El estoicismo, fundado cerca del 300 A.C., por Zenón (333-264 A.C.), llevaba ese nombre, porque el filósofo se reunía con sus discípulos debajo de un pórtico (Stoa en griego).
Los estoicos eran eminentemente deterministas. Al sabio solo le cabía aceptar su destino. Para ellos la felicidad radica en librarse de las pasiones, en el sosiego del alma y en la indiferencia.
En la vida todo esta predeterminado por el destino. Si uno acepta su destino, este lo lleva tras sí, y al que se resiste lo arrastra con fuerza. Igual que los epicúreos eran materialistas, pero distinguían dos densidades diferentes en los cuerpos. Un principio pasivo, la materia y uno activo, el pneuma (espíritu).
Eran los filósofos panteístas de la época. A pesar de que enseñaban la existencia de un Ser Supremo, afirmaban que había muchos dioses subordinados y que las facultades del ser humano eran similares a las de los dioses.
Sostenían que el alma humana era solamente una emanación de Dios, que para ellos significaba el alma del mundo. Negaban por completo la existencia de una vida personal después de la muerte. El hombre no tenía que prestar atención a los sufrimientos corporales ni a los placeres. Debía guiarse por el intelecto y así podría obtener la virtud y soportar por sus propias fuerzas el dolor.
Sus características esenciales fueron el orgullo, el panteísmo y el fatalismo.
La siguiente imagen de dioses griegos (Poseidón, Dionisios y Demeter), fue tomada de: MARIN CORREA, Manuel (director general). Historia Universal Marin. Volumen I. Barcelona: Editorial Marin, 1973. Página 232.