Testimonio Personal
de Juan Francisco Rodríguez Currás
Me crié en una familia cristiana. Tenía sobre 7 años cuando mis padres se convirtieron y, fue la manera de que comenzase a asistir a la Escuela Dominical, junto con mis hermanos, de la Iglesia Evangélica del Ferrol (A Coruña). Fueron pasando los años, me integré en el grupo de jóvenes, participando en muchas actividades como representaciones teatrales, programas navideños, asistencia a conferencias y encuentros juveniles, etc. Tal era mi actividad y dedicación que los ancianos de la iglesia, me preguntaron que porqué no me bautizaba, a lo que contesté, muy sinceramente, que realmente no había aceptado al Señor en mi corazón.
Como tantos jóvenes, comencé a mirar con curiosidad las atracciones mundanas. Junto con mi amigo más íntimo, también de familia de creyentes, empecé a disfrutar de unas motocicletas que nos habíamos comprado hasta que, en una de tantas salidas, mi amigo se mató en un choque contra un camión. Teníamos 16 años. Esto no me desanimó a dejar las motos, pero si me enfrentó a una fuerte crisis espiritual que se resolvió en un alejamiento progresivo de la iglesia y en un peligroso enrolamiento, cada vez más profundo, con las diversiones mundanas que, como frutos deliciosos, se presentaban delante de mí como una atracción novedosa.
La caída en pecado fue vertiginosa, la mente se fue embotando, el único objetivo era que llegase el fin de semana y salir a divertirse con los amigos. Gracias a Dios que por entonces no estaban de moda las drogas fuertes, pero abusábamos del alcohol, fumábamos y las fiestas se sucedían en un desenfreno enloquecido, aunque en muchas de mis reacciones de control se notaban los efectos de la educación que había recibido.
Pasó el tiempo, me casé (con ceremonia “sin misa” en la iglesia católica), tuve dos hijos y las circunstancias del trabajo nos obligaron a trasladarnos a Madrid. En todos esos años siempre rechacé cualquier invitación a asistir a la iglesia y, mi separación fue tal, que por algún tiempo llegué incluso a dudar de la existencia de Dios. Me consideraba ateo.
En mi nueva empresa conocí a un joven, Samuel, que veraneaba en Ferrol y, comentando esto, me enteré que, cuando iba de veraneo, asistía a la misma iglesia de mis padres. El también conoció mi pasado y empezó a hablar conmigo. Mi confusión era bastante grande por aquel entonces, pero mi necesidad espiritual aún lo era más. Tenía muchas dudas, sobre todo a la hora de contestar a las preguntas de mis hijos y sentía atracción por los libros que tocaban temas misteriosos, ovnis, otros tipo ‘Caballo de Troya’, etc. Reconocía que “la sensación de autenticidad” sólo la había sentido en la iglesia evangélica y algo que pesaba en mí, como muestra de esa autenticidad, era la vida y testimonio de mis padres.
El Señor estaba buscándome y utilizó a mi compañero para que yo accediese a tener con él unas conversaciones profundas e interesantísimas. Yo siempre apelaba a la sabiduría y a los conocimientos del hombre de manera que el pasaje que me tocó y me venció fue 1ª Corintios 1:18-21. Accedí a asistir a su iglesia en Vallecas y creo que repetí un par de veces. En una de esas ocasiones me acompañó mi esposa que nunca había estado en una iglesia evangélica.
Me impactó, especialmente, el observar a los asistentes y más en particular, a las personas mayores. En la siguiente visita que nos hicieron mis padres, asistí con ellos a la iglesia que me quedaba más cerca de mi casa: la Iglesia Cristiana Evangélica de Colmenar Viejo, en donde su pastor Salvador Casero y el resto de los miembros, me acogieron con mucho amor y paciencia, tratándome como lo que era: una oveja desvalida y torpe que volvía al redil de la mano del Pastor de los pastores.
En Octubre de 1992 acepté al Señor en la quietud y la soledad de mi cuarto, y en febrero de 1993 bajé a las aguas del bautismo. Durante más de 20 años mis padres y su iglesia habían estado orando por mí y el Señor, a su tiempo, contestó sus oraciones.
Alabado sea su Santo Nombre. Amén.
En Colmenar Viejo (Madrid) a 9 de septiembre de 2005.
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