La necesidad de una familia
Podrán cambiar las épocas, habrá catástrofes naturales que sepultarán ciudades enteras, intolerancias humanas que intentarán hacer desaparecer culturas y razas, se sucederán las guerras unas a otras cada vez más cruentas, pero cuando las luces del último acto de la historia de la humanidad comiencen a apagarse, habrá hombres y mujeres que correrán con un único y último deseo, el abrazarse junto con sus hijos. Esa es la familia.
Podemos concebir, como lo hubo, un mundo sin confort, sin velocidad, sin ciencia, hasta sin dinero, y sin muchas cosas más de nuestro tiempo, pero nadie puede imaginar una humanidad sin familias.
La familia es la cuna de toda vida, tanto física como emocional y espiritual, ella existió antes que los pueblos, razas y naciones. Un hombre y una mujer formaron, aunque quizá ignorándolo, lo más vital para el desarrollo y crecimiento de sus hijos: Un hogar.
Todo lo que existió y existe sobre la tierra, tuvo su apogeo y su decadencia, su esplendor y su ocaso, su estabilidad y sus crisis. La familia, aunque permanente, no es ajena a estos efectos. Hoy con todas las ciencias del conocimiento humano, ha entrado en un período de su historia tan dramático como nunca antes lo había vivido.
El mundo en que vivimos
La época que estamos viviendo, con una degradación ostensible de las costumbres, tiene varios agravantes. Uno de ellos es la aceleración de los tiempos. La declinación es, entonces, más extensa y más rápida. Los medios de comunicación, en particular los electrónicos, son serios responsables de este proceso de disminución moral.
La proliferación de programas radiales y televisivos deformantes, que a toda hora fluctúan entre la violencia y la procacidad más ostensibles, exigen una autorregulación para poner fin a los excesos. La relación entre la televisión y la violencia pasa a ser la motivación en toda programación en búsqueda del rating.
Esta violencia expuesta produce en los menores la “visualización de la violencia”, los chicos expuestos a la violencia televisiva se sensibilizan mucho más, aprenden a agredir y cambian su imagen de la realidad. Los padres deben ejercer un mayor control de programas y cantidad de horas que sus hijos pasan frente al televisor o a la pantalla de la computadora “jugando” a juegos violentos donde la destrucción y la muerte lograda tiene premio.
Nadie discute la necesidad de una familia para criar a los hijos, pero los caminos comienzan a bifurcarse cuando se habla de los roles de los miembros, el ejercicio de la autoridad, la disciplina, los límites, y últimamente algunos “iluminados” que opinan que el modelo tradicional de un hombre y una mujer como padres ha fracasado y debe darse lugar y legalidad a “matrimonios” de lesbianas u homosexuales como progenitores de hijos adoptados o inseminados artificialmente. Lo más preocupante es que la mayoría de los medios de difusión le han dado un lugar que lo dejan entrever como una posibilidad o una “solución” a la crisis por la que la familia atraviesa.
Autoridad y amor
Hablar de ejercer autoridad y obtener obediencia hace fruncir el ceño a más de uno en estos tiempos de constante prédica de “igualdad y libertad” en las relaciones interpersonales, sin embargo, es una dinámica en la que se mueven necesariamente una gran parte de los grupos humanos de nuestra sociedad y sus miembros la sabrán llevar a cabo con eficacia si la aprendieron primeramente viéndola en sus hogares además de haberse preparado intelectualmente para ello.
Autoridad y amor son dos palabras que habitualmente no se leen juntas, pero son vitales para obtener una familia feliz. Cuando reconocemos a Dios como suprema autoridad y fuente del más puro amor (1ª Juan 4:7-10), sólo nos falta dejarlo entrar en nuestras vidas y hogares para comenzar a disfrutar de la familia ideal que todos anhelamos para nosotros y nuestros seres queridos.
El clima de amor y respeto se respirará en la familia, cuando los hijos lo hayan visto reflejado con anterioridad en la relación de sus padres como esposos.
A pesar de las vicisitudes actuales, la familia sigue siendo la influencia social más poderosa en la conducta del individuo.
En todas las culturas la familia existe como núcleo básico. Los cónyuges deben prepararse para desempeñar la función de educar a sus hijos hasta que lleguen a adultos, y poder transmitirles los valores permanentes de la dignidad humana. Deben saber que esta función no puede ser sustituida satisfactoriamente por otras instituciones como la escuela o la iglesia.
La sociedad, la escuela y la familia
La sociedad bombardea a diario con mensajes, que los niños y los adolescentes no pueden descifrar pero sí incorporar a su estilo de vida, que en muchos casos están cargados de anti-valores. Se suele cuestionar el contenido de los envíos publicitarios y, como expresamos anteriormente, de las emisiones de radio o televisión y se advierte sobre el creciente grado de exposición de los niños y adolescentes a la presión de las redes electrónicas.
Internet tiene mil millones de usuarios y va en vertiginoso aumento. Es fácil imaginar hasta qué punto serán profundos e impredecibles los cambios culturales que se registrarán en la sociedad. Un dato que merece ser tenido especialmente en cuenta es que los niños y los miembros de la tercera edad, por su capacidad de tiempo ocioso, integran el sector social de mayor digitalización.
Pues el peligro mayor para la mente de nuestros hijos no se haya fuera de nuestro hogar, por el contrario ha penetrado y capturado su atención, interés y tiempo en el seno de la familia
La escuela, su rol y su influencia son motivo constante de reflexiones, análisis y discusiones. Se entablan controversias a diario sobre cuál debe ser el objetivo de la instrucción que se imparte en el aula y se arriesgan hipótesis sobre cómo podría mejorar la relación maestro-alumno. Se discute acerca de cuáles deben ser los contenidos curriculares de la enseñanza y se intercambian opiniones sobre cómo se debería financiar la educación. Se habla, a menudo, asimismo, del lugar que el mundo de los valores debe ocupar en la enseñanza que se transmite en la escuela.
La presión de la sociedad y la influencia de la escuela informatizada sobre las nuevas generaciones son, como ya dijimos, objeto reiterado de debate.
La familia sin embargo no es objeto de análisis o estudio y no se habla con igual frecuencia, en cambio, del que sin duda es el ámbito primordial para la formación de las personas. Por eso Lapen ha creído necesario ocuparse permanentemente del grupo familiar y de los grandes y concretos desafíos que le toca enfrentar en este tiempo complejo y a la vez contradictorio.
La iglesia de nuestro Señor Jesucristo no figura en nuestra sociedad, y al decir en la sociedad nos referimos a las mentes que se dedican a expresar los problemas del niño y su familia, sean ello
s religiosos, educadores, filósofos y políticos
Estos pensamientos aspiran a suscitar una toma de conciencia sobre la misión de la iglesia cristocéntrica a la orientación del núcleo social básico y sobre la necesidad de que padres e hijos conozcan al Cristo de la Biblia, obtengan el permanente beneficio de la salvación y reciban el Espíritu Santo para que además de permitirle obtener una intima comunión con el Padre, multipliquen sus oportunidades de comunicación y de diálogo, en conexión cada vez más profunda con el mundo de los valores.
La transmisión de los valores
Las condiciones socioculturales en las que se desarrollan los vínculos en la familia son preocupantes; el Individualismo, la menor vida interior, la ambigüedad para asumir compromisos, el hedonismo, la desmotivación, el escepticismo, la sobrevaloración de la libertad y el consumismo son moneda corriente en este mundo de valores distorsionados.
Cualquiera sea el ideal de sociedad que se promueva o se aliente, siempre será necesario reconocer que la familia es el baluarte en el que se comunican los valores fundamentales de la vida. Las concepciones éticas que se aprenden en el hogar, al calor del afecto que agrupa a las personas vinculadas por lazos de parentesco sanguíneo o espiritual son las que más profundamente arraigan en el corazón humano y son -en la generalidad de los casos- las que sobreviven a los embates más severos, a las pruebas más duras.
El reconocimiento de la importancia que reviste el ámbito en el que los seres humanos reciben la primera formación moral remite a una verdad tan simple como esencial: la mayor riqueza de una sociedad son las personas. Muchos parecen olvidar el capital más preciado de toda civilización son las personas que forman parte de ella. Pero de qué familia y de qué valores estamos hablando
El trabajo espiritual con la familia
Quisiera que lo que sigue fuera considerado con la atención y análisis necesario que su urgencia requiere.
Fuera de la Palabra de Dios, nada en este mundo es permanente, invariable e inmodificable. Aún los objetivos específicos de cualquier organización o entidad cristiana pueden ir adaptándose a las necesidades de la época o de las culturas.
La evangelización de los niños no es un juego ni debe ser considerado un tiempo de distracción por sus padres. Tampoco debe ser “una horita feliz” semanal ajena a los días de angustia, maltratos y abusos que los niños sufren donde tendrían que encontrar protección, seguridad y amor: Su propia familia.
Es imperioso que la obra de evangelización de los niños se extienda a los padres y mayores que con ellos conviven.
Sabemos que la tarea espiritual que se realizó durante los años de la infancia, si bien está la promesa bíblica: “que su palabra no volverá a El vacía” (Isaías 55:11), sin embargo, muchas veces es destrozada en la mayoría de los niños, los púberes o adolescentes por el entorno familiar y social, a diferencia de aquellos niños que tienen padres convertidos por el poder de Jesucristo.
Creo firmemente que en estos tiempos, debería haber sido así en otros también, es imperioso que en la planificación evangelística de la niñez que haga la iglesia se debe incluir en su programación el acercamiento de la Palabra a los progenitores, para que sean ellos quienes asuman la formación espiritual de sus hijos (Deut. 11:18-21) y apoyen firmemente la tarea de las Escuelas Bíblicas y Horas Felices que la Iglesia de Jesucristo realiza.