene con la iglesia local. Ahora bien, hay que entender de entrada que no siempre es práctico que el misionero se relacione con una iglesia local, sencillamente por razones de distancia geográfica dada la labor de naturaleza pionera del misionero. Sin embargo, siempre que sea posible, todos pueden beneficiar de una relación en la que haya un respeto mutuo y cuya finalidad es el avance del Reino de nuestro Dios.
Habiendo dicho este quiero tocar en este artículo breve el ¿por qué? y el ¿cómo? de esa relación y lo voy a tratar siempre en el contexto del misionero trabajando en obra nueva. En el mundo de las misiones hoy día hay un buen número de misioneros ministrando en otros ámbitos que no sean directamente el de la fundación de nuevas congregaciones. Ese misionero, digamos de apoyo que realiza otro tipo de ministerio, sea administración de su misión, enseñanza en un seminario, o cualquier otro ministerio que apoye el levantamiento de nuevas iglesias, debe hacerse miembro de una iglesia local y participar como se esperaría de cualquier otro miembro de la iglesia si no más. Siempre debe ser un miembro modelo sirviendo de ejemplo a los demás miembros. En este contexto, el misionero siempre debe someterse a la autoridad de la iglesia como todos los miembros. No se debe ir por libre ni considerarse por encima de la autoridad de esa iglesia sino, someterse en cuanto a la doctrina y las enseñanzas de la iglesia y colaborar en los varios ministerios según su capacidad y sus dones. En ningún momento debe enfrentarse con el liderazgo de la iglesia. Si surgieran diferencias de tal importancia que el misionero creyera que no podía seguir en esa iglesia, debe buscar la forma más “diplomática” para abandonar la iglesia sin causar divisiones y siempre buscando el bien de la obra en general.
Pues bien, ¿por qué se debe relacionar el misionero con una iglesia local? Yo diría que hay dos razones básicas: por el bien del misionero, y por el bien de la nueva obra que se está estableciendo. Muy sabido es que el misionero históricamente es muy independiente. Por un lado esto es positivo puesto que la labor misionera requiere personas decididas y confiadas. Pero por el lado negativo con frecuencia el misionero no tiene nadie a quien rendir cuentas en cuanto a su tiempo ni en cuanto a su trabajo. Con demasiada frecuencia nos llegan historias de misioneros que a cuenta de los que les apoyan malgastan su tiempo y presentan una pobre imagen a las iglesias y a la comunidad en general. Esto desde luego no es positivo. El misionero vinculado a una iglesia debe rendir cuentas a esa iglesia y a su consejo de ancianos. Incluso, creo conveniente que el misionero, sobre todo si es recién llegado a España, pase un tiempo en la iglesia, observando, sirviendo, ayudando, y aprendiendo pero siempre sin usurpar la responsabilidad de otros miembros de la congregación. Esto le da la oportunidad de comprender cómo funciona la iglesia y también da al liderazgo de la iglesia un entendimiento más profundo del misionero, sus dones y la aportación que puede tener en la obra nueva y en general asienta una buena base para una relación de colaboración.
Por supuesto, también hay que tener en cuenta el tipo de relación que se acuerde entre el misionero y la iglesia. Por ejemplo, si la nueva obra es iniciativa de la iglesia, el misionero debe someterse a la directiva de la iglesia y adaptarse a los planes que precisa para la nueva obra. Se espera que el misionero tenga aportaciones importantes y evidentemente tendría más tiempo disponible para la obra y así debe rendir cuentas del manejo ese tiempo. La iglesia debe marcar las pautas e incluso, podría ponerse de acuerdo con el misionero en una descripción de trabajo teniendo en cuenta los dones y capacidades de él. Desde luego en este caso, la iglesia debe tener muy claro el proyecto que quiere realizar y los planes a seguir (estrategia, filosofía de ministerio, etc.). Demasiadas veces el misionero trabaja más o menos por su cuenta sin que la iglesia sepa en qué dirección va con la obra. El misionero debe presentar informes con regularidad y recibir consejos constructivos de los ancianos de la iglesia en cuanto a su trabajo.
Por otro lado, si la iniciativa de la nueva obra viene de parte del misionero o de su misión, el proyecto debe ser presentado a la iglesia incluso antes de establecer una relación con la iglesia a no ser que el proyecto no coincide con la visión de la iglesia. Una vez aceptado el proyecto, nuevamente la comunicación debe jugar un papel importantísimo en el desarrollo del trabajo. La iglesia tiene derecho a presentar sugerencias, pero si el misionero y la misión son los propulsores del proyecto, deben tener libertad para llevar a cabo su desarrollo sin que la iglesia obstaculice su marcha. Cualquier cambio sobre el proyecto inicial debe ser presentado a la iglesia para su visto bueno. Sea cual sea la naturaleza de la relación que se establezca, una comunicación abierta y franca debe ser primordial en todo momento.
En segundo lugar, la relación del misionero con una iglesia local es buena para la nueva congregación que se está estableciendo. Desde el primer momento los nuevos convertidos verán que el misionero se relaciona con una iglesia y les sirve de estimulo para que hagan lo mismo. La iglesia “madre” sirve de ejemplo en todos los sentidos para la nueva iglesia y además, siente algo de responsabilidad por el nuevo grupo dando oportunidades a los miembros para ministrar y colaborar desde los inicios de la nueva obra. Y por último, en el caso de que el misionero tuviera que ausentarse, la nueva iglesia ya tendría un vínculo natural con la iglesia “madre”.
El ¿cómo? de esa relación da mucho que hablar. De entrada, debe haber por parte de ambos un profundo deseo de colaboración fundamentado en un claro compromiso al avance del evangelio. O sea, un objetivo común todo lo detallado que se pueda. Todos sabemos que el trabajo en equipo no es nada fácil y requiere muchísimo trabajo. Ya hemos mencionado la necesidad de asentar las bases con un entendimiento mutuo. No es suficiente el querer abrir obra nueva. De ese entendimiento debe radicar un respeto mutuo basado en una actitud de humildad. Si hay un forcejeo desde el principio en quién está al mando, mejor no empezar. El “quién manda” debe quedar claro desde el primer momento. Por eso, creo que esa fase de “noviazgo” en la que se va forjando ese entendimiento y respeto es fundamental.
Reitero nuevamente la necesidad de una comunicación completamente transparente además de consecuente en todos los niveles incluyendo lo personal. Si se limita la comunicación a aspectos de la obra sin abordar lo personal, la relación quedará coja puesto que el trabajo de uno está altamente arraigado en su personalidad. Si no existe una buena relación personal entre el misionero y los colaboradores (es decir, el pastor y los ancianos e incluso hasta con los miembros de la iglesia), la relación “laboral” tampoco llegará a una profundidad importante, lo cual decididamente perjudicará la obra.
Los que nos relacionamos con personas (o sea, ¡todos!) entendemos que es tarea dura. Y con frecuencia podemos preguntarnos si realmente vale la pena todo el esfuerzo que se requiere para forjar una relación entre el misionero y una iglesia local. De ahí es imprescindible mantener en perspectiva que la obra no depende de nosotros sino de El quien nos lo encomendó desde el principio, la cabeza de la iglesia, Jesucristo. No hay que tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio. Somos vasos en las manos del Todopoderoso. Por supuesto, la obra que Dios nos ha encargado es de suma importancia y a la medida que dependemos de El, podemos colaborar juntos, con humildad, todo con el fin de avanzar el reino de Dios y glorificarle a El. Que así sea.
Donaldo Cabeen trabaja en España con LA Misión TEAM.
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