DIOS NO CREE EN LOS ATEOS
Vivimos en una época en que ya no se puede dar por sentado la existencia de Dios. Para la mente moderna, que nace con el desarrollo de la ciencia y la Ilustración en el siglo XVIII, creer en Dios es resultado de la ignorancia y la superstición. La postmodernidad ve sin embargo la fe como una opción para aquellos que no pueden soportar la idea de vivir en un universo impersonal, regido simplemente por las leyes naturales. Muchos consideran que la ciencia ha progresado tanto, que es capaz de explicar la vida y el universo sin referencia a Dios alguno. ¿Descansa por lo tanto nuestra fe solamente en emociones?, ¿o hay una base racional para creer en Dios, a la luz del mundo que nos rodea?
Según la Biblia, Dios no cree en los ateos. El apóstol Pablo dice que “las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Negar por lo tanto la existencia del Creador, no es una señal de inteligencia en la Biblia, si no de todo lo contrario. “El necio dice en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1; 53:1). Si el hombre no cree en Dios, no es a causa del pensamiento científico o el desarrollo tecnológico, que acompaña la mente moderna.
El ateísmo es un problema moral, no intelectual. No es que no tengamos suficientes argumentos para creer en Dios. Es que no nos conviene que Dios exista. Es por eso que la mayor parte de los ateos entienden mejor las implicaciones de la fe, que muchos cristianos. Saben que es una cuestión de autoridad. Se trata de servir a Alguien. Algo a lo que no están dispuestos en manera alguna. No quieren que Alguien les diga lo que tienen que hacer. Ellos quieren pensar y hacer lo que les dé la gana.
Nosotros sin embargo tenemos que dar razón de nuestra fe (1 Pedro 3:15). No podemos creer simplemente a causa de nuestros sentimientos. Tiene que haber un fundamento para nuestra fe. Encontramos esa base en el Libro que llamamos la Biblia, por la obra del Espíritu Santo. Hay sin embargo otro Libro, por el que podemos conocer a Dios: el que la Confesión de Fe belga llama el Libro de la Naturaleza. El mundo en ese sentido, es “para nuestros ojos como un hermoso libro en el que todas las criaturas, grandes y pequeñas, son cual caracteres que nos dan a contemplar las cosas invisibles de Dios, a saber su eterno poder y deidad”.
¿SOMOS PRODUCTOS DEL AZAR?
Desde que somos niños, cuando vemos algo extraordinario, preguntamos: ¿Quién ha hecho esto? No se nos ocurre pensar que eso ha aparecido por casualidad. Entendemos que hay un Creador de todo lo que vemos. ¡Pensemos si no un poco! Supongamos que algo existe. Es cierto que algunos creen que la realidad es una ilusión, pero la mayor parte de la gente creemos que algo existe. Además si todo es ilusión, la ilusión sería también una ilusión. Por lo tanto esa gente no existe, ya que nada existe. Así que limitemos nuestro argumentos a las personas que realmente existen…
Si algo existe ahora, tiene que haber existido siempre, ¿por qué? Si algo existe, sólo se puede decir tres cosas sobre ello: Es eterno, lo ha creado Alguien que es eterno, o se ha creado a sí mismo. No hay otra opción. Las dos primeras es evidente que nos llevan a la idea de Dios, pero ¿qué ocurre con la tercera? Es una afirmación que parece negar la realidad de un Dios Creador. En los primeros días de la revolución científica, algunos escépticos franceses hablaban de la existencia del universo por generación espontánea. Esa idea ha sido hoy cambiada por el concepto de azar. Hoy se dice que si algo viene de la nada tiene que ser por azar, pero ¿qué es el azar?
El azar es algo que ocurre como resultado de algo desconocido o imprevisto. Es una relación matemática de factores. El azar nos habla de posibilidades a la luz de una multitud de variables, pero el azar en sí no tiene poder para producir nada. ¡Porque no es nada! No es una cosa, ni un ser. Es una abstracción matemática, que no existe realmente. No es nada. Y como tal, no puede producir nada.
Para que algo se creara a sí mismo, tenía que existir primero, para poder crearlo. Tendría que existir, antes de poder existir, para dar lugar a su existencia. Para que algo se creé a sí mismo, tiene que ser y no ser al mismo tiempo. Lo que es una auténtica contradicción. Nada puede existir y no existir al mismo tiempo. Podemos decir que no sabemos cómo el universo se formó. Pudo ser de diferentes maneras, pero no por azar, porque el azar no es ninguna causa.
Abandonar la idea de Dios por lo tanto, para mantener que hemos sido originados por azar, es un auténtico suicidio intelectual. Es una idea muy popular, pero insostenible ante la más mínima crítica racional. Por lo tanto si algo existe, tiene que ser creado o ser eterno en sí mismo. ¿Creó entonces la materia los cielos y la tierra? El problema aquí es la materia.
¿HEMOS SIDO CREADOS POR LA MATERIA?
Todas las características de la materia indican que es algo dependiente. Cambia, crece y manifiesta una contingencia incompatible con cualquier noción de eternidad. Algunos han pensado que es una parte especial, que todavía no conocemos del universo material, la que es eterna. Habría entonces una parte trascendente de la materia. Otros hablan de un universo en proceso, la antigua idea de una serie infinita de causas finitas. En esa serie infinita, no ven lugar para una causa primera. El problema es que estamos ante una clara infracción del principio de no contradicción. Para que algo se origine a sí mismo, tiene que existir y no existir al mismo tiempo. Lo que es imposible.
Alguno dirá, pero ¿no enseña el cristianismo que Dios creó el mundo de la nada? Si Dios creó algo de nada, ¿por qué no puede crearse el universo de la nada? ¡Porque de la nada, no viene nada! Hace falta una causa eficiente, un Ser eterno, para poder crear de la nada. Por esa ley de causa y efecto, ¿no se puede decir lo mismo de Dios? Si todo
tiene que tener una causa, ¿por que no hablamos de la causa de Dios? Porque Dios no es un efecto, para necesitar una causa. Él no tiene causa, porque es eterno y suficiente. No es efecto de nada, ni de nadie.
¿No puede haber entonces una fuerza impersonal, eterna y autosuficiente, que algunos llamen Dios, y otros Energía?, ¿no puede ser esa serie infinita?, ¿una vida que produce vida? Si la vida es un efecto, tiene que tener una causa. Si la materia no tiene vida, no puede producir vida. Nada que no sea inteligente, puede producir inteligencia. Eso nos lleva a la idea de propósito. ¿Puede haber un propósito por accidente?, ¿una intención no intencionada? Si no hay propósito para el propósito, entonces el propósito no es realmente propósito.
Toda la realidad natural apunta a un diseño. Y el diseño apunta a un Creador. Sin diseño no puede haber ciencia. Incluso el evolucionista necesita cierto tipo de diseño para explicar su teoría de la evolución. La vida tiene por lo tanto significado. No podemos decir que el hombre viene de la nada, y no va a ninguna parte, y al mismo tiempo pretender que la vida tiene sentido. ¿En qué consisten los derechos del hombre, si la vida no tiene significado? Si no existe Dios, ¿por qué importa el hombre? Sin Dios, el hombre no puede hablar de dignidad.
HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA CREACIÓN
Si la Creación tiene significado, no debemos ver el mundo como un decorado. No es simplemente el trasfondo del gran drama del hombre y su historia. La Creación tiene valor por sí misma. No es sólo un medio, con el hombre como protagonista. De esa forma el mundo se convierte en un teatro, en el que nosotros somos los actores. La teología moderna ha creado una falsa contradicción entre la Naturaleza y la Historia. Tenemos que aprender a deletrear este Libro, en el que todas las criaturas son signos que muestran el poder eterno de Dios.
Todas las criaturas nos hablan de Dios a su manera. Un Dios que no necesita al hombre para glorificarse, como dice el Salmo 50. La Creación no es el telón de fondo de la Historia. No podemos hacer de la Naturaleza un dios, pero tampoco podemos hacer un dios de la Historia. Tanto la Naturaleza como la Historia, provienen de la mano de Dios. Forman parte de su Creación, preservada y gobernada por Dios.
No es casualidad que la Biblia empieza por la Creación. El Dios Creador es quien dirige la Historia. Y lo hace por medio de Cristo, no sólo para la salvación del hombre, si no para la liberación de toda la Creación. “Porque la creación misma fue sujetada a vanidad”, pero “será libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ro. 8:20 ss.). La nueva creación no es una creación totalmente diferente, sino una recreación de la primera, puesto que Dios no abandona la obra de sus manos.
Si todas las criaturas son letras de este Libro por el que Dios se da a conocer, nuestra actitud hacía la Creación no puede ser de indiferencia. Somos responsables del mundo. No podemos hacer lo queramos con esta tierra. La tenemos que guardar y tratar con cuidado. No podemos utilizarla, como si fuera sólo para nosotros.
Eso no significa que el mundo sea algo divino. Cuando hablamos de la Madre Naturaleza, hacemos un dios de la Creación. Caemos por lo tanto en la idolatría. No podemos adorar a las criaturas (Ro. 1:23), ya que sobre esto se revela la ira de Dios. Este Libro nos habla sobre Dios. No es parte de Dios. De otra forma se borra el límite entre el Creador y su Creación. Y no acabamos conociendo a ninguno de los dos.
No podemos despreciar el mundo, como si fuera un mero instrumento humano, o un telón de fondo para su historia. Pero tampoco podemos adorarlo, como si fuera un dios al que tenemos que servir. La Creación tiene un propósito, pero éste no es el hombre y su historia, si no Dios y su gloria. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas” (Ro. 11:36). Ese es el propósito por el que hemos sido creados.
La Creación misma está llena de la gloria de Dios (Sal. 8:1). Y el Señor lleva a su Creación en la Historia, a la revelación perfecta de su gloria. Entonces vivirá el lobo con el cordero, el leopardo con el cabrito, y el niño jugará con la víbora, “porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Is. 11:9). La salvación de la Creación no está en darle a ella la gloria que sólo a Dios le pertenece. Aprendamos a deletrear las letras de este Libro con cuidado y respeto, ¡para hacer cada vez más grande el nombre de Dios!
Usado con permiso.
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