Carta de un evangélico a sus hermanos evangélicos
Quizá sea de beneficio para mis hermanos evangélicos el conocer que la gran mayoría de los teólogos del siglo 17 consideraban que la salvación era una obra de gracia de principio a fin. Jamás pensaron que el pecador podía salvarse a sí mismo, o en alguna manera contribuir a la salvación en algún aspecto. Era su firme convicción de que el pecado de Adán había arruinado a la raza entera. Todos los hombres estaban espiritualmente muertos y sus voluntades eran esclavas del pecado y Satanás. La capacidad de creer en el evangelio era en sí, un don de Dios otorgado solamente a aquellos que El hubo escogido para ser los beneficiarios de Su favor inmerecido. No era el hombre, sino Dios, el que determinaba cuáles pecadores recibirían Su misericordia y serían salvos.
Los cristianos que creemos en la Depravación Total [1] del ser humano y en la Elección Incondicional [2] por parte de Dios de aquellos que serán salvos (los predestinados), somos a menudo confrontados con el argumento de que si nuestras doctrinas son correctas, entonces la tarea de evangelizar no tiene sentido. Nos dicen que nuestras doctrinas nos ponen en contra de la Escritura, la cual nos convoca a predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo. Si Dios, nos dicen, ya ha predestinado a algunos para ser salvos, es obvio que no es necesario llamar a los hombres al arrepentimiento.
Los que nos dicen esto son los mismos que creen que la fe es algo que se inicia en el hombre. Sin embargo, la Escritura es bien clara respecto a que la fe es un don de Dios. Algunos han rechazado esta verdad porque están convencidos que a menos que la fe sea entendida como un acto originado en el libre albedrío del hombre, o sea algo que todos los hombres pueden hacer en cualquier momento que ellos deseen, entonces el evangelismo personal es una tarea inútil.
Yo sostengo que debo permanecer en lo que Dios enseña a cualquier coste. La doctrina de la total incapacidad espiritual del hombre para creer o arrepentirse, de ninguna manera elimina la urgencia y necesidad de llamar a los pecadores para Cristo. Por el contrario, esa doctrina incrementa la urgencia y desesperación de los pecadores. Los empuja a buscar a Dios diligentemente.
Ilustración: Imagine que está en un cuarto donde sólo hay una salida. Esa puerta está cerrada a candado y no hay ventanas por donde escapar. Ahora, si usted tuviera la llave del candado en su bolsillo podría abrirlo en cualquier momento que quisiera. No tendría urgencia, pánico o desesperación por salir del cuarto. Aun si un incendio comenzara en una esquina del cuarto, sabiendo que tiene la llave, no hay ninguna razón para temer o preocuparse. Pero por otro lado, si no tuviera la llave y de pronto una esquina del cuarto se prende fuego, el pánico y la desesperación se apoderarían de usted. Se pondría a golpear la puerta como loco para que alguien del otro lado viniera y le salvara. De la misma forma, la doctrina de que todos los hombres tienen libre albedrío en cuanto a su salvación y que pueden creer cuando a ellos se les ocurra, en realidad promueve una actitud de negligencia y postergación espiritual. Pero las doctrinas de la depravación total y la elección incondicional crearán en el hombre la urgencia necesaria para buscar a Dios.
Yo tuve un amigo a quien cada vez que le presentaba el evangelio y le urgía a recibir a Cristo, siempre me decía con una sonrisa burlona, “Un día de estos”. Murió repentinamente sin ser salvo. Cuando predicamos desde el púlpito las doctrinas de la gracia soberana de Dios, la doctrina de la incapacidad total del hombre hará que las personas respondan más urgentemente al llamado. Si volvieramos a predicar el verdadero evangelio, quizá podríamos presenciar un verdadero avivamiento tan necesitado en estos tiempos. Por supuesto que debemos continuar llamando a los hombres a la salvación desde los púlpitos y cualquier otro lado. Nunca sabemos cuando es el tiempo de la visitación de los escogidos. <>
Notas:
1. Depravación Total — Luego de la Caída de la raza humana, el hombre es incapaz de creer en el Evangelio para salvarse. El pecador está espiritualmente muerto, ciego y sordo en cuanto a las cosas de Dios. Su voluntad no es libre (no tiene libre albedrío) en lo relacionado con la dimensión espiritual y es esclavo de su naturaleza pecaminosa. En consecuencia necesita ser regenerado, no asistido, por el Espíritu quien le da vida y una nueva naturaleza. La fe en sí misma no nace del hombre, sino que es un regalo de Dios al pecador.
2. Elección Incondicional — La elección de ciertos individuos para salvación por parte de Dios antes de la fundación del mundo se origina únicamente en Su soberana voluntad. No fue basada en su preconocimiento de que algunos individuos responderían al Evangelio, ni en la obediencia, ni la fe, ni el arrepentimiento de estos individuos. Por el contrario, es Dios quien da fe y arrepentimiento a aquellos que El selecciona. Nada en el hombre, bueno o malo, virtuoso o malvado, determina la predeterminación de Dios sobre ellos. Es Dios quien por el poder del Espíritu, trae al individuo seleccionado a aceptar voluntariamente a Cristo. Es Dios quien escoge al pecador, no al revés. <>
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