Tomado de: Paul Hoff, El pastor como consejero, Editorial Vida,1981, pp. 43-44.
Muchos de los problemas humanos tienen raíces escondidas bajo la superficie. Los consultantes a veces presentan solamente los síntomas y no se dan cuenta del problema verdadero. Algunos psicólogos creen que cada problema de alcoholismo, desarmonía matrimonial, desviación moral, conducta antisocial o flojedad espiritual, tiene su fondo. No basta en tales casos cortar sólo el tronco del problema; es necesario cavar hasta las raíces y sacarlas. Por ejemplo, un drogadicto puede atribuir su problema a un sentido de inseguridad, algo que se relaciona con su situación en el hogar. Para solucionar su problema, conviene tratar su problema emocional, es decir, el problema que existe en el hogar.
Algunas personas se comportan mal porque así consiguen ciertos fines apetecidos. Por ejemplo, Jorge, de diez años, se enferma del estómago cuando se siente solitario. ¿Por qué? Sus padres lo atienden cuando está enfermo. Susana, que tiene quince años, amenaza con frecuencia dejar su hogar, pues así obliga a sus padres a ceder a sus exigencias. El señor Rodríguez toma mucho vino, pues su señora se preocupa por él solamente cuando él toma. De otro modo lo trata con indiferencia. Es necesario traer a la luz los motivos de tales personas y obrar para solucionar el problema que causa la mala conducta.
En tales casos conviene que el pastor y el aconsejado miren bajo la superficie y noten los móviles que surgen de experiencias conflictivas y de sucesos habidos significativos en la situación actual del asesorado y en su vida anterior. El pastor-consejero observa bien lo que dice el aconsejado y le ayuda a explorar los aspectos que contribuyen a su problema, formulando preguntas y haciendo sugerencias. Por ejemplo, el pastor puede preguntar: “¿Qué efecto tuvo en su marido el apego de usted a su madre?” A veces no es fácil encontrar el problema y es necesario hacer algunas sugerencias tentativas o preguntas, en la misma forma en que el pescador echa la red de lugar en lugar, hasta que encuentra los peces.
Sin embargo, si el consejero formula preguntas en demasía, perjudicará la solución del problema. Así frustraría el proceso de ayudar al asesorado a encontrar las raíces y a llegar a una solución propia. También, si el consejero convierte la entrevista en un interrogatorio, no hay que extrañarse si encuentra resistencia de parte del aconsejado.
Las características de las buenas preguntas son las siguientes:
- Conviene formular preguntas que permitan que el consultante tenga amplia oportunidad de responder con sus opiniones o con más información. Por ejemplo, se puede preguntar así: “¿Cómo se sentía usted acerca de los cargos de su vecino?” o “¿Qué pasó luego?” En contraste, se deben evitar las preguntas que limitan la expresión del asesorado, tales como: “¿Se sentía usted frustrado porque perdió el negocio?” “¿Ha dejado de pensar en ella?” Tales preguntas se contestan con un simple “Sí” o “No”, y así puede terminar muchas veces la conversación de parte del aconsejado. Se debe evitar que se presenten dos alternativas, que limitan la exploración de un asunto o su desarrollo más amplio.
- No conviene formular preguntas directas que den al consultante la impresión de que el asesor lo somete a un interrogatorio. Por ejemplo, es mejor comentar: “No sé cómo se sentirá una persona que tenga un hijo rebelde”, que preguntar: “¿Cómo se siente usted en cuanto a su hijo rebelde?” Ambas expresiones muestran el interés del pastor, pero la primera no chocaría tanto como la segunda.
- No conviene formular una serie de preguntas a la vez. Más bien debe inquirir acerca de una sola cosa, con una pregunta simple. Por ejemplo, no debe preguntar de esta manera: “¿Cuándo comenzó su señora a sospechar que usted le era infiel? ¿Le habló acerca de sus sospechas? ¿Cómo reaccionó usted?” Si el consejero hace una pregunta tras otra, el aconsejado no sabrá a cuál pregunta debe contestar y quedará confundido.
- No conviene preguntar “¿por qué?” a menos que la pregunta sea positiva. Si el pastor pregunta al consultante: “¿Por qué no disciplinó usted a los niños?”, puede indicar que desaprueba la conducta del asesorado, y así el aconsejado probablemente se pondrá a la defensiva.
El consejero debe preguntarse lo siguiente: “¿Formulo preguntas que no tienen sentido en cuanto a comprender el problema? ¿Mortifican mis preguntas al consultante? ¿Hago yo preguntas a las cuales él no puede contestar? ¿Pido que el asesorado aclare lo que yo no entiendo? ¿Permito que el aconsejado cuente su historia a su propia manera? ¿Contribuyen mis preguntas a traer a la luz las raíces del problema, o distraen al consultante de su tema? ¿Interrumpen o ayudan al consultante a ventilar su problema?”
Tomado de:
Paul Hoff
El pastor como consejero,
Editorial Vida,1981, pp. 43-44.
Regresar al curso: El Aconsejar