Guía de Estudio: Desafíos en el Liderazgo Espiritual DownloadPDF
Lectura Adicional
DISCIPULADO Y MISIÓN
Por Levi DeCarvalho, Ph.D.
De ser siervo a manera de Jesucristo
Lectura adicional Modulo 2: Desafíos en el Liderazgo Espiritual
Profesor: Dr. Pedro Larson
DIRECTORIO DE ESTE DOCUMENTO:
- CUANDO PENSAMOS EN DISCIPULADO
- CUALIDADES PERSONALES DEL DISCIPULADOR
- MINISTERIO PÚBLICO
- SELECCIÓN DEL GRUPO ÍNTIMO DE DISCÍPULOS
- CONVIVENCIA
- MISIONES CON LOS DISCÍPULOS
- MISIONES DE CORTO PLAZO
- CORRECCIÓN
- INTERCESIÓN POR LOS DISCÍPULOS
- LA OBEDIENCIA Y EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO
- MISIÓN AL MUNDO
- LA PERSECUCIÓN POR CAUSA DE CRISTO
- LOS CÍRCULOS DE RELACIONES DE JESÚS
- CONCLUSIÓN
CUANDO PENSAMOS EN DISCIPULADO, nos viene a la mente el ministerio de Jesús con sus seguidores más cercanos – Pedro, Santiago, Juan, y los demás. Si tenemos tiempo para reflexionar una segunda vez, es posible que pensemos sobre Pablo y sus compañeros, o quizás sobre Bernabé y su grupo.[1] Aún así, no nos enfocamos mucho en el discipulado como algo que se pueda poner en acción en nuestras iglesias, ya que nuestros deberes y obligaciones nos impiden de dedicar una porción de nuestro tiempo a un grupo limitado de individuos; preferimos, al contrario, ministrar a la multitud desde el púlpito. Si nos sobra tiempo, entonces sí podemos pensar en acercarnos a alguien con más atención a sus necesidades de crecimiento y ministerio.
En este artículo, nuestro propósito es compartir lecciones basadas en la relación entre Jesús y sus discípulos que nos puedan servir en la obra misionera. La razón por la cual nos detenemos en Jesús es doble: él nos ha ordenado que hagamos discípulos de todas las etnias y, además, su ministerio es descrito con más detalles que el de cualquier otro líder en el Nuevo Testamento. Nuestro plan es seguir a Jesús paso a paso en su proceso de discipulado, de acuerdo a algunos textos clave de los Evangelios. Luego, sugerimos un análisis de los círculos de relaciones personales en el ministerio de Jesús. La idea central es plantear nuestra obediencia a la Gran Comisión en su modelo de discipulado y misión.
CUALIDADES PERSONALES DEL DISCIPULADOR
Nadie iba a seguir a Jesucristo si no fuera por algo que los atrajera, antes de todo. Jesús poseía lo que nosotros podríamos denominar como carisma personal, un aspecto de su personalidad que lo hacía atractivo tanto a la muchedumbre, como a determinados individuos—en especial, a los que buscaban el reino de Dios y la liberación de Israel. Hasta los niños (Mt. 19:13-14; Mr. 10. 13-16; Lc. 18. 15-17) se sentían confortables en su presencia, y él los bendecía. Sus enemigos también eran impactados por la personalidad de Jesús, con quienes, algunas veces, dialogaba y discutía los asuntos relativos a la revelación del Antiguo Testamento y al plan redentivo de Dios.
Jesús, cuando empieza su ministerio, lo hace en la posición de rabino. Al asumir esta posición social de líder religioso, él actúa de acuerdo a las costumbres de su tiempo. Esta posición de maestro le permite a Jesús de hablar a la gente sobre la antigua alianza, firmada desde la creación, confirmada por los profetas, empezando con Abraham, Moisés, y los demás, hasta llegar a Juan el Bautista.
La fascinación con Jesús es evidente. Al terminar su enseñanza (Mateo 7:28-29) conocida como sermón del monte, “la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. Eso atrajo la envidia y los celos de los fariseos, saduceos, sacerdotes y demás líderes judíos de su tiempo (Mt. 21:12-17; Mr. 11. 15-19; Lc. 19. 45-48; Jn. 2. 13-22), quienes pronto decidieron por terminar con su vida. De una u otra manera, nadie quedaba indiferente a Jesús. Unos se enojaban, otros se gozaban en sus palabras y acciones. Los doce, como los conocemos, quedaron fascinados por este hombre, y fueron llamados por él para ser sus seguidores.
Sin embargo, no olvidemos que, antes de darse a conocer al gran público, y también antes de llamar a sí a los doce discípulos, Jesús tubo que pasar por la prueba de fuego de la tentación en el desierto. Su bautismo tiene la aprobación del profeta Juan, el Bautista, con el impactante descenso del Espíritu Santo (Mt. 3.13-17; Mr. 1.9-11; Lc. 3:21-22) sobre él, en forma de paloma. Pero Jesús no está todavía listo para ejercer su ministerio público. Dios no utiliza alguien sin antes probarlo—parece ser el principio bíblico que aprendemos aquí, y por ese motivo, el propio Espíritu lo lleva al desierto (Mt. 4.1-11; Mr. 1.12-13; Lc. 4:1-13) para pasar por la experiencia de la tentación.
El nombre de Dios estaba en juego. Jesús tenía que probar que estaba listo para hacer lo que le tocaba, en el plan redentivo de Dios. Satanás no lo iba permitir que invadiera su territorio sin pelear primero. La tentación, precisamente, tiene el propósito de desviar el siervo de Dios de su objetivo principal—cumplir con el plan redentivo de Dios. Luego de tentarlo y fracasar en su intento, Satanás se aleja de Jesús—pero por poco tiempo[2] (cf.Lc. 4:13).
MINISTERIO PÚBLICO
El ministerio de Jesús fue marcado por su contacto personal con la multitud. Sus palabras y acciones eran una totalidad inseparable, como leemos en Mateo 9:35-38:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Fue sin duda esa compasión por la gente, uno de los factores que más impactaron a los hombres que, más adelante, fueron llamados por Jesús para seguirlo y aprender de él. El encuentro con Pedro y los hijos de Zebedeo, por ejemplo, fue marcado por esa mezcla de autenticidad, compasión, y santidad (Mt. 5:1-11). La vida verdadera de Jesús actúa como un magnetismo que atrae a esos hombres, los cuales – humanamente hablando – deciden de arriesgar sus vidas con la vida de él. Este es uno de los más firmes principios de un discipulado auténticamente bíblico.
Lo que hace Jesús, lo hace en claro. La multitud lo acompaña, los más cercanos oyen su enseñanza, sus acciones hablan por si mismas, sus hechos portentosos llegan a los oídos de amigos, simpatizantes, y enemigos. Esto es otro principio del discipulado – la actuación pública, abierta, en contacto con la gente que necesita, como oveja desamparada, del consuelo de Dios.
SELECCIÓN DEL GRUPO ÍNTIMO DE DISCÍPULOS
Sin embargo, no todos estaban en condiciones de seguir al maestro. Con algunos que se lo proponen, Jesús es taxativo:
Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
Y dijo a otro: Sígueme. El le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios.
Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. (Lucas 9:57-62)
Antes de elegir a sus seguidores más cercanos, aquellos a quienes él habría de confiar la continuidad de su ministerio, Jesús pasó la noche en oración. Era necesario buscar la dirección del Padre para este importante paso en su ministerio público:
En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles. (Lc. 6:12-13; cf. Mt. 10.1-4; Mr. 3.13-19)
CONVIVENCIA
El modelo de discipulado de Jesús incluye una vivencia en común entre maestro y discípulo. No se trata de una experiencia meramente cognoscitiva, sino que maestro y discípulos viven juntos, intercambiando experiencias, aprendiendo directamente de la fuente, en lugar de solamente recibir informaciones y datos sobre determinados temas de la teología cristiana. Dice el texto de Marcos:
Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios. (Mc. 3:13-15)
La expresión, “para que estuviesen con él”, pone en relieve la clase de intimidad que es característica de la experiencia de los apóstoles con Jesús, en su ministerio terrenal. Aparentemente, para Jesús, era necesaria esa proximidad entre sus discípulos y él, para que pudieran entender quien él era y que mensaje vino a compartir con los seres humanos. No es por casualidad, humanamente hablando, que Pedro reconoce y confiesa que Jesús es el Cristo, el tan ansiado Mesías, el Hijo de Dios (cf. Mt. 16:13-20). Mucho de esa confesión tuvo que ver con esa relación personal, como dice Juan:
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. (1 Juan 1:1-3)
En esa relación, el maestro no tiene qué esconder de sus discípulos. Él permite que lo vean en su intimidad con el Padre, por ejemplo, lo que los lleva a desear esa misma clase de comunión, cuando le piden para que les enseñe a orar (cf. Lc. 11:1).
Jesús es un personaje fascinante, bajo todos los ángulos. Su poder, su sabiduría, su compasión, su sentido de identificación e identidad con el Padre, sus limitaciones como ser humano, su sentido de misión—todo es patente a los ojos de sus seguidores más cercanos. Y es precisamente esa totalidad, a la vez sencilla y misteriosa, que ellos comparten con nosotros, aunque lo hacen con ciertas limitaciones: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. (Jn. 20:30-31).
MISIONES CON LOS DISCÍPULOS
Como parte de esa convivencia (koinonía), Jesús desempeña su misión al mismo tiempo en que enseña a sus discípulos en que consiste y como hacerla. En otras palabras, Jesús enseña por palabras y obras, conjuntamente. Al mismo tiempo en que él transmite el mensaje de Dios a sus discípulos y a muchos que le rodean, Jesús es el mensaje él mismo. Jesús transmite el mensaje, encarna el mensaje, vive el mensaje.
Los discípulos oyen Jesús hablar de su misión, al mismo tiempo en que lo observan cumpliéndola en su totalidad. Ellos tienen, así, la oportunidad de aprender la misión de forma holística, completa: miran, oyen, experimentan, sienten, acompañan, sufren con ella y se gozan en ella. Al fin, la adoptan como parte integral de sus vidas.
Jesús es el modelo por excelencia de esa misión que viene del Padre. Los discípulos aprenden la misión por medio de todos sus sentidos. Aprovechan los momentos de comunión del grupo de discipulado para preguntarle a Jesús los detalles de la misión, y las cosas que todavía no alcanzan en sus mentes y corazones:
Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. . . .
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron. (Mt. 13:10-11, 16-17)
Hay momentos en esa relación en que Jesús permite que sus discípulos entren más fondo en los misterios de su misión, como, por ejemplo, cuando él se transfigura delante de ellos (Mt. 17:1-13; Mr. 9. 14-29; Lc. 9. 37-43) en el monte. Son experiencias de todo tipo, a solas con el maestro, mirándolo de lejos, o observándolo cuando él habla con un individuo o cuando él ministra a la multitud, cuando él contesta una interpelación de un líder religioso, cuando él confronta el poder de las tinieblas. Están presentes en momentos de profunda compasión, y también de profunda indignación, momentos de gozo y demostraciones de poder. Como María, su madre, todo guardan en sus corazones (cf. Lc. 2:51).
Un dato sorprendente para muchos es como esos discípulos logran de aprender a la perfección las lecciones del maestro, registrándolas en los Evangelios, que conocemos como sinópticos. Para espanto de muchos teólogos, la impresión que tienen es que un discípulo copia de otro la historia que recuenta en su escrito. Teorías contradictorias se formulan para explicar el fenómeno, mientras que una explicación sencilla es que Jesús fue el perfecto maestro. Él logró de imprimir en las mentes y corazones de sus aprendices las verdades más revolucionarias que el mundo jamás ha oído, ilustradas con pasajes impagables de esa relación de Emmanuel—Dios con nosotros.[3]
MISIONES DE CORTO PLAZO
Después de un tiempo, cuando ya los discípulos han aprendido lo suficiente como para ponerlo en práctica, Jesús los envía de dos en dos (cf. Mt.). Eso podríamos llamar de misión de corto plazo. Sin embargo, es necesario aclarar lo que queremos decir con esto.
En el NT, no hay misión de corto plazo que no sea parte de un proceso de discipulado. Esto ocurre en el ministerio de Jesús, y también en el ministerio de sus discípulos; de igual modo, lo vemos más adelante en la vida de la iglesia primitiva, en los Hechos de los Apóstoles.
Esto quiere decir que un proyecto de misión de corto plazo[4] que no sea parte de un discipulado efectivo no tendrá resultados de mayor impacto. Podríamos decir que tanto los que van a la misión de corto plazo como los que los reciben en el campo, probablemente se sentirán frustrados al final del programa, sin saber por qué. La razón es que hace falta el contexto del discipulado.
El proyecto de corto plazo, en un contexto de discipulado, no es un fin en si mismo, sino que es parte de un proceso continuo de aprendizaje de la vida cristiana. El discipulador invierte su tiempo y sus dones en las vidas de sus aprendices. Según el modelo de Jesús, llega el tiempo cuando los aprendices deben de empezar a poner en práctica lo que han recibido y visto en la vida de su discipulador.
Es bueno recordar que el proyecto de corto plazo, en el ministerio de Jesús, pasa primero por actividades junto con el maestro. El discipulador modela la misión para sus aprendices, que tienen la ocasión de ver a su maestro en acción, para después hacerle preguntas y pedirle aclaraciones de lo que hace. Esto lo vemos una y otra vez en los Evangelios.
En Mateo 13, por ejemplo, los discípulos están observando a Jesús. La manera como el maestro se relaciona con las multitudes despierta la curiosidad de ellos, y entonces viene la pregunta: “Maestro, ¿por qué les hablas por parábolas?” Es obvio, a los ojos de los discípulos, que Jesús no se dirige a las multitudes de la misma manera como se dirige a sus discípulos más íntimos.
El grupo está en viaje, acompañando a Jesús por las ciudades de Galilea, Judea, y Samaria. Los discípulos aprenden no solamente por oír al maestro, sino más bien por observarlo en acción. Esa conjunción de oír y observar es una combinación perfecta para que se cree un ambiente de aprendizaje, que denominamos de discipulado. De esta manera, las instrucciones quedan vinculadas a eventos específicos, que permanecen gravados en la memoria y en los corazones de los discípulos.
CORRECCIÓN
Todo buen maestro quiere estar seguro de que sus aprendices han absorbido su instrucción. Una manera de lograrse esto es por medio de tareas individuales y/o colectivas en la presencia del maestro. Otra manera es por medio de tareas específicas en la ausencia del maestro. Así, cuando regresan a sus discipulador, y después de presentarle su reporte, los aprendices escuchan alguna palabra de elogio, de corrección, de exhortación, que confirma la enseñanza y les fortalece en su proceso de aprendizaje. Después de esto, el discipulado prosigue; no termina allí. Hay más cosas que aprender; no están todavía listos para salir a la misión propiamente dicha.
Los discípulos de Cristo, luego de su regreso del proyecto de corto plazo, presentan sus reportes. Ellos oyen la importante corrección del maestro, y también la noticia de que el enemigo ha sufrido un ataque frontal en su estrategia de guerra. En otras palabras, el proyecto de corto plazo, en un contexto de discipulado, es una ocasión potencial para la guerra contra el enemigo y una oportunidad de ministrar a las necesidades de la gente.
INTERCESIÓN POR LOS DISCÍPULOS
Una porción significativa del ministerio de Cristo él la gastó en intercesión por los que eran parte de su círculo íntimos de discípulos. Una y otra vez, nosotros encontramos Jesús en oración, por su propio ministerio, pero también por os que él había llamado desde el principio como sus sucesores en la tarea de evangelizar al mundo. Todo el capítulo 17 de Juan es una prueba de esto. Una parte de esa intercesión dice:
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.
Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos. (Jn. 17:6-26)
LA OBEDIENCIA Y EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO
Después de la experiencia de convivir con Cristo, y luego de ser testigos de su muerte, resurrección y ascensión, hay un detalle todavía que falta cumplir para que el discipulado sea completo. Nosotros estamos hablando de la necesidad de ser llenos con el poder el Espíritu Santo para que puedan ser testigos de Cristo a las etnias de todo el mundo.
Lo curioso de este requisito es que está vinculado a la obediencia al maestro. Pero no es la clase de obediencia a que ellos estaban acostumbrados cuando Jesús estaba todavía con ellos. Ahora es una cuestión de obedecer al maestro en su ausencia. Jesús instruye a los discípulos que deben de aguardar la promesa del Padre, que se cumplirá en pocos días, para que entonces estén preparados para salir a la misión. Sin cumplir con este requisito, no pueden hacer la misión.
Los discípulos, entonces, tienen de pasar por la prueba de la obediencia para que puedan recibir el cumplimiento de la promesa del Padre. Nosotros podemos imaginar que fueron días de expectativa, de un lado, y de recuerdos, de otro. Ellos no sabían cuando iba a cumplirse la promesa, ni tampoco en qué forma—pero fueron obedientes. No se alejaron de Jerusalén hasta que recibieron la llenura del Espíritu Santo de Dios. Y cuando son llenos, la iglesia como que explota, y crece. Es en aquel momento que ellos verdaderamente empiezan a hacer la misión.
MISIÓN AL MUNDO
Es a partir de la llenura del Espíritu, como colmo de todo el proceso del discipulado, que los doce y los demás empiezan la misión que les ha sido confiada por Jesucristo. Ellos se convierten en auténticos testigos de Cristo (Hch. 1:8) por dos razones fundamentales – habían estado personalmente con Jesús, y estaban ahora llenos de poder del Espíritu para testificar de aquella experiencia.
En otras palabras, son dos los requisitos para hacer la misión de Cristo: conocerlo personalmente y estar lleno del poder del Espíritu Santo de Dios. Sin esa doble combinación, la misión se convierte, de un lado, en una actividad sin fruto, o entonces, de otro lado, en una actividad sentido. Hay que conocerle personalmente a Cristo Jesús y haber recibido el poder del Espíritu Santo de dios para poder comunicar el Evangelio a las etnias que todavía no lo conocen.
El énfasis en la comunicación de un mensaje exageradamente cognoscitivo—que es típica de la teología occidental tradicional – sin el correspondiente elemento de la manifestación del poder de Dios no tiene base en el Nuevo Testamento. Ni hay en la Palabra de Dios, por otro lado, una misión que se base solamente en la manifestación de poder espiritual. Tanto el mismo Jesús como sus discípulos y misioneros de la era apostólica, mantienen a la vez las dos caras de la misma moneda – la redención y su proclamación involucra en proporciones complementarias el anuncio de la redención de Dios y la manifestación del poder de Dios. El ministerio de Cristo se caracterizó por esas dos vertientes, complementarias e indispensables, de la misericordia de Dios para con Su creación. En otras palabras, no hay redención sin poder, ni tampoco existe poder de Dios que no tenga propósitos redentores.
El modelo bíblico de la proclamación del Evangelio es de una actividad que involucra, al mismo tiempo, la proclamación en palabras y la proclamación en obras. Imposible existir una sin la otra. Tal como hizo Cristo en su ministerio terrenal, así debe de hacer su iglesia.
LA PERSECUCIÓN POR CAUSA DE CRISTO
Observemos, además de eso, que, así como persiguieron a Cristo, la iglesia primitiva también anticipaba esa posibilidad, que de hecho le sobrevino. Como dijo Jesús:
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.
El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre. . . . Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio. (Jn. 15:18-27)
En este texto, nosotros observamos que el ser testigo de Cristo involucra una relación personal con él, una vida que manifiesta el poder del Espíritu Santo de Dios, y la siempre presente posibilidad de la persecución por causa de su nombre. Pedro tuvo una clarificación inequívoca de esa relación entre ser testigo y ser perseguido. Cuando le preguntó a Cristo qué les tocaría por haberlo seguido, la respuesta fue contundente:
Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. (Mc. 10:28-31)
No se trata de una obsesión mórbida por el sufrimiento, como si fueran los creyentes unos masoquistas. Tratase, en verdad, de estar conscientes de la permanente posibilidad de llevar la cruz hasta las últimas consecuencias. Llevar la cruz es parte de nuestra identificación de amor con Cristo Jesús. En todo eso, todavía, paira sobre nosotros la promesa, que dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Jn. 16:33)
LOS CÍRCULOS DE RELACIONES DE JESÚS
Por complementar esta reflexión, consideremos por un instante con quienes se relacionaba Jesús. Podemos vislumbrar por lo menos seis círculos de relaciones que resumen el ministerio de Cristo (Fig. 1):
FIGURA 1:
LOS CÍRCULOS DE RELACIONES DE JESÚS
Con el Padre, Jesús tenía total comunión, y una actitud de perfecta sumisión. Los discípulos tenían el privilegio convivir con él y de aprender directamente de él, recibiendo revelación de los misterios de Dios. Algunos individuos llegaban a Jesús, quien les hablaba con atención particular (como el caso de Nicodemo o de la mujer de Samaria), enfocando en sus necesidades personales, empezando dónde ellos estaban.
Jesús tenía compasión por las multitudes, pero les hablaba por parábolas, pues que ellas no entendían su mensaje. Con los líderes religiosos, normalmente Jesús tenía palabras de confrontación y de juicio; con Satanás y sus demonios, la palabra de orden era de total rechazo, bajo el poder del Espíritu Santo. Eso quiere decir que, para desarrollar un ministerio eficiente, nosotros necesitamos conocer nuestros círculos de relaciones, acercándonos a cada cual en la medida del modelo de Cristo.
Conclusión
En el presente estudio, hemos visto como Jesús desarrolla su ministerio por medio del discipulado, con vistas a la expansión del Reino de Dios. Para él, es fundamental invertir su tiempo en los discípulos, conviviendo con ellos, enseñándolos, instruyéndolos en los misterios de Dios, intercediendo por ellos. Pero, esa instrucción no está completa sin que los discípulos sean llenos del poder del Espíritu Santo. Es cuando se derrama el Espíritu de Dios (Hch. 2) que los discípulos están listos para salir al mundo, anunciando la redención en el Cordero de Dios.
En el NT, los proyectos de corto plazo (que algunos denominan misiones de corto plazo) solo existen en un contexto de discipulado. Es por mirar al maestro y recibir instrucción de él que el discípulo puede ser preparado como un testigo de Cristo, sea en Jerusalén, sea en Judea, sea en Samaria o sea en los confines del mundo. La última prueba—la obediencia en la ausencia del maestro, mientras aguardan la promesa por la fe—culmina con la llenura del Espíritu Santo.
Que el ministerio de Cristo nos sirva de modelo, para que lleguemos a cumplir lo que él mismo nos encarga de hacer. Mientras peregrinamos por el mundo, hagamos discípulos de todas las etnias, hasta que él venga.
Notas
[1] Muy pocos de nosotros, quizás, pensemos sobre las mujeres como discípulas de alguien. Esto puede ser un reflejo de nuestra cosmovisión ibero americana que enfoca en el macho como líder fuera del hogar, y en la mujer como fiel esposa y madre, ubicada dentro de las cuatro paredes del ambiente familiar. Otra posibilidad sería la herencia reformada que hemos recibido, en especial por medio de los misioneros protestantes que arribaron a nuestras plagas, seguidos, tiempos después, por obreros pentecostales, cuya actitud inicial era patriarcal, en larga medida. Con el surgimiento del feminismo y sus desdoblamientos, se ha creado una división entre aquellos que abogan una mayor participación de la mujer en el liderazgo de la iglesia, mientras que otros prefieren mantenerla en una posición de sumisión al liderazgo masculino de la congregación. No es nuestra intención discutir el asunto en este artículo, sino apuntar algunas lecciones sobre el proceso del discipulado en si como parte de nuestro aprendizaje sobre la misión.
[2] La expresión griega, traducida “por un tiempo” (Lc. 4:13), también puede ser traducida “hasta una ocasión oportuna”, como en la Nueva Versión Internacional. En otras palabras, Satanás iba a regresar a tentarle a Jesús, cuando le fuera conveniente. Y de hecho lo hizo, muchas veces, tentando no solamente a Jesús sino también a sus seguidores, en especial a sus discípulos.
[3] Para una excelente discusión de la enseñanza de Jesús de parte de alguien que conoce a fondo el asunto, sugerimos consultar El Poeta y el Campesino, de Kenneth Bailey (Grand Rapids, MI, Eerdmans, 1994) que hace un análisis literario-cultural de las parábolas de Jesús.
[4] La expresión misión de corto plazo es una contradicción en términos. La misión es una sola y es permanente; jamás termina. La misión empieza con Dios, por medio de Sus siervos en los tiempos del AT, llega a su punto más alto en la persona y obra de Cristo Jesús, en los tiempos del NT, y prosigue en las vidas de los creyentes, hasta que vuelva el Señor. Cuando desconectamos la misión del discipulado, le hacemos un gran daño. Bíblicamente hablando, nosotros no tenemos licencia para hacer esto. Jesús es claro en Mateo 28 de que el hacer discípulos es la parte central de la misión, que algunos denominan la Gran Comisión. Todo lo demás es periférico; el único verbo que está en el modo imperativo en este texto es precisamente haced discípulos (en griego, es una sola palabra). Por lo tanto, una misión que no produce discípulos no es verdadera misión, en sentido de las palabras de Jesús en Mateo 28. Puede ser un proyecto necesario y justificable, pero no es misión.
-DISCIPULADO Y MISIÓN, por Levi DeCarvalho, Ph.D.
Guía de Estudio: Desafíos en el Liderazgo Espiritual