En el décimo capítulo de Marcos tenemos el relato de un nuevo viaje que hizo nuestro Señor con sus discípulos, dejando Galilea por última vez. El primer versículo prepara el escenario:
“Y levantándose de allí, fue a las regiones de Judea y de más allá del Jordán. Las multitudes volvieron a acudir a él y de nuevo les enseñaba como él acostumbraba.”
Este versículo resume el ministerio, bastante amplio, de nuestro Señor después de marcharse de Galilea. Le llevó a Samaria y al norte de Judea. Durante este viaje envió a setenta discípulos, de la misma manera que con anterioridad había enviado a los doce, que fuesen a todos los pueblos y que predicasen el evangelio. Además, como nos dice Juan en su capítulo diez, hizo un viaje rápido a Jerusalén durante lo más crudo del invierno y apareció en la fiesta de la dedicación.
Habiendo hablado en esa fiesta, se marchó de Jerusalén y fue con sus discípulos a la región al este del Río Jordán y más allá del Jordán. Aquí, en la región llamada Perea, estaba llevando a cabo su ministerio y “las multitudes volvieron a acudir a él y de nuevo les enseñaba como él acostumbraba”. Durante ese momento, acudieron a él algunos fariseos, como nos dice Marcos a continuación:
“Entonces se acercaron unos fariseos para probarle y le preguntaron si era lícito al marido divorciarse de su mujer.”
Marcos se asegura de aclarar el motivo por el que acudieron a Jesús y nos dice que lo hicieron para ponerle a prueba. La palabra griega que se usa en este caso es que le estaban interrogando, atacándole verbalmente, intentando causar problemas, con el fin de pillarle en algo que les permitiese provocar una crisis. La hostilidad de aquellos fariseos en contra de Jesús se hizo más intensa y se habían propuesto matarle. Por eso escogieron un tema bastante controvertido, un tema que atraería un considerable interés por parte de la gente, el tema eterno del divorcio.
Es evidente que estaban intentado hacer que escogiese entre dos puntos de vista diferentes, que estaban bastante extendidos en aquellos tiempos, representados por dos escuelas de pensamiento distintas de Israel. Uno de ellos era la enseñanza del gran rabino Hillel. Moisés había dicho en Deuteronomio 24 que el hombre podía divorciarse de su mujer si encontraba alguna indecencia en ella. Hillel interpretó que eso quería decir cualquier cosa que no le complaciese al marido. Si le hacía mal el café se podía divorciar de ella. Si no tenía la casa limpia, si se enfadaba y discutía o lo que fuese, se podía divorciar de ella. Esa era la escuela fácil del divorcio de aquella época.
En contraposición, se hallaba la escuela de Shammai, otro gran rabino hebreo, que enseñaba que el divorcio debía limitarse estrictamente, y solo bajo ciertas condiciones rígidamente definidas se podía conceder el divorcio. Por lo que la nación estaba dividida entre estas dos escuelas de pensamiento.
Reconocerá usted que actualmente nos enfrentamos con el mismo problema. Posiblemente ningún tema suscite más antagonismo o controversia que el divorcio. Aquí en nuestra iglesia nos sentimos presionados en ambos sentidos. ¿Qué hacer respecto al divorcio? ¿Es algo un tanto insignificante, que hemos de tomárnoslo a la ligera, y por ello concederlo solo por incompatibilidad? ¿O es algo muy grave, que se debe conceder en situaciones muy limitadas? Bien, pues ese es el tema y nuestro Señor se enfrenta con esta cuestión.
En su respuesta desarrolla dos argumentos muy importantes. Les lleva primero a los tiempos de Moisés y discute sobre el divorcio tal y como Moisés lo trataba y luego, como veremos, va incluso más atrás, a los tiempos de la creación, pero echemos un vistazo primero a lo que dice Moisés.
“Pero él respondió y les dijo: –¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: –Moisés permitió escribir carta de divorcio y despedirla. Pero Jesús les dijo: –Ante vuestra dureza de corazón, os escribió este mandamiento.”
Fíese en que Jesús no contestó sencillamente a los fariseos apoyándose en su propia autoridad, sino que les retrotrae primero a lo que dijo Moisés. En otras palabras, respalda la autoridad de las Escrituras. Jesús siempre lo hizo, refiriéndose siempre al Antiguo Testamento como un libro que tiene las respuestas, como un libro que es la autoridad en la vida.
Es maravilloso ver que nunca sustituyó a la palabra, sino que citó con frecuencia “escrito está….” y les situó de nuevo en los tiempos de Moisés y de la ley. Hasta en el Sermón del Monte dijo que no había venido para invalidar la ley, sino para cumplirla y advirtió en contra de cualquiera que intentase destruir la ley o cambiar lo que dijese. Por eso es por lo que hace que los fariseos se retrotraigan a los tiempos de Moisés en busca de la respuesta.
Pero no acabó ahí, sino que aclaró lo que decía la ley y es lo que está haciendo en esta ocasión. Está interpretando la palabra de Moisés para aquellos hombres y revelándonos algo que la propia ley no nos dice. Nos está exponiendo el motivo, la razón por la que Moisés permite el divorcio. Este motivo es muy significativo, es una declaración que muestra una gran perspicacia y es algo que queremos examinar muy de cerca. Nuestro Señor ahonda, por así decirlo, en la declaración escrita de Deuteronomio 24 y dice: “ante vuestra dureza de corazón, os escribió este mandamiento.” Fue precisamente porque a los hombres se les endureció el corazón por lo que Moisés permitió el divorcio.
¿Qué significa eso? está apuntando muy claramente que se podía producir un divorcio a fin de revelar en público lo que estaba sucediendo en privado en un matrimonio: la dureza del corazón. Eso es lo que hace siempre la ley porque la ley ha sido dada para revelar el pecado. “Por la ley es el conocimiento del pecado.”
Por lo que concuerda perfectamente con su papel de dador de la ley que Moisés, al estipular la ley con respecto al matrimonio, diese también permiso para el divorcio, para hacer visible lo que está pasando en la familia. Lo que estaba sucediendo en Israel era evidentemente la dureza del corazón; los corazones se estaban endureciendo y por eso se introdujo el divorcio.
¿Qué es un corazón endurecido? ¿Qué sería todo lo contrario? Un corazón ablandado, tierno, dócil y abierto. En las Escrituras aparece en varias ocasiones la frase “dureza de corazón” y se nos advierte repetidamente en contra de endurecer nuestro corazón.
Hay una historia en el Antiguo Testamento acerca de cuando Moisés fue enviado a hablarle al Faraón, en la que se le ha dicho que debe transmitirle el mensaje de Dios: “deja ir a mi pueblo”. Cuando el faraón oyó esa frase “endureció su corazón”. ¿Qué quiere decir eso? Que decidió hacer las cosas a su manera y se propuso responder siguiendo la inclinación natural y carnal de su corazón, hizo lo que le apetecía en una situación que decidió resolver por sí solo, haciendo caso omiso de Dios.
Eso es lo que significa endurecimiento del corazón. Cuando usted se decide a hacer algo por sí solo, sin prestar ninguna atención a lo que Dios revela al respecto, está usted endureciendo su corazón. Eso es lo que está pasando en los matrimonios de Israel.
Puede usted darse cuenta de por qué. Según Moisés, un esposo (solo lo consideró desde el punto de vista del esposo) podía hallar algo impuro en su esposa, alguna indecencia. Aunque no especificó lo que debía ser, evidentemente algo que disgustaba al esposo, algo que no le gustaba en su mujer. Y Moisés dijo que por ello, a fin de dejar claro cuál era la actitud del esposo, debía permitirse el divorcio.
¿Qué revela esto acerca de la actitud del esposo? Todos podemos identificarnos con eso, porque sabemos cómo nos sentimos cuando nos encontramos con algo que es ofensivo en otra persona. ¿Qué queremos hacer?
Queremos criticar y quejarnos, incluso atacar, o evitar y rechazar a esa persona. Objetamos, protestamos, criticamos, despreciamos, menospreciamos de alguna manera y rechazamos a la persona por causa de ello. Eso era lo que estaba pasando en aquellos matrimonios. Los esposos estaban tratando a sus mujeres con desprecio por haber encontrado en ellas algo que no les gustaba.
¿Qué debe hacer un esposo cuando encuentra algo en su esposa que no le gusta? Según la revelación que añade el Nuevo Testamento en este sentido, el marido debe entender por qué es así su mujer. Esto es lo que Pedro le dice a los maridos: “Vosotros, maridos, de la misma manera vivid con ellas con comprensión.” Es decir, no solo reaccione a ellas, comprendan por qué actúan como lo hacen.
Vivan con ellas, según su conocimiento, dándoles afecto, honrándolas, compartiendo su persona con ella, comprendiéndolas, restaurándolas, amándolas. Eso es lo que debieran hacer los esposos. Para eso es el matrimonio, para dar una oportunidad, como pronto veremos, para resolver aquellos aspectos que son problemáticos y las dificultades, las ocasiones ofensivas que se producen. Pero Moisés concedió el divorcio, según dijo Jesús, para dejar claro el endurecimiento de los corazones de ellos.
¿Qué conlleva el ablandar el corazón? El corazón es siempre blando cuando reconoce su incapacidad para afrontar una situación y depende de la sabiduría y el poder de Dios. Eso es lo que siempre mantiene el corazón tierno, manso, moldeable y razonable, el saber reconocer que la persona no es capaz de hacer lo que se necesita, el saber depender de la sabiduría y el amor de Dios, además de obedecerle. Esto es lo que mantiene el corazón tierno y dulce.
Eso es lo que debería de haber sucedido en esos matrimonios, pero en lugar de ello, los matrimonios estaban empeorando cada vez más. Las mujeres estaban siendo degradadas y maltratadas, los maridos se comportaban con ellas con crueldad y dureza. De modo que, para que todo quedase claro y visible, Moisés les concedió permiso para divorciarse, lo cual liberaba a las mujeres de lo que sin duda debió de ser un infierno en la tierra para ellas.
Además esto normalmente haría que los esposos abriesen los ojos. Muchas personas han acudido a mi y me han dicho:
“No entendí nunca lo que le estaba haciendo a mi cónyuge, hasta después del divorcio. Por algún motivo, eso me abrió los ojos y me di cuenta de que el problema lo tenía más yo que ella (o él).”
Así que a muchos hombres y mujeres el divorcio les ha abierto los ojos, han aprendido algo acerca de sí mismos, y han podido volver a casarse o restablecer su anterior matrimonio, sobre una base totalmente diferente. Esa ruptura ha permitido que se vean a sí mismos, por primera vez, tal y como son.
Después del primer culto de esta mañana, se me acercó un joven y, con los ojos llenos de lágrimas, me contó como él y su esposa habían pasado por un divorcio y lo duro de corazón que había sido con ella, pero el divorcio le había abierto los ojos al hecho de que él era el problema. Y lo que suceda con ese matrimonio, tanto si se restaura como si contraen nuevos matrimonios con el paso del tiempo, él será un hombre diferente gracias a esto.
Así que ese fue el motivo por el cual Moisés concedió el divorcio. Serviría para hacer público lo que había estado sucediendo en privado, para que el mundo pudiese ver las dificultades que habían quedado ocultas en el ámbito del hogar.
Eso es lo que el divorcio estaba haciendo entonces y yo opino que lo mismo sucede hoy en día. Estamos viviendo en un tiempo, como usted bien sabe, en el que uno de cada tres matrimonios acaba en divorcio en los Estados Unidos. Esa sobrecogedora estadística está haciendo que las personas consideren el matrimonio de una manera diferente.
El mero hecho de la tremenda ruptura del hogar, que nos deja consternados y marca el deterioro de nuestra sociedad, también nos está haciendo darnos cuenta de que hay algo más que está mal, que por alguna razón no sabemos lo que deberíamos saber acerca del matrimonio. Los hombres no saben comportarse como hombres y las mujeres no saben actuar como mujeres. Algo está precipitando esa enorme ruptura, de modo que nos vemos obligados a examinar el problema con toda seriedad y a fondo y en nuestros días se están produciendo muchas recuperaciones.
De eso se trata la ley. Ha sido dada con el fin de desvelar el pecado y hacernos vivir en gracia. La ley no puede nunca sanar el problema, sencillamente lo descubre. Y la ley de Moisés, al permitir el divorcio, sencillamente pone de manifiesto un problema privado, convirtiéndolo en una situación pública difícil, de modo que todo el mundo era consciente de la tendencia en esta dirección y por eso es por lo que lo permitió Dios y concuerda perfectamente con los propósitos de la ley.
Pero nuestro Señor ni siquiera se detiene ahí. Nos muestra algo mucho más profundo e importante. Aunque ha acertado de lleno en cuanto a la razón por la cual falla el matrimonio, debido a la dureza del corazón, procede a decirnos como pueden ser sanados, revelándonos el propósito del matrimonio, de los versículos 6 a 9:
“Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne. Así que, ya no son más dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
Esas son palabras que reconocemos porque se dicen en todos los enlaces matrimoniales, pero sin embargo después no se hace prácticamente caso de ellas. Jesús vuelve a antes del tiempo de los fariseos, incluso antes de Moisés, antes de la ley, antes de toda la economía hebrea, y nos lleva hasta el amanecer de la creación, a los principios mismos de la raza humana, haciéndonos ver que lo que sucedió entonces fue el factor determinante, no lo que sucedió en tiempos de Moisés ni de la ley.
La ley solo sirvió para mostrarnos el problema que ya existía. El verdadero tema, la verdadera cuestión, no es cómo conseguir el divorcio, la verdadera cuestión es: ¿por qué mantener un matrimonio? Eso es lo que deberíamos saber.
Para dar respuesta a esta pregunta, Jesús se concentra en tres factores importantes. Primero, las acciones de Dios; segundo, los deseos de Dios y tercero, la advertencia de Dios. Este bosquejo nos ayudará al examinar juntos las palabras de Jesús. Primero, las acciones de Dios.
“Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.”
Los hizo de modo que fueran distintos y de diferente sexo y eso no fue un pensamiento posterior. Todo el proceso creativo comienza con el primer día de la creación, y su fin fue aquel gran hecho. Dios tenía la intención de tener una raza de humanos que estuviese dividida en dos sexos reconocibles, varón y mujer.
Y todo lo que hizo, desde el primer versículo del Génesis, siguiendo toda la secuencia creativa hasta que apareció el hombre en escena, tenía como fin aquel gran acontecimiento. Vemos lo importante que era para Dios. Los creó varón y hembra, los creó con diferencias biológicas y psicológicas y era lo que deseaba.
El hombre es un ser con tres dimensiones diferentes, el cuerpo, el alma y el espíritu. El hombre y la mujer tienen un cuerpo diferente, visible y notablemente diferentes. En el alma, la psique, también son diferentes y eso es lo que está negando el moderno movimiento feminista. De hecho, nos está diciendo que los hombres y las mujeres no son diferentes, desde el punto de vista psicológico. Y está incluso implicando que tampoco hay diferencias entre ellos, desde el punto de vista biológico, que solo existe una diferencia y es la posibilidad de tener hijos. Esa es una de las principales debilidades de este movimiento. Ha corregido una serie de abusos, pero también está creando un sinnúmero de problemas, mientras propone absurdas soluciones a estos problemas.
La exigencia de igualdad en los deportes es un caso concreto. Algunos dirigentes nos están diciendo ahora que si lo que el movimiento feminista parece estar insistiendo en conseguir se hace realidad, significará el fin absoluto de los deportes comerciales, tal y como los conocemos en los Estados Unidos. Esto es un esfuerzo por pasar por alto las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, lo cual es absurdo.
El llamado “derecho” al aborto es un ejemplo del fin de esta manera de pensar. Los que lo defienden alegan que la mujer tiene derecho a poner fin a la vida del bebé que ha comenzado a desarrollarse en su matriz sencillamente porque no quiera seguir adelanto con el embarazo y no quiere que se “use” su cuerpo para ese propósito.
Todo ese síndrome es el resultado de esa clase de pensamiento retorcido acerca de la humanidad, que hace caso omiso de que Dios los creó varón y hembra y que psicológica y biológicamente los hombres y las mujeres son diferentes y esa era la intención, que fuesen diferentes. La abolición de lo que en un tiempo se llamó la “caballerosidad” es decir, las cortesías con que los hombres tratan a las mujeres, el que reconozcan que necesitan protección, cobijo y ayuda en diferentes sentidos, ha dado una gran belleza y color a la vida, y el movimiento de los derechos femeninos está negando e intentando derruir todo esto.
Todo ello es un reconocimiento del fracaso, en lo que se refiere a entender este hecho básico que declara Jesús. Yo le sugeriría a usted que leyese el excelente libro escrito por George Gilder, titulado “Sexual Suicide” (el suicidio sexual), si quiere usted ver a dónde nos está llevando esta pérdida de las diferencias entre los sexos y el daño que ya le ha hecho a nuestra sociedad y a todo lo que Dios tuvo en mente para la humanidad.
El punto que quiere dejar claro Jesús es que Dios lo ha hecho. El ha hecho las distinciones, son diferentes y no reaccionan de la misma manera.
Pero desde el punto de vista espiritual, los hombres y las mujeres son iguales. Y ahí radica su igualdad ante Dios. Es totalmente cierto que son personas iguales delante de Dios y del hombre.
Pero eso solo se refiere al espíritu. Desde el punto de vista biológico y psicológico son diferentes. Cuando entendamos esa diferencia, podremos decir con los franceses Vive la diferente! ¡Gracias a Dios por ella! No contribuyen lo mismo a la vida, y no era ese el propósito. Los hombres piensan de manera diferente a cómo lo hacen las mujeres y los hombres sienten de manera diferente a cómo sienten las mujeres.
Por eso es por lo que se reúnen en clubs y en uniones, mientras que las mujeres no lo hacen. Por eso es por lo que a los hombres les preocupa principalmente el trabajo, mientras que a las mujeres les preocupan más las personas y las relaciones. Cada uno reacciona de manera instintiva en estos sentidos. Los hombres pueden ser más fríos, duros y ofensivamente objetivos que las mujeres, normalmente. Por eso es por lo que no responden a las preguntas de la misma manera. Si se le hace una pregunta a una mujer, normalmente contestará según algo que haya deducido de lo que le ha preguntado usted, ya sea bueno o malo.
Recuerdo a un amigo mío, que en una ocasión habló públicamente acerca de la diferencia entre hombres y mujeres. Dijo: “las mujeres se toman más las cosas personalmente de lo que lo hacemos los hombres. ¡Y quiero que sepan que eso no es verdad! ¡Yo eso no me lo he tomado personalmente, ni mucho menos!” Bueno, la verdad es que hay diferencias y el Señor enfatiza este hecho. Dios los creó varón y mujer y eso es lo que le complace y eso es lo que hace que haya riqueza en la humanidad.
Pasamos de las acciones de Dios a los deseos de Dios. “Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.” “Por esta causa” ¿por qué causa? Pues porque son hombre y mujer. Para eso fueron creados como varón y mujer, para que finalmente pudiesen unirse y ser una sola carne. Eso era lo que tenía Dios en mente al crearlos mujer y hombre en el principio.
En esta sencilla declaración hay una gran serie de implicaciones. Para empezar, como verá usted, elimina nociones como puedan ser la de los “matrimonios homosexuales.” No hay nada semejante, no si ha de ser un verdadero matrimonio. Estas patéticas tergiversaciones acerca de las que leemos de vez en cuando, sobre personas del mismo sexo que pretenden casarse, no son más que un agudo comentario sobre las ideas retorcidas y distorsionadas que prevalecen en la sociedad actual.
Para poder casarse es preciso que haya un hombre y una mujer. No hay matrimonios homosexuales y no hay matrimonios polígamos. Vemos que Jesús no dijo: “Dios los creó hombre y mujeres” u “hombres y mujer”, el matrimonio está compuesto por un hombre y una mujer y siempre ha sido así, desde el principio mismo.
Pero lo que el Señor deja muy claro es que esta es la relación más importante que es posible establecer en la vida y tiene precedencia sobre todas las demás. El matrimonio es más cercano incluso que los lazos consanguíneos, en la mente y en el corazón de Dios. “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer”. Es una relación más íntima y cercana que la que se tiene con los hijos que nazcan.
Las personas deben de convertirse en esposos y esposas antes de convertirse en padres y madres. Esto indica una prioridad en la relación. El hombre se siente más cerca de su mujer y la esposa del marido, más de lo que se sentirán de los hijos. Aunque no lo sintamos de ese modo, sigue siendo verdad. Así es como mejor funcionaría para nosotros. Y como es natural, esta relación anterior entre los esposos está antes que las amistades y cualquier otra posible relación con otras personas. Es la meta que tuvo en mente Dios al crear al hombre y a la mujer al principio.
¿Cuál es pues el propósito del matrimonio? Es ser una sola carne, como dijo Jesús. Para eso son los matrimonios y de eso se trata. Son dos personas desiguales, distintas y diferentes, con personalidades diferentes, con diferentes dones, que armonizan sus vidas juntos para que con el paso de los años se conviertan en una sola carne, en eso consiste el matrimonio. No es algo que suceda de inmediato, nada mas casarse. La ceremonia nupcial no hace que los dos se conviertan en una sola carne. El primer acto sexual después del matrimonio no les convierte en uno. Es algo que comienza el proceso, pero no lo termina. Es preciso toda la vida de casados para conseguirlo. El matrimonio es el proceso de dos personas que se convierten en una.
Por lo tanto no deben de vivir juntos como si fuesen compañeros de habitación. El matrimonio no es que cada uno siga su propio camino y sus propias carreras y sencillamente compartir un hogar, una casa y una cama. Ni tampoco se tienen por qué separar por cada problema o dificultad que pueda surgir entre ellos, lo que tienen que hacer es solucionarlos. No tienen que separarse, deben escoger permanecer juntos, pasar juntos el resto de sus vidas, para que sus vidas puedan fusionarse. Por lo tanto, dejan de ser rivales para convertirse en compañeros.
Un matrimonio que tiene éxito, en el que el hombre y la mujer no se separan, sino que se unen, se enfrentan a sus problemas, descubren la dureza de corazón que existe, y aprenden cómo Dios puede hacer que se conviertan en corazones llenos de ternura. En otras palabras,
- es un proceso, no una producción única.
- Es una peregrinación, no es una representación de seis semanas de duración.
- Se supone que es una imagen pública, no una dificultad privada.
- Es un contrato para toda la vida, no una franquicia negociable, como muchos imaginan hoy.
De modo que el Señor acaba aquí con una palabra de advertencia de los versículos 9 a 12:
“Por lo tanto, lo que Dios ha unido
no lo separe el hombre.
En casa sus discípulos volvieron a preguntarle acerca de esto.
El les dijo:
–Cualquiera que
se divorcia de su mujer
y se casa con otra,
comete adulterio contra ella.
Y si la mujer se casa con otro,
comete adulterio.”
Hay algunos principios que son de gran importancia. Fijémonos en que Jesús eleva todo el asunto por encima de la prevaleciente opinión judía del matrimonio. El punto de vista judío, tal y como se reflejaba en la ley, era que la iniciativa siempre la tomaba el marido. Solo el esposo podía divorciarse de su mujer, pero según las palabras de nuestro Señor en este caso, se encuentran en igualdad de condiciones. El hombre puede cometer adulterio contra la mujer y la mujer puede cometer adulterio contra el marido.
E indica que el adulterio, la infidelidad sexual, destruyen la obra que Dios ha estado haciendo al hacer del matrimonio una unidad. La frase “lo que Dios ha unido” no se refiere a un enlace matrimonial, se refiere a lo que ha estado sucediendo en el matrimonio.
Dios ha estado fusionando a dos personas, en ocasiones incluso en contra de la voluntad de esas personas, en ocasiones con mucho dolor y problemas, pero ha estado uniendo sus vidas. Lo ha estado haciendo. Por eso es por lo que les ha llevado a través de las pruebas y los conflictos por los que han pasado. Ha estado usando al uno contra el otro para romper su resistencia y revelar los lugares duros en sus corazones y para hacer sus corazones más tiernos y convertirles en la clase de personas que él deseaba que fuesen, Dios ha estado obrando en el matrimonio.
Todas las parejas, cuando se mudan a su primer apartamento o su primer hogar, deberían colocar un letrero que dijese: “¡Cuidado! ¡Dios está obrando!” porque es lo que está haciendo, está creando una unidad. Está creando, por así decirlo, un éxtasis. De eso se trata el matrimonio, es la creación de un éxtasis y lleva mucho tiempo y hay que dar muchos pasos, pero está produciendo algo de gran belleza.
Por eso es por lo que el matrimonio incluye el sexo y por qué el sexo es una parte tan importante de él, ya que es la imagen visible de lo que debiera ser un matrimonio y por eso Dios reserva el sexo para el matrimonio. Lo que está realmente diciendo con esto (en el precioso lenguaje del simbolismo que Dios usa con nosotros) es que cada matrimonio debería de seguir el curso natural del acto de la unión matrimonial. Debería de empezar con ciertas incertidumbres, cierto grado de separación y de diferencia, seguir con un tiempo de una creciente relación y disfrute, que se convierte en un profundo sentido de clímax y de unidad y acaba, por fin, con un período de respuesta reposada, de satisfacción y de paz.
Así es como debe de ser el matrimonio. Esta es la imagen que se nos ofrece en cada acto sexual del matrimonio, a fin de que podamos entender lo que Dios tenía en mente. El está haciendo un milagro, está haciendo de dos personas una sola, una imagen de lo que quiere hacer por toda la humanidad. Por eso es por lo que el adulterio, la infidelidad sexual, rompe y acaba con la obra de Dios, que o bien tiene que empezarla de nuevo o acaba con ella por completo, aunque tal vez comience de nuevo en otra relación.
Sé que cuando me estoy dirigiendo a un público tan numeroso no hay duda de que entre ellos habrá personas que hayan pasado por un divorcio y hasta es posible que se haya producido el adulterio. Mi intención no es la de transmitir un sentido de condenación de nadie, pero sí quiero dejar claro lo que dijo Jesús, que el divorcio es pecado, no hay “es que si” ni otros atenuantes posibles.
El divorcio es una violación de la intención con la que Dios estableció el matrimonio. Siempre lo es y siempre conlleva alguna forma de pecado, pero gracias a Dios, a pesar de que eso es lo que dice la ley, la gracia nos dice que el pecado puede ser perdonado. Existe la posibilidad de la restauración, de la sanidad, de que Dios comience de nuevo y que produzca la unidad, o bien con la misma pareja, o haciendo que cada uno de los cónyuges establezca nuevas uniones, después de haber aprendido lecciones que facilitarán la belleza de la relación que tenía Dios en mente.
Pero también quiero dejar muy claro que aunque existe este camino para obtener el perdón y para que se produzca la restauración, debiéramos entender que para que Dios lleve a cabo la restauración es preciso que haya arrepentimiento. He oído a algunos cristianos decir: “Si no le gusta el cónyuge que tiene ahora, divórciese de él o de ella, y vuelva a casarse. Aunque esté mal, Dios le perdonará a usted si se lo pide y podrá usted seguir adelante y disfrutar la nueva unión.” Eso me hace sentirme muy preocupado, primero, porque es tomarse a la ligera lo que ha dicho Dios muy en serio, y segundo, porque no es verdad que las Escrituras enseñen que lo único que tenemos que hacer es pedirle perdón a Dios para que nos perdone.
Lo que dicen las Escrituras es que cuando llegamos al punto del arrepentimiento, recibimos el perdón. Arrepentirse quiere decir que entendemos el terrible peligro en que hemos puesto a otras personas, el perjuicio que hemos ocasionado a otros y a nosotros mismos, sintiendo vergüenza por ello y estando dispuestos a ponerle fin y a que no exista mas en nuestras vidas, que le demos la espalda y que caminemos con Dios en su perdón y restauración, teniendo una nueva vida que lleva en una nueva dirección. Eso es el arrepentimiento y solo entonces está el perdón de Dios a nuestro alcance.
Por eso es por lo que Jesús habla con tanta claridad y al mismo tiempo con tanta amabilidad acerca de estos asuntos. Sí, el adulterio acaba con el matrimonio, pero no significa que no se puede producir el perdón y transformarlo en una nueva y refrescante experiencia, en la que Dios pueda comenzar de nuevo a obrar para crear ese milagro de la unidad que deseaba para nosotros. De eso se trata el matrimonio. Es la manera que tiene Dios de unir dos vidas para producir la unidad que se convertirá en un testimonio ante el mundo entero de la gracia y el poder de Dios para cambiar las vidas humanas. El puede enternecer nuestros corazones, quitar la dureza y cambiar a las personas para transformarlas en lo que él quiere que sean.Para eso son los matrimonios.
Oración
Gracias, Señor Jesús, por las palabras claras y contundentes de tus labios, que nos ayudan a entender en lo que nos estamos metiendo cuando escogemos un marido o una esposa, el propósito que tienes para esa relación, y lo que producirá bendición y gloria en nuestras vidas. Señor, ayúdanos a caminar en estos senderos. Todos hemos pecado; todos hemos hecho cosas que están mal y nos hemos hecho daño unos a otros, tanto en nuestro matrimonio como fuera de él. Señor, te damos gracias por habernos limpiado, por tu perdón, por estar dispuesto a recomponerlo, a sanarnos y a hacer que podamos reunirnos de nuevo y por hacer que cada esposo y cada mujer sea lo que debe ser, ante ti y ante el mundo que nos contempla. Te lo pedimos en tu nombre, amen.
Nº de Catálogo 3318, Serie: EL GOBERNANTE QUE SIRVE, Marcos 10:1-12; 9 de Marzo, 1975
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Translated by: Rhode Flores (rhode@lince.lander.es)
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