El Catecismo de la Iglesia Católica expresa:
“Los testigos que nos han precedido en el Reino, especialmente los que la Iglesia reconoce como ‘santos’ … Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra … Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero” (p. 732, #2683; véase también pp. 277-278, #956).
De esta forma, con una claridad pristina, la iglesia católica cree que es posible y estimula a sus seguidores a elevar oraciones a los “santos”. Por supuesto que la iglesia católica tuvo que redefinir el significado de la palabra “santo” y darle una connotación totalmente antibíblica.
Según el catolicismo, los santos son personas que llevaron una vida ejemplar, una especie de super-espirituales que ganaron el derecho de ser declarados (canonizados) “santos” post mortem. La Biblia por otra parte, indica que “santos” no son los integrantes de un grupo reducido de creyentes, sino todos aquellos que han nacido de nuevo al creer genuinamente en Cristo como su Salvador y Señor (Hch. 9:13, 32,41; 26:10; Ro. 1:7; 8:27; 12:3; 15:25, 26, 31; 16:2, 15; 1 Co. 1:2; 6:1,2; 14:33; 16:1, 15; 2 Co. 1:1; 8:4; 9:1,12; Ef. 1:1, 15; 2:19; 4:11, 12; Fil. 1:1; Col. 1:2; etc.).
Las siguientes son las razones por las que orar a los “santos” no solamente es una tarea improductiva, sino también antibíblica y espiritualmente peligrosa:
1) La oración a los “santos” es oración a seres creados, ergo, inútil.
La oración es una forma de adoración en la cual será mejor que usted esté hablando con Dios (por medio de Jesús o a él directamente), o de lo contrario es una magnífica pérdida de tiempo.
Los cristianos oramos a Dios porque damos por hecho de que Dios es omnisciente y omnipresente. Por lo tanto, él puede leer nuestros pensamientos y escuchar nuestras palabras. Está presente en todos lados y puede escuchar la oración de millones al mismo tiempo. Es también omnipotente, tiene el poder infinito para poder contestar las oraciones.
No tiene sentido ninguno orarle a una mera criatura en lugar de orarle al Creador. Desde que una criatura no posee ninguno de los atributos “omni”, ¿Para qué molestarnos en orarle? Como no posee ninguno de los atributos “omni”, no nos puede escuchar ni ayudar.
2) Los muertos no pueden ver, saber, ni escuchar lo relacionado con el mundo de los vivos.
Si bien los que ya partieron continúan en estado consciente después de la muerte (Mt. 10:28), los salvos en el cielo y los inconversos en el Hades, su contacto con este mundo es inexistente (Luc. 16: 19-31). Los muertos, si bien están en estado consciente (Lc. 16: 19s; Fil. 1: 21-24), nada saben de este mundo (2 Re. 22:20; Job 14:21). La única inferencia lógica que se desprende de los dos primeros puntos expuestos, es que los muertos, y por ende los “santos” de la Iglesia Católica, no pueden escuchar ninguna oración hecha desde la tierra.
3) No hay ejemplos en la Biblia
Cuando leemos la Biblia, ¿encontramos a la gente del Antiguo Testamento orando a Abraham, Isaac, Jacob, o pidiéndoles que intercedan frente a Dios? No.
¿Algún salmo fue dirigido a Moisés, o escrito rogándole a Moisés que interviniera frente a Dios? No.
¿Oraban los judíos a los profetas o los sacerdotes, o les pedían que intercedieran a Dios por ellos? No.
¿Cantaban los coros del templo cantos de adoración a hombres, mujeres, o ángeles? No.
Lo mismo podemos decir del Nuevo Testamento.
Conclusión: La evidencia muestra claramente que orar a otros individuos que ya han muerto, no sólo es una empresa inútil, es totalmente antibíblica.
4) La práctica de orar a los “santos” es equivalente a la idolatría
Es obvio que el católico promedio, al orar a los santos pone su fe en el santo de su predilección en lugar de depositarla en Dios. Inevitablemente es conducido a la idolatría. Pero, ¿qué es idolatría? Pongamos atención a este mandamiento:
“Yo soy Jehová tu Dios …. NO tendrás dioses ajenos delante de mí. NO te harás imagen, ni ninguna semejanza …. NO te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso …” Ex. 20: 2-5 (mayúsculas nuestras).
Si estos mandamientos se entienden simplemente como prohibiendo la adoración de otros dioses por encima de Dios, nadie podría acusar a la Iglesia de Roma de promocionar la idolatría. La iglesia católica reconoce tres grados de devoción[1]. El tercero de ellos es “dulia”, veneración a los santos y los ángeles, dos escalones debajo de “latria”, adoración reservada para Dios solamente.
Es por esa razón que en el pasaje de Exodo hemos subrayado “d
elante de mí”, precisamente para señalar que Dios no deja lugar para la existencia de una tabla de grados, sino que dice literalmente, “No tendrás dioses delante de mi rostro.” Dios, como un Dios celoso que es, exige devoción y lealtad indivisible. Su pueblo no debe tener otros dioses “sumados a El”[2].
Es en este punto donde la devoción de los católicorromanos hacia los santos (y por supuesto a María) cruza la línea y entra en el territorio de la idolatría. Cuando los desorientados católicos se arrodillan delante de la estatua de un santo, le besan los pies y le ofrecen la alabanza y la petición desde su corazón, le están dando a la criatura la devoción que sólo se le debe a Dios, y a nadie más que Dios. No importa en absoluto que la Iglesia Católica defina esa devoción y honra como algo secundario o de menor grado que la adoración a Dios. Dios no acepta otros dioses delante de El, no importa cuán inferiores sean.
Sumado a esto, es imposible que el católico promedio pueda establecer en su corazón qué tipo de adoración está rindiendo. No existen en el corazón del ser humano diferentes sensores que puedan registrar y estimular estados de adoración diferente. El católico promedio no tiene la menor idea de los grados de devoción reconocidos por su iglesia, ni tampoco está en su poder hacer la distinción cuando se arrodilla frente a un santo de los tantos. En consecuencia, cae en la idolatría.
La mayoría de los católicos, al adorar estatuas y reliquias de María y los santos, son culpables de idolatría. No interesa que un teólogo católico use diferentes palabras del idioma latín para defender la costumbre. El católico promedio no conoce ni le interesan las distinciones tan sofisticadas. Cuando besan y adoran las estatuas de la virgen María o los santos, lo hacen tan sincera y fervientemente como los hindúes con sus dioses y diosas. La Biblia, por su parte, condena la idolatría. Primera de Corintios 10:14 nos da este mandamiento:
“Por tanto, amados míos, huid de la idolatría”.
Conclusión
Queda demostrado de esta manera que la práctica católica de orar a los santos es una empresa inútil, ilógica, antibíblica y peligrosa en cuanto a la salvación del alma. La Biblia enseña que no tenemos necesidad ni debemos de orar a ningún ser creado, sea un “santo” o se llame María. La Escritura no enseña en ninguna parte que ellos pueden interceder por nosotros. Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5), es nuestro gran sumo sacerdote (He. 4:14), y es el que intercede por nosotros (He. 7:25). No hay necesidad de otros intercesores porque además, gracias a él, tenemos directo acceso a Dios:
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 4:16
Notas
[1] La Iglesia Católica reconoce tres grados de devoción:
1) Latria, la forma más alta de adoración, reservada para Dios solamente.
2) Hiperdulia, un escalón por debajo de Latria. Es la forma más alta de veneración que se le puede ofrecer a un ser creado. María solamente merece esta clase de honra.
3) Dulia, veneración simple. Este grado de honra se debe dar a los santos y a los ángeles.
[2] Traducción del hebreo “delante de mí” (Exodo 20:3), por C.F. Keil y F. Delitzsch, Commentary on the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, reimpreso 1985), El pentateuco, tomo 2, p. 114.
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