Guía de Estudio: Imágenes de la Iglesia Download PDF
Idolatría de las Ideas
Imágenes de la Iglesia, Lectura Módulo 5
Creador: Alejandro Romero; Editado por Roger Oliver
La Revelación de Dios y la Idolatría de las ideas
La realidad cristiana, tenemos dicho, es cuadrilátera. Consta de la revelación hecha por Dios, el encuentro con la revelación de sí mismo hecha por Dios viene a ser el aspecto objetivo de la realidad, y da lugar a la Teología, a la doctrina. El encuentro con Dios, que es el aspecto subjetivo de la realidad, forma la base de la Iglesia. Y la obediencia a Dios, que es el aspecto ético de la realidad, forma la base moral de la ley moral, de los preceptos que rigen la vida cristiana. Ahora, he aquí la tesis de estas pláticas; cuando aquello que debe servir de instrumento llega a ser un fin en si, se convierte en ídolo, llegando en tal caso a ser un sustituto de la realidad misma. Ahora bien, pasemos a considerar la doctrina cristiana como instrumento y como ídolo.
I
La doctrina cristiana ha de desempeñar el papel de instrumento. Mediante la doctrina, el dogma, llegamos a comprender mejor la realidad divina. El papel de toda idea consiste en servir a la realidad que describe; esforzándola, alumbrándola, pero no sustituyéndola. Hay varios símbolos que nos sirven para aclarar el papel de la doctrina, de la teología. Uno de ellos es la figura paulina del cinturón, el cinto de verdad (Efesios 6: 14). Con el cinto de la verdad se aprieta el legionario cristiano, y se alista para la marcha. La doctrina podrá también considerarse como bandera, con sus lemas y divisas. La bandera sirve para reunir a los cruzados, y para entusiasmarlos para la lucha. La idea teológica podría servir, como tengo dicho, de arma de combate. En la primera plática hablamos de las piedras lisas de David, con las que atacó a Goliat.
La doctrina como arma sirve como ataque, así también para la defensa, en la tremenda lucha de ideas y de ideologías. Pero a mi modo de ver, la imagen que arroja mayor luz sobre la verdadera función de la doctrina, cual instrumento, es la imagen de la lente, sea lente del microscopio o del telescopio. Mirando a través del telescopio llegamos a ver con mayor claridad los astros muy lejanos. Mediante el telescopio, los astrónomos pueden estudiar la realidad de los astros, la realidad celestial. Por otro lado, a través de los lentes del microscopio, uno puede ver lo que sin ellos queda invisible para los ojos de los humanos. De la misma manera, mediante una verdadera doctrina de dios y una verdadera doctrina del hombre, se puede estudiar mejor, entender mejor, la realidad de lo divino por un lado, y por otro, la realidad de lo humano.
Ahora bien, ¿qué determina la validez de la doctrina como creación intelectual del cristiano? La Teología como creación intelectual del hombre cristiano se ha hecho posible por la luz de la revelación. El cristiano puede ver todas las cosas bajo la luz de lo revelado por Dios. Esta luz brilla en la Santa Escritura, resplandeciendo en forma especial en la personalidad, obra y enseñanza de nuestro Señor Jesucristo. En las tinieblas de la noche las cosas terrestres carecen de contorno: son una masa negra. Pero a la luz del sol, los contornos se destacan con claridad. ¿Qué diferencia hay cuando se vuela en avión sobre paisajes hermosísimos, pero cubiertos de la negrura, y los mismos paisajes, cuando ellos pueden verse desde lo alto a la plena luz del sol? Los que estudian a Dios o al hombre sin la luz divina, no pueden ver las cosas de veras; solamente aquellos que estudian así lo divino como lo humana a la plena luz de la revelación divina saben distinguir, reconocer, definir bien las cosas en que concentran la vista.
Pero hace falta otro requisito para una Teología verdadera, a saber: una luz interior. En el pensamiento teológico, la luz exterior de la revelación ha de complementarse por una luz interior, la luz del Espíritu Santo que alumbra el espíritu del pensador cristiano, dirigiendo su mirada hacia lo revelado objetivamente por Dios, y confirmando la verdad de esto por una experiencia personal que concuerda con la revelación objetiva. En el alma cristiana hay un testigo interior que responde a lo revelado exteriormente; el testimonio del Espíritu Santo. Pongamos un ejemplo sacado de la naturaleza. Pasamos por una región montañosa; vemos formaciones fantásticas de rocas. La belleza, lo extraordinario de la visión nos impresiona. Hasta podemos escribir poesías, hacer relatos conmovedores de nuestra experiencia. Pero el geólogo que va a nuestro lado ve cosas que nosotros no vemos, fenómenos sin número que nuestros ojos son incapaces de percibir. ¿Por qué? Porque no hemos hecho estudios sobre Geología. Y así, por la experiencia, por observaciones anteriores, él ve lo que para nuestros ojos pasa desapercibido. Por la misma razón, el cristiano ve cosas que los no cristianos no ven, y él sabe interpretar la experiencia humana, los problemas humanos, los acontecimientos históricos, de una manera que trasciende la capacidad de la inteligencia puramente seglar.
Vivimos en una época de gran confusión en que domina la anarquía intelectual tanto en la cultura seglar como en la cultura religiosa. Faltan ideas luminosas que interpreten para nuestros contemporáneos la realidad de las cosas. En muchos círculos intelectuales ha surgido el nihilismo, impera un relativismo absoluto. No se cree ya, en tales círculos, que hay ideas ni valores absolutos. Hace falta, por consiguiente, en nuestra época, una verdadera filosofía de la vida, una filosofía que sea capaz de arrojar luz sobre las cosas mundanas sobre la marcha de la historia, sobre tantos sucesos novedosos; tales como un nuevo politeísmo, un nuevo ateísmo, una nueva mitología. Dígase con toda humildad, pero en forma categórica, que el psicólogo cristiano que se sirva de la luz bíblica para escudriñar el corazón humano es mucho más capaz de conocer a fondo la realidad humana, que un psicólogo técnicamente más erudito pero que no se haya valido jamás de esa luz.
Lo mismo podría decirse tratándose del filósofo, el historiador, del hombre dedicado a las ciencias jurídicas, y así sucesivamente. En todas esas esferas, el cristiano, sirviéndose de la luz divina, es capaz de interpretar mucho más a fondo y más de acuerdo con la realidad, que un sabio que la desdeñe o no se valga de ella.
Sucede cosa parecida en muchos círculos religiosos. Existe, tanto entre el clero cuanto entre los laicos, una ignorancia pavorosa de lo que es el cristianismo; habiendo muchos de ellos que son incapaces de explicar debidamente a un profano en qué consiste la realidad cristiana. Hace falta, por consiguiente, la educación religiosa, como nunca ha hecho falta, quizás, en época anterior. Hemos de educar a los cristianos teológicamente, explicándoles en la forma que le sea inteligible, la dimensión total de la fe cristiana. Y si esto no hacemos, corremos el riesgo de que, sobre todo la juventud, se enamore de otras filosofías de la vida.
Ha de tomarse en serio que hay en el fondo de hoy muy grandes rivales del cristianismo y de la doctrina cristiana. Hay por ejemplo, en estas tierras, la teosofía. Yo recuerdo la sensación creada cuando apareció por la religión del Río de la Plata, dando conferencias en las universidades, un teósofo hindustánico llamada Jiné rajadaza. ¡Cuánta gente lo admiraba! En el Brasil cunde el espiritismo que va ejerciendo una influencia enorme en esa tierra vecina. Y del Oriente vienen formas renovadas del budismo como culto y como ideología. Tales fenómenos vienen a ser símbolos del resurgimiento de las antiguas religiones de oriente. ¿Qué vamos a hacer los cristianos si carecemos de fondo, si nos faltan conceptos adecuados con los cuales interpretar nuestra religión?
¿Y qué diremos del marxismo? He aquí una filosofía maciza del universo. Antes en la antigua era filosófica materialista, la afirmación de que la materia era la última realidad no entusiasmaba a nadie. No conducía a la acción Pero ahora, cuando dicen los marxistas que hay en la historia una dialéctica que va a asegurar que el materialismo se imponga un día, y que las fuerzas radiantes del universo están al servicio y favor del proletariado revolucionario, se organiza una cruzada. Porque esta doctrina dinámica incita a los que la aceptan, y ellos quieren estar del lado de la victoria. No solamente esto: he aquí una doctrina que canta. Me dijo una vez un amigo muy conocedor del Oriente, que cuando los comunistas chinos llegaban en su avance hacia el sur de Manchuria, lo primero que hacían al llegar a una aldea era enseñar a los aldeanos a cantar y luego a bailar. Sintiendo los revolucionarios que tenían a su lado las fuerzas radiantes del universo adoctrinaban a los pobres y menesterosos, inculcándoles sus ideas, ideas que les hacían cantar. Esta combinación de la idea y del canto hace casi invencible a un cruzado. Nos dice la historia que las ideas que hacen cantar son verdaderamente formidables.
He aquí un desafío al cristianismo contemporáneo. Hace falta una teología bíblica y luminosa que haga de los creyentes verdaderos cruzados cantantes. Y, felizmente tanto dentro de círculos protestantes como católicos, hay señales de un renacimiento espiritual que anuncian una nueva era cristiana. Hablaremos más sobre esto.
II
Cabe subrayar al mismo tiempo que hay ciertas normas que deben ser aplicadas a toda doctrina. Jamás debe perderse de vista el esfuerzo teológico, la fórmula doctrinal; representan esfuerzos humanos. Por consiguiente, una doctrina no podrá encerrar en sí todo lo divino, lo infinito. No hay fórmula alguna que sea capaz de abarcarlo sin medida. Hay que tener cuidado también de que la lente por la cual se mira esté limpia; que no esté cubierta de polvo, de polvo de prejuicios o de motivos falsos. Hay que limpiar la lente, para que la formulación dogmática de la realidad cristiana esté libre, hasta donde sea posible, de la flaqueza humana. La segunda forma es esta: La lealtad a la revelación divina, o sea a la Santa Escritura. Es ella la fuente única autorizada para un estudio verdadero de las cosas. Hemos de buscar en todo sentido y en todo momento la ortodoxia legitima, atendiendo a la etimología de esta palabra, que significa «optimas recetas». Debemos atenernos en todo momento a la rectitud de las ideas valiéndonos de conceptos que nos ofrezcan una definición o descripción básica y veraz de la revelación divina. Caben, por ejemplo, las modificaciones en las confesiones de fe.
Nosotros los presbiterianos, por ejemplo, en la América del Norte hicimos una modificación hace algunas décadas en nuestra confesión de fe. ¿Por qué se hizo? Por que en esa confesión de XVII, y antes del advenimiento de la época misionera, no se decía nada de la obligación misionera de la iglesia. La realidad misionera no existía en aquel entonces. Guillermo Carey, el heraldo de una nueva era, no había ido todavía a la India. Se introdujo por consiguiente, en el antiguo sistema doctrinario llamado Confesión de Fe de Westminster, un nuevo capitulo titulado: «sobre las misiones y el amor de Dios». Esto no quiere decir que haya introducido nada que contradijera, sino algo que suplementara, la base doctrinal de la Iglesia Presbiteriana.
Hay otra norma: la doctrina tiene que aplicarse, o ser aplicable, a la situación humana contemporánea. Las grandes doctrinas cristianas llegaron a formularse bajo los embates de tempestad, cuando los pensadores cristianos arrostraban las grandes herejías. Por esa razón ellos definieron la verdad cristiana teniendo en cuenta ideas falsas que había que rebatir. Pero han surgido en nuestra época nuevas herejías, cosas inauditas. Ha aparecido sobre la tierra el estado totalitario. Por eso hay que decir algo, en una teología adecuada, sobre la pretensión humana de convertirse en Dios. La doctrina que mas hace falta en una época como la nuestra es doctrina del señorío de Jesucristo, es decir, de la soberanía absoluta de nuestro Señor frente a todos los dioses, tanto los nuevos como los antiguos dioses. Habiendo un nuevo politeísmo en la tierra, una nueva mitología, los pensadores cristianos se ven obligados a hablar a la realidad contemporánea, como los antiguos pesadores cristianos hablaban a la realidad contemporánea de su época. Hace falta, por consiguiente, categorías nuevas y luminosas, que interpreten la realidad a nuestros contemporáneos.
Cabe tomar en cuenta otra cosa: existe ya la comunidad cristiana ecuménica. El pueblo de Dios vive allende a las fronteras. Como en ningún momento anterior la historia existe la Iglesia cristiana en forma ecuménica. Dondequiera que haya tierra habitada por los hombres, allí esta la Iglesia. La palabra oikoumene en griego significa «tierra habitada». De allí que una teología adecuada para nuestro tiempo ha de afirmar no solamente lo que Dios ha dicho en la historia de ciertas demoliciones, sino lo que Dios ha dicho a través de las diversas denominaciones. Yo puedo decir con eterna sinceridad y sin exageración alguna, que soy más presbiteriano en el día de hoy que en cualquier otro momento de mi vida. Pero agrego en seguida que soy al mismo tiempo menos presbiteriano en el día de hoy que en cualquier otro momento de mi vida.
Y las dos cosas son ciertas. ¿Por qué? Por que creo que en la herencia de las Iglesias Reformadas hay algo muy precioso en nuestra teología, como también en nuestra experiencia bajo el Espíritu Santo, que tiene significado perenne para la Iglesia universal única de Jesucristo. Pero al decir esto nunca dejo de dar gracias a Dios por mis amigos metodistas y bautistas, por mis hermanos salvacionistas, luteranos, pentecostales, y los demás, porque ellos a lo largo de la historia han tenido modos de expresar la verdad cristiana, han tenido experiencias del Espíritu Santo que son de una significación máxima y duradera para el pensamiento cristiano como también para la vida cristiana. Hemos de tomar en serio todo pensamiento, toda experiencia que arroje luz sobre la misma realidad divina.
Bien dijo San Pablo que tenemos los cristianos que vivir juntos para fumar lo que constituye «la plenitud de Cristo». No hay ninguna denominación que pueda, ella sola representar dignamente a nuestro Señor Jesucristo, por que El, que es el Señor soberano y también el Espíritu Santo, ha obrado en todas partes. ¡Ay de aquellos hermanos que se creen capaces de patrocinar a Cristo de tener el monopolio del Espíritu!
III
Pero aquí precisamente es donde llegamos a lo grave. Una doctrina, o un sistema de doctrina, cuyo papel es de servirnos de instrumento, puede convertirse en un ídolo. Cuando se absolutiza una idea, de tal modo que llega a ser un fin en si, cuando no hay mas interés que por la idea misma, la idea llega a ser un ídolo. Si un astrónomo, en lugar de usar su instrumento para ver el cielo, empieza a mirar no a través del telescopio sino al telescopio, como instrumento, resulta un ídolo. En el libro del profeta Habacuc hay algo muy impresionante sobre como los israelitas quemaban incienso a sus redes, que les servían tanto. Tan contentos estaban con ellas, que las endiosaban, quemándoles incienso (Heb. 1.15-17). Aquí tenemos ejemplo de un proceso psicológico por el cual un instrumento muy bueno puede convertirse en una especie de divinidad, a saber, en ídolo.
Pongamos algunas ilustraciones. Tomemos el caso de las Sagradas Escrituras. Fuera de la Biblia no hay conocimiento verdadero de Dios. Este libro excelso es el registro del secreto puesto al descubierto por Dios mismo. No podemos conocer a nuestro Señor Jesucristo, al Dios-Hombre como realidad histórica, sino a través de la Biblia. Aquel gran arzobispo anglicano, Guillermo Temple, dijo una vez que la diferencia principal entre las religiones, así como entre las culturas, consiste en si la Biblia había influido o no en ellas. A presencia o la ausencia de la Biblia había influido o no en ellas. La presencia o la ausencia de la Biblia en una religión o en una cultura representa un factor decisivo. La Biblia existe para darnos a conocer el corazón íntimo de Dios, su carácter, y sobre todo, su propósito de redimir al hombre. Podría decirse q las Sagradas Escrituras son en el fondo un libro acerca de Jesucristo, y que la finalidad de la Biblia es confrontar a los hombres de tal manera con El, que ellos tengan que optar entre aceptarlo o rechazarlo. Si ellos lo aceptan, poseerán la clave para abrir los tesoros bíblicos, tendrán a la vez la experiencia necesaria para interpretar muchas cosas bíblicas que otros serian incapaces de interpretar.
Pero he aquí la paradoja: uno puede decir que cree en la Biblia de tapa a tapa, que es él un cristiano bíblico, y ser sin embargo en el fondo del alma, un puro pagano. Por que se puede tener el conocimiento de la Biblia como tal, hacer la afirmación más ortodoxa y carecer a la vez de una fe salvadora de Jesucristo. En tal caso mi religión se reduce a ciertas creencias acerca de la Biblia, y nada más. Pero eso no basta para hacer de uno un cristiano verdadero. Lo que salva no es la mera creencia en la Biblia como fuente de conocimiento. La Biblia es necesaria, mas lo que salva al hombre es la fe en Jesucristo y no el mero asentamiento a una doctrina acerca de la Biblia; la entrega del propio ser al Salvador que es revelado en la Biblia. De manera que tratándose de la Biblia, puede haber una herejía muy grande. Existe siempre el peligro de que una creencia acerca de la Biblia pueda llegar a ser un sustituto de la fe en el Salvador a quien la Biblia revela. De esta manera la Biblia, como tal, llega a ser el objeto de la fe y no el órgano de la fe, convirtiéndose así en forma sutil en ídolo.
Lo mismo puede suceder tratándose de nuestro Señor Jesucristo; el Dios-Hombre, Dios hecho carne, divino y humano en una sola persona, en el sentido mas absoluto de la Palabra. Por esta razón, el punto de partida para el cristianismo no es Dios ni es el hombre, sino el Dios-Hombre. Pero he aquí lo trágico: uno puede creer todo lo que la Biblia enseña acerca de nuestro Señor Jesucristo: su nacimiento virginal, sin encarnación, su muerte propiciatoria por los pecados del mundo, su resurrección, su ascensión, su segunda venia, sin ser cristiano autentico.
Yo puedo aceptar la autenticidad de estos acontecimientos y ser puramente un pagano. A no ser que me entregue personalmente al Cristo encarnado, muerto, resucitado y que ha de venir, como realidad espiritual objetiva, y no como simplemente ideas que afirman estos acontecimientos, mis creencias no me salvaran. Es Cristo mismo quien salva, y no la simple creencia acerca de Cristo y cuanto Él ha hecho por el hombre. La creencia acerca de Cristo es absolutamente necesaria. Pero lo es como instrumento para que yo viendo como es Cristo y lo que ha hecho, me entregue a Él. Digo, la creencia, la doctrina, ha de servir como instrumento y como guía para conducir al creyente a Cristo, pero ella no podrá sustituir el encuentro con Cristo y la devoción a Él. La última lealtad cristiana es a Cristo, el Verbo hecho carne, y no a ideas acerca de Él por correctas que ellas sean.
Este fenómeno que vengo tratando tiene también faceta escatológica. Aparece cuando contemplamos el porvenir. El Consejo Mundial de Iglesias se siente muy escatológico en su modo de ser y de pensar. El tema para la segunda reunión del Consejo fue (Evanston, 1954) «Cristo la Esperanza del Mundo». Habrá, por cierto, una segunda venida de Cristo. La ha de venir, eso es Cristo. Pero épocas ha habido en que ciertos cristianos no hacían mas que estudiar el mapa del porvenir. Dominados por el afán de precisar la fecha y forma de todos los detalles del día de mañana, olvidaban lo principal. Dejaban de tomar en cuenta que la única manera de vivir cristianamente, es el día de hoy. La eternidad es hoy. Yo puedo hacer un mapa de todo lo venidero, precisar todas las encrucijadas del camino, hacerme una autoridad única sobre el futuro, y ser sin embargo un perfecto pagano, puro espectador balcanizado. He aquí lo trágico. Puede uno trazar un mapa del tiempo por venir, un mapa apocalíptico, escatológico, sin transmitir el mismo él camino. Poco importa que uno haga estudios sobre el camino hacia la ciudad de Dios si no se hace también viajero a ella. Solamente llegaran los caminantes; los puros estudiosos quedaran con sus mapas de balcón. Puede un cristiano tener la seguridad más absoluta de que cuando llegue al gran encuentro con Cristo, no bastará que él comunique al Señor sus hazañas en la vía invisible del pensamiento, si no ha pisado el camino real de la vida. El Señor le dirá: «Mi amigo, ¿Qué ha hecho usted? ¿Cuáles han sido sus obras? No puede haber nada más fatal en la vida cristiana que sustituir la acción por las ideas, la realidad por el concepto.
IV
Las consecuencias de convertir en ídolos datos o ideas cuya función es de servir de instrumento para conocimiento de la realidad, resultan desastrosas. Esta idolatría es algo funesto. ¿En que sentido? En primer lugar ella produce la esterilidad. Los que tratan de vivir de ideas dejan de crecer; pierden carne, pierden sangre, resultando a la larga seres esqueléticos, esquematizados. Así eran los fariseos. ¡Cuantos conocimientos tenían ellos! Pero parecían en forma absoluta de espiritualidad, de amor, de simpatía. Hace algunos años participaba yo en una reunión con unos representantes de la Iglesia Ortodoxa Oriental. Éramos muy buenos amigos. Pero esos amigos hacían alarde de que ellos poseían la verdad cristiana en forma absoluta y que los demás cristianos eran herejes. Yo le pregunte a uno de ellos: «Amigo mío», le dije, « ¿ustedes creen que el mandato del Señor Jesucristo de evangelizar al mundo, es parte del fondo cristiano de la verdad? «¿Cómo no?», me dijo. «Bueno», le contesto yo, « ¿Cómo puede una iglesia tener la verdad si no hace la verdad cumpliendo el mandato de Jesucristo de ser comunidad misionera? Es que la Iglesia Ortodoxa había dejado de serlo. Una iglesia cristiana ha de estar posesionada por la verdad, y no poseedora de ella. ¿Cómo puede una iglesia poseer la verdad en forma absoluta, si ha dejado de ser fiel a un aspecto esencial y constitutivo de la verdad? Porque la verdad cristiana no es cosa que se pueda poseer, es algo que tiene que poseernos a nosotros. No es algo que se pueda tener en el bolsillo, ni de la ortodoxia de ella. La verdad cristiana tiene que manifestarse en la obediencia a la voluntad del Señor, en la acción, en la vida.
En uno de los ensayos de Unamuno, que aparece en su libro Andanzas y Visiones Españolas, hay un pasaje maravilloso que ilustra lo que venimos diciendo. Durante una visita que hiciera Don Miguel a la Cordillera de las Urdes, pasó por un valle de la sierra donde vivía una gente enana. Algunos creían que los enanos debían su corta estatura a la falta del sol, porque el sol brillaba solamente cinco horas al día, a causa de la sombra de las montañas, y por las brumas. Otros decían que era debido a la impureza del agua. Pero estaba convencido Don Miguel que la causa era otra. Eran enanos los habitantes de aquel valle porque el agua que bebían resultaba demasiado pura; le faltaban sales, sobre todo el yodo. Y así son, decía el pensador vasco, todos aquellos que viven de puras categorías. He aquí el párrafo tan poético y profundo donde cristaliza su pensamiento.
«En las Erías, en invierno, el sol no dura más de cinco horas, de nueve a dos. Pero allá arriba, en otra mucho más miserable alquería, colgada en las abruptas cuestas de un sombrío repliegue de la montaña, allí apenas si hay sol. Sus misérrimos moradores son un su mayoría enanos, cretinos, y con bocio. Nuestros informantes atribuíanlo a la falta de la luz del sol. Otros lo han atribuido al buen tuntún, a lo corrompido de las aguas. Y parece ser que es todo lo contrario; que ello se debe a la pureza casi pluscuamperfecto de las aguas, a que las beben purísimas, casi destiladas, recién salidas de la nevera, sin sales, sin yodo sobre todo, que es el elemento que, por el tiroides, regula el crecimiento del cuerpo y la depuración del cerebro. Y esta explicación, que parece satisfactoria, me despierta una analogía. Y es que también los que no beben sino ideas puras, destiladas, matemáticas, sin sales ni yodo de la tierra impura, acaban por padecer de bocio y cretinismo espirituales. El alma que vive de categorías se queda enana.» (pp. 115-16, Andanzas y Visiones Españolas).
V
Otra consecuencia de vivir tan sólo de categorías es la insensibilidad, la indiferencia de parte de muchas personas muy ortodoxas al bienestar de todos aquellos cristianos que tengan ideas consideradas como heréticas. Yo he conocido en mi tierra natal de Escocia a personas muy ortodoxas que carecían de simpatía por, y se negaban a conversar y aun orar con ningún cristiano presbiteriano que no perteneciera a la denominación elesiástica de ellos. Por la lealtad a ideas exageradamente rígidas se han dividido iglesias, creándose nuevas denominaciones. Hubo un caso en la América del Sur en que se dividió en dos una denominación presbiteriana por causa de una diferencia de opinión entre los pastores de ella en cuanto al estado final tras la muerte de los no cristianos. Por una cuestión puramente escatológica, y un tanto oscura, se rompió la Iglesia en la tierra. Y ha llegado a mi conocimiento últimamente un caso tristísimo en la isla asiática de Ceilán, sede principal del budismo en el día de hoy. Allí, se ha dividido últimamente una iglesia evangélica. Algunos cristianos decían que Cristo había muerto por todos los hombres, y otros que había muerto tan sólo por los elegidos. La insensibilidad a la realidad cristiana de parte de aquellos cristianos cingaleses resultó en la ruptura de la Iglesia aún cuando las ideas debatidas no tocaban el fondo de la religión cristiana, que es, la lealtad absoluta aquí y ahora a nuestro Señor Jesucristo, y el amor a todos los hombres, sean cristianos o no.
Pero hay otra cosa trágica que puede suceder. Cuando todo el afán es por las ideas, los individuos fanatizados por las categorías permanecen a menudo insensibles frente al dolor humano, sin preocuparse por el socorro de los necesitados, como se preocupaba nuestro Señor Jesucristo. Porque Él hacia mucho más que hablar. El no vivía solamente de ideas; hacía obras. Así era también con el apóstol San Pablo. Él hacía mucho más que hablar. Y así ha sido en la gran tradición evangélica: los más grandes evangelistas hacían mucho más que usar palabras elocuentes y conmovedoras. Tomemos el caso del gran predicador inglés, Whitefield; este orador excelso, con voz maravillosa, solía predicar el Evangelio así en salones donde congregaban los intelectuales de Boston, como el aire libre a los mineros de Inglaterra y a grandes muchedumbres campestres a ambos lados del Océano Atlántico. Pero todo el dinero que se le daba a este hombre elocuente lo atesoraba para un orfanato que había fundado y que se sostenía en la Carolina del Sur. Soñaba siempre con su orfanato y con los niños que allá vivían. Caso parecido es la actitud del gran predicador inglés, Carlos Haddon Spurgeon. Tenía él también su orfanatorio.
Tengo mucho miedo de aquellos que creen poder ser cristianos solamente hablando, pensando, creando categorías. De acuerdo
Con la tradición evangélica bíblica, no puede haber discípulos verdaderos de Jesucristo que sean totalmente insensibles a los derechos del pensamiento y a las necesidades materiales de otros seres humanos, sean ellos cristianos o no cristianos. Los llamados «cristianos» que viven exclusivamente de ideas puras, quedan espiritualmente enanos.
VI
Ahora la tercera y última observación sobre lo que sucede cuando una idea deja de ser instrumento luminoso y se convierte en ídolo. Surge la crueldad, la maldición, la persecución de los herejes. Todo se sacrifica para aplastar a un hombre o a un grupo cuyos principios o modo de vivir vaya en contra de lo sostenido por los idólatras. Se adopta una moral en que el fin justifica los medios. Si ciertos hombres, por sinceros que sean, tienen ideas o practican cosas con que aquellos no estén de acuerdo, son considerados apóstatas a quienes hay que aplastar por todos los medios. Y al hacer esto se considera permisible tergiversar las palabras y sacarlas de su contexto. Pero eso no importa; lo que importa es terminar con los herejes. He aquí una cosa tristísimo pero que es un hecho: el espíritu de la antigua Inquisición española va apareciendo en ciertos círculos protestantes, tanto en la América Latina como en la América del Norte. Viene asomándose un nuevo fanatismo clerical que hay que enfrentar en forma evangélica constructiva.
¿Cómo se evita que una idea se convierta en ídolo cruel? Ciñéndose a la realidad misma. Hay que entregarse a la verdad misma, y no a ideas acerca de ella. La verdad encarnada, la verdad personal, Jesucristo ha de morar en nosotros. Que esta verdad que es Cristo se posesione de nosotros, de nuestra personalidad entera, de tal manera que Él obre desde adentro. Y he aquí lo grande de nuestra religión cristiana, bíblica: Cristo mismo, el Verbo hecho carne, es el Camino, la Verdad y la Vida. Aquel que está a la diestra del Padre, está también a la diestra mía. El que mora en los lugares celestiales se digna morar en el pobre corazón mío. Y en la medida en que, mis hermanos, nos ciñamos a la verdad así encarnada, a nuestro Señor Jesucristo, dejando que el Espíritu de Dios obre en nosotros, estaremos a salvo de la tentación de convertir los buenos instrumentos ideológicos en ídolos funestos.
Mackay, John A.
Realidad e Idolatría en el Cristianismo Contemporáneo
Buenos Aires: Ediciones Kairós
2004, pp. 11-24