La Verdad Moral Absoluta
-respuestas a tres creencias-
1. “Mucha gente hoy cree que no existe la verdad moral absoluta”.
La gente no es que crea que no existe la verdad moral absoluta, la gente se lo ha marcado como un objetivo lógico en línea con el principio que impera hoy en el mundo que dice así, más o menos: “Si no tenemos que dar cuentas a Dios de nuestra forma de vivir, ¿por qué tenemos que ser esclavos de las ataduras morales impuestas por la religión en los siglos pasados? ¡Vivamos como nos de la gana, somos libres de hacerlo, disfrutemos al máximo de todo como realmente queramos, que la vida son dos días y muy pronto desapareceremos de este mundo.”
Esta forma de pensar sigue manteniendo el fondo de la tentación de Satanás a nuestros primeros padres: “¿De veras Dios os ha dicho…?” Y podríamos añadir el principio escrito anteriormente: “¡No hombre, no! Eso no es verdad… Vivid y disfrutad de la vida…” etc., etc. En realidad se sigue con el dicho que ya se anunciaba en el libro de Isaías: “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” Pero ante estas palabras el apóstol nos amonesta: “No os dejéis engañar: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. Volved a la sobriedad, como es justo, y no pequéis más, porque algunos tienen ignorancia de Dios.” (1 Co.15:33-34).
Todos estos pensamientos y formas de actuar giran en torno a la nueva escala de valores que impera hoy en día, valores que lentamente y con mucha astucia ha ido imponiendo el príncipe de este mundo con el objetivo fundamental de aumentar la separación entre el hombre y Dios, valores como la permisividad, el individualismo, el hedonismo, están marcando una sociedad que Cristo anunció proféticamente: “Como en aquellos días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento hasta el día en que Noé entró en el arca… así será también la venida del Hijo del Hombre.” (Mt.24:38-39).
2. “El cristianismo sólo existe para mostrar que la gente es mala y cómo ellos pueden vivir una vida mejor.”
Bueno, no va muy desencaminado esto con lo que nos explica el Señor en la epístola a los Romanos: “Por medio de la ley viene el reconocimiento del pecado.” (Ro.3:20) Claro que ya sabemos que el cristianismo es mucho más que eso, pero si podemos afirmar que en la Palabra de Dios se revela la luz que viene del Altísimo, esa luz entra en las tinieblas de este mundo y “descubre” la suciedad y el pecado que el hombre no desea reconocer como tal. Algo así se lee también en el evangelio de Juan: “La luz resplandece en las tinieblas… Aquél era la luz verdadera que alumbra a todo hombre… pero los suyos no le recibieron… los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” Cuando el hombre pecó en el huerto por primera vez, su primera reacción fue esconderse. Cuando el hombre se enfrenta a la Luz que es Cristo, no desea que la verdad le diga lo que tiene que hacer moral y espiritualmente y prefiere mantenerse “entre la corriente” de la multitud, no destacar, no ser señalado por la luz, prefiere seguir la corriente de este mundo, la corriente de la mayoría, la comodidad de ser libre a su manera, de no tener que dar cuentas a nadie, el ser feliz entendiendo ‘el ser feliz’ como el de la búsqueda del placer a toda costa, el divertirse y ahogar con lo que sea la realidad de una vida vana, el cauterizar la conciencia con las palabras engañadoras de Satanás… ¡seréis como dioses!
La Biblia denuncia este estado de corrupción con unas palabras muy duras y directas: “Ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y veneraron y rindieron culto a la creación antes que al Creador ¡quien es bendito para siempre!” (Ro.1:25) ¿No es esto lo que está sucediendo? Se auto convencen de que la Tierra es nuestra “madre”, que todos volvemos a ella formando parte de un ciclo vital, automático, sin más sentido que ese, fruto de la casualidad, guiados por la sabia naturaleza… ¡Veneraron a la creación antes que al Creador! La Biblia viene denunciando siglo tras siglo ¡es verdad! El estado moral y caído del hombre, pero, juntamente con esta denuncia, anuncia también la solución a esta caída en picado: la salvación por medio de la fe en la obra perfecta, amorosa y salvadora de Jesucristo (Jn.3:16).
3. “Pero realmente no hay manera de saber cual sea la religión verdadera y Jesús no es el Hijo del único y verdadero Dios.”
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¿No hay manera de saber o no lo queremos saber? Porque en esta afirmación ya se está dando por hecho que Jesús no es el Hijo de Dios ¿basándonos en qué? ¿Lo hemos estudiado? ¿Hemos analizado las evidencias? ¿Hemos leído la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento y hemos llegado a la conclusión de que ese hombre llamado Jesús era el más mentiroso, el más cínico, el más incoherente y no se cuantas cosas más, que haya pisado esta tierra? Si después de haber estudiado todos los documentos bíblicos y de los estudiosos, hemos llegado a esa conclusión, seguro que tenemos buenos argumentos para no estar seguro de nada, y por eso hemos llegado a la conclusión que como no estamos seguros de nada y no hay una ley moral a la que tengamos que hacer caso, ni un Ser superior al que tengamos que, al menos, respetar porque es Superior, haremos bien en comer, beber, divertirnos y “cauterizar” nuestras conciencias (escritas por Dios en nuestros corazones), porque la vida son dos días y no hay nada más ahí arriba.
El problema es que si analizamos un poquito las evidencias del paso de ese Hombre por la Tierra, veremos que sí hay manera de saber cual es la “religión verdadera”. Así la definía Jesús: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien tú has enviado.” (Jn.17:3). En palabras de Tomás Schutz: “Ningún líder religioso reconocido, ni Moisés, Pablo, Buda, Mahoma, Confucio, etc., ha aseverado ser Dios; eso es, con la excepción de Jesucristo. Cristo es el único líder religioso que ha aseverado ser Dios, y el único individuo que ha logrado convencer a una gran porción de la humanidad de que él es Dios.” Si la gente quiera saber de Dios y de Su Hijo, solamente tienen que pedírselo con sinceridad a Él y podrán comprobar, de primera mano, el sabor de la única Verdad con mayúsculas.
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