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La Soberanía de Dios y la Voluntad del Hombre
Capítulo 8, San Agustín y la voluntad
Estudios por el profesor Interacción de Delmar
San Agustín se dedicó a la discusión de preguntas filosóficas. Sus escritos reflejan su fuerte interés en el razonamiento y el pensamiento filosófico. Sus primeras declaraciones apoyan firmemente el libre albedrío al punto que los pelagianos lo citaron para apoyar su causa.
La justicia es alabada como una cosa buena porque condena los pecados y la honra las acciones justas. ¿Cómo podría ser así, si el hombre no tenía libre albedrío? Una acción no es ni pecaminosa ni siquiera a menos que fuera hecha voluntariamente. Por la misma razón, tanto el castigo como la recompensa injusta, si el hombre no tenía libre albedrío. Pero al castigar y recompensar debe haber habido justicia, porque la justicia es una de las cosas buenas que proviene de Dios. Dios, por consiguiente, debe tener dado y es menester que haya dado al hombre libre albedrío. [1]
Observe, sírvase decirme, cuán ciegos es el que dice que si Dios tiene la presciencia de lo que voy a decidir, puesto que puede haber sido salvo lo que él ha previsto, debo yo, por consiguiente, sé necesario lo que él ha previsto. Si es así, se debe admitir que yo decido, no voluntariamente, sino por necesidad. ¡Qué extraña tontería! ¿No hay diferencia, entonces, entre las cosas que ocurren según la presciencia de Dios donde no hay intervención de la voluntad del hombre, y las cosas que ocurren por causa de una voluntad de la cual él tiene presciencia? Nuestra voluntad no es voluntad menos que esté en nuestro poder. Por el hecho de que está en nuestro poder, es libre. No tenemos nada que mar libre que no esté en nuestro poder, y si tenemos algo, no puede ser nada. Por eso no es necesario negar que Dios tenga presciencia de todas las cosas, y al mismo tiempo nuestras voluntades son propias. Dios tiene presciencia de nuestra voluntad, de modo que aquello que tiene que presciencia debe ocurrir. En otras palabras, ejerceremos nuestra voluntad en el futuro porque él tiene presciencia de que lo haremos; y no puede ser voluntad o una acción voluntaria a menos que esté en nuestro poder. Por tanto, Dios también tiene presciencia de nuestro poder de ejercer nuestra voluntad. La presciencia de Dios no me despoja de mi poder. A decir verdad, incluso con más certeza estar en posesión de mi poder porque, cuya presciencia nunca se equivocó, sabe de antemano que tendré el poder. de modo que aquello de lo que él tiene presciencia debe ocurrir En otras palabras, ejerceremos nuestra voluntad en el futuro porque él tiene presciencia de que lo haremos; y no puede ser voluntad o una acción voluntaria a menos que esté en nuestro poder. Por tanto, Dios también tiene presciencia de nuestro poder de influencia nuestra voluntad. La presciencia de Dios no me despoja de mi poder. A decir verdad, incluso con más certeza estar en posesión de mi poder porque, cuya presciencia nunca se equivocó, sabe de antemano que tendré el poder. de modo que aquello de lo que él tiene presciencia debe ocurrir En otras palabras, ejerceremos nuestra voluntad en el futuro porque él tiene presciencia de que lo haremos; y no puede ser voluntad o una acción voluntaria a menos que esté en nuestro poder. Por tanto, Dios también tiene presciencia de nuestro poder de ejercer nuestra voluntad. La presciencia de Dios no me despoja de mi poder. A decir verdad, incluso con más certeza estar en posesión de mi poder porque, cuya presciencia nunca se equivocó, sabe de antemano que tendré el poder. La presciencia de Dios no me despoja de mi poder. A decir verdad, incluso con más certeza estar en posesión de mi poder porque, cuya presciencia nunca se equivocó, sabe de antemano que tendré el poder. La presciencia de Dios no me despoja de mi poder. A decir verdad, incluso con más certeza estar en posesión de mi poder porque, cuya presciencia nunca se equivocó, sabe de antemano que tendré el poder.[2]
Las citas anteriores están de acuerdo con las enseñanzas de los primeros padres de la Iglesia, con las Escrituras y con nuestra experiencia en la vida. No existe el libre albedrío si todo fuera determinado. ¡En qué mundo tan ilusorio viviríamos! San Agustín declara que la presciencia de Dios no anula nuestra capacidad de decidir. Incluso llama ciega a la gente que dice: << Dios tiene presciencia de lo que voy a decidir … debo decidir necesariamente lo que él ha sido >>. También afirma que es una << tontería extraña >> si << yo decido no voluntariamente sino por necesidad >>.
Veremos cómo San Agustín luego adoptó la interpretación que aquí llama << tontería extraña >>, de que todas las cosas son necesarias o ocurre por necesidad.
La próxima declaración de San Agustín es más débil que la de arriba; sin embargo, la posibilidad de volverse a Dios, ¿quién tiene el poder para cumplirla?
En esta vida lo que puede afirmarse del libre albedrío no es que un hombre pueda cumplir la justicia cuando quiera, sino que puede volverse con la piedad suplicante a aquél que puede darle el poder para cumplirla. [3]
En el próximo texto citado, San Agustín enseña que las buenas obras no están relacionadas con la condición previa para la gracia. La fe viene de una admonición interna o externa y la plenitud de la gracia depende también de los ritos sacramentales.
Ningún hombre debe pensar que ha recibido la gracia porque ha hecho buenas obras. Más bien, no podría haber hecho buenas obras a menos que hubiera recibido la gracia por medio de la fe. Un hombre comienza a recibir la gracia en el momento cuando comienza a creer en Dios, siendo movido a la fe por alguna admonición interna o externa. Sin embargo, la plenitud y la prueba de la infusión de la gracia dependen de las coyunturas temporales y de los ritos sacramentales.[4]
En la explicación de Romanos 9:10-29, San Agustín debilita la voluntad, de modo que no solamente no podemos lograr lo que deseamos sin la ayuda de Dios, sino que no podemos decidir nada sin ser llamados. Dios da la capacidad de decidir junto con su misericordia.
Si Dios tiene misericordia, nosotros también tomamos decisiones, porque la capacidad para decidir se da junto con la misericordia misma. Dios es quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por cumplir su buena voluntad. Si preguntamos si una buena voluntad es un don de Dios, me sorprendería si alguien se atreviera a negarlo. Pero, puesto que la buena voluntad no precede al llamamiento, sino el llamamiento precede a la buena voluntad, el hecho de que tengamos una buena voluntad se atribuye correctamente a Dios quien nos llama, y el hecho de que seamos llamados no puede atribuirse a nosotros mismos. Así que la declaración: <<no depende del deseo ni del esfuerzo humano sino de la misericordia de Dios>> no puede simplemente entenderse como que no podemos lograr lo que queremos sin la ayuda de Dios, sino que sin su llamamiento no podemos ni siquiera decidir.[5]
No pudiéramos decidir ni esforzarnos a menos que él nos conmueva y ponga en nosotros el poder-motivación.[6]
Así que es necesario concluir que la enseñanza de San Agustín es contradictoria acerca de la voluntad o de otro modo que ha cambiado su opinión. En el Review of the ‘De Libero Arbitrio’, Retractions, I, ix defiende lo que había escrito anteriormente, antes de que los pelagianos comenzaron a enseñar. Él dice que no estaba escribiendo acerca de la gracia y por eso no explicó qué:
Los mortales no pueden vivir justamente ni piadosamente a menos que la voluntad misma sea liberada por la gracia de Dios de la servidumbre al pecado en la cual ha caído, y se le ayude a vencer sus vicios.[7]
Comprendo su deseo de defenderse, pero sus declaraciones anteriores definitivamente apoyan el libre albedrío y sus declaraciones posteriores no lo apoyan. Las declaraciones anteriores no enseñan que todas las cosas son <<necesitadas>>, que deben ocurrir porque fueron predestinadas. Sus escritos posteriores enseñan que las cosas ocurren por necesidad y luego Lutero, Calvino y Jonathan Edwards enseñaron ese concepto.
Puesto que el cambio de pensar de San Agustín viene de cómo él comprende el libro de Romanos, lo examinaremos más adelante para ver si malinterpretó a Pablo o si Pablo realmente enseña que todas las cosas son necesitadas.
[1] La Biblioteca de Clásicos Cristianos Volumen VI, Agustín: Escritos anteriores, 135
[2] Ibid, 175, 176
[3] Ibid 382
[4] Ibid 386
[5] Ibid 394, 395
[6] Ibid 405
[7] Ibid 103
Enseñanzas Básicas de Nuestra Fe – Estudios por el profesor Int. Delmar
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