por Ray C. Stedman
La Epístola de Pablo a los Romanos es, sin duda alguna, el documento humano más poderoso que jamás se ha escrito y es oro puro de principio a fin. Este es el libro que encendió un fuego en el corazón de Martin Lutero y dio origen a la Reforma Protestante, cambiando la historia de Europa, además del mundo. Este es el libro que conmovió profundamente a John Wesley, estando sentado en una pequeña capilla en Londres, escuchando el preludio a la Epístola a los Romanos de Lutero. Wesley dijo que su corazón se había sentido especialmente alentado al escuchar la exposición sobre las verdades de la Epístola a los Romanos. Por medio de él se produjo a continuación el gran avivamiento evangélico que salvó a Inglaterra del destino que le aguardó a Francia y frenó la decadencia de la vida inglesa, alterando por completo y una vez más la historia del mundo.
Esta es la epístola que produjo un profundo impacto a Karl Barth, que en nuestros días expuso algunas de las poderosas verdades de esta epístola y logró captar, de ese modo, la atención del mundo teológico, haciendo que alterase su postura de craso y vacío liberalismo del siglo XIX y restauró una gran parte de la verdad en las iglesias europeas. Lo cierto es que millones de vidas han sido drásticamente transformadas leyendo la epístola a los Romanos.
Hubo un tiempo en que una iglesia que conozco en Montana fue considerada como la iglesia más liberal de la ciudad de Great Falls. El pastor estuvo en una ocasión en Chicago y fue a la Iglesia Moody para enterarse de lo que estaban diciendo los fundamentalistas, deseando encontrar algo que criticar. Escuchó al Dr. Ironside predicar sobre el libro de Romanos y le entregó un ejemplar de sus conferencias acerca de Romanos. Este hombre leyó el libro en el tren de regreso a Montana y para cuando llegó a Great Falls era un hombre transformado. Comenzó a proclamar desde el púlpito las verdades del libro de Romanos y la iglesia fue transformada. Así que he tenido la oportunidad de ser testigo de la transformación que se ha producido en una iglesia liberal, convirtiéndose en un testimonio evangélico en espacio de unos pocos años gracias al poder del libro de Romanos.
Espero que al llegar a esta epístola esto sirva para despertar el interés de los lectores. Fue escrita por Pablo a los cristianos que se encontraban en Roma, mientras estaba pasando unos meses en Corinto antes de subir a Jerusalén para llevar la famosa cantidad de dinero que había sido recogida en las iglesias de Asia para los santos necesitados de Jerusalén.
No sabemos cómo empezaría la iglesia en Roma, posiblemente lo hiciesen algunos cristianos que se habrían convertido en Pentecostés y regresarían a la capital. Pablo les estaba escribiendo porque había oído hablar acerca de la fe de ellos y deseaba satisfacerla al máximo, deseando que se basase firmemente en la verdad. Por lo que esta epístola constituye una magnífica explicación del mensaje total del Cristianismo y contiene todas las doctrinas cristianas en alguna forma, además de ser un panorama del maravilloso plan que tiene Dios para la redención del hombre.
Si no tuviésemos en nuestro poder ningún otro libro de la Biblia más que éste, encontraríamos en él todas las enseñanzas cristianas que al menos se mencionan aquí. Si consiguen ustedes captar en profundidad el mensaje del libro de Romanos en su argumento total se sentirán ustedes perfectamente familiarizados con cualquier otra parte de las Escrituras.
En la introducción, que se encuentra en los primeros 17 versículos, Pablo nos escribe acerca de Cristo, sobre los romanos cristianos y acerca de sí mismo. Como en cualquier buena introducción, presenta en ella los principales temas de la epístola. La epístola está realmente dividida en tres partes principales: del capítulo uno al ocho, del nueve al 11, y del 12 al 16. Estas divisiones surgen de modo natural unas de otras.
Como veremos, los primeros ocho capítulos son explicaciones doctrinales acerca de lo que Dios está haciendo con el hombre; su manera de redimir al hombre en todos sus aspectos, es decir, en cuerpo, alma y espíritu. Los capítulos nueve al 11 son un ejemplo para nosotros sobre el tema en la nación de Israel. Y de los capítulos 12 al 16 encontramos la parte práctica sobre cómo se aplican estas poderosas verdades a las situaciones humanas, por lo que el libro abarca todos los aspectos de la vida. Si recuerdan ustedes ese breve bosquejo tendrán la clave del libro de Romanos.
El primer tema principal es acerca de Cristo, porque no hay Cristianismo sin él. El Cristianismo no es un credo, es una vida, una vida que ha de vivirse de nuevo en usted y, por lo tanto, es preciso aprender acerca de Cristo, que es el tema de la epístola y es la nota con la que comienza.
A continuación Pablo escribe acerca de los cristianos romanos porque son exactamente como nosotros. De hecho, este es el problema principal con el que se enfrenta el cristianismo, los seres humanos como usted y como yo. Es lo que eran estos cristianos romanos; son el material básico con el que empieza Dios su obra. Todo lo que esta epístola describe sobre ellos se aplica a nosotros, de igual manera que todo lo que es verdad sobre nosotros es verdad con respecto a ellos. En tercer lugar, Pablo escribe sobre sí mismo porque es el ejemplo de lo que hará Cristo, es la “muestra A, es decir, un ejemplo vivo de la gracia de Dios. Todo esto tiene sencillamente el propósito de hacer visible y dejar claro lo que Dios tiene la intención de hacer en Cristo.
Esta epístola requiere ser tratada como un resumen. Al estudiar ciertos libros de la Biblia he intentado recoger los temas principales, los pensamientos más importantes del libro, a fin de captar la fuerza total del mensaje, pero esta epístola se desarrolla de una manera tan lógica que el mejor modo de exponerla es siguiendo el argumento, sin calentarse la cabeza por causa de los detalles, a fin de que podamos ver la lógica aplastante de la que se vale el apóstol para desarrollar su tema. Cuando hayamos acabado, veremos de qué modo tan magnífico ha captado y nos explica todas las poderosas verdades del Evangelio.
Para comenzar, tenemos en el capítulo uno la afirmación central de la epístola, el Evangelio:
“No me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios…”
¿Quién se avergonzaría del poder de Dios, la mas poderosa fuerza posible en el universo, que opera en el evangelio? Es una fuerza que cambia las vidas, que puede apoderarse de un joven que va a la deriva, que tiene una vida sin propósito, perdido, al que no le importa a dónde se dirige y no tiene ni idea de por qué vive y de repente se produce una transformación en su vida que le da un propósito, un motivo y un impulso, que es como funciona el poder de Dios y ese es precisamente el Evangelio.
“Pues es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, al judío primero y también al griego.” (1:16)
Pablo nos enseñará al ir leyendo, porque en el Evangelio:
“…en la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: pero el justo vivirá por la fe.” (1:17)
Este versículo es una cita de Habacuc y es el versículo que quedó indeleblemente grabado en el corazón de Martin Lutero. Ese es el tema de Pablo, la justicia de Dios que se revela en el evangelio.
A fin de establecer la necesidad de esto, Pablo mira al mundo que le rodea. En los próximos versículos, hasta el capítulo dos y una buena parte del tres, está sencillamente analizando cómo es la humanidad, tomando las dos aparentes divisiones de dicha humanidad. Alguien ha dicho acertadamente “solo hay dos clases de personas, los justos y los injustos, y la clasificación siempre la hacen los justos. Recuerdo que hace años, cuando mis hijos eran pequeños, me encontraba un día en el patio y vi que alguien había trazado una línea con tiza en el centro del tablero de la verja. En un lado estaba el título “buena gente y en el otro “mala gente. Bajo las palabras “mala gente estaban los nombres de mis hijos y en el otro lado los nombres del hijo del vecino. Era evidente que la clasificación la habían hecho “los justos.
El apóstol comienza por los injustos, aquellos a los que llamamos “mala gente y los desechados de la sociedad, pero primero resume las dos clases de personas en un versículo. Es un versículo tan importante que quisiera llamar especialmente su atención a él (versículo 18):
“Pues la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que con injusticia detienen la verdad.”
Eso dice mucho. Por ejemplo, nos dice que el problema de los hombres es que poseen la verdad, pero no están dispuestos a verla, sino que la suprimen. Si desean ustedes prueba de ello, les sugiero que durante un tiempo observen su propia vida, además de las vidas de los que les rodean. ¿No es cierto que lo que nos desagrada lo empujamos y lo relegamos a nuestra mente subconsciente? Son cosas sobre las que no nos gusta pensar. Por eso es por lo que los hombres están tan ocupados por el ajetreo de la vida, no deseando nunca estar solos, no queriendo detenerse a pensar o a examinar realmente las cosas, sino intentando siempre mantenerse ocupados por la constante confusión de la vida. El problema real es suprimir la verdad.
Debido a esta supresión, la ira de Dios está constantemente manifestándose y dejándose sentir sobre la humanidad. Este capítulo desarrolla esta ira y resulta que no se manifiesta mediante relámpagos del cielo, que caen sobre las personas malvadas que se pasan de la raya, sino que Dios está más bien diciéndole a la humanidad: “Escuchad, no quiero que hagáis una cosa determinada porque os destruirá, pero si insistís en hacerlo, podéis hacerlo, pero tendréis que aceptar las consecuencias. No podéis decidir vivir de manera equivocada y evitar las consecuencias que se producen por causa de esa decisión.
En tres ocasiones diferentes en este capítulo se menciona la ira de Dios en la frase repetida “(Dios) los entregó. Lo cual da como resultado esta situación (versículos 29-31):
“Se han llenado de toda injusticia, maldad, avaricia y perversidad. Están repletos de envidia, homicidios, contiendas, engaños, mala intención. Son contenciosos, calumniadores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de males, desobedientes a sus padres, insensatos, desleales, crueles y sin misericordia.”
Esa es la situación de las personas rebeldes que muestran su enemistad para con Dios y que suprimen la verdad de Dios desobedeciéndole descaradamente, sin mantener ningún principio, viviendo como les apetece, haciendo lo que quieren. El resultado es la decadencia moral y una perversión de los instintos naturales de la vida. Hasta los impulsos sexuales se convierten en perversiones, de modo que los hombres se entregan a los hombres y las mujeres a otras mujeres, como describe este capítulo. Eso es exactamente lo que está sucediendo hoy en día en la sociedad, siempre que el hombre vive en clara rebeldía.
Pero no toda la sociedad es así. En el capítulo dos, el apóstol examina el otro lado, los “buenos, la “gente buena, las personas consideradas como “morales y “religiosas que para entonces se deleitan en apuntar con el dedo a la multitud que vive en una maldad evidente y vil. Pablo les dice: “¡esperad un momento! El versículo 1 dice:
“Por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas; porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, pues tú que juzgas haces lo mismo.”
A continuación muestra, de una manera asombrosa, de qué modo esto es cierto. Revela que estas personas que dicen “pero si nosotros no hacemos esas cosas. No vivimos de ese modo. No fumamos, no nos corremos juergas, no participamos en comportamientos sexuales licenciosos. Cumplimos las leyes y nos comportamos bien, son personas tan culpables como las otras.
Esta clase de personas también están cumpliendo algunas de las cosas que se mencionan arriba, de la misma manera que los que las hacen de modo más abierto. Se dejan arrastrar por cosas como la malicia, la lucha, el engaño, la malevolencia, el cotilleo, la calumnia y otras cosas. También ellos son “inventores del mal y son además “insensatos, infieles, despiadados e insensibles. Lo ocultan por medio de una apariencia exterior de bondad, pero muy adentro, sus corazones están tan llenos de maldad, de envidia, de celos, de lucha y de malas intenciones unos contra otros como las demás personas.
Así que ahí tenemos la imagen de la humanidad. Las personas que creen en hacer lo que les apetece están a un lado, mirando a las otras personas morales y respetables, leyendo sus corazones correctamente y diciendo: “fijaos en esos hipócritas. No tendría nada que ver con ellos por nada del mundo. Y todas las personas “morales y respetables miran a las otras diciendo: “fíjate en esa panda de libertinos y concupiscentes, no queremos tener nada que ver con ellos. Pero Dios, que vuelve la luz de sus ojos omniscientes sobre la humanidad, dice: “todos sois igualmente culpables. No hay diferencia alguna.
Luego llega el judíos y dice: “¿y qué pasa conmigo? Después de todo, soy judío y tengo ciertas ventajas ante Dios. Pablo examina esta afirmación y muestra que el judío se encuentra exactamente en la misma barca que el resto de las personas. A pesar de sus ventajas, está dominado por la misma enemistad de corazón que otros. De manera que la conclusión a la que llega Pablo es que la humanidad necesita, sin excepción, un Redentor.
Eso prepara el camino para el evangelio. Cuando el hombre es consciente de ello, la conclusión se encuentra en este pasaje bien conocido (capítulo 3, versículos 19-20):
“Pero sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre, y todo el mundo esté bajo juicio ante Dios. Porque por las obras de la ley nadie será justificado delante de él; pues por medio de la ley viene el reconocimiento del pecado.”
Y luego, dice en el versículo 23:
“Porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.”
Como expresa Felipe, de una manera tan preciosa en esa última cláusula: “todos han pecado y se han perdido la belleza del plan de Dios. Eso establece el fundamento de la redención.
En la redención hay tres fases, como Pablo nos explica, que ustedes conocen bien: la justificación, la redención y la glorificación. El capítulo cuatro ilustra el significado de la justificación. Pablo comienza a exponer este tema al final del capítulo tres, donde nos muestra que la justificación representa que Dios nos concede una situación de justicia ante él, en base a la obra de Cristo porque Otro ha muerto en nuestro lugar, supliendo nuestra necesidad. Nosotros no podríamos conseguirlo jamás, porque somos completamente incapaces de agradar a Dios aparte de este cambio que se produce en el corazón.
Poco importa la diferencia, tanto si llevamos una vida exterior moral y respetable como si todo lo pisoteamos y vivimos como bohemios o como hippies. Tanto unos como otros son culpables y ninguno es aceptado, ni se puede decir que unos sean mejores que otros. Por lo tanto, de la única manera que podemos ser justos es aceptando el don de Dios en Jesucristo y en eso consiste la justificación, que está relacionada con el espíritu del hombre. Cada uno de nosotros tenemos tres aspectos diferentes en nuestro ser: tenemos espíritu, alma y cuerpo. El programa de Dios consiste en salvar al hombre íntegramente y en la próxima serie de capítulos Pablo nos dice cómo lo hace Dios.
Comienza por el espíritu, que es la parte más profunda del hombre. Lo que Dios hace con el espíritu es implantar su Espíritu Santo allí. Eso nos concede la justicia, somos justificados ante Dios, por lo que la justificación es algo permanente e inmutable. Es mucho más que el sencillo perdón de los pecados, aunque también incluye eso. Es ocupar una posición delante de Dios, como si nunca hubiésemos pecado. Hace que la justicia de Cristo se nos impute a nosotros, como si se apuntase a nuestro favor y cuando esto sucede nos vemos libres de la pena del pecado.
Pablo ofrece un ejemplo de esto en el capítulo cuatro, hablando acerca de Abraham y de David, que fueron ambos justificados sobre dicha base y no por la circuncisión o por haber obedecido a la ley ni por ninguna otra cosa que los hombres pudiesen hacer a fin de agradar a Dios. No existe ninguna fórmula mágica religiosa, ningún esfuerzo por obedecer un nivel inalcanzable resultaría adecuado a los ojos de Dios. Debía ser sencillamente por la fe y estos hombres creyeron a Dios acerca de su Hijo.
Abraham miró, por así decirlo, al futuro y vio la venida de Cristo y creyó a Dios y fue justificado por la fe. David, a pesar de haber sido culpable del doble pecado de adulterio y asesinato, creyó a Dios y fue justificado, de manera que pudo cantar acerca del hombre “al que Dios no imputaría iniquidad. Por ello, estos hombres son ejemplos del Antiguo Testamento sobre cómo justifica Dios.
Lamentablemente, son muchos los cristianos que no pasan de ahí, creyendo que la salvación es solo eso, una manera de escapar al infierno y de poder ir al cielo, pero la vida humana es bastante más que el espíritu, pues también está el alma y el cuerpo. Comenzando por el capítulo cinco, Pablo expone cómo obra Dios a fin de librar al alma, que está formada por nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad.
El alma del hombre, por el hecho de haber nacido de Adán, se encuentra bajo el signo del pecado. La carne (si deseamos usar el término bíblico que se le aplica) nos domina. La vida de Adán nos posee, con todas sus características egocéntricas. Aunque nuestro espíritu ha sido justificado es posible seguir teniendo el alma sometida a la esclavitud y bajo el reinado del pecado. Así que, aunque nuestro destino ha quedado decidido en Cristo, nuestra experiencia sigue aún bajo el control del mal, de la misma manera que lo estaba antes de que fuésemos cristianos. Esa es la causa de la desgraciada experiencia de vivir situaciones de altibajos, contando en ocasiones con las promesas de Dios sobre la justificación y luego experimentando de nuevo la implacable esclavitud del pecado en la vida, causando egoísmo y el que pensemos solo en nosotros mismos.
¿Cuál es, pues, el programa de Dios para esto? Para resumirlo en una sola palabra: la santificación. Dios quiere que seamos conscientes de que en Jesucristo se ha resuelto toda esta situación, de la misma manera que quedó resuelto nuestro destino, para que podamos ser tan libres del reinado del pecado como lo somos de la pena por el mismo.
En el capítulo cinco Pablo nos ofrece un bosquejo de todo el programa para nuestras vidas. Toma estas dos divisiones realmente básicas de la humanidad: el hombre en Adán y el hombre en Cristo, las coloca la una junto a la otra y dice: “escucha, cuando eras hombre en Adán, antes de ser cristiano, actuabas sobre la base de la vida que habías heredado de Adán. Hacías las cosas de una manera natural y lo que hacías de ese modo estaba mal, porque era egoísta y no tenías ni que planearlo ni que programarlo.
“No tenías que levantarte por la mañana y pensar en cómo ser malo ¿verdad? No te pillabas a ti mismo haciendo resoluciones para no volver a ser nunca mas bueno, y de repente te dabas cuenta de que no habías sido fiel a tu palabra y estabas siendo otra vez bueno cuando no era esa tu intención. No, sencillamente expresabas la vida que había en ti, la vida de Adán. Fue algo que aprendiste desde que eras un bebé y era algo tan extendido a tu alrededor que te parecía perfectamente natural.”
Pero después, dice Pablo, a partir del momento en que te hicisteis cristiano, Dios hizo algo con esa antigua vida. Te ha separado totalmente de la vida en Adán y ya no estás unido al Adán caído, sino que estás unido al Cristo resucitado y tu vida está unida a él. El tiene planeado expresar su vida en ti, de la misma manera natural que con anterioridad se expresaba por medio de ti la vida heredada de Adán.
Lo que antes experimentasteis en derrota, sintiéndote desgraciado, sufriendo, esclavizado, cegado, en Adán ahora lo experimentarás con creces pero en victoria, en gloria, en bendición, en paz y en gozo en Cristo. Cuando aprendas el proceso, te resultará fácil ser bueno en Cristo del mismo modo que antes te resultaba sencillo ser malo en Adán. Es algo igualmente natural y que se hace sin la menor lucha, pero te llevará un tiempo aprender a ponerlo en práctica. Al principio actuarás con debilidad y te costará trabajo conseguirlo. Hasta es posible que te lleve algún tiempo tener claro aquello a lo que se está refiriendo Pablo, pero cuando lo entiendas, descubrirás que donde antes reinaba en ti el pecado para muerte, ahora Cristo reina en ti para vida. Ahora mismo, en esta vida, puedes experimentar la victoria en Cristo cuando antes lo que experimentaste fue la derrota en Adán.
El capítulo seis comienza a enseñarnos cómo. En él Pablo nos dice que Dios, por medio de la muerte de Jesús, no solo murió por nosotros, sino que también nosotros morimos con él y esa es la gran verdad. Cuando Dios dice que nos libera de la vida en Adán y nos une a la vida de Cristo, es porque lo ha hecho de verdad. Aunque durante bastante tiempo nuestro sentimientos nos digan otra cosa, Dios quiere que esto lo tengamos muy claro. Es algo que debemos de creer sin importar cómo nos sintamos, porque lo que él dice es verdad. Si estamos dispuestos a creerlo, a pesar de nuestros sentimientos, no tardaremos en descubrir que es verdad, dándonos cuenta poco a poco al ir tomando consciencia de esto tan tremendo: que podemos ser buenos en Cristo con la misma facilidad con que antes fuimos malos en Adán.
Comienza, pues, anunciando este hecho y luego dice que es preciso que aprendamos a contar con ello. Día tras día, al encontrarnos ante situaciones que nos producen tensión y tentación, es preciso que se recuerde usted a sí mismo que lo que Dios dice es verdad y que actúe usted conforme a ello, aunque no le apetezca hacerlo. Con Cristo no se sentirá usted muerto, sentirá que el mal que está en su interior está vivito y coleando, que le controla y que no le queda a usted más remedio que hacer el mal. Si no lo hace se sentirá usted insatisfecho, temeroso de no poder encontrar lo que está buscando en la vida o de que se pueda usted perder lo que está experimentando el mundo que le rodea.
Hay presiones con las que se encontrará usted, pero ¿a quién va usted a creer? ¿No creerá usted a Aquel que le ama? ¿No cuenta usted con que lo que El dice es verdad y puede usted actuar basándose en ello? Si lo hace, pronto descubrirá usted que es verdad y será usted libre.
El capítulo siete nos presenta el hecho de que existen dos niveles de entendimiento y de experiencia con respecto a este tema. Ya sabemos, incluso antes de hacernos cristianos, que ciertos aspectos de nuestra vida natural, la vida en Adán, en la carne, son malos porque hacen que nos metamos en líos. Sabemos que el egoísmo está mal, sabemos que las aventuras sexuales están mal, como sabemos que está mal robar y mentir. Creemos que entendemos lo que es la carne y lo que quiere decir Dios cuando nos habla acerca de las cosas malas que hay en nuestra vida y al principio reaccionamos a ese nivel, dejando de mentir y robar y dejando de practicar otros actos exteriores.
Entonces descubrimos que está sucediendo algo extraño. A pesar de que hemos aprendido cómo obtener la victoria sobre las cosas que hemos considerado malas, seguimos sometidos a esclavitud. Aún no tenemos el poder que buscamos en nuestra experiencia cristiana y, por ello, pasamos por la experiencia que describe Pablo en el capítulo siete. En él se refiere al conflicto interno, la lucha que tiene consigo mismo. ¿Qué es lo que está haciendo mal? Pero lo que sucede es que todavía no hemos aprendido que existe lo que podríamos llamar el lado “bueno de la carne que es realmente tan malo como el lado “malo. Los esfuerzos que realizamos por nosotros mismos, intentando hacer algo para Dios o para obtener alguna clase de favor o de placer o de ventaja para nosotros mismos por las cosas que hacemos para Dios, son tan malas como lo son las cosas “malas.
Cuando por fin aprendemos que no hay nada que nosotros podamos hacer por Dios, sino que él tiene la intención de hacerlo todo por medio de nosotros, entonces es cuando somos liberados y es cuando nos damos absoluta cuenta de la experiencia de la mente, de la emoción y de la voluntad sometidas al control de Jesucristo y el cumplimiento, mediante el poder glorioso y triunfante, de todo lo que él tiene en mente para nosotros y en eso consiste la santificación del alma.
¿Pero qué sucede con el cuerpo? El capítulo ocho trata acerca de este tema. En él Pablo nos muestra que mientras estamos en esta vida el cuerpo sigue sin redimir, pero el hecho de que el espíritu haya sido justificado y el alma santificada es una garantía de que Dios redimirá (glorificará) también un día al cuerpo. Cuando entramos por fin en la presencia de Cristo, nos encontramos, en cuerpo, alma y espíritu, perfectos ante él. Entonces la línea de pensamiento se convierte en un gran e impresionante cántico de alabanza al final de este capítulo.
En los capítulos del 9 al 11, se da contestación a las preguntas que inevitablemente se pueda haber hecho una mente pensante, que haya seguido este gran plan de la redención. En primer lugar, está la pregunta sobre la soberanía de Dios, que se expone de manera magnífica, en el capítulo nueve. Dios es un ser soberano y su soberanía responde a la pregunta de por qué yo soy parte del cuerpo de Cristo y no otra persona.
Todo lo relacionado con la elección y la opción de predestinación de Dios nos ayuda a ver el problema tal y como es en realidad. Tendemos a pensar acerca de nosotros mismos como en una situación neutral ante Dios, y dependiendo de cómo vivamos o actuemos o las decisiones que tomemos, podremos caer o bien en el lado de la perdición o podremos ser salvos, pero no es este el caso.
Este capítulo nos explica que toda la raza está ya perdida, perdida en Adán y hemos nacido y formamos parte de una raza perdida. En Adán perdimos el derecho a ser salvos, por haber pecado, y no tenemos el menor derecho ante Dios. Por lo tanto, lo único que nos salva a cualquiera de nosotros es su gracia. Nadie tiene derecho a quejarse a Dios si algunos se salvan, cuando lo cierto es que nadie tiene derecho a ser salvo. Por lo tanto, expone ante nosotros y de una manera impresionante el poder soberano y la elección de Dios.
En el capítulo 10 une la soberanía de Dios con la responsabilidad moral y la libertad del hombre, mostrándonos que la salvación es una opción de fe. No necesita usted ascender al cielo para hacer que descienda Cristo, ni hace falta que descienda al sepulcro para resucitarle de los muertos. En otras palabras, si planea usted hallar su camino al cielo, lo que tendría que hacer usted sería lo siguiente. Tendría que ascender al cielo y hacer que Cristo bajase a la tierra y luego, cuando hubiera estado aquí durante un tiempo y hubiese muerto, tendría usted que descender al sepulcro, devolverle la vida y sacarle, todo ello mediante las obras que pudiera hacer usted. ¿Cómo iba usted a hacer una cosa así? La verdad es que no podría y, además, no tiene necesidad de hacerlo. Ya ha dicho usted la palabra, que Jesús es el Señor, por lo tanto lo único que necesita hacer usted es creer en su corazón que Dios le ha resucitado de los muertos y será usted salvo.
En el capítulo once nos muestra que de la misma manera que Dios dejó de lado a Israel durante un tiempo, a fin de que su gracia pudiera hacer su obra entre los gentiles, Dios ha dejado de lado la carne, la naturaleza caída, lo que somos por naturaleza humana, para que podamos aprender lo que Dios hará por nosotros y por medio de nosotros. Cuando admitamos abiertamente y en la práctica que sin Cristo nada podemos hacer, entonces aprenderemos que todo lo podemos en él, que nos fortalece. La fe es este proceso y nunca será diferente. Por mucho tiempo que vivamos como cristianos, nunca conseguiremos ser mejores ni más capaces de servir a Cristo, aparte de depender sencillamente de él. Es siempre y solo Cristo obrando en nosotros lo que hace que se cumpla la voluntad del Padre.
Por lo tanto, el orgullo es nuestra mayor tentación y nuestro más cruel enemigo. Algún día hasta nuestra carne servirá a Dios por su gracia. En el día en que la creación sea liberada de su esclavitud al pecado y los hijos de Dios aparezcan con sus cuerpos resucitados, entonces incluso aquello que con anterioridad fue rechazado y maldito tendrá que cumplir las promesas y demostrar el poder de Dios. Todo ello ha sido ilustrado por la manera de tratar Dios a Israel y eso nos lleva a la doxología al final del capítulo 11, versículo 33:
“¡Oh profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!”
La sección final, de los capítulos 12 al 16, cubren la aplicación práctica de estas verdades a la vida. Solo llamaré su atención a una o dos cosas. En primer lugar, el capítulo 12, versículo 1 empieza diciendo:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, [la justificación, la santificación y la glorificación] que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
En otras palabras, teniendo en cuenta estos grandes hechos que Pablo nos ha declarado, lo mejor que podemos hacer con nuestra vida, lo más razonable, lo más inteligente y lo que mayor propósito tiene es entregarnos a Dios y vivir para él porque ninguna otra cosa hará que nos sintamos realizados en modo alguno. Por lo tanto, entréguese usted a él, es lo más razonable que puede usted hacer.
Cuando lo haga usted, se encontrará que su vida ha sido transformada en todas sus relaciones. En primer lugar, cambiará con respecto a sus hermanos en la fe, como nos muestra la última parte del capítulo 12. El presentar su cuerpo afectará a su vida en la iglesia. Luego, en la última parte del capítulo 12 y en el 13, afectará a su relación con respecto a los poderes que gobiernan, con la humanidad en general y con toda la sociedad. Hasta sus actitudes interiores serán diferentes, como se expresa en el capítulo 14. Su actitud hacia los débiles serán todo lo contrario de lo que lo fue antes de ser usted cristiano y sentirá usted una ardiente pasión por alcanzarles, por una razón totalmente diferente de la que podría haber sentido usted con anterioridad.
Las palabras finales de Pablo son maravillosas (capítulo 16, versículos 25-27):
“Y al que puede haceros firmes, según mi evangelio y la predicación de Jesucristo; y según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora: y que por medio de las Escrituras proféticas y según el mandamiento del Dios eterno se ha dado a conocer a todas las naciones para la obediencia de la fe, al único sabio Dios, sea la gloria mediante Jesucristo, para siempre. Amén.”
Oración
Padre nuestro, enséñanos estas poderosas verdades. Enséñanos a entregarnos a ellas para que las podamos entender y poner en práctica en nuestras vidas y se pueda hacer realidad el maravilloso potencial que es posible gracias a la herencia que tienes reservada para los santos. Y para que tú, Señor Jesús, puedas descubrir y realizar en nosotros todo lo que está relacionado con tu herencia en nosotros. Porque te lo pedimos en el nombre de Cristo, amen.
Nº de Catálogo 246
Romanos
Mensaje Cuarenta y Seis
Translated by: Rhode Flores (rhodeflores47@yahoo.com)
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