“Ocúpate en la lectura” – 1ª Ti 4:13
Ves a tu hijo mirando la tele, jugando a la pelota, jugando en la computadora…todo menos tomar un libro y leer. La afición a leer, que los padres valoramos tanto, parece ser el último recurso para los chicos. Tu primer impulso es regañarle, pero hay otros procedimientos, más lentos, pero más efectivos. La afición a leer ha de actuar por contagio porque “cuando se contrae el hábito a la lectura, es difícil ya curarse…”
La lectura: cómo contagiar ese virus tan beneficioso
Algunos padres tienen la impresión de que sus hijos no leen jamás. Les parece que cualquier costumbre, dinámica o sedentaria, resulta más atractiva para los chicos que agarrar un libro. En consecuencia, nace en ellos el deseo de ver a los niños más aficionados a la lectura. Nos estamos refiriendo, claro, a una lectura libre, no concebida específicamente como un aprendizaje, sino como un gusto, una afición, un hobby. Eveline Charmeux , en su obra “Cómo fomentar los hábitos de lectura”, distingue dos clases de lectura: la lectura funcional y la lectura de placer. Mediante la primera, los lectores obtienen información, solucionan problemas. Es la lectura necesaria para resolver un problema, para conocer las reglas de un juego o un deporte, para saber cómo se monta una máquina. Mediante la segunda, se lee para divertirse, para pasar el rato, para explorar nuevos mundos. Es el tipo de lectura en la que el lector se deja llevar por las palabras, sin ningún tipo de propósito concreto que no sea el puro placer de sumergirse en un libro.
Al final de la infancia, entre los ocho y los doce años se generan muchos hábitos y aficiones; los niños están abriéndose al mundo, conociendo posibilidades y adquiriendo autonomía de movimientos. Es pues una edad adecuada para desarrollar un hábito lector que pueda consolidarse después en la adolescencia. Los padres tenemos un papel a jugar en la creación y consolidación de este hábito. Pero hay que tener claro que las estrategias para conseguir un hábito lector presentan unas peculiaridades diferentes a las que solemos emplear para conseguir otros propósitos. Es ineficaz plantearlo como una actividad de estudio, como plantearíamos, por ejemplo, la hora de los deberes. El famoso pedagogo y escritor italiano Gianni Rodari creó, con mucha ironía, unos consejos para conseguir que los niños “odiaran la literatura”. Repasándolos vemos muchas de las actitudes equivocadas que empleamos a veces los adultos para conseguir que nuestros hijos lean. Por ejemplo, solemos presentar el libro como una alternativa “buena” a la televisión y a los dibujos animados que son “malos”. O les reñimos porque tienen demasiadas distracciones y diversiones. O les obligamos a leer un libro concreto sobre el que después tendrán que contestar unas preguntas.(¡Esto me aterra, aunque el libro sea cristiano!) De esta manera el niño ve el libro como algo alejado de las “distracciones” que realmente le gustan, y, en cambio, lo identifica como algo muy próximo a los deberes y obligaciones escolares.
La animación a la lectura difícilmente se consigue por imposición. Se obtiene a través de un tratamiento positivo, “obrando indirectamente” para que se cree un clima favorable a la lectura.Hay quien dice que la afición de leer actúa por contagio: por contagio de unas actitudes, de un ambiente o de una oferta creada en su entorno para que se desarrolle este beneficioso “virus”. Muchas veces las aficiones y los gustos están más ligados a la afectividad que a la efectividad. Más próximo a la persuasión que de la obligación. Se trata de conseguir que el hábito nazca de los propios niños, de crear las condiciones favorables para que surja de ellos el deseo de leer, y de seguir leyendo.
He aquí unas cuantas líneas de actuación interesantes:
- La primera: Crear en casa un ambiente de lectura. Que a su vez se realiza de dos formas: 1) Haberle leído desde muy pequeño, en los primeros años de su vida, especialmente en la cama antes de dormir (¿Usted le ha comprado para esa edad una “Biblia para niños”). Cuando el o ella aprendan a leer querrán “releer” por ellos mismos las historias que papá o mamá les leía). 2) Ver al padre o a la madre con la Biblia o un libro en las manos se convierte en una referencia importante del propio comportamiento. Supone además que en la familia hay ratos dedicados a la lectura a los que los hijos se pueden sumar.
- La segunda: Hablar sobre libros. Oír cómo se comenta el interés -o incluso el aburrimiento, por qué no- que suscita la novela que tienes entre manos prolonga la actividad lectora; se crea una transmisión de saberes y de comunicación muy importante para cimentar el gusto lector.
- La tercera: Leer los libros apropiados para tu hijo. Acercarse a la inmensa oferta actual de libros infantiles, seculares (¡Cuidado al elegirlos!) y cristianos y compartirlos con los hijos va a suponer para muchos padres el descubrimiento de una literatura rica y variada, que proporciona momentos de conversación e intercambio con los niños.
- La cuarta: Buscar entre esta oferta temas que conecten con sus aficiones. Hay libros infantiles sobre muchos campos y dirigidos a mentalidades y edades muy variadas. No hay duda de que sobre lo que le gusta a tu hijo hay también títulos interesantes que le pueden atrapar.
- La quinta: Convertir la tele en una aliada, no en un enemigo. Si la pequeña pantalla es lo que realmente le engancha, hay que fijarse en sus programas y películas preferidos y tratar de buscar libros relacionados con su pasión. Tenemos ya garantizado un mínimo de interés. Cuando yo era niño y preadolescente existía la colección”Robin Hood” de libros de aventuras (hoy quizá se pueda encontrar en alguna librería de usados). También la revistas “Selecciones” (fundada por un matrimonio cristiano) tiene temas cortos y muy interesantes. También se las ubica en esas librerías a bajo costo.
- La sexta: Conocer la biblioteca pública del barrio y la de la iglesia. Los libros de la sección infantil y juvenil de las bibliotecas públicas ofrecen muchos más libros de los que se puedan comprar en casa. Suelen celebrarse además actividades de animación a la lectura y encuentros con otros lectores. Si en la iglesia no hay biblioteca, proponga con otros padres la formación de una, ocupándose ustedes de atenderla.
- La séptima: Incluir en las salidas de compras una vuelta por una buena librería secular o cristiana. Aunque no se compre nada, es bueno ver las novedades que han aparecido, o qué hay sobre un autor o un tema que le interesó. También dará oportunidad de hablar sobre ciertos temas de actualidad.
- La octava: Tratar de averiguar qué tipo de lector es nuestro hijo y respetar sus ritmos. Hay lectores compulsivos, que no paran hasta que hayan terminado el libro. Los hay, en cambio, calmos. Hay lectores a quienes les gusta releer el mismo libro y los hay ávidos de novedades. Los hay noctámbulos y diurnos. Darle un margen a su manera de leer contribuye a consolidar el hábito.
- La novena: No empeñarse en que le guste lo mismo que a sus padres. Hay que recordar que se está forjando su gusto por la lectura, no el de papá y mamá. Y hay que saber esperar para dar los libros adecuados en el momento oportuno.
- La décima: Lo más importante. Si hacemos que desde la más temprana edad nuestros hijos tengan “desde la niñez” apego a la Palabra de Dios, ella “le darán sabiduría” para seleccionar cualquier otro tipo de lectura.
Para terminar, una última sugerencia: no hay que impacientarse si vemos que estas estrategias no funcionan a la primera. Justamente porque actúan de manera indirecta, cuesta a veces que se arraiguen desde el primer momento. A base de tantear, de descubrir sus aficiones y sus inquietudes se puede ir marcando la línea por la que desarrollar este hábito de manera efectiva, y, sobre todo, afectiva.
Pongamos este aspecto de la educación de nuestros hijos delante de Dios como una necesidad, priorizando la lectura de la Palabra. La experiencia de Timoteo puede también ser la experiencia de nuestros hijos:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” – 2ª Ti. 3:14-15