¿Cómo se sabe si un cristiano es cristiano?
Yo creo que el único que sabe si una persona es un verdadero cristiano es Dios.
Una persona es un verdadero cristiano si ha sido salvo. La salvación es un regalo de Dios: La encarnación del Hijo de Dios, su muerte en la cruz y su resurrección tenían como finalidad primordial la salvación de la humanidad. “El Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
La persona llega a esta realidad cuando lee la Biblia, la Palabra de Dios: “La fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). Dios le habla a través de la Palabra, la persona reconoce su condición pecaminosa y su situación de enemistad ante Dios que es Santo y no puede tener relación con el pecado, reconoce que Jesucristo le da la posibilidad de ser limpio de su pecado porque ya Él ha pagado su castigo en la cruz, y, si acepta a Jesucristo como su Salvador y Señor de su vida, le pide perdón, lo recibe en su vida voluntariamente y “a todos los que le recibieron, a los que creen en Su Nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). La persona pasa de estar enemistada y alejada de Dios, a ser hijo suyo, comienza a seguir a Cristo, Su Salvador y Ejemplo, Modelo para su vida nueva como discípulo y por eso se le llama “cristiano”.
Si hace este compromiso con sinceridad, arrepintiéndose delante de Dios de corazón, la Biblia dice que el Espíritu Santo (que es Dios), entra a morar en el corazón de esa persona, sellándola como propiedad divina desde el día en que creyó: “En él (Cristo) también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa.” (Efesios 1:13). El Espíritu Santo comienza a obrar en la vida de ese nuevo cristiano: es nuestro consolador, nos instruye, guía y estimula en nuestra nueva vida cristiana, lo cual redunda en “cambios” interiores (nuestra “vida espiritual”) y exteriores (el testimonio que ven los que están a nuestro alrededor), los “frutos” que menciona Mateo 7:20.- “Así que, por sus frutos los conoceréis”.
Dependiendo de la calidad bíblica de estos “frutos”, se deduce si una persona es un “verdadero cristiano”. Ahora bien, ¿quién decide la “calidad”? Pues Dios. ¿Cómo? A través de la Biblia, Su Palabra. “El “nuevo nacimiento” (regeneración) es obra del Espíritu Santo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). La persona en sí misma, la conciencia de identidad, no cambia ni desaparece. La persona sigue siendo la misma con sus anteriores peculiaridades de carácter, temperamento, etc., y con su código genético intacto. Pero algo esencial es modificado. Mediante el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo crea en el creyente una disposición interior nueva, con nuevas percepciones, nuevos anhelos y una orientación espiritual radicalmente nueva. A consecuencia de esto, el creyente se vuelve de espaldas al pecado para mirar a Dios. Aborrece lo que antes amaba y ama lo que antes detestaba. (1) “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5).
Cuando el Señor dice: “Por sus frutos los conoceréis” está indicándonos que si queremos saber si una persona es cristiana o no, miremos su comportamiento, su modo de vida personal, sus obras… ¿Refleja su vida el modelo de Cristo? ¿Se apasiona con la lectura, el estudio y la predicación de la Palabra? Observando cómo viven y para que viven, podemos más o menos saberlo. Como he dicho antes, a nosotros podrán engañarnos; a Dios no.
Uno de los pecados más detectables es el orgullo: ¿Se jacta la persona de que conoce mucho la Biblia, de que es muy fiel, de que su grupo de denominación es el más espiritual, o su iglesia…? Ausencia de humildad… ¡Peligro! Jesús dijo: “Sed mansos y humildes de corazón, como yo”.
Esto sería un ejemplo, pero, evidentemente el conjunto de la obra de una persona habla de ella misma y de si realmente piensa en las cosas del espíritu o en las de la carne. Pero es muy difícil juzgar por la apariencia. A veces, cuando en el Consejo de una Iglesia se elige a un hermano/a para llevar un ministerio, es verdad que se hace en oración y creemos que es el Señor el que la está eligiendo, pero, a veces, podemos equivocarnos por dejarnos llevar por la apariencia. Jesús dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). La Voluntad del Padre es que las personas crean que Jesucristo es el Hijo de Dios, que ha sido enviado al mundo para salvarnos y que Cristo es Dios. La voluntad de Dios es que la persona crea por fe. Y la persona que realmente se ha convertido y tiene al Espíritu Santo en su interior, obedece a Dios, obedece a Su Palabra. Y a partir de esa obediencia, el cambio se hace evidente: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia” (1 Pedro 1:14). Por encima de todo este cambio, está la voluntad de Dios, la cual, en la esfera de la obediencia es su santificación (1 Tesalonicenses 4:3), o, lo que es lo mismo, la separación del mundo para una entrega total a Dios.
El que no entre ni muestre los efectos de esta santidad a la que nos ha llamado Dios, puede que en el día final, tenga que oír las duras palabras de Jesús: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 23).
Bibliografía.
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“Fundamentos Teológicos de la Fe Cristiana” de José Mª Martínez, (pp.253-254).
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