La elección de la pareja
No es cuestión que los padres elijamos las parejas para nuestros hijos, pero sí debemos de hablar con ellos en todo lo concerniente al proceso que lleva al matrimonio.
Algunos creen que las relaciones entre hombres y mujeres no se dan al azar o por la tan mencionada “química“, “cupido“, “atracción magnética“, determinaciones del destino y/o a través de cualquier otra explicación popular. Es decir que en principio hay razones psicosociales flexibles de porque se elige (o de como se elige) la persona que tiene la probabilidad de ser un(a) candidato(a) para formar pareja y casarse.
En lo que como humanos nos compete, la mayoría de las veces, son estas bases de atracción interpersonal las que “sembrarán” el cultivo de la felicidad-infelicidad de la pareja. Algunas variables flexibles de atracción interpersonal son:
- Características de personalidad
- Nivel socio-económico
- Similitud cultural
- Atributos físicos
- Edad
- Similitud de valores espirituales.
El cristiano no es ajeno a estas razones y variables, que en muchos casos ejercen una presión e influencia mucho mayor que la sabiduría espiritual que el Espíritu Santo nos ha dado para ser utilizada en decisiones tan importantes como la elección de la persona con la cual habré de casarme.
Elijo yo o elige Dios – Gn. 2:18; 2ª Co. 6:14 – Aún hoy día hay poca educación sistemática sobre destrezas y conocimiento en la manera de elegir y descubrir (si creemos que Dios la tiene elegida con anticipación ya para nosotros) “racional y espiritualmente” la pareja y disminuir de esa manera las posibilidades de fracaso e insatisfacción en la relación.
La presencia de conflictos en la pareja
Si partimos de la idea que conforme a nuestro mejor juicio en un momento dado, hemos elegido un(a) compañero(a) razonablemente apropiado(a), aún así hay un sinnúmero de fuentes potenciales de roces, problemas y/o conflictos. Esto nos lleva a una de las principales reglas que hay que tener siempre presente para mantener una relación relativamente satisfactoria y saludable. La regla dice:
“En toda relación humana existe el potencial de conflicto, y en las relaciones más cercanas o íntimas esto parece aumentar por la proximidad y frecuencia de las interacciones. En otras palabras, no hay relaciones humanas libres del potencial de conflictos, ni siquiera en las relaciones de amor por decirlo de esa manera”.
Si la relación de la pareja es una estable en términos generales, la posibilidad y/o la aparición de los conflictos no debe ser algo para temer o asustarse y generar una tensión y frustración excesivos. Por consiguiente es muy recomendable tener una filosofía clara y racional sobre los conflictos. Algunas recomendaciones al respecto son:
- Interpretar los conflictos como un aspecto natural de la relación (no quiere decir que nos agraden) cuando surgen.
- Verlos como oportunidades para clarificar y solventar diferencias.
- Tener la convicción de que enfocados espiritual y constructivamente, los conflictos producen crecimiento y madurez en la pareja (y hasta en la familia, si la tienen), y fortalecen la relación.
Algunas fuentes comunes de problemas o conflicto en el noviazgo:
- El cuidado del dinero y la capacidad de ahorro
- Relaciones con los parientes
- Diferencias sobre los roles bíblicos en la relación matrimonial.
- Diferencias de madurez espiritual.
- Educación sexual bíblica.
- Uso del tiempo libre
- Criterios sobre las responsabilidades en las tareas del hogar
- La carencia de conocimientos y destrezas de comunicación constructiva-efectiva.
- La carencia de conocimientos y habilidades en la solución de conflictos, y
- La carencia de conocimientos y habilidades de negociación.
A los cuales se suman en el matrimonio
- Tipo de relaciones con las amistades y parientes (familias primarias)
- El uso del dinero y el criterio financiero.
- Ejercicio de una vida sexual mutuamente satisfactoria.
- La planificación familiar (también considerada en el noviazgo)
- Criterios en la crianza de los hijos.
Volviendo de nuevo al tema de la elección de la pareja y de las primeras etapas que sirven de base a la relación, es de importancia mencionar el papel vital que tienen las expectativas irrealistas y mitos sobre lo que pueden esperar en la relación con la pareja, lo cual puede perdurar por años deteriorando la satisfacción, ya que les lleva a esperar mucho más de lo que verdaderamente van a encontrar adelante en la convivencia diaria.
Algunos mitos y expectativas irrealistas comunes son:
- El amor romántico siempre será el pilar que sostendrá la relación (y este durará por siempre).
- Mi pareja sabrá lo que yo quiero sin que se lo diga.
- El deseo es suficiente para una buena relación sexual.
- Cuando me case no voy a sufrir penalidades ni frustraciones.
- Mi pareja me compensará por todas mis frustraciones pasadas.
- Mi pareja siempre estará de mi parte, siempre me será fiel (bajo cualquier circunstancia), y siempre será indulgente cuando mi comportamiento no sea correcto.
- Nada podrá influir negativamente en mi matrimonio.
- Mi pareja me hará feliz.
- Mi novi@ es cristian@ (sobre esto volveremos más adelante…)
Si no se identifican y modifican estos mitos en base a las experiencias de la relación con la pareja, obviamente sobrevendrá la insatisfacción; y si se perpetúan llevarán a perturbación emocional. Entonces, la reevaluación de las expectativas sobre la relación con la pareja puede llevar a un equilibrio y mayor satisfacción en la
convivencia diaria.
Otra fuente de insatisfacción importante en las relaciones de pareja es la incompatibilidad en una o varias áreas de la relación (entre más importante el área para uno o ambos, mayor la insatisfacción. Sobre todo si fallan las negociaciones para establecer un compromiso que resuelva el problema).
La incompatibilidad a menudo surge al seleccionar el/la compañer@ de forma superficial y simple, sin conocerl@ realmente, o cuando se produce los cambios naturales en una de las dos personas o en ambos. Esto puede ser estímulo para dialogar, pero también puede llevar a una ruptura de la relación, en especial si la incompatibilidad se presenta en una área central para uno o ambos miembros de la pareja. En este punto, uno o ambos miembros ya no verán la relación como algo importante, y que les vaya a satisfacer en el futuro.
Si la incompatibilidad es en una área menos importante producirá menos insatisfacción y casi no afectará la relación, sobre todo si el/la compañer@ encuentra una expresión a su deseo que a su vez, sea aceptada por el otro miembro de la pareja.
Según se ha mencionado anteriormente, la experiencia de intervención psicológica con parejas y datos de investigaciones sobre este tema apuntan a que hay por lo menos 3 habilidades fundamentales que pueden ayudar a maximizar la relación satisfactoria de las parejas. Estas son:
- La comunicación efectiva
- Métodos de solución de conflictos
- Métodos para la negociación de conflictos
Un énfasis en este punto es que debe subrayarse el concepto de habilidades aprendidas, ya que son destrezas que a menudo deben aprenderse o perfeccionarse puesto que no son características innatas de las personas. Otro aspecto importante es que estas habilidades se interrelacionan e impactan unas a otras.
La Comunicación Efectiva
Se caracteriza por un estilo de relación y/o comunicación que se denomina Asertivo, el cual representa un balance entre los estilos de comunicación por lo general inefectivos; tales como el tipo pasivo, agresivo y pasivo-agresivo.
La comunicación asertiva conlleva algunos ingredientes de relación efectivos tales como: expresión (positiva y/o negativa) directa, honesta y clara de los sentimientos, pensamientos, necesidades y opiniones, sin herir, humillar o faltar el respeto de manera intencional a la pareja. Es diferente de la llamada “franqueza agresiva”.
Es importante:
- Lo que se dice (verbal y no-verbalmente)
- Cómo se dice
- Donde se dice
Otros elementos de la comunicación efectiva son:
- Escuchar
- Dejar hablar
- No-prejuzgar
- Flexibilidad
- Razonabilidad
- Disposición de llegar a acuerdos
¡LO PRIMERO!: La búsqueda de la voluntad de Dios.
¿Cómo se manifiesta en la elección de la pareja? Hay quienes creen, basándose en el texto del título, que cualquier cristiano puede hacer un excelente matrimonio con cualquier cristiana, sin tener en cuenta lo antes dicho. Respetando esta opinión, no obstante creo que solamente el Señor sabe cual es “la ayuda idónea ideal” y cual “el complemento vital necesario” de cada cristiano/a en base a sus características temperamentales y caracterológicas.
“Ayuda y complemento” que debemos buscar, con el conocimiento y capacidad intelectual y espiritual “para que aprobemos (elijamos) lo mejor” – Fil. 1:9-10 que nos ha dado el Señor. y a la vez esperar en oración que nos muestre su voluntad.
El matrimonio propiamente dicho
Un jardín al que hay que cuidar... diariamente.- Cantares 2:1-3
Quien tiene un jardín sabe el tiempo y la dedicación que requiere si se quiere disfrutarlo y lucirlo. El tener el césped cortado, el combatir las malezas y las hormigas son trabajos junto al plantar elegidas flores, que se hacen sin medir el esfuerzo. También podríamos decir que mucha de la labor es “de rodillas”. Pensándolo, el matrimonio también es “un jardín al que hay que cuidar.”
Cada vida es una historia con características únicas que trasladamos al ámbito del matrimonio: a unos les gusta dirigir e impartir ordenes pero otros tienen un perfil más sumiso o conformista, unos prefieren decidir y otros que decidan por ellos, a unos les encanta darse al otro mientras que otros necesitan recibir de los demás, unos necesitan más cariño y a otros les resultan pegajosos los mimos, y así podríamos seguir…
El mundo dice: “que no hay una fórmula que garantiza el éxito de la vida matrimonial, pues cada unión se rige por reglas propias, normalmente no explicitadas por sus miembros pero que sirven para mantener viva (en el mejor de los casos, armónica) la relación mientras dura”. No hay duda que esta forma de pensar da lugar a las mil recetas que terminan en el fracaso. Las “reglas propias” son las que cada uno de los integrantes de la pareja han aprendido de la simple observación de otras parejas.
Solamente el obedecer los principios bíblicos para el matrimonio (Efe. 5:21-25, 28, 31 y 33), que son: Amar y sujetarnos al Señor por sobre todas las cosas y el amar y respetar al cónyuge más que a nosotros mismos, garantiza un matrimonio duradero y feliz.
¿Pero que significan “estos amores?” Es en nuestro jardín reconocer a Dios como creador y sustentador de nuestra unión, es el cortar las diferencias culturales e intelectuales; es el arrancar las malezas y raíces de amargura traídas de nuestro pasado; matar los enemigos como son “las costumbres y derechos de la soltería”, no sucumbir a la competencia entre los sexos, los celos y la rivalidad de las familias entre otras cosas. Toda esta labor debe ser hecha por los dos (muchas veces el jardín de la casa lo cuida solo uno de los cónyuges o lo hace un tercero) y ser “regada con oración”; lo cual nos permitirá disfrutar de la frescura, aroma y colorido de una unión bendecida por Dios y será de modelo, primeramente a nuestros hijos y luego a los que puedan observarnos cada día.
Reconozcámonos mutuamente como buenos jardineros
Es importante que nuestro cónyuge sepa qué nos gusta y cómo lo queremos; como así también qué nos disgusta. Hemos de mantener informada a nuestra pareja de nuestros cambios, porque no siempre sentimos, ni queremos lo mismo
: Somos cambiantes, nuestra vida es una sucesión de etapas, y cada una de ellas tiene sus características propias.
Afortunadamente somos muy distintos, pero también compartimos cosas. A todos nos gusta que nos respeten, que nos quieran, que cuenten con nuestra opinión, que nos valoren como personas en toda nuestros roles en la vida: como trabajadores, como hijos, como padres, como esposos, como amigos, como interlocutores.
El cuerpo es un gran comunicador y hemos de permitirle expresarse. Si queremos mantener un diálogo fluido con nuestro cónyuge, las relaciones corporales (no exclusivamente las sexuales, sino también las caricias, los besos, los abrazos) han de ser cotidianas y satisfactorias para ambos.
La pareja crece cuando cada día sentimos que vamos juntos en el mismo camino, comunicándonos desde el cuerpo y la palabra y compartiéndonos de forma incondicional. Establezcamos nuestro propio código basado en la comunión con Dios y la comunicación, la confianza, el respeto, la ternura y el placer entre nosotros
Arranquemos algunas malezas…
Existen algunas conductas, actitudes o pensamientos que operan como cizañas en nuestro jardín, por lo tanto no las debemos dejar crecer. Por ejemplo:
- No esperar que mi cónyuge adivine lo que quiero y necesito, y que se adelante a mis deseos antes de formulárselos,
- No competir por quién es más o menos, mejor o peor, quién le debe más o menos al otro, quién es el que más pone para mantener viva la pareja.
- No ser infiel al proyecto en común. (Para no perjudicar a nuestro matrimonio hemos de mantenernos leales al compromiso adquirido, trabajar día a día en el jardín para reavivar ese proyecto común, intentar que esa ilusión inicial, ese amor crezca y la vida resulte gratificante para ambos.)
- No acumular desaires, desacuerdos, enojos, reproches, faltas de respeto y desilusiones. (Efe. 4:26) (Por el contrario sacarlos a la luz y comentarlos pacíficamente)
- No dudar ni celar al otro. (Las fisuras por falta de confianza suponen el inicio del resquebrajamiento de la pareja. Es difícil hacer crecer el amor hacia alguno de quien se duda.)
- No formular nuestras necesidades y tristezas de mala manera, sino concisa y directamente, pero con humildad.
- No practicar la ironía, el sarcasmo, la crítica destructiva, el grito, el insulto, la ridiculización, la descalificación, falta de respeto y la grosería al dirigirnos a nuestro cónyuge (Efe. 4:29-32, 5:1-2, 4, 19-20).La familiaridad no nos autoriza a ello. Las formas cuentan, y mucho.
- No dejar de dar a las relaciones sexuales el lugar que Dios les dio (Gen. 1:28, Pro. 5:18-19, 1ª Cor. 7:4-5) y remitirlas a un plano secundario. Ellas son imprescindibles para el mantenimiento del compartir, de la confidencialidad y la ilusión en el matrimonio. La carencia de estas relaciones corporales “abona” la maleza del desánimo, la apatía en el diálogo y la tan destructiva infidelidad, convirtiendo nuestro jardín en un pastizal.
- No llegar al desacuerdo. Hemos de hacer frente a tareas domésticas, gastos y otros cometidos familiares. Habrá que hablarlo y ver cómo vamos a organizar los gastos, la distribución de las tareas domésticas, la crianza de los hijos o, incluso, las vacaciones.
- No dejar de creer que el matrimonio es cosa de dos que funcionan como uno. Que empieza por uno mismo y es por ello que debemos cuidarnos espiritual, física y anímicamente y hacer cada uno de su vida una experiencia rica espiritualmente, en situaciones y sensaciones nuevas; aportando riqueza a la relación. Cada uno tiene su propia vida y el matrimonio es la expresión de dos vidas que se unen para “ser una” (Gen. 2:24).
No nos cansemos de sembrar flores – Gal. 6:9
- El hablar es fundamental, los silencios son perjudiciales, más si tienen significados negativos, guardan enojos duraderos y rencores acumulados. Pongamos un diálogo constante y la negociación: el consenso y los acuerdos. Ante la discrepancia de opiniones simples, la alternancia en las decisiones es una buena opción. Hoy eliges tú, mañana decido yo.
- Desterremos el culparnos. Lo importante es mantener el buen ambiente y evitar los agravios o las desconsideraciones. No temamos los desencuentros ni las crisis, intentemos utilizarlos para fortalecer la relación. Unas buenas habilidades de comunicación nos sacarán de muchos atolladeros. Al desterrar hábitos perniciosos, empecemos con no echarnos culpas y pasemos a considerar global y lúcidamente qué parte de responsabilidad nos corresponde a cada uno en los hechos. Y a la más mínima duda, preguntemos.
- Nada lo de por hecho o entendido. Ceder el paso a los sobreentendidos, los silencios acusatorios y las suposiciones genera maleza de desconfianza y distanciamiento que envenenan la relación que resultan difíciles de arrancar. Una pregunta, un comentario a tiempo, frena ansiedades y malestares y permite que fluya la comunicación.
- Discrepancias profundas. Otra cosa es cuando surgen problemas serios como son las discrepancias profundas en temas esenciales, como el uso del dinero, relaciones con los parientes (llámense padres o suegros, hermanos o cuñados…) incompatibilidad de caracteres o costumbres, expectativas sobre el otro que requieren ayuda profesional que no es objeto de esta reflexión. De todos modos, estas propuestas son también útiles para encarar situaciones excepcionales o graves que deterioran gravemente la relación.
- Dar y recibir. En el matrimonio, al igual que en toda relación, hay que dar y recibir. Hoy yo, mañana tú. Las desigualdades pueden dar lugar a situaciones de dominio que a largo plazo generan insatisfacción al menos en una de las dos partes. Y fundamentalmente…
- Tengamos un tiempo devocional. Comencemos por crear dos tiempos, uno ä solas con el Señor”, en forma individual y otro matrimonial. Si este pudiera ser con un libro devocional especial para matrimonios mejor. Esto nos permitirá descubrir áreas que debemos conocer, aprender, profundizar o modificar con la ayuda de Dios.
SIEMBRA DE AMOR
La vida es un jardín; lo que siembres en ella, eso te devolverá.
Así que elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás
las flores más bellas.
Ca
da acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una
simiente. Cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.
Procura, entonces, que caiga tu simiente en el surco abierto del
corazón de los hombres y vigila su futuro. Procura además, que sea
como el trigo que da pan a los pueblos y no produzca espinas y
cizañas que dejen estériles las almas.
Muchas veces sembrarás en el dolor, pero esa siembra, traerá frutos
de gozo. A menudo sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu
simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine? No
tomes las tormentas como castigos. Piensa que los vientos fuertes
harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal
resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes;
serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.
¿Rompió el alba y ha nacido el día?, salúdalo y siembra. ¿Llegó la
hora cuando el sol te azota?, abre tu mano y arroja la semilla.
¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta?, eleva tu
plegaria y siembra. Si eres niño, siembra, tus propias manos recogerán el fruto.
Si ya eres viejo, las manos de tus hijos recogerán la cosecha.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, fructificará
según como lo siembres. Ve y arroja el grano, ve abriendo el surco
y siembra. Y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la
muerte con los brazos cargados y una amplia sonrisa, como el
sembrador que, dejando la mancera al terminar el día, se acerca
cargado y sonriente a la dulce cabaña donde lo espera
la amada esposa y la sabrosa cena.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente.
Procura, siempre: “una siembra de amor”.
“No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a
otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque
los mandamientos que dicen: -No cometas adulterio-, -No mates-, -No
robes-, -No codicies-, y todos los demás mandamientos, se resumen en
este precepto: -Ama a tu prójimo como a ti mismo- El amor no
perjudica al prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley”
Romanos 13:8-10.