1 – Los hijos son como flechas que buscan dar en el blanco…
La psicología, que estudió las etapas evolutivas de la vida de un matrimonio acuñó este término tan gráfico: «etapa del nido vacío»
¿A qué llamaron «nido vacío»?: al momento en que los hijos, ya grandes (finalizando el secundario, universitarios, casados, etc.) comienzan a «levantar vuelo» y están mucho menos tiempo en casa o ya no están.
La pareja se encuentra entonces con espacios vacíos: no sólo comparte menos tiempo con los hijos, sino que además se siente menos necesitada, puesto que los mismos requieren ahora otro tipo de dedicación.
¿Qué pasa cuando los hijos crecen y dejan el hogar de origen? ¿Qué sienten una madre y un padre cuando generalmente después de veintitantos años de convivencia, ven partir a sus hijos para que estos vuelvan ya sólo para el clásico almuerzos de los domingos?
Este evento, como tantos otros del ciclo de vida de una familia, es de enorme importancia para cada involucrado, ya que produce una crisis en el equilibrio familiar. Las penas, las alegrías, las decisiones, el tiempo, ya nunca más se compartirán de la misma manera. Por lo tanto, la familia debe reorganizarse y alcanzar una nueva estabilidad a partir del cambio.
El padre, por lo general más absorto en su trabajo «cae más en la cuenta» los fines de semana. La madre, en cambio, generalmente más dedicada a la atención de la casa y de los chicos, sufre más duramente el impacto de la ausencia todos los días.
Cada familia transita por esta etapa de una forma particular, que depende de un sinnúmero de variables, que no detallaremos aquí. Pero en líneas generales, podemos decir, que las familias que lograron adaptarse con menos sufrimiento y conflicto son las que pueden comenzar a «llenar estos espacios» de otra manera y por lo tanto presionan menos para retener a sus «pichones»
En pocos años los nietos vienen a llenar nuevamente de bullicio la casa de los abuelos. Disfrutar con ellos, descubrir sus talentos, reír con sus ocurrencias, compartir sus juegos y disfrutar de las dos alegrías que saben dar, la alegría de su visita y de la alegría de su vuelta a casa.
En cada persona está la posibilidad de quedarse con las “pérdidas” o con las oportunidades de esta etapa. Disfrutar de la vida implica aceptar los cambios, por dolorosos que sean, y aprender a sacarles provecho. Si no se encuentran actividades nuevas en las que involucrarse, la inacción dará lugar a sentimientos de inutilidad, depresión, ansiedad, o actitudes manipuladoras para que el hijo no se vaya.
2 – Últimamente los hijos son flechas que eligen quedarse en la aljaba.
Pero últimamente dos costumbres, por llamarlas de alguna manera, que están alterando esa forma de vivir la etapa media de la vida de los padres, la primera es:
El nido semivacío: Es la tendencia de los jóvenes a resistirse a abandonar el hogar familiar. Algo así como “El sueño de ser eternamente adolescentes”. La comodidad, la irresponsabilidad, temor e insensibilidad, hacen que los hijos no encaren, o retarden considerablemente su independencia o el formar sus propias familias.”Por razones económicas, por comodidad o moda, los chicos postergan cada vez más el momento de hacerse cargo de sus responsabilidades.”
Hay jóvenes que desearían llegar a la edad de Matusalén siendo adolescentes. Se les notan la verdadera edad en la piel curada de acné y su devoción por el conjunto musical que hizo furor en los años de su adolescencia, pero los disimula bastante bien todas las mañanas cuando su mamá la despierta con las estrofas desafinadas que escucha desde que iba al jardín de infantes: “Arriba Juan, arriba Juan, hay que ir a la escuela. Oh no mamá, oh no mamá, me duele la muela…”
La adolescencia se está extendiendo por un período cada vez más largo, según la opinión de los especialistas. Tanto es así que la Organización Mundial de la Salud (OMS) prorrogó el comienzo de la adultez o “edad de madurez biopsicosocial” de los 21 a los 25 años. Muchas de las actitudes y comportamientos característicos de esa etapa se encuentran entre quienes hoy están superando los 30 años.”De ahí que se le llame también “la etapa aplazada”
La ciencia considera la adolescencia como la etapa de transición entre la infancia y la adultez, durante la que se completa la madurez biológica, se consolida la identidad y se logra la independencia de la familia. Esta última condición es la que muchos jóvenes aplazan.
La falta de trabajo estable y por consecuencia las dificultades económicas suelen ser una excusa digna para aferrarse al confortable recinto familiar, pero otras veces la mesa servida, la cama hecha, la ropa limpia y planchada, el shampoo y desodorante preferido, cuando no los zapatos lustrados, también inclinan la balanza. Los jóvenes prefieren vivir con sus padres antes de “vivir solos y comer fideos o arroz con manteca todos los días” y afrontar los gastos y esfuerzos de la independencia. En casa lo tienen todo y “más”, no tienen que preocuparme por vencimientos ni por ir al supermercado. Siguen durmiendo en la misma habitación donde aprendieron a garabatear sus primeras letras en la pared. ¡Ah! Eso sí, con el dinero que pueden ahorrar, se compran un auto usado cuyas patentes y seguro también es responsabilidad de los padres. “Vivir con los viejos es la única manera de darse algunos gustitos.”’ Muchos de ellos comentan.
Casi el 90 por ciento de los adolescentes mayores aseguró en una encuesta que se siente cómodo con su familia. Al fundamentar su respuesta, muchos coincidieron en que en sus casas no los presionan para cumplir con determinadas normas. Se sienten bien en casa, porque “no les hacen historia por nada”,
La dependencia de los recursos económicos familiares es uno de los motivos de esta maduración tardía. No hay duda que el logro de la identidad se retrasa porque la sociedad, y algunos padres, generan chicos cada vez más dependientes. Tal vez eso explique por qué muchos adultos conservan rasgos de la personalidad de un adolescente.
Pero hablábamos de dos costumbres, la segunda la podríamos llamar cinematográficamente: “Regreso sin gloria”
3 – Las flechas que se convierten en “boomerangs”
El nido no tan vacío. Los tiempos que corren han echado por tierra los sueños de muchos jóvenes a causa de la crisis económica. Para algunos el no poder seguir estudiando trocó las ilusiones en pesadillas sin consuelo, a otros habiendo terminado sus carreras profesionales se encuentran con que el sistema no les brinda lugar para desarrollarse y llevar a cabo sus proyectos. No obstante siguen viviendo con sus padres.
Pero existe un grupo muy particular, y es el formado por aquellos hijos que habiendo “dejado el nido” la triste realidad los impactó en pleno vuelo, y heridos y algo desplumados han “vuelto a la casita de los viejos”
Son aque
llos que empezaron la carrera de una nueva etapa, prepararon con entusiasmo e ilusión su casamiento y nuevo hogar. Ambos trabajaban y pudieron garantizar el alquiler del nido propio, o respaldar la cuota del crédito que les permitió embarcarse en la compra de su departamento…a algunos los vientos huracanados le sorprendieron en pleno vuelo; otros fueron heridos por aves de rapiña, las que nunca faltan en el sistema, otros perdieron el rumbo, otros nunca aprendieron o no supieron conducirse con responsabilidad e independencia; por lo tanto iniciaron el vuelo de regreso al nido paterno.
Aquí comienza el drama. Si bien para algunas madres, luego de las más dulces palabras para restañar las heridas, será hermoso volver a tener al hijo o hija nuevamente bajo el mismo techo, y las expresiones paternas como: “Todo se va arreglar” para levantar el animo alicaído. Comienza una etapa de reacomodamiento nada fácil para los padres, para los hijos que aún permanecen en la aljaba y los hijos que han regresado buscando refugio hasta que haya mejores “condiciones de vuelo”.
Estos hijos, no podrán imponer su estilo de vida en la casa paterna y tendrán que rescindir algo de su independencia, cosa que no es fácil. Los moradores genuinos de la casa deberán ejercitar el compartir su comodidad. Pues la crisis es de todos de una manera u otra.
La presencia viva de la Palabra de Dios deberá reinar en todos los corazones: “Consideraos los unos a los otros…” “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.” – Fil. 2:4
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