un montin en Chicago en 1967
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Consejos para activistas callejeros
Esa tarde se había convenido en iniciar una manifestación relámpago en la esquina de 18 de Julio donde desemboca Constituyente, casi enfrente de la Explanada Municipal. Todo consistía en que un grupo de estudiantes convencidos de que estábamos luchando por la causa de los pobres, nos juntáramos en la intersección citada y a la orden de algún líder de juguete nos lanzáramos a la calle a interrumpir el tráfico y repartir algunos volantes con contenido revolucionario. Claro, algunos de nosotros veníamos preparados con bombas Molotov, piedras y algún que otro garrote o barra de hierro, por si cualquier contingencia. Hoy no recuerdo por qué protestábamos. Pudiera ser el presupuesto de la educación, un gesto solidario con un sindicato obrero, o simplemente contra el sistema democrático semicorrupto que imperaba allá lejos y hace tiempo en mi paisito. No era la primera vez que yo participaba en estas actividades. Ya me había hecho ducho en confrontar a las fuerzas del orden (las fuerzas represivas, como las llamábamos imitando la retórica de los políticos de izquierda) y si bien no militaba en ningún grupo rebelde en forma oficial, era conocido entre los revoltosos de turno quienes me habían tomado confianza.
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A las 2:30 de la tarde se dio la orden de comenzar el tumulto y en cuestión de segundos habíamos bloqueado la calle y parado el tráfico, y al mismo tiempo que cantábamos nuestros estribillos de liberación, repartíamos nuestros volantes y emprendíamos una breve marcha de dos o tres cuadras de largo. La idea era hacer todo rápido y dispersarnos antes que un contingente de fuerzas policiales apareciera para reprimir nuestra pequeña hazaña. Las cosas no nos fueron bien. Lamentablemente un policía, un solo policía que estaba de guardia en el banco de la esquina decidió por sí solo lanzarse al medio de la calle, machete en mano, dispuesto a disolver nuestra protesta. Aclaro que en mi país le llamamos machete al palo corto y grueso que cargan los policías, conocido como macana en otros lados.
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Los machetazos de nuestro policía volaban en todas direcciones sin discriminar si le pegaba a hombres o mujeres dentro del grupo. El agente policial era entrado en años, de corta estatura y pasado de peso. No representaba un desafío mayor para el grupo de hombres jóvenes que particiban en la marcha, y efectivamente pasaron pocos segundos antes de que terminara tirado en el suelo. Alguien a quien llamaré “el flaco”, joven conocido en el estudiantado por su inclinación a la violencia nacida de su afiliación anarquista, le había golpeado en el rostro con una Molotov con tal fuerza que la botella se quebró dejando trozos de vidrio incrustados en su cavidad bucal. Y allí yacía la triste figura del agente del orden en medio de la calle, en estado semiinsconciente, sangrando a borbotones y empapado en el combustible de la Molotov. El final de la historia me concedió un rol que considero importante porque me adornó con ribetes de héroe. El flaco trató de prenderle fuego al policía. Le falló el primer cerillo que intentó encender y eso me dio tiempo para correr hasta el lugar. Llegué cuando el flaco frotaba el segundo cerillo y tomándole fuertemente del brazo lo retire de la escena mientras le reprochaba severamente por la barbaridad que estuvo a punto de cometer.
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En esta historia no hubo bajas entre los revoltosos. El pobre policía pagó el precio de su ingenuidad al pensar que por sí solo podría enfrentarse a un grupo de “nobles militantes de izquierda” que luchaban por un “cambio de las estructuras” (eufemismo para “revolución”). La realidad es que los enfrentamientos de los militantes callejeros con las fuerzas de gobierno nunca terminan bien para los activistas anti-establecimiento. Es por ello que quiero expresar una serie de realidades que por lo general escapan a la percepción del militante del asfalto, con la finalidad de ayudarlo a razonar. Comencemos por decir que usted no es a prueba de balas, y que sus pacíficos instrumentos de protesta, palos, piedras, bombas Molotov, miguelitos (púas de alambre para pinchar neumáticos), y canicas para que resbalen los caballos de la represión, son juguetes comparados con las balas. En el caso de que fortuitamente los acontecimientos determinen que algunos individuos de uniforme se vean aislados del resto de su contingente y que usted y sus compañeros intenten usar violencia contra los policías o soldados, tenga la seguridad que puede encontrarse con alguna bala que otra. ¿Por qué? Porque la prioridad del agente del gobierno es llegar vivo y sano a su casa esa noche y no tiene la menor intención de que usted le de unos garrotazos en el lomo, o le desfigure el rostro de una pedrada.
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En vista de lo antedicho, no dejemos de mencionar lo obvio (es necesario porque el héroe que protesta en las calles es estúpido, como lo fui yo en un tiempo), los agentes del orden o de la dictadura (como usted les llama aunque viva en una democracia) están entrenados para reprimir revueltas y para usar armas letales con precisión. Por más que tengan órdenes de usar mesura en su accionar, si sus vidas están en peligro desenfundarán sus armas más rápido que Clint Eastwood en sus películas del lejano oeste. Por eso mi consejo es que no se le ocurra atacarlos en forma personal. Mejor limítese a quemar neumáticos, levantar barricadas, o cualquiera de los otros recursos pacíficos que usted emplea como romper vidrieras, incendiar autos y locales comerciales, tirar pedradas a la distancia, etc. Eso sí, cuando ve que se le acercan los policías en formación detrás de sus escudos, no los enfrente, corra y corra de forma que sus talones le peguen en la nuca, porque si lo alcanzan lo apalearán como nunca en su vida.
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Yo nunca tuve quien me alertara de estas cosas. Dicho sea de paso, nunca vi a ningún ideólogo conocido en una protesta hombro a hombro con la gente de la calle. Prefieren quedarse detrás de su escritorio, en la Sede del Partido o en su asiento del parlamento lanzando sus discursos inflamatorios para consumo de sus títeres callejeros. Nunca les escuché decir que nuestras vidas estaban en peligro y que cesáramos de manifestarnos en las calles. ¿Por qué ese silencio? Porque su accionar en las calles, mi estimado revolucionario, conviene a sus fines. La prensa con sus cámaras capta las imágenes del momento y va creando la atmósfera antigubernamental necesaria para avanzar la causa revolucionaria. Y si en una de esas muere algún revoltoso, mejor aun, tienen un mártir para explotar. ¿Quiere usted ser ese mártir? Siga protestando en las calles. Que quede claro que usted no es una víctima tampoco. Yo he visto a muchos como usted mostrar su fibra infrahumana durante las protestas en mi país. Lo paradójico del caso es que usted piensa que es más noble que el hombre de uniforme que le ponen enfrente, y lo absurdo del caso es que usted piensa que es la reencarnación del Che Guevara y que sus armas medievales son
superiores a las armas de fuego. ¡Vaya uno a entender!
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Por último, a riesgo de ser reiterativo, cuando usted se enfrenta a las fuerzas del orden, no lo hace ante los políticos o los generales, sino contra gente que está bajo sus órdenes y que muy probablemente no tengan nada personal contra usted. Se trata de gente que simplemente quiere volver a sus hogares o sus cuarteles en una sola pieza, y si usted representa la posibilidad de que no lo hagan, le van a disparar. Y lo harán sin que les importe su inclinación política, su boina estilo Che Guevara o lo que Marx escribió acerca del capitalismo. Ellos están interesados en guardar sus propias vidas, tienen armas y saben como usarlas, y les importa un pito sus canciones de protesta, sus emblemas revolucionarios, su causa del momento, sea los campesinos de la sierra, las ballenas embarazadas o los niños de Zumbadamba. Todo lo que les interesa es guardar sus vidas y si usted los ataca al punto de amenazar su integridad física, le van a disparar y lo matarán como ocurre a menudo. Usted tendrá la pasión por su causa imaginada, pero ellos tienen el entrenamiento y las armas. Hágase un favor a sí mismo y váyase a su casa, pero mejor aun, ni siquiera salga a la calle. <>
Tomado de una serie inexistente por ahora y que pretendo llamar, si Dios me da vida, “Memorias Zurdas”.
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