ACÉRCATE A MÍ, SEÑOR
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Esperamos que el Señor te siga bendiciendo en abundancia y estés creciendo para aguantar todo lo que venga y sea lo que sea. (Que tiene que venir y no será poco) Porque tenemos que comprobar por la experiencia eso que dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13) Según nos decía Jorge Rice (un querido hermano) hay alguna versión de la Biblia que termina esa frase de arriba diciendo “interiormente”. Porque Cristo ha venido a nuestra vida cuando le recibimos como nuestro Salvador, y no se ha ido, entonces ¡El está dentro de nosotros! (Gálatas 2:20) por eso dice en otra parte que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.. (1ª Corintios 6:19) Así que no tenemos que ir a Templos Especiales o Tabernáculos de Pieles para experimentar al Señor, ¡El vive en nosotros! A todas las horas del día y de la noche, donde quiera que vayamos y donde quiera que estemos.
¡El está en mí! Puedo gozarme en El, no mentalmente o por pensar mucho lo glorioso que es El y que todo lo puede, (aunque esto tiene valor) sino porque Su vida es mi vida, El es mi fuerza interior, es ese amigo que no me deja, sino que me comunica desde dentro de mí mismo su preciosa realidad, su paz, su gloria.
CRISTO, EL AMIGO DE LOS PECADORES.
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Pero ahí está el choque cuando pienso cómo es posible esto siendo lo que soy… Yo se que El no miente y que lo que dice es cierto, y si dice que vive en mí, es así. ¿Pero cómo puede vivir en mí, siendo lo que soy, un Dios como El, tres veces santo y totalmente puro? ¿Y qué diremos cuando peco, ensuciando más mi mísera vida de por sí? Es verdad que mis entrañas se conmueven de dolor cuando eso pasa… y he deseado profundamente no volver a ofenderle… pero lo he seguido haciendo.
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No es extraño que sintiendo esto mismo dijera Pedro: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lucas 5:8) y eso mismo sentimos nosotros, amamos al Señor, pero nos conocemos, vemos su gloria y hermosura y también nuestra bajeza y podredumbre, y le decimos “No te arrimes Señor, te vas a ensuciar conmigo”, y emprendemos una tarea interminable que no nos lleva a ninguna parte: Tratar de mejorarnos a nosotros mismos para que el Señor se nos pueda acercar. ¿Has comprobado ya que esto es imposible? ¿Estamos al borde de la dureza, del desaliento o de la hipocresía? ¡Que precioso cuando llegamos a entender que Jesucristo vino para juntarse a los pecadores, para vivir en ellos y hacer posible que Su vida en nosotros sea esa victoria soñada! pero para ello tenemos que decirle “Señor, acércate a mí, que soy un hombre pecador”
Puede parecer que esto que escribo es para inconversos y recién nacidos espiritualmente, pero no es sólo para ellos, es también para muchos de nosotros que arrastramos durante años esta batalla que describo en este escrito, y… ojalá que el Señor nos de luz para ver Su gracia y disfrutar la victoria que El ganó para nosotros. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!
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CRISTO, NUESTRO MEDICO.
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Jesús les dijo a los religiosos de su tiempo que “los sanos no tienen necesidad de médico, pero los enfermos sí” Lucas 5:31. Se denominó así mismo como “el médico” Celestial. Como tal tiene que acercarse a los pacientes, mirar y examinar sus enfermedades y sus heridas. Haya lo que haya, sea infección, fiebre, algún hueso roto, él tiene que verlo. Como enfermos tenemos que abrirnos a Su examen, no podemos esconder nada si queremos ser sanados. ¡No debemos temer mostrarnos tal cual somos! Cristo ha mostrado su profunda compasión por nosotros, no podemos pensar que lo nuestro no tiene cura y que es mejor que él no lo vea. El diablo quiere que pensemos así, pero Jesús no. ¿Crees que él no sabe lo que nos pasa? ¿lo ignora o lo desconoce? Pero sí espera que nosotros le digamos voluntariamente: “Señor, acércate a mí, que soy un enfermo”. Déjale que sus ojos penetren en tus tejidos más profundos, en tus problemas más hondos, en tus pecados más ocultos y tortuosos, ¡no se va a asustar! pero si le invitas a entrar en todo eso vas a notar enseguida su obra sanadora.
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La fiebre es la alarma de que hay infección en alguna parte del cuerpo, así que es buena en el sentido de que avisa de un problema grave en nuestro organismo. El médico responsable no se limita a quitar la fiebre, sino que busca la enfermedad que la provoca; Así nuestros fallos: falta de paciencia, irritación, pérdida de control, caídas en la tentación, locuras, desatinos, etc, son también la alarma de un problema más profundo. Cuando creemos que es cuestión de algo más de paciencia y se lo pedimos al Señor, El como médico, sabe que la falta de paciencia es el síntoma de una enfermedad que sólo El conoce y puede sanar, pero espera que se lo p
ermitamos.
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Los Puntos Negros de la carretera son aquellas zonas de circulación que por cruces o desniveles suelen haber accidentes mortales con cierta frecuencia. Así también nosotros tenemos puntos negros en la vida que son aquellos en los que caemos en el pecado de una manera repetida. Solemos pedir al Señor ayuda y fuerzas para vencer, pero fracasamos vez tras vez… el problema no es falta de fuerzas, hay algo más profundo que no vemos, una enfermedad que el Señor tiene que sanar. Tenemos que invitarle a entrar en todo lo feo de ese “Punto Negro” y permitirle que lo sane.
CRISTO, NUESTRO ABOGADO.
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“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. Romanos 8:34.
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“Hijitos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo”. 1ª de Juan 2:1.
¡Cuantas veces me ha consolado saber que Jesucristo es mi abogado! Creo que hemos visto a menudo en TV. a estas personas que aun a sabiendas de que sus defendidos son culpables, ellos piden a toda costa que se les considere inocentes. Es su trabajo, el abogado tiene que defender, y aunque a veces nos sublevamos viendo esas cosas, ellos no pueden portarse de otra manera, si no, ¡serían jueces o fiscales! En otras ocasiones hemos oído la frase: “Llamaré a mi abogado” en el mismo sentido de alguien que nos defiende.
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Un abogado es un defensor por encima de todo, y es cierto que nos parece injusto que a un culpable lo traten de inocente si no lo es; pero ¡qué precioso ver a Jesús como nuestro abogado! El tiene una buena base para defendernos y sacarnos libres: ¡Pagó en la cruz todo lo que debíamos! No va a cometer ninguna injusticia al defendernos, aunque es cierto que somos culpables, El puede presentar delante del Juez del Universo el precio que pagó por nosotros.
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¿Te das cuenta? Cristo ha pagado TODO lo que nosotros debíamos. No importa los años que llevemos desorientados, frustrados, o cayendo en algún pecado tenaz; No importa lo grande que creamos que ha sido nuestra locura ¡O realmente lo sea! Jesús es nuestro abogado, está de nuestra parte y tiene todos los recursos para sacarnos libres e inocentes.
El oficio del Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento, que ahora desempeña el Señor Jesucristo, es lo mismo que Abogado; en Hebreos 5:1-2, nos dice: “Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados, para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados…”
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Se que nuestros extravíos nos hacen sentirnos mal, culpables, y esto nos retrae de acercarnos a Cristo o pensar que él estará gustoso de acercarse a nosotros y nos contentamos con pedirle ayuda desde lejos; pero la Palabra de Dios nos dice estas cosas para que tengamos confianza.
Solo Cristo puede darnos con su cercanía la victoria soñada sobre el pecado que nos hunde, tenemos que aprender que él es el amigo de los pecadores, de los ignorantes y extraviados, y reconociendo que no somos otra cosa, pedirle que se acerque tanto a nosotros, que inunde nuestro ser con su presencia. ¿Es mucho pedir? Cristo está dispuesto a hacerlo.
CRISTO, NUESTRO HUESPED
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Hemos oído que nuestra vida es como una casa con sus diferentes habitaciones y dependencias, y que cuando invitamos a Cristo a venir a ella, debemos abrirle todas las piezas y áreas sin dejar nada cerrado; pero a veces nos pasa como al centurión que pidió a Jesús que sanara a su siervo, a quien Cristo respondió: “Yo iré y le sanaré”, y él le dijo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará” ( Mateo 8:6-7) No voy a mencionar la fe de este hombre que Jesús alaba; sólo quiero comentar la bendición que perdió al no entrar el Señor en su casa. Jesús no tuvo problema para decirle a Zaqueo: “date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa” (Lucas 19:5.) El no tiene problemas para entrar en nuestras vidas y llegar a todos los rincones llevando su luz y sanidad, pero nosotros muchas veces escondemos alguna parte porque nos sentimos indignos… nos da vergüenza. Tenemos que animarnos porque si Cristo no llega allí nosotros mismos no podremos sanarnos, y Cristo no quiere sanarnos desde lejos, sino con su presencia cercana.
Jesucristo tiene que llevar a cabo un trabajo de sanidad espiritual en nuestro ser durante toda la vida. Sólo cuando vayamos a su presencia o cuando El venga y nos lleve con El, dejaremos de sentir los
“coletazos” del Viejo Hombre, entre tanto vivamos lo más pegados a Jesucristo que podamos. Digámosle continuamente que se acerque a nosotros, pues El dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” Juan 15:5.
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CRISTO, NUESTRA GRACIA.
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He encontrado mucho consuelo en su GRACIA, con humildad lo digo, creo que los creyentes también podemos apropiarnos de aquello que dice “donde el pecado abundó sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20) Se que dos versículos más adelante nos habla de no perseverar en el pecado, y así es, pero yo no estoy hablando de perseverar en él, sino de caer.
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Veo que todo lo que El hace es favor inmerecido, toda su relación conmigo es en base a la gracia, por decirlo con crudeza, El nunca espera nada de mí mismo, sabe lo que soy y me conoce mucho mejor que yo a mí mismo. Cuando le digo: “Señor no quiero pecar nunca más para no ofenderte”, yo pienso que puede ser que lo haga, El sabe que no lo voy a hacer. ¡pero no por eso cambia en su disposición hacia mí! (Estoy escribiendo esto y me recuerda a Pedro cuando Jesús le dijo que le negaría aquella triste noche…)
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Hoy, después de cuarenta y cinco años de conocer al Señor, puedo decir que desde que le invité a entrar en mi vida, nunca se ha ido. Ha estado trabajando desde dentro de mí para que Su vida se manifestara, para que comprendiera Su amor, Su gracia, para que viviera contando con Su presencia y sus recursos, para que descansara en El y no llevara yo la carga de la vida. ¡Esto es paciencia!. Estoy empezando a aprender estas cosas, por mucho tiempo he tratado de vivir la vida cristiana en mis fuerzas y recursos, en mi juventud e inteligencia (pero todo esto se está acabando ya, si es que alguna vez lo he tenido) y mi deseo hoy es “que aunque este hombre exterior se va desgastando, el interior se renueve de día en día en el contacto y la comunión con Cristo que vive en mí”. (2ª Cor. 4: 16.)
Feliciano Briones
CURSOS BIBLICOS
Apartado 2.459;
28080 MADRID
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