La Familia Cristiana, Parte 2: Colosenses 3:18-19 y Efesios 5:25-33
Por Iñaki Colera Bernal. Puedes utilizar este sermón para tu uso personal y reproducirlo, citando su procedencia y autor, siempre que no lo alteres ni busques ningún beneficio económico con ello. “…de gracia recibisteis, dad de gracia” –Mateo 10:8bf. Si el sermón te ha sido útil, me gustaría saberlo; envíame una nota a evangélicos. También vea: La Familia Cristiana: Parte 1
Introducción
La mayoría de los cuentos de hadas, príncipes y princesas, que tanto suelen gustar a las niñas, que me lo digan a mí que he tenido que contarles cuentos a dos de ellas, terminan con las palabras: “vivieron felices y comieron perdices”. Es decir, después de los momentos de tensión en los que el héroe rescata a la princesa viene el anticlímax, la maravillosa boda en el castillo de ensueño, y ahí acaba la historia. Pero en la vida real no es así, el beso a la novia, las campanas y el arroz no marcan el final de la historia, sino el principio. El principio de una aventura por mares inexplorados y a veces tormentosos, lo que explica que tantas naves matrimoniales acaben naufragando.
Precisamente para evitarlo, la Biblia nos ofrece unas directrices, unos valores que respetar, unas estrategias. El domingo pasado estudiamos el versículo 18 del capítulo 3 de Colosenses, nos centramos en las instrucciones a la mujer. Dentro de ellas nos limitamos a profundizar en el sentido de la palabra sujeción y a responder a la pregunta de por qué esa sujeción es conveniente en el Señor. La clave, vimos, está en el revolucionario concepto de importancia, grandeza, primacía, que se declara en el Nuevo Testamento para todas las personas, sean hombres o mujeres, donde lo valorado es la humildad, el servicio, el amor desinteresado, donde, dijimos, la ética que se valora es, frente a la del ladrón: “lo tuyo es mío y lo quiero para mi beneficio” o la del escriba y el fariseo: “lo mío es mío y quiero mantenerlo en mi poder”, es la del buen samaritano: “lo mío es tuyo y lo voy a utilizar para restaurar y sanar tu vida”.
Ahora nos toca hablar de los esposos, y esta vez al hacerlo veremos con más detenimiento algunos aspectos de la epístola a los Efesios que amplían y enriquecen el pensamiento expresado en Colosenses. Veamos, para empezar, lo que le dice Pablo en Colosenses al nuevo varón resucitado con Cristo, a aquel, recordemos, que ha hecho morir la vida antigua con sus pasiones desordenadas y se ha revestido de la nueva, puesta su mirada en las cosas de arriba, si eres uno de ellos esto es para ti:
Colosenses 3:19
19 Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
¡Qué palabras tan sorprendentes! ¿Por qué digo esto? ¿No es increíble que sea necesario decirle a un marido que ame a su mujer? ¡Pero si se enamoró de esa chica y la convirtió en su esposa, pero si ha jurado voluntariamente amarla hasta que la muerte los separe! ¿No es asombroso que haya que recordarle a los maridos que no sean ásperos con sus mujeres? Pero si hasta ayer eran sus novias, aquellas por las que se desvivían y hasta llegaban a hacer un montón de tonterías (cantar bajo la lluvia bajo una ventana, enviar flores, escribir poemas, tener mil detalles de ternura) ¿Cómo es posible que haya que recordarle a un hombre que ame y no sea áspero con su mujer?
No sólo es posible, sino que Dios, que nos conoce bien, sabe que es necesario. ¡Qué humillación que Dios tenga que hablarnos en estos términos! Pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que lo merecemos. Somos pecadores, y nuestro impulso primordial es a amarnos, sobre todo, a nosotros mismos, y no sólo eso, sino también a tratar de forma desconsiderada al físicamente más débil o al que voluntariamente o por fuerza, está sometido a nosotros. Sencillamente, es así de triste. Pero hermanos, eso forma parte del viejo hombre que está muriendo poco a poco, el Espíritu nos capacita para amar, y además para amar de una forma muy especial. Veamos el versículo con más atención, ya que el griego tiene muchas palabras para amor y la palabra que se utiliza aquí es, como muchos ya sabéis, muy especial.
Debemos amar a nuestras esposas con un amor que es ἀγάπη, esta es la gran diferencia con el mundo, por supuesto que hay muchos hombres que aman a sus esposas, faltaría más, y también que dejan de amarlas, pero el amor ἀγάπη es especial, entre otras cosas porque no tiene fin. Ágape, o el verbo correspondiente es un término que ya se utilizaba anteriormente, pero al que el Nuevo Testamento le dio un sabor característico. ¿Cómo? Utilizándolo para describir el amor de Dios por los hombres, un amor que no se basa en la excelencia del objeto de ese amor, ni siquiera en la complacencia que uno siente, sino que es un ejercicio deliberado de la voluntad que viene sin otra causa, que la propia naturaleza de la persona que ejerce ese amor. En el caso de Dios, su naturaleza santa y llena de misericordia y gracia, en el caso de sus redimidos, la nueva naturaleza que tenemos en Cristo, de la que nos hemos revestido y que apunta hacia el carácter de nuestro Señor. A nuestra nueva naturaleza debe corresponder un nuevo tipo de amor, un amor que nace precisamente de esa nueva naturaleza y no de ninguna propiedad inherente al objeto amado, un amor, pues, que es absolutamente desinteresado, y que no depende de las emociones ni de ninguna cualidad en el objeto amado, sino de la propia naturaleza de la persona que ama. Dejar de amar a nuestras esposas con este amor, sería tanto como decir que no tenemos ya más el nuevo hombre, nacido del Espíritu, a imagen del carácter de Cristo. Es por lo tanto un amor que siempre perdura.
¿Os dais cuenta del impacto enorme que habría en la sociedad humana si los hombres amasen así, siguiendo el modelo de Dios? No pueden, porque no han nacido de nuevo, pero nosotros podemos, porque tenemos el Espíritu, y a nosotros, esposos, el Señor nos demanda ese tipo de amor.
Como dije al principio, la idea de este tipo de amor se amplía en el pasaje paralelo de Efesios 5:25-33, que también vamos a leer en esta mañana. Pablo empieza estableciendo y ampliando el principio general que leímos en Colosenses:
Efesios 5:25
25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
O sea, Cristo es el modelo de nuestro amor, debemos amar como él amó, ¿y cómo amó? Fijaos, bien porque nos lo dice claramente. El amor sólo puede conocerse por las acciones que provoca, y no consiste, como hacen algunos, en repetir mucho: “te quiero, te quiero”, cuando se quiere en realidad conseguir algo de la esposa, ya me entendéis. No, el amor se ve en esto: y se entregó a si mismo por ella. En eso consistió su amor, ese es nuestro modelo. Luego Pablo, que cada vez que habla de la obra de Cristo se entusiasma, y hace un paréntesis para describirnos la maravillosa obra de Cristo por su iglesia, nos dice:
Efesios 5:26-27
26 para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
¿Qué nos quiere decir Pablo con esto? Entendemos lo que hizo Cristo, pero que tiene que ver esto con nosotros ¿Debemos lavar y planchar a nuestras esposas hasta que estén sin mancha ni arruga? Evidentemente hay aspectos del plan redentor de Cristo respecto a su iglesia que son únicos y que nosotros n
o podemos imitar, Cristo santifica a su iglesia, la purifica y la lava mediante la palabra de Dios y el Espíritu Santo, para presentársela a sí mismo algún día santa en la gloria. Nosotros no somos llamados a hacer esto con nuestras esposas, que sólo Dios en Cristo puede hacer con su iglesia.
¿Entonces que nos quiere aportar Pablo al contarnos estas cosas? La idea que aquí se enfatiza es que Cristo obró en beneficio de su iglesia, simplemente eso, obrar en beneficio de su esposa la iglesia, para gozarse embelleciéndola. Fijaos bien, esto es muy bonito, se nota que Cristo ama de verdad a la iglesia, porque al entregarse por ella, sabe que la está embelleciendo, mejorando, haciendo más feliz, más gozosa, en definitiva más gloriosa, y luego se la presenta a sí mismo, ve el fruto de su entrega, y se llena también él de gozo, como sólo sucede cuando se ama a alguien, te alegras con su bien.
Así debería ser con nosotros y nuestras esposas. Y esto vale para las grandes cosas de la vida, y también para las pequeñas. La acompaño a mirar tiendas, y aunque me aburro como una ostra, me gozo en verla tan feliz… esto es difícil, ¿eh? Pero en esto y muchas otras cosas consiste nuestra entrega cotidiana. En el párrafo siguiente Pablo nos animará a seguir ese camino y aprovechará para introducir otra ilustración:
Efesios 5:28-30
28 Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.29 Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia,30 porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.
Debemos amar a nuestras mujeres como a nuestro propio cuerpo, sustentándolo, cuidándolo. La primera de estas palabras: “sustentar”, se utilizaba para el cuidado de los niños. Esto me extrañó al principio, me fui a pasear el viernes bajo la lluvia para meditar, pero al pensarlo bien, al pensar como mimo a Dani, como dirijo sus pasos, le enseño, me gozo con cada detalle en el que le veo crecer, me di cuenta de que esto es una maravilla, así es Cristo con la iglesia y así deberíamos ser con nuestras esposas, alguna vez fueron “la niña de nuestros ojos” ¿verdad? Deberían seguir siéndolo siempre. La segunda palabra: “cuidar”, literalmente quiere decir calentar y mantenerlo calentito, se utilizaba para lo que hacen las aves cubriendo a los polluelos con sus plumas, y metafóricamente se utilizaba para el acto de cuidar con ternura. Qué bonito, me estoy metiendo en un lío, menos mal que Diana no está aquí, porque esto es lo quiere Dios de nosotros hacia nuestras esposas, y es lo que hace Cristo con su iglesia, que también es su cuerpo. Protegerle y sostenerle como a un hijo querido y cuidarla con ternura, como a su niña bonita. ¿No es hermoso todo esto?
Pero lo que viene a continuación es muy importante y también curioso y sorprendente. Porque, veamos, quizá podías pensar que Pablo estaba escribiendo del deber de los maridos de amar a sus esposas y de la relación matrimonial en general y de repente se le ocurrió, ¡zas, qué bonito! ¡Voy a compararlo al amor de Cristo por su iglesia! Me viene de perlas porque en ese caso también hay amor por un lado y sujeción a la cabeza por otro. Es el ejemplo perfecto. Pero nada de eso, todo esto es mucho más profundo:
Efesios 5:31-32
31 Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.32 Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.
Es decir, Pablo de repente nos lleva hasta Génesis 2:24 y nos revela algo increíble, un misterio grande, Moisés que escribió el Pentateuco por inspiración divina no tuvo ni idea de esto, pero el matrimonio fue diseñado por Dios desde el principio para ser una parábola, una ilustración de la relación entre Cristo y la iglesia. Al principio, cuando Dios estaba planeando cómo habría de ser el matrimonio, lo planeó con este propósito grandioso, sería una bella ilustración terrena de la relación que algún día habría entre el Hijo de Dios y su iglesia. Esto estuvo escondido de nuestro conocimiento durante muchas generaciones, pero es el gran misterio que Pablo revela ahora, y es sorprendente.
Por eso cuando Pablo quiere enseñarles a los cristianos de Éfeso acerca del matrimonio no se pone a buscar una analogía que le ayude y de repente piensa en Cristo y la iglesia, no, es mucho más profundo, lo que Pablo ve es que cuando Dios diseñó el matrimonio original ya tenía a Cristo y a la iglesia en mente. Esto es importantísimo para nosotros, ya que uno de los grandes propósitos de Dios para el matrimonio es precisamente ilustrar temporalmente la relación que habrá entre Cristo y su pueblo redimido por toda la eternidad.
¿Os habéis dado cuenta de las consecuencias de esto? Si esto es así, la orden que da aquí Pablo de amar a los esposos y de someterse a las esposas, no es algo accidental o culturalmente determinado, sino que es parte de la esencia del matrimonio, parte del plan original de Dios para un matrimonio, perfecto, sin pecado, armonioso. El matrimonio basado en el amor sacrificado y desinteresado del esposo, y en la sumisión libre y gozosa de la esposa, hunde sus raíces en los propósitos eternos de Dios en la creación, y no es algo determinado por las modas pasajeras de la cultura[1], como lamentablemente se oye hasta entre algunas iglesias que a este paso dejarán pronto de serlo.
Pero volvamos, para terminar el análisis bíblico, al texto de Colosenses 3:19. Vemos que lo contrario de la actitud de amor que debe tener el esposo, es ser áspero con su mujer. Se trata de una palabra cuya raíz significa cortar o pinchar, y que se suele traducir también como amargo. Es decir, no seáis ásperos o amargos con ellas.
Hemos visto hasta ahora cosas muy bonitas que tenemos que hacer los esposos, que ilustran el amor de Cristo por su iglesia, por eso pensar en un marido cristiano que es áspero o amargo con su esposa, es un insulto a Dios, es desvirtuar el propósito del matrimonio. ¿Os imagináis que Cristo fuese áspero o amargo con nosotros? A veces lo temo, por mi pecado, pero siempre descubro que él es severo con el pecado, que le disgusta profundamente, pero que es tierno, y paciente y misericordioso conmigo. No me extraña que diga la Palabra que debemos tratar bien a nuestras esposas para que nuestras oraciones no tengan estorbo. ¿Cómo vamos a tener comunión con Dios ofendiéndole de esa manera, recibiendo por un lado, ternura, paciencia y amor de parte de Dios, y soltando por el otro aspereza, amargura y enojo contra nuestra esposa? Cuando tengamos la tentación de tratar a nuestras esposas desconsideradamente, paremos y pensemos, ¿las trataremos con rudeza y al mismo tiempo esperaremos ser tratados con paciencia y cuidados por parte de nuestro Señor? Yo sé que todos lo hemos hecho alguna vez, ¡Pero qué jamás vuelva a ser así!
Lo triste es que sabemos amar, hay hombres que cuidan de sus mascotas, las aman, las cuidan, hasta les hablan, tanto que llegan a ser verdaderos esclavos de ellas. Otros se apasionan por sus trabajos, o por un hobby, y se dedican a ellos día y noche, los sirven, los cuidan, los aman, llegan a esclavizarse a sus proyectos e ilusiones, pero luego no saben amar a sus esposas, esto puede ser así en quien no haya recibido el amor de Dios, pero en nosotros, ni un minuto más.
Porque nuestra relación con nuestras esposas debe hablar alto y claro de lo que Cristo ha hecho por nosotros, hablemos bien de Cristo con nuestras vidas. Que nuestra forma de tratar a nuestras esposas diga cosas hermosas acerca de Cristo, que hable bien de nuestro Dios, que muestre hasta qué punto nos ha amado, se ha sacrificado, nos soporta y nos recibe con misericordia cada día, se goza en tener comunión con nosotros, nos enriquece con su contacto, nos hace crecer
… ¿Qué mejor testimonio que este? ¡Qué testimonio tan poderoso, un hombre y una mujer nuevos poniendo en práctica la ética del reino a través de una relación de sumisión y amor que ilustra la relación eterna que habrá entre Cristo y su pueblo!
No cambiéis esto por ninguna moda pasajera, por ninguna filosofía humana, ni por la tiranía machista que ve a la mujer como un objeto, que la degrada mediante la violencia y la pornografía: un mundo donde la mujer no tiene sentimientos, ni espiritualidad, ni necesidad de ternura, sino que es sólo un instrumento sin alma de placer egoísta para el hombre. Ni lo cambiéis tampoco vosotras por el feminismo, que justifica al machismo apuntándose a la misma filosofía feroz en la que sólo tiene dignidad el que tiene poder, sólo se realiza el que se sirve de los demás, sólo es valioso el que es servido, mientras que el humilde, el que sirve, el que se sacrifica por otro, no puede triunfar, no se codeará con los poderosos, ni tendrá acceso a la riqueza, ni a la influencia. Ese es el mundo cínico despiadado en que hombres y mujeres se utilizan y se usan los unos a los otros que hay a nuestro alrededor, ¿y es eso lo que queremos?
Termino. Si, como decíamos el domingo pasado citando una obra teatral, el infierno es aquel lugar donde cada uno sólo se preocupa por si mismo y se interesa por sí mismo, sin prestar atención a nadie más, el reino de Dios es aquel lugar donde la felicidad propia consiste en buscar la felicidad del prójimo. En Génesis 29, se cuenta como Jacob vio a Raquel, la hija de Labán y la quiso por esposa. El padre hizo un trato con él y él aceptó trabajar durante siete años para obtenerla. Y nos dice la Escritura:
Génesis 29:20
20 Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba.
Si los esposos tuviéramos este tipo de amor por nuestras esposas habría un avivamiento espiritual en la iglesia tan impresionante, la diferencia entre la iglesia y el mundo en temas como el divorcio, el adulterio o la violencia de género, se haría tan llamativamente evidente, que la gente correría a averiguar acerca de nosotros y a través de nosotros acerca de Cristo y de su amor por la iglesia, y el testimonio evangelístico de esta congregación y de cualquier otra sería más eficaz que un millón de campañas y reparto de folletos.
Mirad a vuestras esposas, son bellas, son tiernas, no son perfectas, pero sólo están esperando un esposo capaz de amarlas y entregarse por ellas como Cristo lo hizo por su iglesia, para devolver multiplicado todo el amor y la atención que podáis darles. Siempre me ha maravillado la capacidad para amar que tienen las mujeres, no necesitan que Dios les diga que amen, ya lo hacen naturalmente. Nosotros somos mucho peores que Cristo, pero nuestras mujeres son mucho mejores amando que lo es la iglesia. Sólo que la iglesia no tiene dudas en reconocer a Cristo como su Señor, nuestras mujeres a nosotros sí, ¿por qué será? Yo te lo diré, porque no las hemos amado y entregado primero por ellas, como hizo Cristo con la iglesia. ¿Quieres ser el Señor de tu casa? Ya sabemos el camino, seamos como Cristo, hablemos con nuestra vida bien de nuestro Dios. Oremos.
Versículo de despedida:
Efesios 5:1-2
1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.2 Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
[1] Husbands and Wives as Analogues of Christ and the Church. Págs. 175 y 176. George W. Knight III. Cap. 8 en Recovering Biblical Manhood and Womanhood. Editado por John Piper y Wayne Grudem. Crossway Books. Wheaton, Illinois. 1991.
Por Iñaki Colera Bernal. Puedes utilizar este sermón para tu uso personal y reproducirlo, citando su procedencia y autor, siempre que no lo alteres ni busques ningún beneficio económico con ello. “…de gracia recibisteis, dad de gracia” –Mateo 10:8bf. Si el sermón te ha sido útil, me gustaría saberlo; envíame una nota a evangélicos