Volver a la Guía de estudio Siete Familias de la Biblia
Lectura Capítulo 1. AUN EN LAS MEJORES FAMILIAS
La Familia de Jesús (Lucas 2:41-52)
Por el Dr. Jorge E. Maldonado
Download PDF
Las familias de la Biblia son narradas no como las de nuestros héroes nacionales en las que sólo se menciona sus logros y virtudes. En la Biblia, las familias están retratadas de cuerpo entero, con sus virtudes y sus defectos, con sus logros y sus fallas, en sus triunfos y en sus crisis.
Aun esta familia excepcional, la familia de Jesús, escogida por Dios para ser el hogar de su hijo, es descrita por el evangelista Lucas en un momento de tensión, enfrentando un problema típico de familias con adolescentes, manejando una situación crítica, rodeada de fuertes sentimientos de angustia y desasosiego.
Características de la familia
Al leer el pasaje bíblico se puede apreciar una lista de características saludables de esta familia de artesanos. En primer lugar, esta familia es que es una familia piadosa. Toma muy en serio su fe. A pesar de ser una familia pobre, de artesanos, hace esfuerzos para participar con regularidad en el evento anual más importante de la vida religiosa de su pueblo: la pascua. “Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua” (v.41) no simplemente para “cumplir con la religión”, sino como una expresión de su fe genuina y profunda. Podemos inferir la espiritualidad de esta familia no sólo por su peregrinación anual a Jerusalén, sino también por otros indicios igualmente importantes. Allí aprendió Jesús las primeras lecciones sobre la Ley y los Profetas. Su madre, que habría atesorado la visita del ángel, expresó desde la profundidad de su corazón creyente su cántico profético de alabanza y liberación que el evangelista Lucas lo recoge para la inspiración de todos cuantos aman la justicia y la paz. Su padre habrá mantenido fresca la manifestación de Dios en sueños. Ambos habrán recordado con emoción la visita de los pastores y los magos. Juntos enfrentaron el exilio en Egipto y el retorno a Nazaret, convencidos de su papel especial en los planes salvíficos de Dios. En efecto, Dios no se equivocó al encontrar en el hogar de María y José el lugar más idóneo para que el Verbo de Dios se hiciera carne.
En segundo lugar, esta familia está vinculada a su comunidad. Ser una familia piadosa, no significa aislarse de su contexto social. El relato nos dice que cuando José y María descubrieron que Jesús no estaba con la compañía que regresaba de la fiesta, “…le buscaban entre los parientes y los conocidos” (v. 44b). Aquí hay una familia que puede conjugar con naturalidad la dimensión vertical de su existencia: su piedad y su fe, con la dimensión horizontal: sus relaciones sociales, su vida en comunidad. La fiesta de la Pascua era precisamente una fiesta cívico-religiosa. Por un lado, se celebraba el “Día de la Independencia” de la nación y, por otro, era un recordatorio religioso de la intervención de Dios en la historia de su pueblo. Hoy en día encuentro muchas familias cristianas aisladas de su comunidad. No participan en los eventos sociales, ni en los proyectos comunitarios, ni en las fiestas cívicas. Pero la familia de Jesús no tenía conflictos en combinar su “vida espiritual” con su vida comunitaria, y esto, de seguro, contribuía a desarrollar una vida familiar saludable y equilibrada.
En tercer lugar, esta familia parece haber alcanzado ese balance –siempre en proceso de cambio– entre la responsabilidad parental de otorgar a un hijo que va creciendo mayor espacio para que ejerza su autonomía, y al mismo tiempo mantener los límites que un adolescente todavía necesita para continuar desarrollándose. Camino de regreso a Nazaret, cuando Jesús no apareció a la hora del almuerzo, seguramente sus padres pensaron que él era suficientemente capaz de manejarse sin el omnipresente control de los mayores. Pensarían que Jesús estaría con algún pariente o amigo almorzando alegremente y confiaban que él sabía cuidarse. Pero cuando llega la noche, él debe aparecer en casa a la hora establecida. Allí se dan cuenta que no está y que hay que buscarlo.
También encontramos que en esta familia existe un ambiente de sana comunicación. En esta familia se puede dialogar y expresar los sentimientos, incluyendo la angustia (v.48), se puede aclarar las cosas, hacer reclamos y confrontar (v.48, 49). Y no sólo los adultos –generalmente los hombres, según las tradiciones patriarcales de la época– tienen derecho a hablar; las mujeres y los niños también pueden expresar sus opiniones y discrepar (v.49).
Por último, y sin agotar la lista de buenas cualidades y recursos de esta familia, se puede apreciar que hay un espíritu de reconciliación y perdón. Aunque los padres “no entendieron” (v.50) todo lo que sucedía, volvieron a Nazaret en donde reanudaron su vida normal con Jesús “sujeto a ellos” (v.51) y la madre atesorando todas estas experiencias “en su corazón” (v.51b).
El Problema
Me pregunto, entonces, )por qué esta familia, tan equilibrada, saludable y buena enfrenta un problema como éste? )Por qué una familia modelo como ésta no está exenta de problemas? Con frecuencia las familias piensan que tienen problemas por sus fallas o porque sus miembros no son lo suficientemente buenos. Tienden a acusarse entre ellos o a encontrar culpables fuera.
Las observaciones hechas en las últimas décadas relacionadas con el desarrollo familiar en conjunto aportan luz para el entendimiento de este pasaje bíblico y de este problema. Cuando los hijos crecen y se transforman en adolescentes se dan cambios significativos en sus cuerpos mentes y relaciones. Las familias se ven forzadas, entonces, a dar saltos cualitativos en
la manera de relacionarse. No es lo mismo organizarse y vivir como familia con hijos pequeños, que hacerlo con hijos adolescentes o con hijos adultos. Hay que hacer un “cambio de marchas” para cruzar satisfactoriamente esas fronteras. Cuando el sistema familiar (ese conjunto de personas en interacción y gobernadas por reglas y límites) se resiste a los cambios, con frecuencia surgen síntomas, como una llamada de auxilio para sensibilizar el sistema y prepararlo para la nueva etapa. Problemas pueden surgir –como creo que es el caso de la familia en consideración– simplemente porque los seres humanos, viviendo en familia, no siempre hacemos esas transiciones en forma sincronizada. Los hijos crecen casi siempre más rápido que los padres y los padres no somos suficientemente sensibles a la intensidad de esos cambios en los hijos. Veámoslo en este pasaje bíblico:
El versículo 42 nos dice: “…cuando (Jesús) tuvo 12 años… subió con ellos conforme a la costumbre de la fiesta”. Hasta nuestros días los judíos celebran el Bar-Mitzva, ritual mediante el cual se incorpora a los niños de 12 años a la comunidad de adultos a fin de discutir la Ley. Hoy se sabe, por las investigaciones realizadas por Jean Piaget, que entre los 11 y los 14 años niños y niñas dan un salto cualitativo en su manera de pensar, en su desarrollo cognoscitivo. El adolescente ya puede pensar formalmente, ya puede discutir asuntos abstractos, ya puede intercambiar ideas con propiedad y soltura en el mundo de los adultos. Me imagino a Jesús viviendo con intensidad la espera de cumplir sus 12 años para poder acompañar a sus padres, (por primera vez!, a Jerusalén y poder plantear ante los expertos las preguntas que tanto inquietan a un adolescente: sobre Dios, sobre el bien y el mal, sobre la justicia, sobre el sentido de la vida, etc. Para los padres, como dijimos, el nivel de intensidad no era el mismo. Los 12 años de Jesús requerían el obligado viaje a Jerusalén y… (otra vela en el pastel de cumpleaños!. Me imagino diálogos como el siguiente en esos días de espera:
-“Mamá apenas faltan 10 días para nuestro viaje, yo he pensado que…”
-“Cálmate, hijo, ya llegará el día… por ahora haz tus deberes”.
-“Papá, ya sólo faltan 9 días…”
-“Ya te he dicho que con afanarte no pasa más rápido el tiempo. Al contrario, parece que se prolongará. Vete a ayudar a tu madre”.
Los padres tenían otras preocupaciones: hacer arreglos para el viaje, dejar suficiente comida para las gallinas, encargar a los vecinos o parientes sus otros hijos (Mr.3:31; 6:3). Es decir que mientras el hijo vivía la intensidad y la excitación de una nueva era todas sus expectativas, los padres vivían la rutina de los quehaceres cotidianos y las demandas de los arreglos anuales para ir a la fiesta. Este año, sobre todo, hay exigencias económicas y sociales adicionales: llevan con ellos un adolescente que necesita un traje especial, que tiene que saber las buenas costumbres… y que ¡come… por dos!
Mi hipótesis, entonces, es que esta familia tan hermosa está por dar una salto cualitativo muy importante, pero no todos están preparados para hacerlo en forma sincronizada: Jesús, por un lado vive la excitación del momento, mientras que sus padres no lo percibieron en todas sus implicaciones. El versículo 49 parece confirmar esta hipótesis. “Entonces él (Jesús) les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Así se explica cómo esta familia ejemplar desemboca en una típica crisis de desarrollo. Los miembros de este sistema, como sucede con la mayoría de las familias con su primer adolescente, no han logrado prepararse adecuadamente para juntos transitar hacia una nueva etapa en su desarrollo conjunto. No es necesario recurrir a explicaciones que incluyan patología. No todo problema en una familia es señal de que “algo anda mal” o de alguna “enfermedad”. Con frecuencia hay problemas en una familia saludable precisamente como una manifestación de salud, de crecimiento, de vida.
Demandas contradictorias
Además, toda familia se encuentra continuamente frente a dos demandas aparentemente contradictorias: por un lado mantener su identidad para proveer continuidad y seguridad a sus miembros y, por otro, cambiar para adaptarse a las nuevas situaciones. En una familia, cuando no se logra combinar armoniosamente ambas demandas, o no se consigue hacerlas oportunamente, esta doble y permanente demanda tensiona la vida familiar en forma continua, pero al mismo tiempo le abre nuevos horizontes. Es como caminar sobre la cuerda floja, saboreando cada vez la satisfacción de haber superado un obstáculo. Cuando Jesús cumple 12 años y está listo para el cambio, para funcionar a un nivel social diferente en su cultura (discutir la Ley con los miembros adultos de la comunidad), sus padres están temporalmente desubicados, no tienen experiencia en cómo manejarse en esta nueva situación y, aparentemente, esperan el mismo comportamiento infantil de Jesús.
Sabemos que la adolescencia es un fenómeno cultural. Mientras más se complica una cultura más tiende a prolongarse la adolescencia ya que la vida adulta conlleva más responsabilidades y más requerimientos. En la antigüedad, como sucede hasta hoy en sociedades tribales, la adolescencia coincide con la pubertad, es decir con la maduración fisiológica y la capacidad para la reproducción. Hoy en día, el comienzo de la adolescencia está definido por la pubertad, pero su terminación –y por ende el ingreso a la edad adulta– es muy ambigua y llena de demandas crecientes. No debe sorprendernos que las familias contemporáneas enfrentan mayores problemas de transición en esta etapa de su ciclo vital que las familias de nuestros antepasados. El inicio de la adolescencia conlleva la necesidad de reestructurar las relaciones familiares y encontrar un nuevo balance que combine ambas aspiraciones de toda familia: la estabilidad y el cambio. Hay mucha literatura hoy en día sobre este punto. Si los sistemas familiares son rígidos y no cambian es probable que broten síntomas.
La Búsqueda y el encuentro
Una de las enseñanzas de esta historia, para mí, está en la manera cómo se maneja esta situación tensa y delicada. Leemos: “pero como no le hallaron volvieron a Jerusalén buscándole” (v.45). Cabe preguntarnos ¿por qué esta pareja piadosa, que confía en Dios, que ha tenido diversas experiencias extraordinarias del poder del Señor, no se queda tranquila orando y esperando la intervención de Dios en la solución de este problema?. ¿Será que les falta la fe? La respuesta es obvia. Cualquier pareja en una situación parecida, por más que tenga toda la confianza en Dios, no puede evadir su responsabilidad de padres. Al contrario, por ser creyentes tienen más responsabilidad. Ellos no titubearon: combinaron su confianz
a en Dios (me imagino que ellos y la comunidad que les acompañaba oraron y confiaron en lo que sólo Dios podía hacer: cuidar de Jesús perdido en una ciudad extraña), y actuaron responsablemente (haciendo lo que sólo a ellos les correspondía hacer como padres, emprender la búsqueda del hijo). Comprendieron que Dios no iba a hacer algo que a ellos les ha encargado hacer: criar y cuidar a los hijos; y aceptaron que sólo Dios puede hacer algo que ellos no pueden hacer: proteger al hijo cuando está fuera de su vista. Esta formidable pareja de Dios, entonces, combinó acertadamente la fe y la acción.
Pero no encontraron a su hijo de inmediato. “… Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo…” (v. 46). ¿Por qué demoraron tres días para encontrar a Jesús? ¿Dónde buscaríamos a un niño de doce años perdido en la Capital? Comenzaríamos, ciertamente, buscándolo entre los amigos, lo conocidos, los parientes. Luego iríamos a las plazas, los estadios, los cines, los juegos electrónicos. Finalmente, recurriríamos a la policía y a la Cruz Roja. En donde menos se nos ocurriría buscarlo sería en el templo. He aquí. otro indicio para la comprobación de nuestra hipótesis: los padres no percibieron todo lo que significaba para Jesús su visita al templo de Jerusalén. Los comentaristas hablan de la “creciente conciencia mesiánica” de Jesús, de la cual sus padres no estaban totalmente alertados.
El cuadro de Jesús en el templo es fascinante. Estaba “…sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles” (v. 46b). Jesús se encuentra entre un grupo de personas que le sobrepasa con mucho en edad, pero este grupo de eruditos en la ley está fascinado con Jesús. Este niño prefiere permanecer tres días en el templo conversando sobre las Escrituras que ir a jugar con los otros muchachos en la plaza. Observemos que Jesús está “…oyéndoles y preguntándoles” (v.46b). No está pasivamente aceptando todo lo que sale de la boca de los expertos; tampoco está haciendo alarde de sus conocimientos. ¿Dónde aprendió Jesús a dialogar? ¿Tomó acaso antes de su viaje un “Curso Breve de 10 Lecciones para Dialogar en el Templo”? Evidentemente que se aprende a dialogar en el hogar. Allí los hijos aprenden a decir su palabra sin ser reprimidos, descalificados o avergonzados. En el hogar de Jesús, como se ha visto, se puede dialogar, hay espacio y “permiso” para que padres e hijos expresen sus pensamientos y sus sentimientos.
El v.48a dice que “Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre…” Cuando pregunto a diversos grupos ¿porqué habla la madre y no el padre? – algunos me responden que la madre siempre es la más cercana a los hijos. Yo les explico que conozco padres muy cercanos a sus hijos y madres más distantes, y que el estereotipo que tenemos sobre ambos sexos no nos deja apreciar la realidad. Otros me dicen que la madre es la más sensible y la que carga siempre con la responsabilidad de criar a los hijos y educarlos. Hago notar que en la sociedad judía de los tiempos bíblicos, si en alguno recaía un poco más la responsabilidad de la educación religiosa de los hijos era sobre el padre (Dt.6:4-9). Cuando el pueblo de Israel se desviaba de la fidelidad a Dios, los profetas orientaban sus reclamos a los padres (Jer.9:13).
Es conveniente considerar que, en una sociedad patriarcal, la mujer tenía, probablemente, el permiso cultural para expresar sus sentimientos, mientras que el hombre, –como sucede también ahora– tenía la obligación de controlarse. Esto es notorio en la sociedad machista latinoamericana. La mujer tiene “permiso” para llorar, gritar y desmayarse ante un problema; los varones carecemos de ese “permiso” y tenemos que tragarnos la angustia, el dolor y el llanto. Los varones “debemos” mantener la calma y buscar soluciones. Hay, por supuesto, hogares que tienen la valentía de desafiar los estereotipos e, incluso, invertir los roles asignados por la cultura: el varón se asusta, se confunde y se lamenta, mientras que la mujer mantiene la mano sobre el timón y maneja las situaciones. No es cuestión de ser más o ser menos capaz, inteligente o masculino y femenino, sino asunto de distribuirse y complementarse en sus roles y funciones. Aunque la madre, en este caso, es la portavoz, ella habla en nombre de los dos.
El clímax de esta historia
En el v.48b encontramos las palabras de la madre y el clímax de este relato. “Hijo, ¿por qué nos ha hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia”. Tres verdades de gran importancia en la crianza de los hijos y en el manejo del hogar son dignas de notarse.
En primer lugar, con la frase “¿Hijo por qué nos ha hecho así?…”, la madre de Jesús, aún en el momento de la ofuscación hace un aporte genial al arte de criar hijos al hacer una distinción entre el ser y el hacer de Jesús. “Hijo…”, quiere decir que su calidad de persona, su pertenencia a la familia, no ha sido alterada ni está en peligro. El amor de los padres no está condicionado a que Jesús haga o no haga cosas, a que se comporte de una u otra forma. Ella le afirma a Jesús por lo que él es: su hijo. Cuando el ser del hijo ha sido afirmado y ambos, madre e hijo, saben que está intacto, ella pasa a desafiar con vehemencia su conducta. “…¿por qué nos has hecho así? Cuando ejercemos juicio sobre el ser de un niño, estamos atacando su identidad, su integridad, y eso siempre es demasiado para cualquier persona. Si a un niño se le dice: “tú eres necio, malcriado, insoportable”, y si le repite todos los días con tanta certeza y fe, el niño se volverá exactamente lo que se le hemos dicho que es. La palabra tiene poder para programar conductas. Una cosa es decirle a un niño “tu eres” y otra cosa muy distinta “tu has hecho”. La primera tiene una carga emocional muy pesada. De modo que podemos y debemos confrontar la conductas sin necesidad de atacar el ser. El ser de nuestros hijos debe estar cuidado, protegido y afirmado. Necesita mantenerse intacto para poder desarrollarse saludablemente.
Los adultos también tenemos dificultad en manejar juicios sobre el ser. Si mi esposa me dice, por ejemplo, “eres un desconsiderado”, yo me siento impulsado a responder con otro juicio: “es que tú eres muy exigente”. Desde que aprendí esta distinción me va mejor en mis discusiones con ella. Si ella me dice “eres un desconsiderado”, y siento que me va a caer esa tonelada de juicio sobre mi ser, me hago a un lado y le pregunto “¿qué te hice yo que a ti que te pareció desconsideración?” Ella, entonces, puede señalar mis conductas y confrontarme: “no me has llamado por teléfono todo el día y no me has mandado flores en las últimas 24 horas, no has lavado los platos…” Eso lo puedo enmendar, está bajo mi control modificar mis conductas, pero siempre me desconcierto cuando recibo un juicio sobre mi ser. .
En segundo lugar, la madre de Jesús dice: “…tu padre y yo te hemos buscado…” Aunque ella es la que habla, lo que dice incluye a la pareja: padre y madre, esposo y esposa enfrentan juntos la búsqueda del hijo. Uno de los axiomas fundamentales de la terapia familiar contemporánea es que cuando la salud de la relación conyugal se encuentra afectada,
todo el sistema familiar se resiente. “La relación conyugal es el eje central alrededor del cual se forman todas las otras relaciones familiares”, expresa Virginia Satir, una de las pioneras de la Terapia Familiar. La unión de la pareja, cuando ésta existe, es de suma importancia en el manejo de los problemas familiares. Cuando la pareja se pone de acuerdo es poderosa y confiable: los hijos crecen seguros.
Una de las hipótesis básicas en el trabajo clínico con familias es que un hijo se mete en problemas para unir a los padres, aunque sea en contra de sí mismo y aunque signifique un estancamiento de su propio desarrollo. Los terapeutas familiares hemos confirmado vez tras vez lo que encontramos en los libros: que cuando los padres se acercan emocionalmente y se ponen de acuerdo, el paciente sintomático mejora y el ambiente de toda la familia empieza a cambiar.
En tercer lugar las palabras de María, “…te hemos buscado con angustia” son muy reveladoras. ¿Cómo puede una pareja piadosa angustiarse? Es una pregunta que yo escucho con frecuencia, como si los sentimientos catalogados como “desagradables” fueran una contra-dicción a la fe. Dios nos ha hecho con sentimientos (los básicos son: alegría, tristeza, miedo, ira y amor) y con la capacidad de experimentarlos y expresarlos. La madre aquí verbaliza el sentimiento de angustia de ella y de su esposo –habla en plural– y así nos da la clave de cómo manejar adecuadamente nuestros sentimientos. No los reprime (para luego tener un dolor de cabeza o un resentimiento que se acumula para largo). Tampoco explota descontroladamente (agrediendo al hijo, o rompiendo los cristales del templo). Por verbalizar los sentimientos encuentra una manera saludable de manejarlos. Las diversas culturas tienen diversas formas de manejar los sentimientos. Por lo general han prohibido su expresión. Así hemos aprendido a reprimir los sentimientos. La madre de Jesús nos enseña a expresar nuestros sentimientos de la manera más saludable, verbalizándolos.
Encuentro que no sólo los sentimientos “desagradables” son difíciles de expresar. Con los sentimientos que consideramos “buenos” como el amor y la alegría –dependiendo de la cultura en que hayamos sido criados– sucede lo mismo. Como terapeuta familiar al trabajar con adolescentes que son traídos a consulta por su “mal comportamiento”, encuentro muy útil un procedimiento de rutina para despejar un poco el ambiente emocional, con frecuencia muy cargado. Después de escuchar por un rato las preocupaciones de los padres, digo, generalmente al padre:
-“Veo que usted ama mucho a su hijo”
-“Claro que sí –me responde– de lo contrario no estaría aquí”.
-Yo estoy de acuerdo, y le digo: “Dígaselo a su hijo”.
-“Él sabe que yo le quiero. Mire, le he comprado una bicicleta, un equipo de sonido, le he mandado a vacaciones a…”
-“Comprendo… Ahora, dígale que le ama. Él necesita no sólo saberlo, sino oírlo de sus labios”
El padre se siente incómodo, se acomoda la corbata, traga saliva, mientras yo le animo con mucha delicadeza a formular sus palabras de cariño. Al fin prorrumpe en una frase tímida: “Hijo, yo te quiero”. Por lo general, el hijo que ha seguido nuestro diálogo con atención y ve el esfuerzo del padre, al oír sus palabras rompe en llanto, los dos se abrazan, el hijo dice también que lo quiere y que no sabe por qué se porta así, etc. Cuando los dos se han calmado, le digo al padre:
-“Explíquele, señor, a su hijo, ¿por qué le cuesta tanto decirle que le quiere, si usted lo quiere tanto?.
-El padre generalmente añade: “Me cuesta decirte que te quiero porque… mi padre tampoco jamás me dijo que me quería”.
Allí está presente un poderoso impedimento, transmitido de generación a generación, para expresarse los más lindos sentimientos como el amor de un padre para con un hijo.
El Broche de oro
El v.52 pone el broche de oro a este pasaje al describir a Jesús en un proceso de desarrollo integral: cuerpo, mente, espíritu y relaciones sociales: “Y Jesús crecía en sabiduría (intelectualmente) en estatura (físicamente) y en gracia para con Dios (espiritualmente) y para con los hombres (socialmente)”. Cuando yo comencé a estudiar Psicología del Desarrollo en la década de los años 60, era un gran avance que se definiera al ser humano en sus dimensiones biológica y psicológica. Luego, en la década de los 70, la dimensión social cobró reconocimiento. A partir de los años 80 la dimensión trascendente –los valores, la religión, la espiritualidad– son cada vez más reconocidos como aspectos integrantes de la realidad humana.
Es notable encontrar en este texto de casi dos mil años una visión integral del desarrollo de una persona. Lo físico, lo mental, lo social y lo espiritual son como cuatro patas de una mesa. Necesitan ser del mismo largo para que sirvan a su propósito. Cuando una de las patas se alarga o se encoge la mesa pierde su equilibrio. Con alguna frecuencia me encuentro con padres que piden ayuda para que una hija que sólo se interesa en lo académico se interese también por salir de los libros y desarrollar amistades; o para que un joven, que sólo se preocupa por los deportes, se interese igualmente por los estudios. Una vez, un pastor de una iglesia local nos remitió a nuestro centro de terapia familiar un joven cuyo problema, según los pastores, consistía en ser “demasiado espiritual”: no trabajaba y tenía el “ministerio” de visitar a los hermanos a la hora de las comidas para exhortarles a vivir la vida cristiana. Su “pata” espiritual le habría crecido en desproporción a las otras.
En conclusión
Esta es la historia de una familia saludable en un momento de transición de una etapa a otra en su ciclo vital. Problemas pueden surgir aún en las mejores familias simplemente como parte del desarrollo y no necesariamente como señal de patología. Los padres, unidos como pareja, enfrentan el problema, distinguiendo entre el ser y el hacer de su hijo. Además, saben como expresar sus emociones. Todo en un ambiente de compromiso, aceptación y respeto que permite el crecimiento integral del niño que se va transformando en adolescente.
Volver a la Guía de estudio Siete Familias de la Biblia
Volver a Capítulo 1 Siete Familias de la Biblia